(Viene de la entrada anterior)
Si “El Dragón de Hong Kong” guardaba paralelismos con las películas de Godzilla, el siguiente álbum, “La Mañana del Mundo” (1988), de nuevo con ambientación asiática, ofrece cierto aire a lo Doctor Who.
Yoko viaja a Bali, esta vez acompañada de su hija adoptiva, Rocío de la Mañana, pilotando el Colibrí mientras Vic y Pol lo hacen a bordo de un reactor de línea. En el aeropuerto de Denpasar les espera Monya, la muchacha que había llegado del futuro en “La Espiral del Tiempo” y que, al desaparecer su propia línea temporal al término de aquella aventura, se había quedado a vivir con los parientes de Yoko en Borneo. Resulta que Monya, pese a sus esfuerzos, no se ha adaptado bien al presente y se ha dedicado a utilizar su máquina del tiempo para viajar al Bali del año 1350 con el fin de rescatar tesoros culturales que, según la Historia, desaparecerán a raíz de la erupción, en ese mismo año, de uno de los volcanes de la isla, el Agung. La joven fue testigo de la muerte de su padre y la incineración del planeta Tierra en su propio futuro, por lo que el deseo de salvaguardar lo que sea posible de la destrucción provocada por un fenómeno natural puede hasta cierto punto explicar su irresponsable comportamiento.
Y, efectivamente, sus buenas intenciones la han llevado a cruzar una peligrosa línea. Al sustraer de un templo una bella estatuilla de oro que representa una bailarina sagrada, hace que los monjes acusen del robo a una joven nativa, Narki, condenándola a sufrir una terrible muerte. Estrictamente hablando y dado que toda la zona va a ser devastada por el volcán, las acciones de Monya no deberían tener consecuencias para el futuro. Pero la culpa por el destino de Narki la atormenta y llama urgentemente a Yoko para que viaje con ella al pasado y la ayude a salvarla. Unas circunstancias imprevistas hacen que no sólo las dos chicas se trasladen en el tiempo, sino que con ellas lo hagan Vic, Pol y Rocío. Monya y Yoko son capturadas por la tribu de Narki e, intentando salvar la vida de ésta, se ven obligadas a enfrentarse a unos pteranodones prehistóricos que moran cerca del Agung; el cual, por si fuera poco, está a punto de experimentar la catastrófica erupción.
La idea para esta historia tuvo su germen en la estancia de Leloup en Hong Kong, donde vio un cartel publicitario de viajes a Bali en el que se refería a esta isla indonesia como “La Mañana del Mundo”. Dispuesto a comprobar en persona si era el paraíso que prometía esa poética denominación, viajó hasta allí con su hija adoptiva. Además de un brutal contraste climático entre el frío noviembre de Bruselas y el calor ecuatorial de Bali, dos de las cosas que más le impactaron fueron una caverna convertida en templo en el que se reunían los fieles bajo la mirada de miles de grandes murciélagos que colgaban cabeza abajo del techo; y los coloristas ritos de cremación de los difuntos. Ambas experiencias, modificadas y adaptadas, acabarían integradas en la nueva historia de Yoko.
La colección ha llegado aquí a un punto en el que, aunque los álbumes como este pueden leerse con cierta autonomía, para comprenderlos plenamente y saber quién es quién se hace necesario conocer los antecedentes. Así, el origen de Monya y su maravillosa máquina y gadgets están presentados, ya lo he dicho, en “La Espiral del Tiempo”; el “Colibrí” en el que Yoko llega a Bali se vio por primera vez en “El Cañón de Kra”; Rocío de la Mañana pasó a estar tutelada por Yoko en “El Dragón de Hong Kong”…
Como toda aventura de viajes temporales, “La Mañana del Mundo” juega con las paradojas y cómo las intromisiones en el pasado cambian –o no, según elija el autor- el futuro. En este caso, lo que hace Leloup es conectar el desenlace de esta aventura con un breve pasaje visto en “La Espiral del Tiempo”, en el que Yoko quedaba extrañamente fascinada por un bajorrelieve de las ruinas de un templo en Borneo que representaba una bailarina de la corte. Esa especial conexión encuentra aquí su explicación: Yoko estaba destinada a viajar al pasado y participar en los hechos que darían lugar a esa escultura. Esta idea volvería a retomarla Leloup como premisa de partida del álbum “El Astrólogo de Brujas”, en un contexto espacio-temporal completamente diferente. Las aventuras de Yoko habían pasado no solo a desarrollarse en la Tierra y por el Espacio, sino también a través del Tiempo.
Por desgracia, ese interesante concepto no compensa las muchas flaquezas que acumula esta aventura. El principal problema es que, intentando mantener todo a un nivel sencillo (quizá por temor a que las paradojas temporales pudieran ser demasiado complejas para el lector medio de “Spirou”) y con una narración lineal, el conjunto pierde el sentido y la coherencia interna. Teniendo una máquina que puede desplazarse a cualquier momento temporal y localización geográfica, el problema de Monya tenía una solución fácil; pero para poder construir una aventura con tal premisa, Leloup ha de enterrar aquélla en una concatenación de situaciones que permitan mantener la acción siempre en movimiento y no pararse a pensar demasiado, saltando de un problema al siguiente, mezclando viajes temporales, la amenaza de volcanes a punto de erupcionar, dinosaurios voladores y otros peligros mortales para la heroína y sus amigos.
Tampoco se explica, por ejemplo, la razón de que Yoko vuele a Bali en un jet privado biplaza de diseño militar y se le permita llevar como pasajero a una niña pequeña cuando bien podrían haberlo hecho junto a sus compañeros en un vuelo regular. De la misma forma, está muy torpemente introducido – y luego desechado sin contemplaciones- el personaje de Mike: no se explica quién es, qué relación tiene con Monya para conocer su origen secreto, por qué se ha convertido en fanático religioso y por qué atenta contra la máquina del tiempo; la estatuilla robada aparece y desaparece de la narración de manera caprichosa; la existencia de dinosaurios en el siglo XIV, misterio sobre el que parece descansar una parte importante de la trama y que incluso aparecen prominentemente en la portada, no se justifica en absoluto; la despreocupación con la que Yoko pone en peligro a su infantil protegida es tan reprobable que hasta Leloup se ve obligado a verbalizarlo a través de Vic y luego, sin mucha convicción, justificarla como una pulsión generada por la predestinación temporal.
En tanto en cuanto no se diseccione demasiado su argumento, “La Mañana del Mundo” podrá disfrutarse como una aventura de ritmo dinámico en entornos exóticos dirigida sobre todo a un público juvenil. El dibujo es algo menos preciso de lo que Leloup nos tiene acostumbrados y no explota sus puntos fuertes, a saber, la ambientación y el diseño de máquinas y vehículos. Hay momentos de acción muy espectaculares con una puesta en escena digna de una buena superproducción cinematográfica. Pero en relación a entregas anteriores de la serie, esta supone una decepción. La historia es endeble en coherencia y caracterización, está rematada de una forma forzada y no cuenta nada demasiado interesante. Con este álbum parece confirmarse la sensación de declive que muchos fans habían tenido con “El Dragón de Hong Kong”.
Otro paso más en la decadencia de la serie llega con “Los Exiliados de Kifa” (1991) y, de nuevo, por la inclusión forzosa de un elemento externo que pasaría a convertirse en regular de la colección. Si en “El Dragón de Hong Kong” se había presentado a Rocío de la Mañana como concesión al editor chino que deseaba un personaje con el que su público pudiera conectar, ahora nos encontramos con que SEPP, la subsidiaria de Dupuis encargada de la explotación del merchandising y los productos audiovisuales relacionados con los personajes de la casa, le pidió a Leloup uno que pudiera incluirse en una serie de animación infantil o adaptarse como juguete. Y el resultado –que a Leloup sólo le costó un par de horas de trabajo sobre el tablero de dibujo –fue Myna, un pequeño robot femenino con personalidad propia. “Los Exiliados de Kifa” es, por tanto, una excusa para incluir a ese ser mecánico en el universo de Yoko Tsuno. Aún peor, porque es al tiempo una secuela y un remake del decimortercer álbum, “Los Arcángeles de Vinea”, precisamente uno de los más flojos de la colección.
Yoko, Paul y Vic, acompañados esta vez de Rocío, se encuentran de vuelta en Vinea. Mientras se hallan explorando la zona polar del planeta, su nave está a punto de ser impactada por una cápsula que desciende a la superficie y en cuyo interior descubren un pequeño robot humanoide, Myna. Según Khâny, esos modelos se diseñaron mucho tiempo atrás para servir de niñeras y protectores de los infantes vineanos, pero cuando empezaron a exhibir un comportamiento demasiado independiente, se les consideró una amenaza y exilió a la ciudad espacial de Kifa, un asentamiento cuya órbita le acerca a Vinea periódicamente. Las fuerzas de protección del planeta se muestran esquivas ante las preguntas de Khany pero está claro que su intención es la de destruir Kifa lanzando misiles.
El cuadro general en el que transcurre la historia es confuso y enredado. Hay de fondo una venganza, pero este aspecto se margina de la trama principal; Gobol, un científico vineano inmortal que gobierna Kifa, quiere comunicarse con Hégora, la reina androide de la ciudad sumergida que había aparecido en “Los Arcángeles de Vinea”, pero ignora que al término de aquella aventura su puesto fue ocupado “in absentia” por Yoko, así que las inteligencias artificiales de Hegora, Tyrak y Akhar, se ven obligadas a actuar de intermediarios entre el enloquecido Gobol y los intrépidos aventureros terrestres, poniendo a su disposición una avanzada nave que los transporta hasta Kifa. Allí, la trama adopta cierto sesgo fantástico, porque la ciudad tiene todo el aspecto de un castillo embrujado.
Si en “Los Arcángeles de Vinea” se nos presentaba una guerra civil entre la sádica reina Hégora y unos androides rebeldes pero pacíficos, ahora tenemos un conflicto interno en Kifa entre los robots controlados por Gobol y los pequeños androides liderados por Myna y Lyco; Kifa es como un reino maldito propio de un cuento de hadas en la que una extraña enfermedad devora todos los materiales metálicos y donde los “elfos” androides son perseguidos por los “monstruos” robóticos del malvado “brujo” Gobol, el cual ha alcanzado la inmortalidad gracias a la radiación del Vinadio, equivalente a las pócimas u objetos mágicos presentes en cualquier cuento fantástico.
Es difícil entender las motivaciones de los robots rebeldes, por qué exactamente fueron considerados una amenaza para los vineanos y qué pretende Gobol. Incluso, no se entiende el peligro que supone Kifa para Vinea cuando se halla tan lejos que para llegar hasta allí son necesarias naves más rápidas que la luz. O por qué la nave personal de Gobol, la Ryu, controlada por la inteligencia artificial que responde al nombre de Akina (Yoko la bautiza con el nombre de una enemiga de su juventud, tal y como se comentaba en las novelas que luego mencionaré), se pone inmediatamente al servicio de la protagonista. En relación a la Ryu, Leloup comentó que con ella quería darle a Yoko una mayor independencia y libertad de movimientos durante sus viajes a Vinea, ya que hasta ese momento siempre había dependido de Khâny para todo.
En su momento, Roger Leloup, como Ralph McQuarrie o Syd Mead en el cine, fue un artista revolucionario en el comic de CF europeo, pero su potencial en este campo siempre estuvo lastrado por la dictadura del formato y el espíritu de la revista que albergaba su personaje. La mayoría de sus álbumes centrados en la CF espacial presentaban una oposición entre humanos y máquinas, entre el individuo y el sistema, con el fin de resaltar los valores universales de la libertad, la igualdad, la cooperación, la amistad, la justicia o el altruismo. Tanto en “Los Arcángeles de Vinea” como en esta ocasión, se difuminan las líneas entre lo humano y lo artificial. Myna, por ejemplo, tiene su propia agenda y manipula a los humanos para conseguir que intervengan en el conflicto que amenaza a su propia especie; y, luego, al interponerse entre Yoko y un rayo mortal, demuestra no ser tan mezquina como parecía y tener auténticos sentimientos. Igualmente, el ordenador de a bordo de una de las naves, Akhar, explica que tiene tanta alma como ella e incluso le hace a Yoko una grimosa sugerencia sexual. Desgraciadamente y tratándose de una obra datada ya en la década de los 90 del pasado siglo, la representación que ofrece Leloup de cómo debería operar e interactuar una inteligencia artificial resulta muy burda y más propia de un viejo programa de Star Trek.
En relación a Myna, el robot que dio origen a esta aventura, el proyecto de animación no salió adelante, lo cual puede que disgustara al bolsillo de Dupuis y Leloup, pero sin lugar a dudas evitó un desastre mayor habida cuenta de que llegó a plantearse multiplicar al robot para crear algo parecido a los Pitufos o los Galaxianos de “Quena y el Sacramus”. Una jugada que no sólo hubiera infantilizado a una serie que siempre se había caracterizado por ofrecer historias algo más maduras de lo habitual en la revista “Spirou” y con un componente de ciencia ficción “dura”, sino que hubiera eclipsado al resto de los elementos de la colección. Incluso aunque Myna no hubiera formado parte de la nonata serie de animación, con toda probabilidad hubiera simplificado tanto las historias como el arte, banalizando al personaje y su contexto y ofreciendo sólo un pálido reflejo de las mejores etapas del comic. De hecho, ya en “Los Exiliados de Kifa”, Leloup ni siquiera se atreve a darle a la historia un remate coherente y maduro, resucitando a Myna para, supongo, alborozo y alivio del lector infantil.
Leloup era consciente de ello y por eso no lamentó demasiado el fracaso de la iniciativa. En lo que sí estaba muy interesado era en llevar a Yoko a otro formato: el literario. Quería narrar la infancia y juventud de Yoko antes de trasladarse a Europa en la forma de relato intimista dominado por el componente humano, la atmósfera y las emociones. Obviamente, era una propuesta que no podía articularse con la fórmula de grandes aventuras, que era lo que demandaba la revista “Spirou”, pero la editorial Dupuis no vio en ello conflicto de intereses sino una forma de publicitar el comic con otro producto complementario. Así, aparecieron dos libros narrando esta etapa de Yoko y que, dado que no he podido leer, no pasaré a comentar.
Volviendo al comic, la presencia de Rocío de la Mañana supone un estorbo tanto para la narración como para su plausibilidad. Varios personajes recriminan a Yoko que arriesgue la seguridad de la pequeña en una aventura en la que claramente todos se juegan la vida. Las razones que aduce ella (que está “criando a la china del año 2000”) son bastante endebles porque una cosa es llevarla a visitar Vinea y otra arrastrarla a misiones peligrosas. Podría tener un pase si al menos ello sirviera para explorar la relación de Yoko y Rocío o siquiera la personalidad de esta última; pero tampoco es el caso y la niña no deja de ser un añadido mayormente superfluo que sólo sirve para que, junto a Poky cometa alguna intrascendente travesura y le permita a Leloup marginar a Pol convirtiéndolo en su niñera.
Vuelve a apuntarse muy brevemente la relación sentimental entre Yoko y Pol, pero su secuencia “íntima” sólo dura un par de viñetas. Por desgracia, Leloup optará por no seguir profundizando en la misma y en el futuro Yoko permanecerá tan casta y pura como era de esperar de una heroína de la revista “Spirou” tradicional. Conforme aumenta el plantel de personajes fijos, con la aparente intención de construir una suerte de “familia” aventurera, más se nota la falta de caracterización e interacción verosímil entre ellos.
A estas alturas, ya lo dije, la “fórmula vineana” estaba agotada y esta entrega es una buena prueba de ello. En cada ocasión, la trama arranca con una misión de reconocimiento interrumpida por una anomalía o el descubrimiento de algún rincón perdido o reliquia del pasado de Vinea en la que interviene un villano megalomaniaco. Ese esquema general venía salpimentado por los gruñidos y quejas de Pol, los sensatos consejos de Vic, el momento para los niños, las valerosas hazañas y el acto en el que la protagonista demuestra su humanidad. Hubiera sido mucho más interesante plantear una historia más ambiciosa en concepto y extensión en la que, por ejemplo, los vineanos exiliados en la Tierra hubieran descubierto, a través de su contacto con los humanos, que en realidad eran siervos de una tiranía y que su idealizada civilización, a la que consideraban superior, no era sino un semillero de extremismos y conflictos larvados, situando a Yoko en el centro del torbellino para que pudiera tender puentes recurriendo a las mejores virtudes humanas que ella encarna. Es cierto que lo poco que Leloup nos cuenta de los vineanos apunta a que son una sociedad alejada de la utopía, pero ni éstos son conscientes de ello ni se abunda demasiado en el fondo de los conflictos.
“Los Exiliados de Kifa”, al final, no es un mal álbum pero sí inferior a lo que venía siendo la media de la colección y realizado como si fuera una de esas pinturas por números: siguiendo rigurosamente una receta, sin innovación, sorpresas ni desarrollos sobre lo ya expuesto en aventuras anteriores. Hay quien ha querido ver en su orientación familiar (familia que estaría integrada por Yoko, Vic, Pol, Khâny, las niñas Rocío y Poky, el robot-mascota Myna e incluso el vehículo propio en la forma de la Ryu) un intento de reinventar las aventuras vineanas, pero yo lo veo más como un giro hacia la space opera más convencional y argumentalmente perezosa.
“El Oro del Rhin” (1993) es una historia incluso más confusa que la del álbum anterior. Y es una lástima porque la ambientación es sugerente y la premisa tiene potencial.
Yoko viaja a Colonia para visitar a su amiga organista, Ingrid. En la famosa catedral de esa ciudad auxilia a una mujer japonesa atacada por un misterioso agresor. Ese será el punto de partida de una investigación que la llevará a reencontrarse con Ito Kazuky, el fabricante de armamento y enemigo de su padre al que ya se había enfrentado en “La Hija del Viento”. Éste le ruega que sustituya a la mujer japonesa herida, que era su secretaria personal, durante el viaje que va a realizar a bordo del Rheingold, un ferrocarril histórico de lujo, y en el curso del cual va a ultimar el cierre de una importante fusión empresarial.
Por razones no debidamente explicadas (y salvando una vez más la recriminación de Indrid, que le recuerda que ha de velar por Rocío), Yoko acepta la oferta y enseguida se ve envuelta en una conspiración con asesinato incluido y múltiples sospechosos, cada uno con sus propios secretos y agendas. Así, a bordo viajan sendos agentes de la CIA y la KGB (aunque la Guerra Fría había finalizado tres años antes), deseosos de hacerse con la peligrosa tecnología de la “Cámara de Anulación”; dos extraños doctores que deben certificar el estado de salud de Kazuky como parte del acuerdo de fusión y que llevan entre manos un lioso tejemaneje con electrocardiogramas y encefalogramas; un androide vestido de kendo que obedece las órdenes de no se sabe muy bien quién; y una especie de ninja enmascarado… Todo se mezcla en un doble y triple juego de traiciones que culmina con la revelación de una venganza.
En esta aventura a mitad de camino entre las novelas de Agatha Christie, James Bond y Largo Winch, Leloup no desenreda la confusa madeja hasta la última página, y no satisfactoriamente, a base de viñetas saturadas de explicaciones que solo Yoko parece entender. Kazuky quería ser el presidente de la empresa resultante de la fusión de otras dos alemanas; pero para conseguirlo engaña tanto a las compañías de seguros como a los agentes secretos; e incluso asesina a sangre fría a los recalcitrantes al tiempo que esquiva la venganza de aquellos a los que ha pisoteado en su búsqueda del poder. Lo esencial no es una premisa muy complicada, pero viene envuelta en demasiadas intrigas entrelazadas, giros, sorpresas, engaños y planes; tantos, de hecho, que es difícil saber quién hace qué y por qué.
Puede que ello se deba, al menos en parte y según el propio Leloup admite, a que dibujó y entregó las primeras páginas (se serializó, como de costumbre, en el semanario “Spirou” entre septiembre de 1992 y febrero de 1993) antes de tener una idea clara de cómo iba a discurrir y finalizar la historia; conforme fue avanzando, les tomó más cariño a ciertos personajes y, para darles mayor papel, modificó varias de las cosas que tenía inicialmente pensadas.
Es cierto, no obstante, que Leloup consigue que sigamos la aventura hasta el final. Al fin y al cabo, contiene elementos siempre atractivos: asesinatos en entornos cerrados, múltiples sospechosos con intereses encontrados, muertos que resultan no estarlo tanto, culpables que no son lo que parecen… Dejando aparte la casi incomprensible trama, hay que reconocer que el autor imprime un ritmo muy dinámico en el que no paran de ocurrir cosas.
Llama la atención lo sola que está Yoko en esta ocasión frente al nutrido reparto que últimamente solía rodearla. Ingrid juega un breve papel al comienzo y al final; Vic, por alguna razón no explicada, está ausente; y Rocío está en un hotel al cuidado de Ingrid y Pol. Éste consigue subir a bordo del tren haciéndose pasar por camarero y, aunque interviene directamente en algunos puntos de la acción, no deja de ser el acostumbrado comparsa gruñón y ocasional alivio cómico.
En cuanto al villano, encontramos aquí otro detalle relevante más allá de la ironía de que Yoko, que había sido su adversaria, termine convertida en su heredera. Kazuky es el símbolo de las multinacionales modernas, un ejecutivo arrogante, manipulador y obsesionado por el poder. Normalmente, Leloup, convencido de que las nuevas generaciones necesitan sueños e ideales, gustaba de finalizar las aventuras con una nota optimista y un mensaje moral. Por eso, en muchas de sus historias, los villanos, en lugar de ser castigados, se redimen aunque en ello pierdan la vida. Para él, liquidarlos con una pistola era la salida fácil, la satisfacción de un impulso visceral. Sin embargo, en esta ocasión Kazuky sí muere, una solución radical que Leloup achaca a que el personaje había caído tan bajo que no había otra solución lógica para él en el contexto de la trama.
Por otra parte, a estas alturas, está claro que Leloup sólo está dispuesto a ambientar las aventuras en lugares que él mismo haya podido visitar personalmente para tomar fotografías y recopilar documentación (a excepción, claro, de las historias que transcurren en Vinea). Este espíritu meticuloso y fiel a la realidad, le da a las narraciones una estética muy trabajada y una indiscutible verosimilitud; pero, al mismo tiempo, limita el número de escenarios que utiliza, una restricción que se hace cada vez más patente conforme la serie acumula episodios.
La maravillosa recreación del histórico ferrocarril Rheingold es producto de su antigua pasión no solamente por la mecánica y la ingeniería, sino, en concreto, por los ferrocarriles. El estudio de Leloup está recorrido por un complejo circuito de trenes eléctricos a escala que él mismo instaló con carácter permanente y por el que las locomotoras y vagones circulan de habitación en habitación, cruzándose unos con otros, atravesando túneles… Un hobby que hunde sus raíces en su infancia, en Verviers, donde vivía entre dos estaciones. Aunque de niño nunca tuvo el típico tren eléctrico de juguete, los maquinistas le conocían y le dejaban subir a las locomotoras. Muchos años más tarde, aquella nostalgia cristalizó en la pasión por las miniaturas ferroviarias –que, recordemos, compagina con el aeromodelismo-.
“El Oro del Rhin” es, a la postre, una intriga detectivesca fallida cuyo principal atractivo reside en la atmósfera y el dibujo. No es un auténtico desastre, pero sí hace lamentar que con los mimbres iniciales no hubiera podido tejerse una historia más sólida.
Y en este punto, el decimonoveno álbum, me detendré en mi revisión de la trayectoria del personaje. La razón es que, aunque la serie cuenta con diez entregas más (la última, de 2019, firmada por un Leloup de 86 años), realmente no se aportan ya ideas nuevas. He tenido la oportunidad de leer algún álbum más de la última época y he de decir que no me han parecido demasiado interesantes, reciclando por enésima vez las fórmulas que ya he ido comentando en esta serie de artículos. La ciencia ficción ha avanzado mucho desde los años setenta y hace tiempo que adelantó a Leloup y su heroína japonesa.
Pero, en cualquier caso, Yoko Tsuno es una de las heroínas de la CF más veteranas no sólo del comic europeo sino, me atrevería a decir, de todo el género en cualquier formato. Nada menos que medio siglo de historia y veintinueve aventuras avalan su exitosa trayectoria. Son peripecias que, sobre entornos exóticos –ya sea en otros planetas o en pintorescos lugares del nuestro- y dibujadas con una meticulosa y casi fotográfica línea clara, desarrollan thrillers de acción realistas que resaltan las mejores virtudes del ser humano, como la amistad, la generosidad, la compasión y el respeto por la vida y lo ajeno. Me atrevería a recomendar los doce primeros álbumes como aventuras disfrutables por un amplio espectro de lectores, especialmente aquellos con edades comprendidas entre los 8 y los 20 años, pero de las que un adulto también puede extraer un buen rato de diversión.
Muchas gracias por el detallado repaso y crítica a los álbumes de Yoko Tsuno. De niño siempre fue una serie que me encantó y, cuando la retomé, disfruté de los que tenía pendientes hasta llegar a cierto punto, más allá del cual empezaron esos componentes infantiles (Rocío, Myna, las batallas de monstruos gigantes) que fueron disruptivos con la trayectoria anterior, sin llegar a aportar nada bueno en su lugar. Gracias, por tanto, para aportar luz a las tramoyas de la creación de esas etapas tan extrañas y, para mí decepcionantes. Y gracias también que pares en este punto, porque ver cómo ha empeorado no solo el guión sino también el dibujo de Leloup en los últimos años, sobre todo en lo que toca a las caras, me rompe el alma y no hace justicia a su producción anterior. Es curioso cómo la otra heroína de la revista Spirou por excelencia, Natacha, ha mantenido mejor el tipo a lo largo de los años. Supongo que en esto ha ayudado que Walthery siempre ha trabajado con guiones ajenos y a que él mismo es un poco más joven que Leloup.
ResponderEliminarA propósito, uno de los pocos momentos en que pareció avanzar y madurar la serie de Yoko fue ese momento muy puntual en que (por lo que recuerdo) ella, al final de la aventura y mientras regresan en su tabla de windsurf, ella se reclina contra Pol, agotada, dejando claro que tienen una relación sentimental. Es algo que, por ejemplo, Natacha y Wanter no han explicitado nunca ni lo harán por el diferente tono de la serie. Pero no logro acordarme en qué álbum ocurre. Seguro que lo has mencionado en tu repaso, pero lo debo haber sobreleido. Puedes ayudarme? Muchas gracias y, denuevo, felicidades por el blog!
Fabián
Hola Fabián. Coincido contigo en tus apreciaciones y, de hecho, tengo pendiente de revisar también los álbumes de Natacha. La escena que mencionas en la tabla de windsurf es la final en "El Fuego de Wotan" y, sí, como tú dices, apunta claramente a una relación adulta entre ambos personajes. Lástima que el autor no profundizara por ahí... Un saludo
Eliminar