Como muchos personajes del Universo DC, Hawkman ha experimentado numerosos cambios en el curso de sus más de ochenta años de historia. En sus comienzos, partió de un concepto relativamente simple: en los años 40 del pasado siglo, el arqueólogo Carter Hall descubre que es la reencarnación de un príncipe egipcio, se hace con un par de alas con las que anula la fuerza de la gravedad y, junto a una estilizada máscara con forma de halcón y una serie de antiguas armas, se dedica a combatir el crimen.
En la Edad de Plata, cuando el editor Julius Schwartz propició la renovación de casi todos los superhéroes de la casa en base a premisas más propias de la ciencia ficción, Hawkman pasaría a ser un oficial de policía alienígena, Katar Hol, llegado a nuestro planeta persiguiendo a un criminal huido del suyo. Esta versión debutó en 1961 y perduró hasta la llegada de la seminal “Crisis en Tierras Infinitas” (1985) con la que se reordenó el Universo DC y se volvió a reinterpretar a muchos de sus componentes, en ocasiones con gran éxito, como fue el caso de John Byrne y “Superman” (1985), Frank Miller y su “Batman Año Uno” (1987) o Mike Grell y “Green Arrow” (1987). Y como estos tres autores, el encargado de revitalizar a Hawkman, no era un nombre hasta entonces asociado a DC.
A mediados de esa década, Timothy Truman, que se había labrado una reputación en el mundo del comic independiente gracias a personajes como “Grimjack” o “Scout”, habló con Gardner Fox (creador del Hawkman de la Edad de Oro) sobre una posible historia del personaje con sabor a la ciencia ficción pulp añeja. En 1986 y antes de que pudieran trabajar juntos en el proyecto, Fox murió. No mucho tiempo después, el editor de DC Mike Gold trató de atraer a Truman para que colaborara con la editorial y éste –mediando una dura negociación sobre los derechos de autor y la libertad creativa- puso sobre la mesa aquélla idea presentándola como un “Año Uno” de Hawkman, en la que se narraría el origen de Katar Hol, oficial de la ley en Thanagar.
Darle una nueva vida a Hawkman no era tarea fácil. El personaje era más un superviviente que un triunfador. Desde su creación, DC no había conseguido atraer sobre él la atención de los fans, ni siquiera con aquellos nueve episodios de “The Brave and The Bold” dibujados por Joe Kubert entre 1961 y 1962 y hoy tan ensalzados. Y es que incluso en los 60, la idea de un superhéroe que “sólo” volaba ya resultaba caduca, motivo por el cual se le transformó en un “exótico” alienígena de apariencia sospechosa pero convenientemente humana.
Fue ese aspecto alienígena en lo que Truman optó por centrarse en lo que se convirtió, a partir de agosto de 1989, en una miniserie de tres episodios, “Hawkworld”, que se convertiría en el punto de partida del nuevo Hawkman, similar y al tiempo diferente de su predecesor. En lugar de tratar de desenredar la absurdamente complicada continuidad de un personaje que había sido un noble egipcio resurrecto y un policía alienígena, decidió llevárselo a su terreno, abandonar la Tierra por Thanagar, adoptar los parámetros del género negro y alejarse de la típica revisión nostálgica para articular una corrosiva crítica a la sociedad y política contemporáneas.
La historia comienza en un Thanagar, planeta natal de Hawkman, muy diferente de la resplandeciente utopía que habían presentado los comics del héroe en la Edad de Plata. Ahora es el corazón de un imperio intergaláctico compuesto de multitud de mundos, un planeta que no dispone de suficiente superficie emergida como para mantener tanto a su población original como a los alienígenas que trabajan allí en régimen de semiesclavitud. Consecuencia de la escasez de espacio ha sido el crecimiento vertical de las ciudades, de tal forma que sólo los thanagarianos más acomodados disponen de la tecnología de alas antigravitatorias con las que pueden desplazarse entre los altísimos rascacielos, donde llevan una existencia de privilegios y lujo sin contemplar la mugre y la pobreza que dominan los niveles inferiores. Las alas, por tanto, simbolizan para los desposeídos no la libertad, sino la opresión.
Las élites de Thanagar ya no producen nada sino que dependen de otros mundos para su suministro de comida, entretenimiento (especialmente drogas) y, claro, mano de obra. Los inmigrantes alienígenas de los mundos conquistados son tratados como cautivos y, cuando ya no rinden o cometen alguna falta, aunque sea minúscula, se prescinde de ellos con absoluta indolencia. Acaban en los Bajos Fondos, sobreviviendo como pueden, a menudo robando comida y suministros médicos o comprándolos a traficantes desaprensivos.
Es una fea realidad que golpea duramente en su primera misión al joven Katar Hol. Procedente de una importante familia de las élites, ha decidido no obstante alistarse en los Alados, una fuerza policial de choque. Katar es un idealista enamorado del noble pasado de Thanagar y sus campeones, pero ya en su primera misión no tarda en darse cuenta, por las malas, de que él mismo ha pasado a convertirse en el brazo armado de un sistema corrupto e imperialista.
Su renuencia a formar parte de los trapicheos de su oficial superior, Byth, le aliena de sus compañeros y, eventualmente, a ser engañado para que asesine a su propio padre, crimen por el que es condenado al exilio durante diez años en una lejana isla. Allí experimentará una transformación espiritual que, a su vuelta tras cumplir condena, le llevará a rehacer su vida moviéndose en los bajos fondos y ayudando a los necesitados. Conocerá a uno de los pocos miembros honrados de los Alados, Shayera Thal, y juntos conseguirán derribar a Byth de su ahora políticamente poderosa posición y detener una guerra entre clases. Enviado a la Tierra para atrapar al fugado Byth –mutado, además, en un monstruoso ser cambiaformas por el abuso de drogas experimentales- la serie concluye así con la misma premisa básica que la del origen de Hawkman en la Edad de Plata.
Como muchas de las reformulaciones de superhéroes que se lanzaron en la década de los 80 del siglo pasado, “Hawkworld” es una deconstrucción del origen de Katar Hol. Los altos edificios de brillantes remates siguen estando ahí, pero los thanagarianos son ahora unos imperialistas que viven lujosamente gracias a la explotación y esclavitud a la que someten a los habitantes de los mundos que dominan. Los Alados ya no son los nobles héroes de antaño, sino una combinación de fuerza policial y ejército de ocupación; y las tensiones entre los más favorecidos y los menos se exacerban con el intercambio de drogas por armas que llevan a cabo elementos corruptos de las élites. El propio Katar acaba arrollado por el sistema, aunque al final se sobrepone gracias a la ayuda de Shayera y su propia determinación a reconstruir su vida sobre nuevas bases. A pesar de su triunfo personal, cuando llega el final de la historia, el sistema no ha cambiado y la corrupción y la opresión continúan formando parte integral de esa sociedad.
“Hawkworld” es, claramente, hija de la era Reagan, pero, por desgracia, no ha perdido actualidad. Las críticas que hace Truman de la explotación económica de planetas más desfavorecidos, la utilización de mano de obra extranjera barata al tiempo que se alimenta la xenofobia, o la brutalidad y corrupción policial, fueron valientes entonces pero hoy siguen resultando pertinentes. Como toda buena obra de ciencia ficción –y ésta lo es, mucho más que una de superhéroes-, “Hawkworld” se sirve de la ambientación alienígena para plantear cuestiones y problemas de nuestro propio tiempo, pidiéndole al lector que considere cuál es el coste de su cómodo tren de vida, que reflexione sobre el impacto que la globalización está teniendo sobre otras culturas distintas a la suya.
Katar Hol es una especie de ceñudo idealista, hijo del principal científico e intelectual de Thanagar y, por tanto, heredero de una incómoda relación con el sistema. Su padre inventó la tecnología que hace posibles los rascacielos y las alas que permiten a los thanagarianos vivir por encima de las masas de obreros, así que al comienzo de la historia Katar no es sólo un joven e insensato policía que trata desesperadamente de demostrar su valía, sino un hombre ilustrado que ha crecido rodeado por la ciencia y al que desconciertan y desagradan los males que han atraído los lujos con los que han vivido él y sus semejantes. Conforme avance la trama, Katar tendrá que añadir una pérdida personal al tormento que le causa su lucha contra el Estado, pero no estamos ante un Batman que persigue criminales para compensar su traumática orfandad, sino alguien dispuesto a derribar el sistema que su propia familia ayudó a levantar sólo para ser él mismo derrotado y obligado a vivir en lo más bajo de la sociedad para aprender humildad.
Truman fuerza la inclusión de muchos símbolos y pasajes alegóricos poco sutiles, empezando por la escena de caza y muerte que abre el comic, donde un halcón atrapa un lagarto para alimentar a sus crías sólo para ser luego devorado por un reptil de mayor tamaño; o la oxidada estatua del legendario héroe thanagariano que liberó a su pueblo y que se alza imponente sobre los degradados barrios en los va a tener lugar el encuentro de Katar con la dura realidad a la que había sido ajeno. Aunque este recurso habría resultado tópico y burdo en otra obra, aquí responde a la necesidad de suscitar un sentimiento de claustrofobia. Katar Hol no es el arquetípico héroe solitario que, como un Capitán América, se enfrenta valientemente contra el sistema armado sólo con su sentido de la justicia y elevados ideales, sino un hombre amargado que tiene una idea clara de que cómo debería funcionar el mundo, pero que en cada esquina se topa con muestras, explícitas o simbólicas, de cómo lo hace realmente.
Empapado de sombras y texturas pesadas, el dibujo de “Hawkworld” sólo se ilumina cuando Katar Hol se aparta de su pueblo, como en la cacería que cierra el primer número, o el exilio en la isla que constituye el grueso del segundo. El padre de Katar había diseñado las alas antigravitatorias para dar libertad a su gente, pero para Katar son una carga y sólo cuando sus pies tocan el auténtico suelo se siente liberado. No cuesta interpretar esto como una crítica de Truman al transporte moderno. Fabricamos coches que nos permiten movernos con mayor libertad, pero al mismo tiempo nos hemos convertido en sus esclavos, dependiendo además del petróleo extranjero y afectando al medio ambiente y, por ende, nuestra propia salud. Como le ocurrió a Oppenheimer, el padre de Katar se siente culpable por haber contribuido activamente a la autodestrucción de la cultura thanagariana.
Para esta tragedia en tres actos de descenso a los infiernos y renacimiento y con el fin de subrayar la opresión asfixiante que ejerce el cruel y desigual régimen thanagariano, Truman, con ayuda del entintador Enrique Alcatena, ensucia su dibujo creando una estética que no desentonaría de haberse publicado en revistas de CF adulta como “Heavy Metal” o la británica “2000 AD”. Puebla los bajos fondos con una imaginativa selección de razas alienígenas de aspecto agotado y desesperado a causa de las paupérrimas condiciones que soportan. El mismo fin tienen las modificaciones militares del uniforme de Hawkman, dando mayor empaque y realismo a lo que siempre había sido un atuendo un tanto ridículo. No está tan inspirado a la hora de retratar la opulencia de las clases altas, pero este es un punto que no afecta demasiado al corazón de la historia.
Puede llamar la atención que sólo rara vez se vea a los personajes de cuerpo entero. Truman, pese a haber sido alumno de la escuela del gran Joe Kubert, no es un gran dibujante de anatomías y quizá por ser consciente de ello, se las ingenia para, a través del montaje de página y viñeta, mostrarlos sólo parcialmente y ocultar así sus flaquezas en este aspecto. Por el contrario, es de resaltar su uso del silencio. Una de las principales características estilísticas de “Hawkworld” son sus largas secuencias mudas, verdaderos ejemplos de eficacia y concisión narrativas en las que la historia y los sentimientos se transmiten exclusivamente a través de las figuras, el contexto y el montaje.
En otro mundo u otra época, el magnífico uso que Truman hace de estas escenas sin palabras habrían tenido tanto o más impacto que el virtuosismo de “Watchmen” (1986) o la violencia y frases lapidarias de “El Regreso del Caballero Oscuro” (1986). En los años ochenta, los superhéroes maduraron, pero no siempre los autores supieron comprender y reflejar las complejidades de la sociedad real. No fue el caso de Truman, que en “Hawkworld” propone al lector una mirada crítica tanto al idealismo ciego e inmaduro como al precio de comprometer esos mismos ideales; y lo hace sin utilizar giros forzados ni el clásico marco de la lucha del bien contra el mal.
Aunque quizá una de las pegas sea que la némesis de Katar, Byth, se retrate erróneamente como responsable de buena parte de los males que aquejan a Thanagar, lo cierto es que él mismo no es más que el producto de un mundo violento, opresor y decadente que, además, hace gala de ello. La redención de Katar se produce sólo cuando renuncia a su pasado de opulencia y vocación marcial, uniéndose a los desfavorecidos, tratando de comprenderles y ayudarles, proporcionándoles las herramientas para que sean ellos quienes se alcen y tomen las riendas de su destino, en lugar de erigirse en un héroe de acción que, condescendientemente, haga el trabajo por ellos.
Truman jugó fuerte en este comic. Respetó el espíritu original del personaje sin destruir sus bases y al introducir los temas de la lucha de clases, la intolerancia, la violencia institucionalizada y la idealización y falseamiento del pasado como refuerzo de una política nacionalista, consiguió un producto adulto que conectó con muchos lectores. La miniserie fue un éxito; tanto, de hecho, que DC decidió continuarla como serie mensual a partir del siguiente verano… comprometiendo de paso todo el entramado de continuidad que la misma editorial había establecido recientemente en “Crisis en Tierras Infinitas”.
Y es que aunque la miniserie, tal y como la planteó Truman, era una narración del pasado de Katar Hol en su planeta natal, “Hawkworld”, la colección mensual, transcurría en el presente y en la Tierra (por mucho que llevara el mismo título). Esto significa que la primera miniserie post-Crisis de Hawkman, “The Shadow War of Hawkman” (1985-86) y su efímera colección en solitario, “Hawkman” (1986), fueron básicamente eliminadas de la continuidad, como también sus intervenciones en “The Outsiders”, “Action Comics” e “Infinity Inc”. Incluso y aunque brevemente, se había unido a la Liga de la Justicia durante el crossover “Invasión” (1988). Todas esas apariciones implicaban que Katar Hol llevaba siendo Hawkman muchos años, pero al comienzo de la serie regular “Hawkworld”, cuando Katar y Shayera llegan a la Tierra persiguiendo a Byth, se les trata como a desconocidos.
Así empezó una larga e infructuosa serie de intentos editoriales por dar sentido al enredo en que se había convertido la continuidad de Hawkman. A finales de los 90 y en la colección de la “Sociedad de la Justicia de América”, Katar Hol y Carter Hall acabarían fusionando sus respectivas historias cuando la editorial determinó retroactivamente que ambos personajes eran en realidad encarnaciones del mismo ser, el príncipe egipcio Khufu. Éste y su esposa, Chay-Ra, fueron asesinados por el malvado Hath-Set, quedando atrapados en un aparentemente interminable ciclo de muerte y reencarnación.
Sin embargo y pese a todos esos extravagantes cambios –por no decir ocurrencias-, “Hawkworld” sigue siendo una parte fundamental de la larga trayectoria de Hawkman. Es injusto que hoy haya quedado más olvidada que otras reinvenciones de superhéroes de la época porque gracias a su tratamiento de personajes y temas, su carácter de historia autocontenida que puede entenderse sin necesidad de conocer nada del pasado del personaje, y su indiscutible marca de obra de autor, “Hawkworld” mantiene hoy toda su vigencia.
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