Richard Corben fue uno de los autores gráficos americanos más importantes del pasado siglo. Surgido de la tumultuosa ola de comix underground de los sesenta y setenta, sus intereses también se extendieron al ámbito de la animación y la ilustración, desarrollando un estilo propio e inconfundible. Tanto, de hecho, que nadie fue capaz de imitarlo, especialmente su maestría en el uso del sombreado y el color. Sus historias navegaron por el terror, la fantasía y la ciencia ficción, rebosando estilización anatómica, humor negro y erotismo.
Aunque sus ilustraciones y portadas de discos siempre estuvieron muy cotizadas, en el mundo del comic Corben recibió una acogida más entusiasta en Europa que en su nativo Estados Unidos. En el viejo continente no sólo tenía menos problemas para publicar sino que su obra era recopilada en lujosos tomos y los editores le solicitaban más material para sus revistas. A través de la francesa “Metal Hurlant”, dio a conocer masivamente su “Den”, que más adelante fue continuada en “Heavy Metal”, la versión norteamericana de aquella cabecera. También aquí publicó “Las Mil y Una Noches”.
Mientras tanto, Corben colaboraba también para la revista “1984”, publicada bajo el sello Warren. Esta editorial se había distinguido desde los sesenta por sus revistas de terror, en las que revitalizó el género gracias a una excelente plantilla de autores –entre los que se encontraba el propio Corben-. Pero cuando la moda del terror en los comics empezó a perder fuerza, el editor Bill Dubay decidió subirse al nuevo carro de la ciencia ficción, del que tiraba con fuerza la recién estrenada “Star Wars” (1977). Y así, en 1978, lanza “1984”, una nueva revista dedicada exclusivamente a ese género que incorporaba el tono maduro y el erotismo suave que tan bien habían funcionado en “Creepy”, “Eerie” o “Vampirella”.
Fue para esa revista que Corben realiza los dos primeros capítulos de lo que iba a ser una serie de historias de ambientación postapocalíptica inspiradas en una narración previa de dos páginas, “Los herederos de la Tierra” (1971), y de la que tomó también su protagonista. Pero pronto se encontró en un dique seco creativo. Distraído por otras cuestiones, decide pedir ayuda a un guionista profesional con quien ya había trabajado antes en sus historietas para “Creepy”, Jan Strnad, con experiencia en narraciones de corte postapocalíptico. Liberado de la responsabilidad del guion, Corben pudo concentrarse en el dibujo, creando una de sus obras más redondas gráficamente.
La publicación seriada en “1984”, no obstante, fue totalmente insatisfactoria para los dos creadores. Por alguna razón, el editor Bill Dubay decidió, sin consultar con ellos, efectuar una serie de cambios en la ordenación de las páginas y los diálogos, un atropello que irritó a Corben y que probablemente le llevó en el futuro a tratar de editar sus propios comics sin depender de nadie más. Habría que esperar a la aparición del álbum recopilatorio para apreciar la obra en su concepción original y con ocho páginas adicionales que conformarían la versión definitiva de “Mundo Mutante” y que podemos disfrutar hoy.
Dentro de los trabajos underground y de terror relacionados con la CF que hizo Corben en su primera etapa, el subgénero postapocalíptico había sido uno de sus preferidos. En “Mundo Mutante”, nos presenta un futuro arrasado por la guerra atómica en la que los pocos humanos que han sobrevivido se han refugiado en bunkers subterráneos. La superficie, en la que la naturaleza se va adueñando de las ruinas de la civilización, es el dominio de criaturas mutantes, humanoides y animales, cuya única obsesión es conseguir comida. Un marco general, por tanto, que hoy nos puede parecer muy sobado pero que a mediados de los setenta no lo estaba tanto.
Aunque el cine sí había tocado el subgénero desde finales de los cincuenta, el comic norteamericano de CF seguía en su mayoría anclado en las aventuras espaciales ligeras o los futuros luminosos habitados por héroes de mandíbula cuadrada. Habían existido excepciones, como “Los CaballerosAtómicos” (1960), “Kamandi” (1972), los comics de “El Planeta de los Simios” (1974-77) o “Deathlok (1974). Pero incluso estas excepciones, siempre del comic mainstream, tendían a la épica y el heroísmo sin atreverse a abrazar el panorama incontestablemente cruel y violento que sin duda sobrevendría tras una guerra nuclear. El mundo del comic underground o de terror había hecho mejor labor en este sentido, pero en general siempre dentro del formato de historia corta (“Bloodstar”, de Corben, fue otra temprana excepción).
“Mundo Mutante” fue, por tanto, especial por ser una obra postapocalíptica adulta y de larga extensión, que no hacía concesiones al público generalista: era violenta, pesimista y carecía de héroes al uso. Su protagonista es Dimento, un mutante de considerable vigor físico pero intelectualmente retrasado cuyo único objetivo es encontrar comida y sobrevivir. Cuando ataca al caballo de una voluptuosa joven, Julie, ella despierta algo dentro de él y lo convence para renunciar a sus intenciones a cambio de indicarle la dirección a una casa en ruinas en cuyo interior, le dice, podrá encontrar huevos con los que alimentarse. El infantil Dimento allí se dirige sin saber que va a caer directo en una trampa.
A partir de aquí, Dimento irá sufriendo los abusos, engaños y ataques infligidos por todo tipo de seres: pícaros que lo lían para que les de su comida, osos mutantes de múltiples patas o un monje-guerrero que lo obliga a ser su criado. Vuelve a encontrarse con Julie, que, otra vez, colabora con unos mutantes para tenderle una emboscada. Dimento consigue liberarse y al principio deja a Julie abandonada a su suerte, siendo ésta la de ser violada por sus raptores hasta dejarla al borde de la muerte. Pero su buen corazón le empuja a rescatarla, sólo para perderla a manos de uno de los militares humanos que se esconden en el subsuelo y en cuyos laboratorios se están realizando unos terribles experimentos con los que intentan repoblar la superficie.
“Mundo Mutante” es, ya lo he dicho, un comic de CF postapocalíptica explosivo y brutal, hijo de su tiempo, aquél en el que la Destrucción Mutua Asegurada estaba en la boca de todo el mundo y el hongo atómico era la imagen más temida. La historia se antoja algo improvisada –algo normal si tenemos en cuenta su génesis y desarrollo- pero es entretenida y su antiheroico protagonista cala fácilmente en el lector. Los autores permiten que a pesar de su retraso mental –y, como se descubre, su auténtica edad-, conserve una inocencia y corazón generoso ya inauditos en el mundo que le rodea y le regalan un final feliz –al menos por el momento- rodeado de paz y acompañado de alguien que le aprecia.
El dibujo de Corben es sobresaliente, sobre todo si tenemos en cuenta lo pobremente coloreados –al menos en comparación con la actualidad- que estaban los comics de la época. Los experimentos un tanto chillones de “Den” quedan atrás y, gozando de una gran riqueza de tonalidades y mucha viveza, el color de “Mundo Mutante” está más contenido y en mejor sintonía con los lápices y la historia. Y como en sus otras obras de la época, volvemos a encontrarnos con ese estilo tan particular en el que las figuras tienen unos rasgos caricaturescos pero al mismo tiempo están sombreadas y coloreadas con un extraordinario realismo, creando un contraste extraño pero estéticamente compacto. Sus monstruos, por otra parte, parecen muñecos salidos de una pesadilla de Jim Henson, divertidos y ridículos, pero al mismo tiempo grotescos y peligrosos.
“Mundo Mutante” fue un éxito internacional que llevó a la aparición de una segunda parte, “Hijos de Mundo Mutante” (1990), autopublicado por el propio Corben en su sello Fantagor Press. En esta ocasión, el formato elegido fue el del comic-book, totalizando cinco números. En Europa y a través de Toutain, se realizó una recopilación en formato álbum.
La historia se centraba en esta ocasión en la ya adulta hija de Dimento, que en las primeras páginas asiste a la muerte de su padre tras el ataque de dos mutantes que habían asaltado su hogar. Lo último aquél le dice es que se acuda a la isla donde vive Max, un militar de buen corazón que había aparecido en “Mundo Mutante”. Así que la joven –de exuberantes formas, como todas las de Corben, aunque en esta ocasión completamente calva- se pone en camino acompañada de su enorme oso pardo, Ollie.
Por el camino, irán apareciendo otros pintorescos personajes, como el aeronauta-astrónomo Herschel o dos cazadores sin nombre, padre e hijo, que siguen la pista de Ollie para cazarlo. Ahora bien, la isla a la que Dimentia se dirige no es ni mucho menos un lugar seguro. Max y sus pacíficos seguidores se hallan asediados por una horda de violentos mutantes comandada por el terrible Mudhead
“Hijos de Mundo Mutante” no reviste el interés de su predecesora. Es una lectura entretenida pero intrascendente. Y no porque sus préstamos sean demasiado evidentes (las plantas asesinas que rodean la isla, dotadas de un aguijón letal, recuerdan a “El Día de los Trífidos”, 1951; mientras que el grupo de grotescos mutantes liderados por un terrible gigante que asedian a un grupo de colonos fusila la premisa de “Mad Max 2”, 1981), sino porque la historia no cuenta nada verdaderamente original. Y cuando el argumento es poco sustancioso, lo único que puede arreglarlo son los personajes. Pero en esta ocasión, tampoco esta es una carta a jugar.
Dimentia es un personaje plano. Aparte del casi irracional cariño que siente por su oso y la añoranza de su padre, desconocemos cómo es realmente. No hay escenas que nos descubran su personalidad, sus miedos, sus esperanzas, su forma de arrostrar el peligroso mundo en el que vive. En un momento dado, expresa su anhelo de encontrar un lugar donde vivir en paz, idealizando la isla hacia la que se dirige; acto seguido, muestra una total indiferencia por Herschel, al que acaba de salvar de morir ahogado; y unas pocas horas después, mientras ambos se encuentran prisioneros de los mutantes, se entrega sexualmente a él de forma absolutamente gratuita. Da la impresión de que ha heredado, al menos en parte, el retraso mental de su padre, pero no queda claro.
Lo mismo puede decirse de Herschel, del que se cuenta poco y, encima, incoherente. Recuerda bastante en su presentación al piloto chiflado de “Mad Max 2”, pero sin su carisma. Tampoco tiene interés alguno el villano principal, que reúne todos los tópicos del subgénero postapocalíptico: enorme, cruel, feo, violento… Los más interesantes del reparto son el atormentado Max, ahogado por la pena por la muerte de su amada –por cierto, un clon de la madre de Dimentia- y sobrepasado por la responsabilidad de cuidar de quienes están a su cargo; y el dúo padre e hijo, que simboliza la brecha generacional entre el mundo pre-apocalipsis y el post. El padre, bajo su fachada de curtido superviviente, aún conserva cierta sensibilidad hacia la belleza natural y una escala de valores: se niega a matar a Ollie tanto por la ilusión que le produce, después de tantos años, ver a un oso sano y salvo como porque el animal le ha salvado la vida a su hijo. Pero éste, por su parte, no comprende los reparos de su padre. Es ya un producto de un mundo que no ha conocido la civilización.
El problema es que Strnad no llega a sacar auténtico partido a estos personajes y no dejan de ser meras anécdotas en una historia con un final predecible y poco memorable. Es cierto que en esta secuela los autores dispusieron de menor extensión (59 páginas frente a 71) y que cada comic-book sólo ofrecía 12 páginas de esta historia (el resto lo completaban historietas de amigos suyos), por lo que el margen para dotar de densidad a la historia y tridimensionalidad a los personajes, era escaso.
Por otra parte, es imposible calificar negativamente un trabajo de Richard Corben. Aunque su estilo es muy personal y no tiene por qué ser del gusto de todo el mundo, es demasiado buen dibujante y narrador como para hacer un comic mediocre (aunque aquí sí tropieza aquí y allá, como el montaje del ataque del lobo en el primer capítulo; o la no explicada presencia del padre y el hijo en la isla cuando se produce el ataque mutante). Utiliza con habilidad su característica mezcla de caricatura y naturalismo para crear y diferenciar entre sí sus monstruos y personajes. El oso Ollie, por ejemplo, está espectacularmente dibujado y los cuerpos desnudos, como en la escena del río, tienen una textura tan realista que casi parecen fotografías. En el debe podemos indicar el soso diseño de la protagonista es bastante soso; y el del Mudhead, como he dicho, poco inspirado por tópico.
Tampoco encontramos ya aquí el complejo y rico coloreado de “Mundo Mutante”. A estas alturas, Corben había abandonado el mundo de las revistas y el formato de las novelas gráficas, donde contaba con el tiempo, la extensión y el apoyo financiero necesarios para exhibir su talento. Cuando, harto de las intromisiones de los editores, decidió autoeditarse, hubo de reconocer sus limitaciones y adoptar un estilo y un método de trabajo más práctico. No le dio demasiado buen resultado en este caso, como demuestra el hecho de que los dos primeros números de la miniserie fueran en color y los tres últimos, víctimas de las malas ventas, retrocedieran al blanco y negro (en las ediciones en álbum, pasadas y presentes, puede disfrutarse íntegramente en color).
En resumen, un comic que no sorprende demasiado, que no incomoda pero que tampoco dejará una huella duradera en el lector, ni por sus personajes ni por su argumento. Prescindible excepto para auténticos amantes del arte de Corben.
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