24 oct 2020

1968- SILVER SURFER – Stan Lee y John Buscema


A finales de los años sesenta, Stan Lee había abandonado casi por completo su función de guionista para “Los Cuatro Fantásticos” y “Thor”. Se encargaba de escribir el “Capitán América” pero, aunque seguía figurando acreditado como autor del guion de aquellos otros dos títulos, la verdad es que, en el mejor de los casos, se limitaba a aportar alguna vaga idea a Kirby, que era quien se responsabilizaba de trama y argumento, entregando sus planchas a Lee para que simplemente añadiera los diálogos.

 

Entonces, ¿a dónde iban a parar las energías creativas de Lee? Pues básicamente a la producción, coordinación y promoción de los comics de la compañía. Durante los primeros años de su nueva etapa como Marvel, el catálogo de títulos de la editorial había estado limitado por el acuerdo que, con el fin de salvar a la compañía de una nefasta decisión años atrás, había firmado Martin Goodman con la distribuidora propiedad de su competencia, DC. Pero ahora, libre por fin de esas cortapisas, la línea de comic books podía expandirse más allá de antologías como “Tales of Suspense”, “Strange Tales” o Tales to Astonish”, donde habían nacido muchos de los superhéroes de la casa, imposibilitados hasta ahora de tener título propio.

 

Así, el Capitán Marvel obtuvo su propia cabecera mientras que “Marvel Super-Heroes” continuaba presentando nuevas series en cada número y el derivado de “Sargento Furia”, “Captain Savage and His Leatherneck Raiders” llegó a los quioscos a comienzos de 1968. Además, la compañía empezó a experimentar con nuevos formatos, con más páginas y más caros. Uno de ellos fue “Spectacular Spider-Man”, una revista en blanco y negro de la que llegaron a salir sólo dos números; otro fue la colección regular de “Silver Surfer”.

 

Silver Surfer había aparecido por primera vez en “Fantastic Four” 48, salido de la imaginación de Jack Kirby. Mientras dibujaba las planchas de ese número, imaginó que un ser como Galactus, el Devorador de Mundos, necesitaría un buscador de presas, un heraldo de su llegada. Así que insertó la ilustración de un ser esbelto y plateado montado sobre una tabla de surf. Con todo lo ridícula que a priori pudiera parecer esta idea para representar una entidad cósmica, el caso es que funcionó de maravilla e inspiró a Lee y Kirby para crear una de las mejores sagas del comic book de superhéroes: “La Trilogía de Galactus”.

 

Tal y como se nos contaba en esos números, cuando el semidios Galactus llegaba a la Tierra para consumir toda forma viviente, su heraldo, Silver Surfer, conocía accidentalmente a Alicia Masters, quien le mostraba la belleza y potencial de la especie humana. Surfer, entonces, se volvía contra su amo y ayudaba a los Cuatro Fantásticos a salvar el planeta, un acto de nobleza que le valdría un castigo: Galactus estableció una barrera alrededor de la Tierra que impediría a su antiguo sirviente volver a surcar los caminos del espacio. Es natural que Kirby estuviera tan orgulloso de este personaje que había creado –aunque había sido Stan Lee quien lo perfilara y le diera su característica personalidad-. Por desgracia y para su disgusto, las circunstancias le iban a apartar del mismo.

 

Por aquel entonces, el propietario de Marvel, Martin Goodman, vendió la empresa al holding encabezado por el millonario Martin S.Ackerman, por unos ridículos 15 millones de dólares (apenas la facturación anual de Marvel) más algunos bonos de Perfect Film, su empresa matriz. Ahora bien, la clave del acuerdo era Stan Lee, ya por entonces una celebridad y rostro público de la compañía. Sin él, el trato no se llevaría a cabo. Así que Goodman le otorgó un contrato de tres años con la promesa de un aumento en sus ingresos. Ingenuamente, Lee no quiso sacar provecho de su posición y presionar a quien consideraba su amigo, así que se aceptó lo que le ofrecieron. Las promesas de seguridad financiera que se le hicieron jamás se materializaron.

 

Incluso aunque se le engañara con promesas falsas, Lee estaba mejor considerado que Jack Kirby. El abogado de éste contactó con los nuevos propietarios para recordarles que Marvel contaba con dos genios creativos. La respuesta fue algo así como “No seas estúpido. Stan creó todo y los artistas solo dibujaron lo que él les dijo”. Hubo ejecutivos de Perfect Film que incluso creían que Lee también lo dibujaba todo.

 

Al final, no había mucho que Kirby pudiera hacer. No sólo necesitaba el trabajo sino que en mayo de 1968, estaba literalmente endeudado con Martin Goodman. Cuando su hija Lisa enfermó de asma, el artista pensó que mudarse al más benigno clima de California la ayudaría, pero necesitaba dinero para los gastos del viaje. Marvel le prestó 2.000 dólares, préstamo que venía con la implícita cláusula de no verbalizar sus frustraciones y adoptar un perfil más sumiso.

 

Y una de esas frustraciones fue, precisamente, “Silver Surfer” nº 1 (agosto 68), la culminación de los esfuerzos de Stan Lee por convertir al héroe cósmico en protagonista de su propio título. En ese episodio inaugural se revelaba que Surfer había sido en el pasado Norrin Radd, un aburrido nativo del utópico planeta Zenn-La. Cuando ese mundo fue amenazado por Galactus, él se ofreció a ser su heraldo a cambio de que no lo consumiera. Éste, le dotó de inmensos poderes cósmicos y le encomendó la tarea de recorrer el universo buscando planetas aptos para saciar su apetito.

 

En buena medida, ese origen contradecía y blanqueaba lo que hasta ese momento se sabía del personaje. Era fácil comprender, en su presentación en “Los Cuatro Fantásticos”, que Surfer había sido cómplice de la destrucción de incontables planetas por su amo. Era un alienígena inhumano que gracias a su contacto con la bondad de Alicia y el heroísmo de los Cuatro Fantásticos, empezaba un proceso de transformación. En cambio, ahora y ya en su propia colección, nos decía Lee que originalmente ya había sido un alma compasiva, que había amado y tenido anhelos y que se había sacrificado para alejar a Galactus de su propio mundo, perdiendo de paso a su amada Shalla-Bal.

 

Desde luego, esa no era la visión que Kirby había concebido para su personaje. Pero él había sido apartado de este nuevo proyecto. Stan Lee eligió como artistas a John Buscema y Joe Sinnott. Roy Thomas afirmó a posteriori que la decisión de Lee no había venido motivada por la malicia, el resentimiento o las dudas acerca de la capacidad de Kirby, sino todo lo contrario. No había querido sobrecargar a su colega con más trabajo del que ya tenía (guion y dibujo de “Los Cuatro Fantásticos” y “Thor” y arte del Capitán América). Quizá, efectivamente, a Lee no se le ocurrió que a Kirby le disgustaría quedar al margen de la colección regular de Silver Surfer, pero así fue.

 

Además, cabe otra posibilidad menos piadosa con Lee. En 1967, se había producido una primera intentona de lanzar una serie protagonizada en exclusiva por Silver Surfer. Martin Goodman tuvo entonces el proyecto de inaugurar una nueva cabecera dedicada a Hulk, cuyas aventuras hasta ese momento se habían contado en “Tales to Astonish” compartiendo cabecera con Namor. La idea era llenar el hueco en esa revista con las peripecias de Silver Surfer. Así, el surfista cósmico, dibujado por Marie Severin cruzó su camino con el gigante verde en los números 92 y 93 de “Tales to Astonish” (junio-julio 67). Pero no hubo continuidad y el proyecto nunca llegó a materializarse (esa colección moriría en marzo de 1968, transformándose en el segundo volumen de “Hulk” y comenzando su numeración con el 102). Así que la historia que habían preparado Lee y Kirby y en la que Surfer se enfrentaba a Quasimodo, acabó integrada en el Anual nº 5 de “Los Cuatro Fantásticos” (publicado en agosto de 1967 como “Fantastic Four King-Size Special).

 

Pero ya en aquella primera colaboración centrada en el personaje ambos autores chocaron en cuanto a la interpretación y orientación que querían darle al mismo: para Kirby, Surfer era un alienígena frío y emocionalmente distante, mientras que para Lee era una especie de ángel caído que sufría en sus carnes y espíritu los males de la especie humana. Tras enterarse del nuevo origen que Lee había escrito para el personaje, Kirby se desvinculó del mismo y archivó las páginas que por su cuenta y riesgo había dibujado narrando un origen diferente en la esperanza de entrar a formar parte del proyecto. En lo que a él concernía, el de Lee no era su Silver Surfer.

 

En cualquier caso, estaba claro que este “nuevo” Surfer era una criatura de Lee, que, además, se mostró extraordinariamente protector hacia él, limitando mucho el que otros guionistas pudieran utilizarlo hasta comienzos de los años ochenta, bastante después de que hubiera dejado de escribir comics regularmente. Lee creó este comic para los fans acérrimos de Marvel que conocían bien la cada vez más complicada continuidad de su Universo y que demandaban un tono más adulto y comprometido con temas que la mayoría de las colecciones solo tocaban por encima.

 

Lee quería que se recordara a “Silver Surfer” como su obra magna y estaba dispuesto a que destacara sobre el resto del catálogo de Marvel. Así, se publicó, ya lo he apuntado más arriba, con un formato mayor a un precio de 25 centavos (en lugar de los 12 habituales), cadencia bimensual y 64 páginas, de las cuales 38 o 40 estaban dedicadas a la aventura del titular y el resto a series secundarias, como la del Vigilante, en la que el dibujante Gene Colan reformulaba antiguas historias de fantasía publicadas en las antologías de la casa. A pesar del fracaso de otros editores con los formatos de mayor tamaño, a Marvel sí le había ido bien con sus King-Size Specials de 1967 (que, además, no incluían las habituales reediciones), así que Lee decidió apostar en ese año 1968 por la misma fórmula pero aplicada a una serie regular.

 

Y así, con una generosa extensión mensual a su disposición para explorar la personalidad de Surfer, Lee decidió convertirlo en observador de los triunfos y fracasos de la especie humana. Pero también le provocó una división interna entre su piedad y el deseo de ayudar a los hombres y su lealtad al recuerdo de su amor perdido, Shalla Bal, que había quedado atrás, en su planeta natal. Como resultado, se encontraba víctima de una perpetua angustia, prisionero en un planeta que no sabía si amar u odiar. La suya era una dicotomía curiosa: un ser de inmensos poderes pero también de igualmente inmensa vulnerabilidad emocional. El problema era que, al elegir esta opción, al hacer a Surfer más humano y, por tanto, capaz de entender e identificarse con los terrícolas, Lee diluyó la misma característica que había hecho del personaje un vehículo tan efectivo de comentario social: su naturaleza extraterrestre y, consecuentemente, capacidad de observarnos y juzgarnos desde la distancia.

 

Es lo que sucede ya desde su aventura inaugural, en la que, como indiqué, se narraba su origen como Norrin Rad. No sólo perdía a su planeta y su amada, sino que acababa prisionero en un planeta que ni entendía ni éste le entendía a él. Aunque Lee consiguió darle personalidad y profundidad, lo hizo al precio de la verosimilitud. ¿Cómo podían creer los lectores esos encendidos discursos de Surfer sobre la especie humana cuando él era obviamente igual de humano en su interior?

 

Como guionista y editor de “Silver Surfer”, Lee gozó de absoluta libertad y dio rienda suelta a sus pretensiones filosóficas y ánimo moralizante, lanzando continuas peroratas contra la violencia inherente al ser humano y sus prejuicios hacia todo lo diferente. En el primer número encontramos uno de sus característicos monólogos de recargada prosa: “En ninguna galaxia, en ningún confín infinito del espacio he hallado un planeta más agraciado que este. No existe mundo dotado de mayor belleza natural o clima más benigno. ¡Reúne todas las condiciones necesarias para ser un paraíso! Lluvias en gran abundancia, un suelo tan fértil como para alimentar a toda la galaxia y un sol siempre cálido y constante que simboliza vida y esperanza. Es como si la raza humana hubiera sido favorecida por la divinidad entre los demás seres. Sin embargo, en su incontrolable locura, en su imperdonable ceguera, buscan destruir esta brillante joya, esta plácida gema, esta bendita esfera que los hombres llaman Tierra”.

 

No es que esos discursos se distinguieran por su sutileza, profundidad o ánimo polémico –más bien todo lo contrario- pero sí eran sinceros y por ello sintonizaron bien con una parte de los lectores adolescentes de finales de los sesenta, una época marcada por la violencia tanto en forma de guerras como en conflictos civiles internos. Stan Lee era un humanista agnóstico que utilizaba sus comics para insertar su filosofía: la arenga igualitaria de los X-Men o la reivindicación de la responsabilidad personal en Spiderman. El mismo enfoque, pero mucho más explícito y amplio, adoptó para “Silver Surfer”.

 

Dos años antes de que los más reconocidos “Green Lantern/Green Arrow” introdujeran la conciencia social en los comics de superhéroes, Silver Surfer predicaba su evangelio humanista: conciencia ecológica, tolerancia, respeto por la dignidad básica del hombre… En este ángel caído de piel plateada encontró Lee su más fiel portavoz. Los monólogos grandilocuentes de prosa amanerada e innecesariamente florida dominaban unas historias que criticaban la ignorancia, la brutalidad, el racismo, el materialismo y otros aspectos ridículos del hombre y sus instituciones, como los militares, los científicos, la policía o la religión, pero también la mentalidad gregaria y la locura en la que se regodean las masas.

 

Teniendo claro cuál era su público objetivo y la meta que deseaba alcanzar, Lee convirtió la serie en un ejercicio alegórico mayormente ajeno a la continuidad Marvel y cuyo simbolismo podía resultar familiar a los estudiantes universitarios entre cuyas lecturas se contaran Poe, Steinbeck o Faulkner. Y aunque hubiera lectores que no captaran las referencias en los dos primeros números de la colección, tenían poca disculpa con el nº 3 (diciembre 68). Las alusiones mesiánicas que pudieran haberse pasado por alto eran explicitadas en este, el mejor número de la serie.

 

Lee, poco amigo de polémicas, insistió pública y repetidamente en que no pretendía trazar un paralelismo entre Jesucristo y este héroe noble y de verbo fácil que predicaba la paz mientras era perseguido por aquellos a los que pretendía salvar, pero era difícil no hacer tales comparaciones cuando, representado con los brazos en cruz y mirando a los cielos, ponía en su boca discursos como este: “Perdóname por lo que estoy a punto de hacer. Y dame fuerzas para que yo los perdone a ellos, por haberme forzado a hacer esto”.

 

Por si esto fuera poco, en ese número 3 se presentaba al propio Satán como némesis del protagonista. Esta versión Marvel del Demonio cristiano recibió el nombre de Mefisto y aunque su atuendo (capa, guantes, botas… todo de color rojo, por supuesto) recordaba al de un personaje propio de comics de superhéroes, su papel era solo uno: tentar al héroe para que vendiera su alma a cambio de lo que más deseaba, reunirse con Shalla Bal. Mefisto era testigo de cómo Surfer seguía tratando de ayudar a la Humanidad solo para verse rechazado una y otra vez: “Cuántas veces antes he temblado ante la presencia de tan impresionante bondad. ¡Mártires a quienes el propio hombre, en su abismal locura, abandonó! Y ahora, también a él lo han abandonado. ¡También lo han rechazado!”

 

Aunque Lee no se refería a él como el Satán de la mitología cristiana, lo es en todo menos en el nombre: la personificación del mal y el celoso custodio de su perversa misión: poner a prueba y seducir a los humanos para que abandonen su innata bondad. Al percibir que Silver Surfer, con su ejemplo, puede ser una amenaza para sus propósitos corruptores, decide capturarlo y teñir su alma de oscuridad para así dejarlo atrapado en el Infierno. Y entonces, como en la Tentación de Cristo en el desierto, presenta a su víctima imágenes de riquezas más allá de toda imaginación, los placeres de la carne y el dominio de imperios galácticos. Pero como hizo Cristo, Surfer los rechaza. Y aunque gana la batalla, la guerra continúa porque, como dice Mefisto: “Mientras pueda apelar a los instintos más bajos del Hombre… la codicia, el odio y la agresividad, el miedo y el recelo hacia sus semejantes…mientras el Hombre se tome la justicia por su mano, en las calles, en el campo de batalla…mientras el crimen se extienda por la Tierra como un hongo mortífero.. ¡Sólo Mefisto podrá cosechar la recompensa eterna!”.

 

Esta historia no habría funcionado tan bien de no haber contado con un dibujante a la altura. John Buscema era uno de los artistas favoritos de los aficionados por aquellos años gracias a su dinámico trabajo en “Los Vengadores”. Pero aunque pronto destacaría, además de en “Silver Surfer”, por sus páginas para “Thor” o “Los Cuatro Fantásticos”, su educación clásica (en el High School of Music and Art, el Instituto Pratt y el Brooklyn Museum) y su interés en comics de prensa como “Terry y los Piratas” o “El Príncipe Valiente”, le hacían sacar lo mejor de sí mismo en historias de corte más realista, como se vería en su espectacular etapa en “Conan”, donde se convertiría en el artista con el que más íntimamente ha quedado asociado el personaje.

 

Buscema nació en 1927 y empezó a dibujar desde la infancia antes de decidirse por el camino de los deportes, concretamente el boxeo, disciplina para la que recibió adiestramiento. En esa etapa dibujó algunas ilustraciones de púgiles locales que llamaron la atención lo suficiente como para ser publicadas y, antes de que se diera cuenta, estaba trabajando como artista de plantilla para Timely Comics (la futura Marvel), donde dibujó un poco de todo. Tras pasar una temporada en el ejército, regresó a la editorial hasta que la crisis que ésta atravesó a mediados de los cincuenta la llevó a despedir a casi todos los empleados. Buscema se dedicó entonces al arte comercial, aunque no abandonó del todo el mundo del comic, sobre todo con encargos para Dell, editorial para la que realizó un buen montón de adaptaciones de películas y programas de televisión.

 

Finalmente, cuando por fin Marvel Comics empezó a coger impulso de nuevo a mediados de los sesenta, Stan Lee se puso en contacto con él para que se encargara de episodios de relleno para las series de “SHIELD” y “Hulk” antes de ascenderlo de división como artista regular de “Los Vengadores”. Tan popular fue Buscema que su estilo llegaría a eclipsar el de Jack Kirby como “carta de presentación” de la compañía y su libro “How To Draw Comics the Marvel Way” se convirtió en un best seller.

 

En “Silver Surfer”, John Buscema estaba ya en la cima de su carrera, transformando lo que podría haber sido una simple historia superheroica en una fábula neorreligiosa que advertía sobre el poder del mal con imágenes evocadoras. Su diseño de Mefisto permaneció inalterado durante décadas y las viñetas tenían una majestuosidad y atmósfera muy especiales. Buscema dibujaba a Silver Surfer no sólo con una magnífica elegancia (hasta el punto de que en buena medida su versión fue la que asumieron como estándar el resto de los dibujantes de Marvel) sino que supo exteriorizar en sus gestos y rostro (de facciones obligadamente muy sencillas dada la capa metálica que cubre todo su cuerpo) su tormento interior.

 

Este número 3, en definitiva, fue un icono del Marvel de los sesenta, una demostración de la capacidad de Stan Lee para narrar aventuras superheroicas diferentes a las que se habían podido ver en el género hasta entonces y abriendo un camino que luego seguirían otros creadores.

 

El número 4 (febrero 69) era más convencional: manipulado por Loki, Surfer acababa en Asgard enfrentándose a Thor. Pero el nº 5 (abril 69), quizá el último verdaderamente interesante de la colección, volvía a ser una historia muy en la línea de los gustos y sensibilidad de Lee. Éste, en solo tres números, había llevado al personaje del autosacrificio mesiánico a la angustia existencial provocada por su anhelo de recuperar aquello que apreciaba de su pasado “humano” (simbolizado por Shalla Bal) y la compasión que le inspiraba la desventurada especie humana. A la mezcla se añadía la desesperación por escapar de la Tierra antes de que las maldades y locuras de la Humanidad acabaran haciendo mella en él.

 

El problema era que Surfer no era capaz de asumir que los hombres no eran perfectos ni iban a alcanzar la perfección en un futuro cercano y buscaba, casi siempre infructuosamente, la semilla de nuestra grandeza. Lee retrató invariablemente a nuestra especie como agresiva y autodestructiva independientemente de su credo ideológico, nacionalidad o sistema político. Surfer se encontraría con rusos, chinos o latinoamericanos que eran tan mezquinos como los propios norteamericanos. Como resultado, sufría decepción tras decepción, sumiéndose en una depresión de la que emergían unas reflexiones sobre la bondad básica de la humanidad que en la mayoría de los casos sonaban poco convincentes: “Los hombres parecen locos, pero no sin esperanza. Algún día aprenderán a dominar sus emociones como dominan el mundo físico que les rodea. Solo necesitan tiempo”. ¿Durante cuánto tiempo podía mantener Surfer ese optimismo si número tras número lo único que experimentaba eran las peores facetas de la gente?

 

Es el caso de este número 5, en el que, tan solo intentando encontrar un trabajo para poder integrarse en el mundo, choca contra la sospecha, el prejuicio, la desconfianza y la exclusión. Luego, intentando ayudar a un vagabundo que lo ha perdido todo en el juego, acaba recibiendo una paliza de unos matones. Desde que encontrara a Alicia Masters en “Los Cuatro Fantásticos” nº 49, Surfer no había dado con una sola persona digna de ser salvada. No es de extrañar que siempre anduviera tan deprimido.

 

Pero por fin, en este episodio, Lee consigue introducir un rayo de esperanza con la presentación de Al Harper, un hombre negro (la elección de la raza era completamente premeditada) que resulta ser también científico y, además, con el conocimiento necesario para romper la barrera invisible establecida por Galactus y que impedía a Surfer salir al espacio. Pero esos planes de huida son frustrados por la llegada del Extraño, un alienígena de inmensos poderes que había aparecido por primera vez en “X-Men” nº 11 (mayo 65) y que decide (como el Dios vengativo del Antiguo Testamento con Sodoma y Gomorra) que la Tierra debe ser destruida al no encontrar en ella a nadie digno de ser salvado. Con una bomba Negavida a punto de estallar, Surfer lucha contra el Extraño mientras Al Harper trata infructuosamente de avisar a las autoridades e incluso es perseguido por una turba de racistas. Al final, Harper encuentra la bomba y sacrifica su vida desactivándola. El confundido Extraño reconoce que: “Eso significa que en algún lugar de este loco planeta había un hombre dispuesto a dar su vida para que otros vivieran. De nuevo he errado al juzgar a la salvaje pero extrañamente desinteresada raza humana”.

 

Este era exactamente el tipo de historia humanista que Lee quería contar y que sus entregados seguidores deseaban leer. El problema era que estos últimos no eran suficientes. La mayoría de los lectores no consideraron que las historias estuvieran al nivel del precio que debían pagar por ellas (que, recordemos, era el doble que el de un comic-book normal). Así que tras el número 7 (agosto 69), el experimento llegó a su fin y la colección “Silver Surfer” se ajustó al estándar de la compañía, ofreciendo 32 páginas a doce centavos.

 

Con la reducción de formato y páginas, también vino el del entusiasmo de los dos creativos implicados. Desilusionado por la insuficiente aceptación de su proyecto estrella, los guiones de Lee se encajonaron en una sucesión de historias repetitivas en las que el protagonista se las veía con el “enemigo del mes”, sufría la incomprensión de los humanos y lanzaba sus autocompasivos discursos.

 

Durante un tiempo, pareció que Lee quería mantener a Silver Surfer en los márgenes del Universo Marvel, escribiendo aventuras bastante torpes que lo fueron enfrentando a la típica mezcolanza de adversarios pulp que podían verse en los tebeos de la primera época de la editorial: malentendidos con otros héroes (Spiderman en el nº 14; la Antorcha Humana en el 15; SHIELD en el 17), alienígenas (el Jefe Supremo en el 6), científicos locos (un trasunto del doctor Frankenstein en el 7), criaturas sobrenaturales (el Holandés Errante en el 8), dictadores sudamericanos (nº 10), sectas de brujos (nº 12), villanos importados de otras colecciones (la Abominación en el nº 12), robots (nº 13)… con apariciones aquí y allá de Mefisto (nº 8, 16 y 17).

 

El dibujo de Buscema se había beneficiado del mayor formato de la revista, pero cuando ésta se redujo a las dimensiones comunes al resto del catálogo, parte de su calidad gráfica desapareció junto a esas páginas –no ayudaron las tensiones con Stan Lee, confuso acerca de la dirección que debía tomar la serie y que empezó a imponer excesivas e injustificadas correcciones a las páginas del dibujante-. Además, Buscema perdió el sólido entintado de Joe Sinnott al poco de empezar la colección y ya en el número 4 éste fue sustituido por su hermano Sal Buscema, que hizo un trabajo bastante competente en los números 4 al 7. Pero era evidente que el dibujante se tomaba menos interés en el dibujo y el siguiente entintador, Dan Adkins, no podía suplir la cada vez más frecuente carencia de fondos ni compensar la impresión general de apresuramiento.

 

Se hizo dolorosamente evidente que Stan Lee ya no sabía qué hacer con el personaje. Había agotado la idea inicial y la colección carecía de rumbo claro. El personaje no evolucionaba ni había arcos argumentales que permitieran un buen desarrollo de los guiones. Como mucho, las aventuras duraban un par de episodios, pero solo para incrementar el número de páginas de peleas y combates. El descontrolado gusto de Lee por hacer que sus personajes hablaran de sí mismos en tercera persona terminó por resultar tan cansino como las continuas lamentaciones y sermones del protagonista, hasta el punto de que más parecía un niño llorica que un ser cósmico de gran poder y dignidad. Las tramas estaban repletas de agujeros y deux ex maquina producto de una escritura acelerada y descuidada. Ni siquiera se manejaban las capacidades de Surfer de manera coherente: sus poderes cósmicos igual servían para teletransportarse que para insuflar vida a una criatura muerta o lavar los cerebros, pero no le impedían sucumbir al ataque de unos matones de medio pelo o quedar inconsciente de un ladrillazo en la cabeza.

 

En un intento de llamar la atención de los lectores de otras colecciones, Surfer empezó a interactuar con otros residentes ilustres del Universo Marvel, como Spiderman, los Cuatro Fantásticos o SHIELD, pero ya era demasiado tarde. Desesperado, Stan Lee recurrió a su viejo colega, Jack Kirby, para que acudiera al rescate. El número 18 (septiembre 1970) recuperaba así al creador original del personaje y Kirby aprovechó un enfrentamiento de éste con sus otros “hijos preferidos”, los Inhumanos, para establecer un punto de inflexión. Harto ya de ser engañado y zarandeado por los habitantes de la Tierra, Surfer decide abandonarse a su lado más salvaje. La última plancha, una viñeta-página muy del estilo de Kirby, es un impactante primer plano de la cabeza de Surfer gritando al lector: “Dado que un destino diabólico me ha atrapado aquí, en un mundo de pesadilla, con una raza hostil…Olvidaré mi herencia…Renunciaré a mi ética nacida en el espacio… ¡Y no me resistiré a la locura de los terrestres! ¡No volverá a ser la mía una voz solitaria que clame por la paz en un mundo de conflicto! ¡De ahora en adelante, Silver Surfer los combatirá con su mismo salvajismo! ¡Ten cuidado, Humanidad! ¡De ahora en adelante… Surfer será el más mortífero de todos!”.

 

La intención era rebautizar la serie como “The Savage Silver Surfer” e, irónicamente, reformular al personaje en los términos en los que originalmente había sido imaginado por Kirby. Pero ese proyecto jamás tuvo continuidad.

 

Aunque las ventas generales de la línea de comics Marvel eran buenas (los principales títulos vendían de media entre 200.000 y 250.000 ejemplares al mes) y que con fecha de portada de enero de 1970 se lanzaron 26 títulos nuevos (de los cuales solo 11 eran de superhéroes), también hubo de hacerse limpieza. Y así, se cancelaron colecciones como “X-Men”, “Nick Furia, Agente de SHIELD”, “Capitán Savage”, “Capitán Marvel”, “Doctor Extraño”… y “Silver Surfer”. Las ventas de ésta última, ya lo he mencionado, no eran buenas. Y quien podía haberlas hecho remontar –aunque tengo bastantes dudas al respecto-, Jack Kirby, se marchó a DC profundamente decepcionado por los términos de la renovación de su contrato que le habían ofrecido los nuevos dueños de Marvel.

 

Surfer quedó huérfano de padres pero no completamente olvidado. Era un personaje demasiado carismático como para jubilarlo. Es cierto que habría que esperar a 1987 para que Marvel se decidiera a otorgarle un nuevo título, pero mientras tanto, apareció regularmente en otras colecciones como “Thor”, fue miembro fundador de Los Defensores, protagonizó una novela gráfica escrita por Lee y dibujada por Kirby en 1978, y un número especial a cargo de Lee y  John Byrne en 1982. De todo ello iré hablando en futuras entradas.

 

“Silver Surfer”, el personaje y los primeros números de su colección, simbolizaron las ambiciones de Marvel a la hora de elevar el género de los superhéroes a una nueva dimensión. Era un personaje noble, contemplativo y reacio a la violencia que, compartiendo algunos de los rasgos comunes a todos los superhéroes de la casa (sufrido, torturado y consumido por las dudas), también se separaba de ellos en el tono de sus aventuras, apelando con su filosofía –aunque hoy ingenua y simplona- a un público más adulto que buscara un tipo de comics más sofisticados

 


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