3 dic 2019

1950- LLEGÓ EL ALBA – Wally Wood


El origen de la legendaria editorial de comic books EC puede rastrearse a comienzos de los años 40 del siglo pasado, cuando el pionero Max C. Gaines, el hombre que había puesto el primer ladrillo de la industria con su revista “Famous Funnies”, se dedicaba a coordinar para DC (entonces National Periodical Publicacions) la realización de su línea “All American”. Gaines tuvo entonces la visión de que el medio del comic podía utilizarse con fines educativos. Aún para DC lanzó “Pictures Stories from the Bible” y “Pictures Stories from American History”. Cuando se marchó de DC en 1945, renunció a Wonder Woman, Flash, Green Lantern y Hawkman y se quedó tan solo con esos dos títulos para utilizarlos como base de su nueva editorial, Educational Comics, EC, en 1946.



Al año siguiente, añadió al catálogo “Pictures Stories from World History” y “Picture Stories from Science”. Pero ni esos títulos ni los que lanzó dentro de su línea para niños, se vendieron bien. Las cosas siguieron sin levantar cabeza a pesar del cambio de nombre por el de Entertainment Comics y la presentación de más títulos. El proyecto podía tener buenas intenciones pero financieramente era insostenible y la editorial se tambaleaba al borde de la bancarrota cuando Gaines murió en un accidente de navegación en 1947.

El hijo de Max, William M.Gaines, heredó a regañadientes el negocio familiar a la edad de 25 años y se puso inmediatamente manos a la obra para reorganizarlo con ayuda de su asociado, editor y guionista Al Feldstein. Remodeló toda la línea de comics y en 1948 ya estaba publicando dos títulos de crímenes (“Crime Patrol” y “War Against Crime”), dos westerns (“Saddle Justice” y “Gunfighter”) y uno de aventuras (“Moon Girl”). Hacia 1950, Gaines ya tenía seis títulos en el mercado pero ninguno se vendía particularmente bien, así que junto con Feldstein, decidió acometer una nueva reorganización y creó lo que llamaron “Nueva Ola” de comic books. Aunque no fueron los primeros comics de terror, “Vault of Horror”, “Haunt of Fear” y “Crypt of Terror” (más tarde rebautizado como “Tales from the Crypt”) se convirtieron en los más famosos de la historia del comic gracias al salto de calidad que trajeron consigo.

Contratando a algunos de los más valientes y dotados artistas de la época dibujando al son de la batuta literaria de Feldstein; utilizando a carismáticos “anfitriones” característicos de cada título; recurriendo a giros sorpresa en los finales e introduciendo un humor negro muy particular, estos comics hicieron historia, marcaron a una generación e influyeron a incontables guionistas y dibujantes.

Gaines amplió su línea de la “Nueva Ola” con la ciencia ficción (“Weird Science” y “Weird
Fantasy”, de los que hablaré en otra entrada) y el crimen (“Crime Suspenstories”), cuyas historias giraban frecuentemente alrededor de un triángulo amoroso, uno de cuyos componentes asesinaba a otro. Al principio, Gaines se tomó esta iniciativa como un experimento con el que él y Feldstein se lo pasaban bien, pero cuando vieron las sorprendentes cifras de ventas de los títulos de terror se dieron cuenta de que había un público para ese tipo de tebeos. Así que utilizó Gaines el talento de su nuevo editor y artista, Harvey Kurtzman, para lanzar dos títulos bélicos: “Two-Fisted Tales” y “Frontline Combat”, cuyas historias presumían justificadamente de ser realistas y adultas, presentando conflictos de todas las épocas de una forma tan sofisticada y sentida que bien pueden ser considerados los primeros comics “antibélicos”. En 1952, Gaines añadió otro título, “Shock Suspenstories”, con un enfoque de denuncia muy duro contra lacras como el racismo, la drogadicción, la brutalidad policial o la caza de brujas.

Aunque las historias de la EC, escritas por Al Feldstein, Harvey Kurtzman o Jack Oleck eran a menudo provocativas y tenían un buen nivel prosístico, fueron sus dibujantes los que elevaron esos comics muy por encima de sus antecesores, contemporáneos e incluso sucesores. En su escudería figuraron nombres como Al Williamson, Frank Frazetta, Jack Davis, Graham Ingels, Reed Crandall, Bernie Krigstein, Johnny Craig, Joe Orlando, George Evans, John Severin o el que ahora nos ocupa: Wallace “Wally” Wood.

Desde 1950 a 1954, EC fue la editorial más innovadora e influyente de Estados Unidos, dominando los géneros de la ciencia ficción, terror, bélico, criminal y hasta el humor (con la adición del paródico “Mad”). Esta brillante trayectoria quedó truncada abruptamente cuando se convocaron una serie de audiencias en el Congreso sobre los potenciales efectos nocivos de los comics de terror y crimen en la juventud. Por no ser el tema de esta entrada, no voy a analizar a fondo en este nefasto asunto que estancó la evolución del comic book durante décadas. Baste decir que mientras que otros editores, dominados por el miedo a la polémica y la mala fama, se arrugaron y convinieron en crear un organismo y sello de autocensura (el Comics Code Authority), William Gaines se negó
a claudicar y defendió en su comparecencia el valor moral y estético de sus comics. Solo ante el peligro y comprendiendo que aquella iniciativa torpedeaba todo lo distintivo y valioso de sus comics, intentó convencer a sus compañeros editores para oponerse a las presiones y montar una contraofensiva en el campo de la opinión pública.

Fue inútil. La cobardía de los editores condenó a la industria. El Comics Code impuso unas restricciones más estrictas aún que las que pesaban sobre otros medios e, imposibilitados para evolucionar y asustados por la mala fama que el comic book había cobrado por esa campaña, muchos no tuvieron más remedio que cerrar el negocio al ser incapaces de convencer a los distribuidores de que colocaran sus revistas en los puntos de venta de todo el país. EC, por tanto, se vio obligada a clausurar toda su línea de tebeos y tan sólo la satírica “Mad” sobrevivió convertida en una revista de mayor formato a la que no se aplicaba el Comics Code Authority.

Pero sus comics no se olvidaron y desde entonces, los historiadores del medio y los fans han ido apoyando regularmente la reedición de aquellas historias, como la que realizó Nostalgia Press en 1971 o, entre 1990 y 1991, Gladstone, con nuevo coloreado de Marie Severin. Ya en el nuevo siglo, Fantagraphics (Norma Editorial en España) ha recuperado aquellos comics en volúmenes recopilatorios por autores, lo que permite una mayor comprensión de la evolución de sus
respectivos estilos. “Llegó el Alba” es el dedicado a Wally Wood, del que William Gaines dijo una vez: “Puede que Wally haya sido nuestro artista más turbulento… No estoy sugiriendo ninguna relación, pero también puede haber sido el más brillante”. Después de unas historias todavía titubeantes en colaboración con su amigo Harry Harrison (más tarde gran escritor de ciencia ficción), esa brillantez surge con fuerza inusitada en sus páginas.

Nacido en Minnesota en 1927, Wood fue un todoterreno de la naciente industria del comic book. A todos los efectos, fue un artista autodidacta porque aunque a mediados de los cuarenta asistió a un par de escuelas de arte, en ninguna de ellas duró mucho tiempo. Aprendió a dibujar copiando a los maestros: el “Flash Gordon” de Alex Raymond, “Terry y los Piratas” de Milton Caniff, “El Príncipe Valiente” de Harold Foster, “The Spirit” de Will Eisner o “Wash Tubbs” de Roy Crane. Tras cumplir dos años de servicio en el ejército –combatió en la última parte de la Segunda Guerra Mundial- Wood se trasladó a Nueva York, donde encontró trabajo como camarero mientras ampliaba su portafolio y lo mostraba –sin éxito- a los editores de la ciudad . En la sala de espera de uno de
ellos, conoció a otro artista tan desanimado como él, John Severin, quien a su vez lo presentó a Harvey Kurtzman y Will Elder. Al enterarse de que Will Eisner necesitaba un ayudante para los fondos de su comic “The Spirit”, Wood solicitó y consiguió el empleo. Más tarde pasó a ser ayudante de George Wunder en “Terry y los Piratas” (Wunder había sustituido a Caniff en 1946).

Su primer trabajo para el formato del comic book llegó en 1948, rotulando comics para la editorial Fox, seguido del dibujo de fondos y entintado a una ínfima tarifa de 5 dólares por página, lo que le obligaba a entintar diez planchas diarias sólo para pagar el alquiler. Y entonces llegó la EC Comics, parte de cuyo trabajo comentaré en esta entrada.

Con la desaparición de la línea de comic books de esa editorial, Wally Wood se movió en en todos los ámbitos: ilustración para libros infantiles, cubiertas para revistas pulp, chistes para publicaciones masculinas, entintado de los lápices de Jack Kirby para la tira “Sky Masters”, comics de lo más variados para Marvel, DC, Warren, Charlton, Harvey o King. En los sesenta creó una pionera colección de superhéroes, “T.H.U.N.D.E.R. Agents”, diseñó el
traje rojo de Daredevil (que sigue utilizando hasta el día de hoy), dibujó las cartas de “Mars Attacks!” para Topps y lanzó uno de los primeros fanzines adultos, “Witzend” (1966-85), que ha pasado a la historia del comic por el nivel de los colaboradores, la libertad artística de que disfrutaban y el que retuvieran los derechos de autor. Por si fuera poco, en 1967 editó el famoso poster Disneyland Memorial Orgy, en el que aparecían muchos personajes de Disney entregados a sexo desenfrenado y consumo de drogas. De hecho, buena parte del trabajo de su última etapa fue un conjunto de comics para adultos, como su tira “Sally Forth” (1968-74), para una revista del ejército; y dos números de un comic book titulado “Gang Bang” (1980-81), que incluía versiones pornográficas de clásicos del comic.

Hombre problemático y temperamental, en su misma brillantez portaba las semillas de su propia destrucción. Su vida estuvo marcada por el dolor (sufría migrañas crónicas) y las adicciones al alcohol y al tabaco, relaciones sentimentales traumáticas y frustración económica. Todo ello llevó a problemas renales y una apoplejía en 1978 que conllevó la pérdida de la visión en un ojo, impidiéndole en buena medida continuar trabajando al mismo nivel. Esto a su vez le condujo a la depresión y a mayores
dificultades financieras. Finalmente, en 1981, se suicidó de un disparo a la todavía temprana edad de 54 años. Es como si toda la satisfacción y belleza que los lectores podían encontrar en las páginas de sus comics, jamás hubieran llegado a tocar su propia vida.

Hoy, la etapa de Wally Wood en EC es recordada sobre todo por sus maravillosas historias de Ciencia Ficción, que hicieron de él un Maestro del género. Pero aunque quizá no tan llamativas, sus comics para las colecciones centradas en el terror, el suspense y el crimen, son igualmente sobresalientes. Son precisamente éstas las que recoge el volumen, “Llegó el Alba”, una muestra sorprendente de lo adulto que había llegado a ser el comic book en Estados Unidos y del mal que supuso para el medio la introducción de la censura. Sobre todo las últimas aquí compiladas, abordan temas de actualidad muy delicados y no habitualmente tratados en el comic de entonces, cuentos morales que condenaban con valentía la corrupción de las autoridades, la hipocresía del ciudadano medio, el racismo o la discriminación étnica o religiosa y la intolerancia institucionalizada. Son historias terribles muchas de ellas, dramas humanos narrados con pericia y belleza por Wood, uno de los mejores dibujantes que ha tenido el medio. Quizá no sea aventurado decir que estos comics, más que cualquier otra influencia de la infancia, dieron forma a las posturas liberales de los jóvenes que alcanzaron su mayoría de edad a mediados de los sesenta.

Las veintiséis historias aquí compiladas están editadas en orden cronológico y en un perfecto blanco y negro que resalta la pericia gráfica de Wally Wood, su dominio de las sombras, las texturas, la profundidad de campo y la iluminación con fines expresivos. Una pericia que no se
hace inmediatamente evidente en las primeras historias, cuentos de Hombres Lobo, magos locos, cadáveres vivientes y fantasmas dibujadas al alimón con el mucho menos dotado Harry Harrison. Es en “Cazadores de Cabezas”, todavía para la línea de terror, donde Wood asume ya totalmente las responsabilidades artísticas en una historia aún inmersa en el terreno de lo sobrenatural. Es en este punto donde el dibujo anterior, que aunque con ideas y soluciones interesantes resultaba técnicamente muy burdo, empieza a mejorar de forma exponencial.

Aunque aún dibujaría alguna que otra historia en esa línea, como “El Hombre de la Tumba”, Wood empezó a inclinarse en mayor medida hacia historias de género criminal –escritas siempre por Al Feldstein- a partir de “La Traición de la Muerte”, donde ya se presenta al trío de amantes con un destino fatal: dos hermanos gemelos y una mujer insatisfecha casada con uno de ellos pero enamorada del otro. En este drama negro que parece inspirado en una novela de James M.Cain, ya aparecen el tema del adulterio, el asesinato premeditado, el juego de identidades equívocas y el final abierto.

En “La Atracción del Terror” tenemos una pareja de amantes perseguidos por un asesino en
serie que escenifica crímenes horrendos en un “Túnel del Terror”. “Horror en la Feria de Monstruos”, presenta al cruel propietario de un espectáculo de monstruos que maltrata a sus deformes empleados hasta que alguien decide darle una macabra lección. En “Cara a Cara con el Horror”, una historia de venganza y traición, se narra la fuga de un gangster que amenaza al cirujano plástico equivocado. En la magnífica “En la Estacada”, donde el arte de Wood da un nuevo paso adelante, se vuelve sobre el tema del asesino en serie, en este caso de mujeres. La etapa más macabra de Wally Wood en la EC concluye con dos historietas de “Tales From the Crypt”: “Un Susto de Muerte”, en el que un marido arribista planea asesinar a su mujer para quedarse con su fortuna; y “Judy, Hoy No Pareces la Misma”, donde el tema sobrenatural vuelve a cobrar protagonismo en la forma de una bruja que intercambia cuerpos con una bella esposa.

A partir de este punto, el resto de las historias, que siguen estando escritas por Feldstein, consisten en relatos donde se aborda con ánimo moralizante, pasión y crudeza, algunos problemas y comportamientos sociales entonces de actualidad–y, desgraciadamente también ahora- pero que el tono general de la industria del entretenimiento
no solía atreverse a abordar de forma directa por miedo a crear polémica y romper la ilusión colectiva de vivir en un país próspero, justo y educado. Así, tenemos “El Culpable”, en el que el típico pueblo se indigna ante la muerte de una joven blanca y no tarda mucho en culpar a un negro del crimen. Incluso el sheriff, convencido de su culpabilidad, no dudará en tomarse la justicia por su mano.

Puede que para el gusto del lector moderno el tono moralizante y sermoneador de estas historias resulte algo estridente y poco sutil, pero en su momento fue una iniciativa muy atrevida que, de hecho, cimentó la justificada reputación de la EC como generadora de los primeros comics verdaderamente adultos de los Estados Unidos. Además, estas verdades incómodas y situaciones terribles venían tan bellamente ilustradas por un Wood claramente inspirado por los guiones de Feldstein, que su impacto resultaba aún más devastador.

“Confesión” era un cuento sórdido sobre la brutalidad policial ejercida con impunidad contra un inocente para que confiese un atropello que no cometió. El vetusto pero todavía vivo antisemitismo era el tema de “Odio”, donde los vecinos de un tranquilo barrio se embarcan en una campaña de terror contra unos vecinos
recién llegados de origen judío. “A Escondidas” nos contaba cómo el Ku Klux Klan flagelaba hasta la muerte a una mujer blanca por mantener una relación con un hombre negro y cómo el periodista que descubre a los culpables olvida que esa nefasta ideología está más enraizada en la sociedad de lo que él pensaba. En “El Soborno” se denuncia cómo hasta los más honrados funcionarios pueden ser seducidos a abandonar sus principios a cambio de dinero y con consecuencias trágicas.

Para la sensibilidad actual, quizá “El Asalto” sea el relato más polémico de esta antología. En él se nos cuenta cómo una joven lasciva a la que todos consideran como una buena chica, protege su reputación acusando a un anciano de haberla violado. Versión extrema del arquetipo de mujer fatal, su mentira acaba provocando dos muertes violentas. “Llegó el Alba” es otro ejemplo maravilloso de versión moderna de la tragedia más clásica. Un cazador ermitaño encuentra en su cabaña a una hermosa mujer y, tras una noche de pasión con esta auténtica diosa, descubre que una interna del manicomio cercano ha escapado. Es una historia fatalista y maravillosamente dibujada que recibió una versión posterior por parte de Frank Frazetta todavía más asombrosa desde el punto de vista gráfico (encargada por William Gaines, nunca llegó a ver la luz debido al cierre de su línea de comics pero pueden verse muestras por internet).

Mucho menos emotiva pero igualmente devastadora es la introspectiva “Quien Siembra Vientos…”, en el que un joven repasa la triste historia de su vida y se compara ésta con la hipócrita visión que de los mismos acontecimientos tienen sus padres. “In Gratitude…”, en la línea de la película “Los Mejores Años de Nuestra Vida” (1946), empieza con el cálido recibimiento de un pueblo americano a su joven héroe de guerra, de vuelta en casa tras haber perdido una mano. Allí no tarda en comprobar con enorme decepción el doble rasero que gente aparentemente honrada y decente aplica a las personas según el color de su piel.

Más historia de género negro que comentario social es “La Caída”, que narra el descenso al mundo del crimen y posteriormente a la cárcel de Danny Jansen, un tipo decente arrastrado por la codicia de una mujer. “Hermanos de Sangre” vuelve sobre el tema de la campaña de terror ejercida contra un hombre de sangre negra (ni siquiera evidente en el color de su piel dado que había sido su abuela la única de su familia de esa raza) cuya única falta ha sido mudarse con su familia a un barrio bajo cuya tranquila superficie burguesa anida el peor tipo de racismo. Asimismo, “La Paliza” retoma la historia de la joven que tiene relaciones con un negro y cuyo padre racista decide tomar cartas en el
asunto. La última historieta es “El Confidente”, una denuncia de la “justicia” del linchamiento y la sed de sangre del populacho.

En este punto, llegado el año 1954, la campaña pública contra los comics estaba alcanzando su cénit y el título donde se estaban publicando todas estas últimas historias de denuncia social y crimen, “Shock SuspenStories”, ya solo duraría tres números más hasta su cancelación en diciembre de aquel mismo año. El sexo y la violencia estaban en el punto de mira de los bienpensantes de turno y la censura se cebó en ellos. En este volumen pueden leerse historias donde aparecían asesinatos pasionales o premeditados, palizas, relaciones sexuales interraciales, adulterios y un cuestionamiento continuo de la moralidad pública y la honradez de las instituciones. Daba igual que los guiones castigaran al final y de una u otra forma a los culpables; que la intención tras las crudas imágenes y los polémicos temas fuera, precisamente, moralizante; o las incómodas afirmaciones que Gaines le lanzó a la comisión del Congreso: “La verdad es que la delincuencia es un producto del entorno en el que vive el niño y no de la ficción que lee”.

Es un debate este que sigue aflorando de tanto en cuanto: ¿son los comics, los dibujos animados, las películas, los videojuegos o los juegos de rol los culpables de la violencia juvenil? Ahora, como entonces, resulta mucho más fácil cargar la responsabilidad en unos productos claramente identificables que se pueden señalar, criticar o incluso prohibir, que en un contexto socioeconómico complejo que nadie sabe cómo modificar.

Está claro que éstos son comics hijos de su tiempo en su planteamiento y desarrollo (personajes, prosa, arquetipos) y que el impacto que pueden causar ya no es el mismo que a mediados de los cincuenta. Sin embargo y al mismo tiempo, los temas de corte social que abordan muchas de estas historias no han caducado y leídos en el contexto de la época nos ilustran acerca de los problemas del momento, del grado de desarrollo que habían alcanzado tanto el medio como el formato del comic book así como del potencial que prometía de no haberse abatido sobre él la censura. Cualquiera que todavía piense que los comics de antaño eran ingenuos, poco sofisticados y tímidos, debería echar un vistazo a esta colección.

Y, por supuesto, “Llegó el Alba” nos permite disfrutar del trabajo de uno de los grandes del
comic, Wally Wood. Tal y como demuestran estas historietas, en el espacio de tan solo un par de años su dibujo experimentó una evolución asombrosa desde unos inicios burdos y titubeantes a lo más alto del estilo naturalista. Aunque sus figuras siempre adolecieron de cierta rigidez y abusaba del plano medio, eran estos defectos que quedaban más que compensados por el resto de sus virtudes: su fantástico entintado, la riqueza de detalles en los fondos tanto de interior como en exteriores, su talento para la composición, la utilización de la rotulación con fines expresivos, la construcción de atmósferas, la caracterización de personajes, el equilibrio entre el barroquismo y la saturación de información en cada viñeta y la claridad narrativa… No es de extrañar que su trabajo para la EC siga siendo lo más recordado de su dilatada carrera y que sirviera de modelo e inspiración para artistas tan diversos como Gene Colan, Berni Wrightson o Frank Miller.

“Llegó el Alba” es, en resumen, un volumen recomendable para los amantes de la Historia del Comic, de las historietas con sabor clásico, aficionados al terror y el suspense y admiradores de los grandes artistas del pasado. Ya se sea un lector de comics veterano o un recién llegado con curiosidad y ganas de explorar en las raíces del medio, en esta recopilación encontrará material imprescindible para comprender mucho de lo que hoy todavía puede encontrarse en el mercado.


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