El final de la década de los setenta y primeros ochenta fue una época propicia para la ciencia ficción en las pantallas, grandes y pequeñas. “Star Wars” había renovado el interés por el género en su vertiente espacial y los aficionados pudieron disfrutar de películas como “Star Trek” (1979), “Alien” (1979), “El Abismo Negro” (1979) “Flash Gordon” (1980), “Saturno 3” (1980) o “Los Siete Magníficos del Espacio” (1980). Hasta James Bond tuvo su aventura espacial en “Moonraker” (1979). En la televisión podían verse series como “Los Siete de Blake” (1978), “Battlestar Galáctica” (1978) o “Buck Rogers en el siglo XXV” (1979). Por su parte, el comic nunca había renegado del espacio y, de hecho, existían revistas como la francesa “Metal Hurlant” centradas casi exclusivamente en la ciencia ficción. En España, cabeceras como “1984” o “CIMOC” destinaban también buena parte de su espacio al género. En este universo de las viñetas aparece en 1980, “El Incal”, que, por su ambición y calidad gráfica, fue una obra que sobresalió del resto, fascinando a unos, confundiendo a otros pero no dejando indiferente a nadie; un comic cuya lectura hay que abordar sin esperar entender la mayoría de lo que ahí se cuenta.
Para comprender –o al menos intentarlo- el Incal, primero hay que conocer un poco a su

Pero no fue todo en vano. Entre los muchos artistas con los que había contactado estaba Jean Giraud, “Moebius”. Tras años desarrollando y perfeccionando su estilo realista y denso para la serie “Blueberry”, publicada por Dargaud, Giraud fundó junto a otros artistas la editorial “Los Humanoides Asociados” en 1974, cuyo buque insignia fue la mencionada revista “Metal Hurlant”. En sus páginas, con un

“El Incal” consta de seis álbumes publicados entre 1981 y 1989 por Humanoides Asociados: “El Incal Luz”, “Lo Que Está Abajo”, “Lo Que Está Arriba”, “La Quintaesencia 1: La galaxia que sueña” y “La Quintaesencia 2: Planeta Difool”. Éstos fueron la base de lo que se ha venido en llamar el Jodoverso, compuesto por docenas de álbumes aparecidos años posteriores y que desarrollan diferentes aspectos de esa narración a mitad de camino entre la ciencia ficción y la fantasía metafísica. Pero, desde luego, los mejores y más influyentes de todos esos comics son los fundadores, a cargo de Jodorowsky y Moebius.
“El Incal” es una obra tan densa, polifacética e incoherente que resulta complicada de resumir

La historia arranca como una serie negra futurista que homenajea a los estereotipos más clásicos del género. Nada más comenzar, encontramos al héroe protagonista, John DiFool, en una situación apurada al ser arrojado al vacío en el peligroso barrio subterráneo de Suicide Avenue. A través de un flashback narrado en primera persona, vamos averiguando cómo se metió en ese lío. No es, de primeras, un individuo que caiga simpático. Detective de clase “R”, es un cobarde que sólo piensa en emborracharse y tener sexo con

El Incal Blanco es un objeto místico de grandes poderes tras el cual van diferentes bandos. Lo que parecía una trifulca propia de los bajos fondos crece a una escala galáctica involucrando a los poderes políticos, religiosos y científicos en sus diferentes encarnaciones y facciones. Obligado por las circunstancias y perseguido por quienes ansían hacerse con el Incal, Difool comienza un viaje de destino y propósito inciertos acompañado por un pintoresco grupo de aliados y enemigos, empezando por su ave mascota, Deepo (lo más cercano a un amigo que tiene y que sirve de alivio cómico puntual); Kill Cabeza de Perro; el Metabarón, el más importante asesino y cazador de recompensas de la galaxia; los Bergs, una especie alienígena similar a los pájaros; el lunático Príncipe Clon…
El viaje que acometen los personajes comienza en los niveles superiores del mundo en el que

El psicomago Jodorowsky arroja al caldero de esta historia todas sus obsesiones, desde el tarot (los siete personajes principales son trasposiciones de las cartas de esa baraja) a la metafísica, de Freud al esoterismo, de la sátira a la meditación trascendental, los mitos y las religiones, el

Y dado el ritmo al que transcurre todo y la profusión de ideas salidas de la nada, a Jodorowsky no le queda tiempo –o simplemente no es capaz- para caracterizar adecuadamente a los personajes. El protagonista es el antihéroe John Difool, ni el más inteligente ni el más carismático del grupo central. La mayor parte de las veces trata de escabullirse de los peligros que se le van presentando en lugar de afrontarlos con

“El Incal” cae muy a menudo en lo ridículo. Desconozco si el guionista o el dibujante se tomaban esto muy en serio o si –como todo parece indicar- la creación de cada entrega obedecía a una continua improvisación, pero en cualquier caso ni el uno ni el otro llegan a encontrar un equilibrio entre lo trascendente y lo irreverente, lo racional y lo surrealista, lo heroico y la farsa, el comentario sociopolítico y los viajes onírico-metafísicos al interior del alma, entre la ciencia ficción, la fantasía, el metalenguaje… o la sátira, como cuando los personajes tienen que enfrentarse en la “Estrella de la Guerra” (“War Star”), un enorme complejo militar en el que se esconden sus enemigos. La propia premisa (una comitiva de aliados de diferentes procedencias en

La acción va saltando de un entorno a otro, presentando continuamente nuevas criaturas y poniendo a Difool en un aprieto tras otro, pero sin que aparezca claramente explicado hacia dónde se dirige la historia. “El Incal” es un triunfo de la autoindulgencia en el que la “estrategia” de Jodorowsky parece haber consistido en escribir sobre la marcha el material más extraño y abstruso que pudiera imaginar, aburrirse de él, reformularlo, aburrirse de nuevo y repetir el ciclo. Tampoco le da al lector un respiro entre uno y otro plano temático ni hay una exposición clara de lo que ocurre ni por qué. Ya desde las primeras páginas Jodorowsky abandona cualquier pretensión de aclarar nada de lo que allí se cuenta, pasando de una historia negra de detectives con trasfondo futurista y mcguffin (el Incal) a una space opera excesiva en sus escenarios, personajes y consecuencias y con una carga simbólica indescifrable.
Es más, conforme avanza la trama y la historia se aproxima a su conclusión en su sexto álbum,

Y es que aunque parte de lo que hace único al Incal –para bien y para mal- es la barroca y abstrusa historia de Jodorowsky, el resultado hubiera sido muy diferente de no haber contado con Moebius para imaginar sus extraños mundos y seres. Ningún artista de su generación –o, ya puestos, de cualquier otra- podría haber dado forma gráfica a las rocambolescas ideas del chileno como Moebius lo hizo. Es más, cada uno inspiró al otro y le hizo imaginar nuevos

Su estilo es una especie de línea clara que aúna, sublima y mejora las tradiciones europea y americana. Su talento para imaginar mundos es quizá lo primero que impacta al lector, desde la congestionada ciudad distópica y protociberpunk que abre la saga a los entornos de aventura planetaria al mejor estilo Edgar Rice Burroughs que van punteando la trama. Cuando la historia se traslada al espacio, encontramos civilizaciones subactuáticas, extraños monumentos en mitad de un desierto, selvas de cristal, naves y estaciones espaciales de imposibles diseños geométricos… Los abundantes y variopintos personajes que pueblan estos álbumes son igualmente imaginativos: androides y alienígenas grotescos, animales antropomorfizados, insectos gigantes y humanos deformados. La fealdad física es una constante en la serie y el

En los dos últimos álbumes de la serie, dibujados a finales de los ochenta, ya se percibe cierto agotamiento en una línea menos trabajada y unos fondos con menor grado de detalle. Para entonces, Moebius se había trasladado a los Estados Unidos y cambiado las ordenadas planchas del comic europeo por las composiciones dinámicas y algo caóticas que –como él mismo admitió- muchos artistas utilizan para disfrazar sus defectos. El aburrimiento es patente en demasiadas viñetas y páginas, quizá debido a que ya nada de lo que le propusiera Jodorowsky constituía un auténtico desafío para él. Con todo, el nivel global de la serie es excepcional e incluso en ese tramo final, un grado más tosco que los anteriores y con un sesgo hacia lo excesivo, Moebius sigue siendo superior a la mayoría de dibujantes en activo.

Es difícil leer “El Incal” y no darse cuenta de su enorme influencia en la iconografía posterior que ha utilizado la ciencia ficción tanto en el comic como en el cine. Los primeros capítulos sirvieron de inspiración a Ridley Scott para su retrato de una sociedad urbana del futuro, sucia y congestionada, en “Blade Runner” (en este sentido, el propio Moebius había creado un precedente en un trabajo previo, “The Long Tomorrow”), si bien el cineasta eliminó el subtexto satírico presente en el comic y se quedó con los aspectos más deprimentes del mismo. Moebius participó como diseñador en “El Quinto Elemento”, de su compatriota Luc Besson, quien ignoró la visión pesimista de la especie humana a favor del romanticismo y la aventura. Jodorowsky demandó a Besson (sin que la demanda prosperase) por copiar algunas de sus ideas para “El Quinto Elemento” (1997). Más que lugares comunes como el de la lucha de la luz contra la oscuridad, de donde más bebe esa película (vehículos,

“El Incal” es uno de esos comics que cualquier aficionado debe leer….lo cual no quiere decir que haya de gustarle. Es un tebeo muy particular cuyo surrealismo despista y empalaga y cuyo desarrollo es, cuanto menos, desordenado y hasta incomprensible. Aunque no garantice su disfrute, una de las claves para abordar su lectura es la perseverancia y la lentitud. Hay que absorber cada plancha, dejarse llevar por el dibujo de Moebius y seducir por la extrañeza de sus ideas más que tratar de encontrar una coherencia o comprensión total de la historia. Hay quien ha calificado a esta obra, y no sin cierta razón, no como un comic sino como una experiencia de lectura, una montaña rusa psicodélica.
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