2 nov 2018

1987- SLASH MARAUD – Doug Moench y Paul Gulacy



Durante la década de los ochenta del pasado siglo, de vez en cuando, de forma aislada y tímida, las dos grandes editoriales norteamericanas de comic–book, Marvel y DC, se atrevieron a publicar miniseries o novelas gráficas de ciencia ficción. Aparte de éxitos puntuales como las adaptaciones de “Star Wars”, no se trataba de un género que hubiera resultado particularmente rentable para esas compañías y los editores, inseguros y sin saber bien qué hacer con todas aquellas colecciones y personajes, acabaron derivando la mayoría de unas y otros hacia los superhéroes tradicionales, que parecían despertar un mayor entusiasmo entre la legión de leales fans.



El equipo formado por el guionista Doug Moench y el dibujante Paul Gulacy fue uno de los que optaron por transitar el incierto género de la CF. Ambos encontraban en estos proyectos puntuales sus propias satisfacciones. A Moench le permitían contar sus historias sin las limitaciones marcadas por la larga biografía de tal o cual personaje y, además, este tipo de miniseries y novelas gráficas solían ser más permisivos en aspectos como la violencia o el sexo. Gulacy, cuyo elaborado estilo le marca un ritmo de trabajo difícilmente compatible con una serie mensual, podía dedicar más tiempo a su tarea.

A mediados de los ochenta, ambos crearon “Six From Sirius” para la línea Epic de Marvel, una miniserie cuyo éxito les mereció el encargo de una segunda parte. Dos años después, volvían a la CF, pero ahora en DC Comics y abandonando la space-opera a favor del subgénero de las invasiones alienígenas.

En un futuro cercano, la Tierra ha sido invadida por unos extraterrestres conocidos como Cambiantes –por su capacidad metamórfica-. La resistencia humana ha sido mínima y cualquier rastro de gobierno o autoridad ha desaparecido. La intención de los alienígenas es adaptar el planeta a sus propias necesidades biológicas y para ello han comenzado un proceso de terraformación que está alterando el ecosistema global, transformando la orografía de los territorios y alterando la
fauna y la flora. A los supervivientes de la especie humana les quedan cinco años de vida, el tiempo que tardará en completarse la transformación planetaria. Después, la Tierra será ya inhabitable para el hombre.

Slash Maradovich es un superviviente, un ex-mercenario y guardaespaldas convertido en leyenda tras haber matado a varios alienígenas sin morir en el intento. Cínico y desengañado de sus congéneres, se limita a vagabundear con su moto y sus escopetas recortadas por unos hostiles Estados Unidos. En una decadente Las Vegas, su antigua amante y camarada de armas, Wild Blue, le pide ayuda. Se ha unido a los Xenos, el grupo de resistencia humana, y tiene la posibilidad, gracias a un científico alienígena disidente, de detener el proceso de terraformación. Maraud duda, pero finalmente accede a colaborar con Blue, reunir un ejército de desahuciados y marginados, y dirigirse a París para atacar el principal centro de operaciones de los extraterrestres.

De lo leído hasta ahora se diría que nos encontramos ante un tebeo de acción con ambientación futurista. Y así es. Si algo no le falta a esta miniserie es acción. Hay huidas, explosiones y peleas de todo tipo: contra monstruos, contra sádicos, entre bandas, combates aéreos, peleas singulares, conduciendo coches o en trenes en marcha.

Si Moench se hubiera conformado con narrar una historia de acción trepidante, estaríamos
ante un simple tebeo de aventuras, bien contado aunque no particularmente memorable. Sin embargo, el guionista trata de introducir un tono paródico en toda la narración que, y esto es una opinión personal, no acaba de funcionar bien. Porque Moench pretende hacerlo recurriendo a la mera acumulación de tópicos e iconos de la cultura popular del momento, deformándolos y mezclándolos de tal forma que en lugar de una aventura de tono realista, “Slash Maraud” parece un viaje lisérgico o una pesadilla producto de una cena indigesta.

El marco general, con unos invasores alienígenas que terraforman el planeta y utilizan a los humanos como alimento, remite tanto a “La Guerra de los Mundos” de H.G.Wells como a la entonces todavía reciente serie televisiva “V” (1983-1985). Hay referencias directas a “Psicosis”, “La matanza de Texas”, los salvajes motorizados de “Mad Max”, los estrafalarios American Gladiators, “1997:Rescate en Nueva York” (1981) o “Doce del Patíbulo” (1967). Aparecen dinosaurios mutantes, neonazis, yonquis psicópatas, representantes del Black Power, rockeros nostálgicos de Elvis o guerreras amazonas lesbianas cuya líder recuerda inequívocamente a Grace Jones. El propio Slash Maraud tiene los rasgos de Clint Eastwood y su cinismo y perfil de héroe “duro” le identifica con mitos de la pantalla como Mad Max,
“Serpiente” Plissken o tantos otros héroes de acción tan de moda por aquellos años, encarnados por gente como Sylvester Stallone o Arnold Schwarzenegger.

Así que hay muy poco de nuevo en “Slash Maraud”. Moench recogió un batiburrillo de ídolos representativos de la cultura pop de los ochenta, los mezcló con varios tópicos de la ciencia ficción e insertó el revoltijo en una aventura de ritmo furioso dominada por la acción y un erotismo tan poco verosímil como innecesario (todas las mujeres son bellas y exhiben gustosas sus impresionantes cuerpos ataviados con atuendos fetichistas).

Y aunque hay sátira, no hay humor. Al contrario, el tono general de la historia es profundamente pesimista. En ese futuro, los restos de la especie humana han caído en la apatía más absoluta, abandonándose a la anarquía y a un hedonismo apocalíptico que les lleva a la locura o la servidumbre más humillantes y pervertidas bajo el dominio de sus amos extraterrestres. Los únicos que se salvan de esa degeneración, y es un decir, son los que en la antigua sociedad eran considerados marginados, solitarios, sociópatas, criminales… Moench nos dice que esos parias, en el fondo, pueden convertirse en héroes, en salvadores de la propia humanidad que los rechazó si luchan por una causa justa dirigidos por un gran líder.

Por otro lado, Moench intenta dotar de cierta profundidad a los personajes recurriendo al
drama romántico y familiar: establece dos tríos amorosos entre los principales protagonistas (Slash, Wild Blue y Deb O´Nair por una parte y Gracie, Butch y Rex por otra) y le da a uno de ellos una difícil relación con su padre. Pero todo ello queda insuficientemente desarrollado y, además, se remata de forma harto previsible. Esas escenas, abordadas de forma realista, no parecen encajar bien con el tono entre alucinado y fantástico del resto de la historia.

Paul Gulacy es un artista que se desenvuelve mejor en ficciones realistas que fantásticas. Su fuerte son los primeros y medios planos de la figura humana y un agudo sentido de la narración. Y si bien es cierto que sus mejores trabajos también fueron los primeros (desde “Master of Kung Fu” hasta “Sabre” pasando por su impresionante “Blood in Black Satin” para “Eerie”) y que ya nunca exhibió el mismo afán perfeccionista y osadía narrativa, no lo es menos que sigue teniendo más talento que muchos otros dibujantes de mayor renombre.

Visualmente, Gulacy traslada fielmente la estética ochentera evocada por Moench, convirtiéndola en el claro testimonio de la moda y las tendencias de una época muy concreta pero, por ello mismo, hurtándole la capacidad de resistir con solvencia el paso del tiempo: chalecos de cuero sin
mangas, cintas para el pelo, gabardinas a lo “Blade Runner”, bodys de licra con estampados de cebra, pelos cardados a lo New Wave, atuendos fetichistas al gusto de Hollywood, crestas punk…

Sus escenas de acción están bien ejecutadas y los numerosos protagonistas quedan bien diferenciados. Pero hay otros aspectos de su dibujo que no resultan en absoluto adecuados al tipo de historia que Moench desea contar. Uno de sus fallos más estrepitosos es su retrato de los alienígenas, cuyo verdadero aspecto, se nos dice, es amorfo y gelatinoso (la única viñeta que los muestra en esa forma sí está bien lograda). Pero para adaptarse a la Tierra han adoptado una envoltura humanoide que Gulacy interpreta como si fuera un descarte de Barrio Sésamo: peludos, de cabeza redondeada y gran boca llena de dientes. En lugar de seres peligrosos parecen divertidos y entrañables.

Como de costumbre, Gulacy no se desenvuelve bien a la hora de dibujar cosas que deba extraer de su propia imaginación. Sus monstruos parecen acartonados y toscos y la tecnología extraterrestre (armas, naves…) se antoja rústica y poco inspirada. Tampoco su estilo rígidamente naturalista es capaz de adoptar la plasticidad necesaria para reflejar con humor la sátira que Moench quiere transmitir. Por ejemplo, los Nuloides, una especie de mutantes
víctimas de su adicción a una droga que obtienen de máquinas expendedoras de chicles, no son más que seres grotescos con grandes cabezas y ojos saltones que parecen sacados de un comic diferente.

Y, para colmo, la aplicación de unos colores inadecuados y la torpe separación de los mismos que entonces se llevaba a cabo por parte de las editoriales, estropean el preciso entintado con el que Gulacy suele embellecer sus páginas.

Puede que la miniserie haya envejecido mal y que la historia hubiera funcionado mejor si Moench se hubiera decantado bien por la sátira bien por la acción en lugar de tratar de acoplar ambas cosas, pero aunque “Slash Maraud” no es un comic imprescindible y dista mucho de ser el mejor trabajo de sus autores, sí ofrece una calidad superior a la de muchísimas de las series de superhéroes que atiborraban los catálogos de Marvel y DC. Para seguidores de Gulacy, amantes de la ciencia ficción trufada de tiros y explosiones y aquellos que quieran leer un comic book “mainstream” algo diferente a lo habitual.



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