20 jun 2018

1934- LI´L ABNER - Al Capp (y 2)


(Viene de la entrada anterior)

Pero el corrosivo e irreverente ingenio de Capp no se quedaba en burlarse de lugares exóticos y mucho más a menudo dirigía su agresividad hacia múltiples y siempre negativos aspectos de la sociedad norteamericana. Su buen ojo a la hora de satirizar cualquier tema sociopolítico, actual o no, le convirtió en uno de los más famosos dibujantes de la nación desde los años cuarenta hasta los setenta del pasado siglo.



Por ejemplo, una de las historias que encandiló al país fue aquélla en la que Abner ganaba el derecho a llevar un ostentoso y ridículo traje estilo zoot por tener el coeficiente intelectual más bajo de América. La Root Toot Zoot Suit Manufacturing Company había organizado un concurso para encontrar a alguien tan estúpido como para arriesgar su vida anunciando sus productos. En otra historia de 1952, los habitantes de Dogpatch deciden que no quieren seguir pagando impuestos y se rebajan a la categoría de animales para que les alimenten y alberguen gratis.

Otros dos arcos argumentales sobresalientes y muy populares fueron los de los Shmoo y los Kigmy. Ambas eran especies de pequeñas criaturas adorables e inofensivas que resultaban ser
amenazas para el establishment económico. En 1948, Abner descubre a los amables y simpáticos Shmoos, capaces de proporcionar al ser humano todo aquello que pudiera necesitar para su sustento: huevos, leche de calidad, mantequilla e incluso pastel de queso; cuando se les asaba, sabían como un buen bistec; si se les cocía el resultado era el de un pollo sin huesos. Se reproducían a un ritmo prodigioso, no requerían mantenimiento ni alimentos y les encantaba ser sacrificados, tanto que morían de felicidad al detectar que alguien tenía hambre, transformándose ipso facto en su plato preferido. Los Shmoos encandilaron al país durante cuatro meses con sus implicaciones anticapitalistas y antilaborales mientras los políticos y otros entusiastas del sistema opinaban que Capp había disparado sus dardos envenenados demasiado cerca para su gusto. Efectivamente, la historia concluía cuando un empresario de carne de cerdo cuyo negocio se ve amenazado por la existencia de los Shmoos, envía un escuadrón de la muerte para exterminarlos y causan un auténtico holocausto.

Tras abandonar los Shmoo, Capp introdujo a los Kigmy, unos personajes que representaban a
todos los chivos expiatorios. Dotados de unas dianas pintadas en sus posaderas, a los Kigmy les encantaba que les patearan, permitiendo así que los humanos descargaran sobre ellos su agresividad. Al final, los Kigmys averiguaron que también a ellos les gustaba patear y cuando agresores y agredidos terminaron por ser indistinguibles unos de otros, exiliaron a los Kigmys a Australia.

En otras historias, Capp atacó los prejuicios, como aquella en la que una familia de ojos cuadrados se muda a Dogpatch solo para encontrarse rechazada por todos sus habitantes hasta que Mami Yokum se da cuenta de que son básicamente iguales a los de ojos redondos. Otro de sus
episodios más inspirados es aquel de 1943 en el que Capp inserta otra tira dentro de la suya propia en un ejercicio de metalenguaje. Se trata de Fearless Fosdick, el desafortunado detective cuyas andanzas leía apasionadamente Abner y que era una abierta parodia, incluso en su aspecto físico, de Dick Tracy. Escrito y dibujado por un tal Lester Gooch (anagrama de Chester Gould, el creador de Tracy), Fosdick reúne y caricatura muchos de los rasgos del famoso detective: imperturbabilidad ante el peligro, elegancia, carácter duro e intratable e indiferencia hacia el sexo femenino. Incluso la apariencia grotesca e irreal de los villanos de esa serie es objeto de bufa hilarante en esta aventura.

Fossdick fue también el responsable del principal punto de inflexión en la serie desde su
creación. Ya fuera porque Capp se dejara vencer por las presiones conservadoras o, como dice esa historia apócrifa, quisiera demostrar que podía mantener a la tira en lo más alto aun cuando el personaje dejara de estar soltero, dejó que en marzo de 1952, durante el día de Sadie Hawkins, Daisy Mae atrapara a Abner. El predicador Casamentero Sam los unió en matrimonio con su ceremonia especial de 1.35 dólares y la revista “Life” dedicó su portada a tal acontecimiento. Con todo y para no abandonar su vena satírica, hizo que el matrimonio de Abner obedeciera a una razón tan absurda e irracional como la de tantos enlaces de la vida real: el joven rústico hacía la promesa de que si su héroe de los comics Fearless Fosdick se casaba, él haría lo propio… y así fue.

Capp trabajó muy duro para que “Li´l Abner” destacara sobre otras tiras. Una de sus armas siempre fue el dibujo. Conforme fueron pasando los años y como es natural, éste evolucionó. Los primeros episodios muestran personajes poco delineados, rígidos y estáticos en la viñeta. Más adelante, su estilo fue tomando forma, soltándose, derivando a una línea suelta y nerviosa, estilizando la caricatura y el expresionismo y haciendo más patente la intención de impactar al lector utilizando recursos como gruesas líneas para demarcar unas figuras en continuo movimiento; el uso habitual de siluetas con propósito dramático; globos de diálogos “eléctricos” para representar la emoción o la rabia; gestualidad exagerada; uso de claroscuro y planos en ángulo; una rotulación muy cuidada y remarcada en la que a menudo sobresalían letras en negrita; y diversas técnicas de sombreado. Por no mencionar, claro, el propio diseño de sus personajes, ya fueran sensuales mujeres en atuendos provocativos o repelentes paletos cubiertos de harapos. Muestra de lo dicho es la evolución gráfica de Daisy Mae, inicialmente inspirada por los rasgos de Madeleine Carroll y más adelante aproximada a la exuberancia de Marilyn Monroe. Los fondos recibían asimismo una atención meticulosa sin resultar cargantes –lo que hubiera sido un error tratándose de una tira cómica y caricaturesca-: los paisajes rurales de Dogpatch, las estatuas en las calles, cuadros en las habitaciones de las oficinas, rascacielos en la gran ciudad…

Hay que decir también que a lo largo de la extensa vida de “Li´l Abner”, Capp, como era habitual en el oficio, contó con la ayuda de muchos otros profesionales, empezando por Mo Leff (al que luego guardaría rencor por dejarle para trabajar con Ham Fisher) y siguiendo por Andy Amato, Harvey Curtis, Walter Johnson, Frank Frazetta, Lee Elias, Bob Lubbers o Stan Drake. De hecho, hacia el final de la serie en los setenta, Capp ya ni siquiera dibujaba, limitándose a escribir los guiones.

La tira había tenido unos comienzos modestos, distribuyéndose tan solo en ocho diarios nacionales. Su ascenso fue meteórico. A finales de los años treinta los Yokum ya aparecían en cuatrocientos periódicos y sus peripecias se vendían más que cualquier otra de las tiras comercializadas por la United Features (incluyendo al mismísimo “Tarzán”). En su mejor momento, en la década de los cuarenta, más de novecientos periódicos de todo el mundo ofrecían en sus páginas de comics las aventuras de Li´l Abner, llegando a más de ochenta millones de personas. Si el dinero es una medida del éxito, los ingresos anuales de Capp en aquella época oscilaban entre los quinientos mil y un millón de dólares de entonces, una cifra impresionante para un artista de comic, por mucho que el propio Capp no se considerara tal sino un auténtico novelista, intentando innecesariamente obtener el reconocimiento que se le negaba a la narración dibujada como medio de contar historias y expresar todo tipo de ideas. Sin duda era también consciente de que de haber elegido el medio literario habría ganado mucho menos dinero y alcanzado a mucha menos gente.

Era inevitable que el personaje fuera trasladado a otros medios. En 1939, la NBC emitió un
serial radiofónico; en 1940, la RKO distribuía una película de imagen real (en la que participó como secundario Buster Keaton); en 1944 llegaron los dibujos animados en technicolor; a la cadena televisiva ABC, en 1952, llegó el envarado detective Fearless Fossdick; en 1956 se estrenó un musical de Broadway que, impulsado por las buenas críticas, alcanzó casi las setecientas representaciones; una nueva versión cinematográfica, esta vez en color, la llevó a cabo Paramount en 1959 con la categoría de una producción de primera división; en 1979, Hanna-Barbera presentó una serie animada protagonizada por una de las más memorables creaciones de Capp para la serie: “The New Shmoos” (y todo ello sin hablar de los innumerables anuncios que los personajes de Dogpatch encabezaron en muchas campañas publicitarias).

Capp se convirtió en una celebridad nacional al que tanto se le ensalzaba (John Steinbeck llegó a proponerle para el premio Nobel de Literatura; era entrevistado y citado por prestigiosas publicaciones y muchas celebridades mencionaban a “Li´l Abner” como su lectura favorita) como se le vilipendiaba (el senador Joseph McCarthy le tildó de “peligroso traidor”). Y es que Capp hizo de la tira algo muy personal, una herramienta para expresar sus ideas políticas y airear sus disputas con otros profesionales. Por ejemplo, tras incluir algún tipo de mensaje contrario a sus creencias, añadía sarcásticamente la palabra en negrita “¡¡¡Right!!!” (“¡¡¡Seguro!!!”) sobre su firma. Muchas de sus opiniones eran más o menos sutilmente introducidas como parte de aventuras extravagantes y divertidas.

Pero la década de los sesenta, el estilo de Capp empezó a derivar hacia la estridencia y sus puntos de vista se estancaron en el conservadurismo. Anteriormente alabado por los elementos más liberales de la sociedad americana por su ataque a los políticos corruptos o empresarios codiciosos, Capp se dedicó ahora a cargar contra los universitarios y manifestantes contra la guerra de Vietnam y a favor de los derechos civiles (a los que apodó “S.W.I.N.E.”, “cerdo”, pero también acrónimo de
“Students Wildly Indignant About Nearly Everything”, “estudiantes salvajemente indignados por casi cualquier cosa”). La batalla de los sexos siempre presente en “Li´l Abner” desembocó en una abierta campaña contra el movimiento feminista. Al principio, Capp había representado a las mujeres como inteligentes, voluptuosas y seductoras; ahora eran masculinas y castradoras. Joan Baez y Jane Fonda, ambas conocidas activistas en el terreno de la política y el feminismo, se convirtieron en sus bestias negras y las ridiculizó utilizando sendos personajes llamados Joanie Phoanie y Nancy Nuisance, acompañadas de sus odiosos perros Mao Tse Tung y Karl Marx.

Los titulares periodísticos del momento empezaron a ser más importantes en la tira que las reflexiones sobre la condición humana. Durante la mayor parte del resto de su vida, Capp se
dedicó a hacer campaña contra la izquierda política, dando conferencias por las universidades y escribiendo columnas en los diarios a tal fin. Llegó incluso a enfrentarse personalmente con John Lennon y Yoko Ono burlándose de sus performances antibelicistas. Quienes antes lo reverenciaron por su certera y socarrona mirada sobre el ser humano y su sociedad, ahora lo tildaban de fascista y lo acusaban de pertenecer al mismo establishment inmovilista y reaccionario que él tanto había atacado. Capp protestó: “Mi política no cambió. Siempre he estado allí para los rechazados, los caídos en desgracia y los censurados. Eso es lo que sí cambió. De repente era al pobre bastardo que trabajaba muy duro a quien se criticaba”. Pero dijera lo que dijera y tomando en consideración toda la historia de la serie, se puede ver una evolución desde la fantasía rústica, la alabanza de la utopía de los Apalaches, el valor moral del hombre rural y el ataque a los tabúes sociales a la propaganda más estridente contra las reformas sociales de los sesenta y los furibundos ataques personales. Una deriva hacia el conservadurismo que quizá empezó a fraguarse cuando Abner se casó con Daisy Mae cediendo a las presiones de Daisy Mae y Mama Yokum para insertarse en la sociedad como un hombre respetable y de provecho.

En cuanto a la disputa profesional, ésta involucró a Ham Fisher, creador de “Joe Palooka”.
Como he mencionado al principio, Capp había ayudado a Fisher durante un breve periodo a comienzos de los años treinta. En su estancia en la serie, presentó a un montañés palurdo llamado Big Leviticus y sus groseros parientes. A Fisher le sentó mal que Capp se marchara para empezar “Li´l Abner” por su cuenta y desde ese momento y anualmente, reeditaba las tiras de Big Leviticus para recordar a los lectores que era en su tira donde había aparecido por primera vez un personaje rústico. Capp contraatacó caricaturizando regularmente a Fisher en “Li´l Abner” como un dibujante al que otros le hacían el trabajo, normalmente artistas metidos en un armario y esclavizados por un dólar al día. Aquella enemistad terminó siendo brutal y derivando en demandas. Fisher, en lo que no puede sino calificarse como un arranque de locura, falsificó y remontó viñetas de “Li´l Abner” introduciendo elementos pornográficos, se hizo pasar por una asociación de padres y envió muestras a un comité del estado de Nueva York, que emitió un informe público acusatorio. Capp recurrió a la Asociación Nacional de Dibujantes, que inició una investigación, desenmascaró a Fisher, lo llevó a los tribunales y lo expulsó. antes de que éste terminara suicidándose en 1955.

Anciano y cansado, Capp canceló la serie y se retiró el 13 de noviembre de 1977. No sólo había dejado de cumplir su papel de observador social de miras liberales sino que los propios personajes habían perdido mucha de su vitalidad a consecuencia del mencionado matrimonio de Abner, quedando atrapados en una especie de estabilidad confortable pero carente de la tensión sexual que tan bien había funcionado. Tampoco el humor del autor envejeció bien, derivando hacia la broma poco elaborada, las invectivas políticas radicales o los personajes estridentes. Todo ello marcó una clara decadencia desde mediados de los sesenta, periodo durante el cual la distribución bajó a los 300 periódicos. Capp no sobrevivió mucho a lo que había sido la gran obra de su vida: murió tan solo dos años después, poco antes del triunfo neoconservador de Reagan en los ochenta.

“Li´l Abner” sigue siendo hoy objeto de múltiples estudios analíticos y continuas reediciones, lo que demuestra su calidad y perdurabilidad. Por desgracia, en España no hemos tenido ninguna
edición que haga justicia a este material. A comienzos de los noventa, Ediciones Eseuve se atrevió a lanzar media docena de volúmenes que publicaron de forma desordenada, mal reproducida y traducida, algunos de los mejores arcos argumentales de los años cuarenta y cincuenta. El principal problema reside en que, como apuntaba más arriba, buena parte del humor descansa en el idioma, ya sea el peculiar dialecto de paletos con el que se expresan los Dogpatchenses y que da lugar a innumerables juegos de palabras y equívocos; o los propios nombres de los personajes, la mayor parte de ellos intraducibles. Haría falta un traductor muy bueno que dedicara mucho tiempo y trabajo a esta obra para conseguir una edición que hiciera justicia al material original.

En resumen, una obra imprescindible e inimitable en sus dos primeras décadas, un comic fresco, transgresor, divertido, sin miedo a denunciar las injusticias y corrupciones de la sociedad y los peores defectos de la naturaleza humana, con personajes bien construidos y entrañables y tramas dinámicas que mezclaban lo cotidiano con lo fantástico, lo realista con lo imposible. Un clásico que no ha pasado de moda.


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