1 feb 2018

1963-SARGENTO FURIA Y SUS COMANDOS AULLADORES – Stan Lee, Jack Kirby y Dick Ayers (y 2)


(Viene de la entrada anterior)

Aunque Marvel aún tardaría unos años en empezar a tocar temas sociales y políticos de calado como el deterioro del medio ambiente, el consumo de drogas, las revueltas estudiantiles o la guerra de Vietnam, sí hubo algo que Lee abordó desde los primeros comics de fantasía y western de esta primera época de la nueva Marvel. Durante la Segunda Guerra Mundial, Lee había sido destinado a un departamento del ejército que producía material didáctico para los soldados en forma de comics. No olvidó aquella experiencia y desde entonces tuvo la certeza de que los comics, como medio, podían servir tanto de entretenimiento como de aprendizaje. Así y como ya comenté al principio, incluyó con toda normalidad a un personaje negro como parte del reparto principal; y en el número 6 (marzo 64), en la historia titulada “Los Colmillos del Zorro del Desierto”, fue un paso más allá al entrar de lleno en el tema del racismo.



Se trata de un cuento moral ambientado en el escenario desértico del norte de África, donde los tanques británicos se enfrentaban a los Afrika Korps del general Erwin Rommel. Dino Manelli resulta herido durante un entrenamiento en Inglaterra y es reemplazado para la siguiente misión por el racista George Stonewell, que desde el principio muestra desprecio por sus compañeros italiano y judío respectivamente además de un abierto prejuicio contra Jones. Furia expresa con su peculiar estilo lo que los autores –y muchos lectores- pensaban de esa incorporación: “¡Eres un genuino racista de 14 quilates! ¡Tenemos que aguantarte porque debemos salir al alba y no hay tiempo para cambiarte por un verdadero ser humano! Pero te lo advierto… ¡Como se te ocurra mirar mal a Izzy o Gabe o a nadie por culpa de su raza o color, te haré desear no haber nacido. ¡Las ratas como él no están del lado de nadie! ¡Salen arrastrándose del barro el tiempo justo para envenenar todo lo que tocan!”.

Ya en el transcurso de la misión, un nazi prisionero simpatiza con Stonewell y le dice: “No permitimos que las razas inferiores se mezclen con nosotros, que formen parte de nuestra cultura”. Pero mientras que otros guionistas antes y después de Lee habrían hecho de Stonewell un individuo
claramente odioso en todos sus aspectos, aquí aparece retratado en tonos grises y más realistas, puesto que, con todos sus execrables prejuicios raciales, es un soldado valiente y entregado. Al final, su actitud intolerante hacia el judío Izzy hace que resulte herido y es precisamente éste quien le pone a salvo. Cuando la gravedad de sus heridas hace necesaria una transfusión, es el negro Gabe Jones el único que tiene el tipo de sangre compatible con el de Stonewell.

Otros guionistas habrían finalizado el episodio bien matando a Stonewell como castigo por sus pecados, bien haciéndole experimentar una epifanía que le hace abandonar sus prejuicios raciales. Pero Lee se permite una conclusión más ambigua rematada por las palabras finales de Furia: “Las semillas del prejuicio, que tardan toda una vida en crecer, no se pueden aplastar de la noche a la mañana. Pero si no dejamos de intentarlo, si no dejamos de luchar, tal vez llegue el día en que “Ama a tu Prójimo” sea algo más que una frase que oímos en la iglesia”.

Introducir en los comics el tema del racismo era contemplado como un movimiento arriesgado
en aquel tiempo ya que los editores tenían miedo de perder ventas si los estados del sur de percataban del contenido de la historia en cuestión y reaccionaban contra ella. Por tanto, la decisión de Lee (y del propietario de Marvel, Martin Goodman) requirió de no poco coraje. En cualquier caso, este episodio de la colección ha quedado no sólo como un ejemplo temprano de lo que la editorial haría en años posteriores sino como testimonio del valor de Lee y Kirby en un medio, el del comic, que desde hacía diez años había vivido acomplejado y temeroso de suscitar cualquier tipo de polémica.

En “El Consejo de Guerra del Sargento Furia” (nº 7, mayo 64), el amnésico héroe titular debe afrontar un juicio e incluso una posible ejecución por actos que él no puede recordar haber realizado. Aquí nos encontramos un tipo distinto de drama bélico, aquel que transcurre principalmente en la sala del juzgado. Kirby, que se había pasado años dibujando comics románticos, sabía cómo narrar una historia que, sin faltarle dramatismo, careciera de acción física, una experiencia que le sirvió de mucho a la hora de abordar este episodio.

En el número 9 (julio 64), una adición al equipo viene a sustituir al fallecido “Junior” Juniper: Percy Pinkerton, un británico que amplió aún más la diversidad étnica y cultural de los Aulladores, si bien volviendo a apoyarse en los tópicos, porque Percy era el previsible inglés remilgado y siempre aferrado a un paraguas –que, eso sí, utilizaba hábilmente como arma personal- . En una entrevista realizada en 2002, Lee afirmó que su intención original había sido que Pinkerton fuera gay, pero que nunca lo mostró explícitamente en los comics debido a las restricciones impuestas por el Comics Code. Como de costumbre, hay que coger con pinzas lo que dice el por otra parte entrañable Stan Lee, alguien que siempre ha sido un excelente publicista de sí mismo. Hay razones para dudar de esas declaraciones, puesto que contradicen el lacrimógeno origen del personaje narrado por él mismo en el número 23. En un pasaje de ese episodio, ambientado en Birmania, Pinkerton le cuenta a Furia cómo su gusto por las “chicas guapas” arruinó sus estudios en la academia militar (aunque, naturalmente, también es posible que el inglés mintiera a Furia por miedo a la discriminación. Al fin y al cabo, sus compañeros se burlaron de él cuando se unió al pelotón por sus modales afectados).

Fue también este número 9 el momento en el que Dick Ayers, quien normalmente ejercía de entintador de la casa, asciende a dibujante titular de la colección. En esta ocasión, los hombres de Furia se infiltraban nada menos que en el corazón de la Alemania nazi para enfrentarse con un barón Zemo anterior al enfrentamiento con el Capitán América que cubriría su rostro para siempre.

Quizá para conjurar la mala suerte asociada con el número 13 (diciembre 64), Lee quiso incluir
en él a dos ases ganadores: Kirby regresa para encargarse del dibujo –con entintado de Ayers-; y Furia lucha codo con codo con el Capitán América y Bucky en el que fue uno de los más importantes crossovers de la época. Anteriormente, Lee ya había establecido conexiones entre la continuidad Marvel contemporánea y la Segunda Guerra Mundial (Reed Richards, ya lo mencioné, apareció en el nº 3 de esta misma colección; en el 8 se había presentado al Barón Zemo; se había visto en un flashback de Los Cuatro Fantásticos nº 11 a Ben Grimm como piloto de los marines en el Pacífico; y también en el nº 21 de los 4F había intervenido un maduro Furia como agente de la CIA). Pero fue con la aparición del Capitán América en este episodio que los lectores ya no tuvieron ninguna duda acerca de que la continuidad Marvel se extendía más allá de “Los Cuatro Fantásticos” nº 1, hacia el pasado.

Se abría de esta forma un nuevo abanico de inmensas posibilidades. ¿Podían ser los viejos héroes de los años cuarenta parte de ese mismo universo? ¿Vivían todavía en algún lugar del presente esperando para resurgir? ¿Y qué pasaba con los héroes del Lejano Oeste que también publicaba la compañía? ¿También estaban incluidos en la misma línea temporal? Lee tuvo el acierto de ir eligiendo ciertos personajes y elementos de los comics del pasado para ir
actualizándolos y luego insertarlos en el nuevo universo Marvel con un enfoque más maduro. Por ejemplo, el estilo y tono que adoptó para el Capitán América y, especialmente, Bucky, fue bastante más realista que el de los infantiles guiones de los comics de los años cuarenta, destinados a los niños.

El vengador del escudo es el auténtico protagonista de esta historia en la que se siembran las semillas de la amistad entre ambos guerreros y su colaboración futura en SHIELD. Es una peripecia repleta de acción y humor. El guión de Lee recoge y sintetiza rápidamente las personalidades de los numerosos intervinientes desde las primeras páginas, cuando Furia y su novia, Pamela Hawley, visitan un pub local. Cuando su rival Bull McGiveney entra y empieza a atormentar a un desgraciado soldado (que resulta ser nada menos que Steve Rogers), Furia no puede contenerse: “”¿Fuera el cigarro de la boca, grosero! ¿Quieres que me queme mis delicados nudillos mientras te acaricio los morros?”. Cuando llega la policía militar para detener la multitudinaria pelea, lo hace con los habituales diálogos que Lee encajaba en todos los números exagerando la reputación de los Aulladores: “¡Debemos estar locos para entrar ahí sin tanques! No me extraña que el capitán pidiese voluntarios. ¡Sabía que era una misión suicida!”. Pero las bromas y los juegos no duran para siempre y pronto Furia y sus hombres se unirán al Capitán y Bucky para encontrar y destruir
un túnel que los nazis están excavando bajo el Canal de la Mancha y a través del cual pretenden invadir Gran Bretaña.

Publicada justo antes de la inauguración de la nueva serie del Capitán en la cabecera genérica “Tales of Suspense”, posiblemente su intervención en “Sargento Furia” fue o bien su inspiración o una suerte de tráiler de presentación de la misma. En cualquier caso, Lee, Kirby y Ayers contribuyeron decisivamente con este episodio a la consolidación del Universo Marvel.

La mayoría de expertos sobre comic consideran que los únicos comics bélicos dignos de tal nombre en Estados Unidos durante la época clásica fueron los que Harvey Kurtzman escribió para la EC en los cincuenta, historias desmitificadoras que reflejaban toda la barbarie y el sufrimiento de las batallas y las guerras. Desde luego, “Sargento Furia y sus Comandos Aulladores” no sigue esa estela lúgubre y más que un comic realista sobre la dureza de los conflictos armados y los trances que experimentan los hombres en combate era una exageración inverosímil de la vida militar que se acercaba más a los títulos de superhéroes de la casa.

Quizá una de las cosas que más chocaron a los lectores de la época fuera que el comic no se intimidara a la hora de hacer que los soldados cumplieran con su obligación: matar enemigos. Los héroes clásicos siempre se tomaban muchas molestias para evitar la muerte de sus adversarios e incluso los villanos rara vez mostraban algo más duro que un comportamiento desordenado y gamberro. Sin salir de la propia Marvel, en los comics de Rawhide Kid, un héroe del western, éste siempre acertaba con sus disparos a desarmar a sus enemigos. Furia y sus Aulladores no tenían esos remilgos: disparan, arrojan granadas, ametrallan a mansalva, lanzan cartuchos de dinamita…

Lo cual no quiere decir que el comic se regodee en cadáveres, cuerpos calcinados o miembros mutilados. En lo que se refiere a la plasmación visual de la violencia, ésta no era en absoluto explícita ni reflejaba de ninguna manera la brutalidad de los campos de batalla. Es más, las historias mostraban una visión de la guerra casi alegre y juguetona. Naturalmente, esto obedecía en parte a las imposiciones del órgano censor de la industria, el antes mencionado Comics Code Authority, que prohibía la inclusión de violencia gráfica o literaria en los comic-books. Pero también es probable que en ello influyeran las inclinaciones de los propios autores. Por una parte, el temperamento optimista de Stan Lee seguramente le previno de escribir
historias lastradas por el sufrimiento, la pérdida, la muerte y las mutilaciones, prefiriendo enfocar el asunto con su habitual estilo ligero, casi superficial. Así, el comic tenía más en común con películas como “Jornada Desesperada” (1942) que con dramas bélicos más serios como “Guadalcanal” (1943) o la serie televisiva “Almas en la Hoguera” (1964-67). Las tramas se dividían entre misiones imposibles tras las líneas enemigas y la rivalidad con la unidad dirigida por el sargento Bull McGiveny, dejando poco espacio para la introspección.

Por otra parte, Kirby ofreció en las páginas de esta colección algunas de las mejores escenas de acción que dibujó para Marvel, pero su creciente tendencia hacia la estilización de sus figuras (y que evolucionaría hasta su estilo definitivo a mediados de los sesenta) impedía tanto una aproximación realista al fenómeno de la guerra (que sí hacía el mencionado Sargento Rock de DC) como reflexiones éticas complejas (como las que insertaba Kurtzman en sus comics de la EC).

Tampoco significa todo esto que “Sargento Furia” trivializara o pasara por alto la muerte. De hecho, algunos de los mejores números de la colección tenían que ver con la muerte repentina y trágica de alguno de los personajes. Para entonces, los todavía no muy numerosos fans de Marvel ya habían leído en sus comics las muertes del Baron Zemo y Franklin Storm (el padre de la Antorcha Humana y la Chica Invisible) y en los años venideros contemplarían las de Frederick Foswell y Gwen Stacy en la colección de Spiderman. En “Sargento Furia”, ya lo conté más arriba, los comandos habían tenido que pasar por el mal trago de la muerte de su camarada Junior. Y en el número 18 (mayo 65) tuvo lugar la igualmente inesperada muerte de Pam Hawley tras meses de relación sentimental con Furia.

Aunque no había jugado un papel verdaderamente relevante en la colección, Pam se había convertido en una cara familiar y su influencia dulcificadora sobre Furia era siempre bienvenida. De manera silenciosa y sutil, había conectado con los seguidores de la serie quienes, probablemente, esperaban que ambos amantes fueran fortaleciendo todavía más su relación. Furia, al parecer, tenía la misma idea, porque al
comienzo del episodio lo vemos comprando un anillo de compromiso para Pamela. Pero antes de que pueda entregárselo, el deber lo reclama en la forma de otra misión imposible. Él no lo sabe, pero nunca volverá a ver a Pam. Cuando regresa, se entera de que ha muerto mientras ayudaba a los heridos durante un bombardeo. Su muerte dejó a Furia con el mismo tipo de trauma que Steve Rogers/Capitán América arrastraría durante décadas a raíz de la pérdida de su amigo Bucky en la guerra.

Curiosamente, aunque es Dick Ayers quien se encarga de dibujar la mayor parte del comic, Jack Kirby firma la página-viñeta inicial y la plancha final del mismo. Quizá Lee pensara que los primeros números de Ayers como dibujante titular carecían de la intensidad emocional que esas escenas exigían. En cualquier caso, Kirby tiene la última palabra en este episodio gracias a esa página de cierre, sencilla pero sentimental.

Pese a la ya mencionada valentía de Lee a la hora de tocar el tema del racismo en su país, no tuvo la misma sensibilidad a la hora de retratar a los enemigos alemanes y japoneses a los que se enfrentaban los héroes. Todos ellos están construidos en base a los más rancios tópicos: malvados hasta la estupidez, fanáticos sin redención y tan incompetentes que entraban abiertamente en lo absurdo. Por el contrario, los Aulladores eran auténticas máquinas de matar, capaces de liberar en solitario un campo de concentración o frustrar todo el programa atómico nazi. Sólo en algunas ocasiones puntuales se conseguía escapar de ese hoy molesto maniqueísmo, como por ejemplo en el caso de Eric Koenig, un nazi que “vio la luz” en el número 27 y que, más tarde y con guiones de Roy Thomas, acabaría pasándose a los aliados y uniéndose a los Aulladores. Dado ese planteamiento, no puede extrañar que, aunque la ambientación general sea correcta –al fin y al cabo Kirby había luchado en el frente europeo y conocía el material-, el rigor histórico es prácticamente nulo.

Un par de años después del debut de la serie, Stan Lee empezó a dar vueltas a la idea de un
segundo título protagonizado por Nick Furia, pero no tenía muy claro qué contenido podía darle. La respuesta le llegó de la televisión y, concretamente, de la serie “El Agente de CIPOL”, que se había estrenado el otoño anterior. Y así, el sargento Furia cambió su andrajoso uniforme por un parche en el ojo y se convirtió en Agente de SHIELD, la respuesta de Marvel a James Bond, en el número 135 (agosto 65) de la cabecera genérica “Strange Tales”, saltando a su propia colección en junio del 68. Durante un tiempo, por tanto, disfrutó de nada menos que dos colecciones simultáneas en el catálogo marvelita.

Sin embargo y antes de la partida de Lee, empezaron a surgir problemas a la hora de compatibilizar la existencia de Nick Furia en dos momentos temporales distintos –pero de publicación simultánea- del Universo Marvel. Así, por ejemplo, en el número 27 (febrero 66) se ofrecía una retorcida e insatisfactoria explicación de cómo Furia había perdido su ojo.

Los primeros 28 números de la serie, entre 1963 1966, pueden considerarse los mejores y más representativos de toda la colección. En concreto y durante sus dos primeros años de vida, la serie fue capaz de mantener el suspense gracias a que sus creadores demostraron desde el principio que ninguno de sus personajes, excepto el propio Furia, estaba a salvo de morir. No
había garantía de que los Aulladores, sus amigos, novias o aliados llegaran vivos al final de la guerra. Sin embargo, conforme más y más personajes del reparto fijo fueron apareciendo como agentes de la moderna SHIELD en la colección “Strange Tales” (Dum Dum y Gabe entrarían en SHIELD y alcanzarían el rango de altos oficiales de esa organización, siempre bajo las órdenes de Nick Furia. Reb, Dino e Izzy vivieron al menos hasta finales de los sesenta, ya que participaron en la guerra de Vietnam (“Sargento Furia Anual” nº 3, agosto 67), este tipo de tensión narrativa se hizo insostenible.

Por otra parte, se dio la circunstancia de que el Nick Furia moderno, tal y como aparecía en “Strange Tales”, no era sino una versión algo más suave y envejecida del personaje ya presentado en “Sargento Furia y sus Comandos Aulladores”, lo que limitaba a los guionistas de aquélla en lo que se refiere al desarrollo del personaje. Sencillamente, Furia y sus camaradas ya habían sido bien delimitados en las aventuras de la guerra y no se podían hacer cambios radicales (un problema por cierto, al que también hubo de enfrentarse en DC Robert Kanigher cuando el Sargento Rock empezó a aparecer en los comics de superhéroes
modernos. Su solución fue muy otra: ignorar todas esas aventuras. En una carta editorial en “Sgt.Rock” nº 374 –marzo 83-, escribió respecto a la Compañía Easy que “todos, hasta el último hombre, morirán en la Segunda Guerra Mundial. Sin disfraces, trajes ni superpoderes”).

La serie perdió buena parte de su vitalidad a partir del nº 13, cuando Kirby abandonó el título. Aunque Lee se las arregló para mantener cierto interés en las historias, ni siquiera él pudo impedir que la colección fuera quedando arrinconada ante la creciente popularidad de los superhéroes que publicaba la editorial. Tampoco ayudó el dibujo de Dick Ayers, quien, aunque de vez en cuando tenía momentos de cierta inspiración, resultó incapaz de mantener un nivel de calidad suficiente durante muchas páginas seguidas. Por otra parte, “Sargento Furia” no se benefició del tono épico y las tramas interrelacionadas que empezaron a instalarse en el resto de colecciones de la casa. Las historias seguían siendo autoconclusivas y los personajes nunca se desarrollaron demasiado más allá del momento de su presentación en el número 1.

A comienzos de 1966, con el número 28 (marzo), Lee dejó los guiones de la colección en manos de su mano derecha, Roy Thomas. Curiosamente, y quizá no fue casualidad, al año siguiente se estrenó una serie televisiva en Estados Unidos, “Comando en el Desierto”, que guardaba una curiosa semejanza con el Sargento Furia y sus hombres. Estaba protagonizada por un grupo de cuatro comandos, tres americanos y un británico, que realizaban misiones suicidas de guerrilla contra las tropas alemanas de Rommel en el norte de África.

A pesar de las limitaciones creativas con las que tuvieron trabajar, Roy Thomas y Gary Friedrich –que reemplazó a Thomas como guionista fijo en el número 42 (mayo 67)-, ambos consiguieron exprimir de la colección algunas buenas historias. Thomas hizo un notable trabajo narrando la evolución del mencionado nazi Eric Koenig entre los números 35 y 37. También es destacable el número 29 (abril 66), en el que se le da al Baron Strucker cierta personalidad e incluso auténtico sentido del honor –a pesar de una mediocre labor gráfica de Ayers-. En cuanto a Friedrich, probablemente hizo más en sus primeros quince números por desarrollar las personalidades, motivaciones y trasfondo de los Aulladores que Lee y Thomas en todo el tiempo que escribieron la colección. Fue entonces cuando el tono de la
serie fue acercándose más y más al Sargento Rock de la competencia, ganando en realismo y tono fatalista pero perdiendo por el camino el humor y peculiar encanto que habían impregnado su primera etapa.

Eso sí, los números dibujados por Kirby y entintados por Ayers tenían una energía especial, pero también eran el trabajo de artistas en mitad de sus respectivas evoluciones creativas, lo que daba como resultado un continuo vaivén en la calidad de los números. En cambio, el equipo que formaron de 1967 a 1970 un más experimentado Ayers en los lápices y el gran John Severin (que ya había dibujado episodios bélicos en “Two-Fisted Tales” de la EC) en las tintas, demostraron mayor consistencia y confianza en sus respectivas técnicas y estilos.

Las ventas del comic se mantuvieron razonablemente bien en los setenta, pero ya fuera debido al cambio en la sensibilidad popular respecto a la guerra a raíz de Vietnam o bien a la fatiga de los propios creadores, se detecta una clara sensación de fatiga en la última etapa. De hecho, en su número 80 (sept. 70), la colección cambia su planteamiento para alternar material nuevo con reediciones de viejos episodios. El número 120 sería el último en publicar material nuevo (una eficaz pero nada
destacable historia escrita por Larry Lieber, el hermano menor de Stan Lee), aunque continuaría su andadura reimprimiendo historias pasadas nada menos que otros 47 episodios hasta su cancelación en 1981, tras 167 números.

Lo cierto es que Marvel siempre trató a la serie como un producto de segunda división, asignando a la misma equipos creativos de poco peso. Y, sin embargo y a pesar de ello, su longevidad sólo fue posible gracias al apoyo de los lectores. “Sargento Furia” fue el comic bélico de mayor éxito jamás publicado por la editorial. Otros títulos anteriores y posteriores, como “Combat Kelly” (tanto en su primera versión de los cincuenta, ambientada en Corea, como en la de los setenta, en la Segunda Guerra Mundial), “War Is Hell” (1973-75) o “Captain Savage & His Leatherneck Raiders” (1968-70, claro sosias de Furia realizado también por Friedrich y Ayers), nacieron y murieron mientras “Sargento Furia” les sobrevivía a todos.

A pesar de su incapacidad para recrear la creatividad y éxito de ventas del “Sargento Furia” y
el decreciente interés del público por estas historias, Marvel no se rindió y en 1986, lanzó otro comic bélico, ahora ya para una nueva generación de lectores, escrito y dibujado por veteranos de un conflicto más reciente pero menos popular: “The Nam”. Pero es otra historia.

¿Cuál fue la fórmula que explica la larga vida de “Sargento Furia y sus Comandos Aulladores? Es difícil decirlo, pero probablemente entre sus ingredientes se encuentran el grandilocuente texto y diálogos de Lee, su don para las caracterizaciones, el dibujo de Kirby y Ayers, las dosis precisas de violencia aprobada por el Comics Code y un adecuado equilibrio entre comedia y tragedia. Gracias a ello, “Sargento Furia” pudo hacerse con su propio espacio en lo que era un género básicamente dominado en los comics por DC. La colección entretenía a adolescentes y adultos por igual, pero su caricaturización del combate y la vida militar lo hacía accesible también a aquellos lectores demasiado jóvenes para recordar la Segunda Guerra Mundial o la de Corea.

Por otra parte y visto con cierta retrospectiva, parece extraño que un título que duró tanto tiempo (dieciocho años y medio) y vendió tanto durante su etapa clásica, no reciba hoy más atención. Parte de ello probablemente se deba a que la versión moderna de Nick Furia diseñada por Steranko, eclipsó a la anterior. El superespía vestido con su elegante y ajustado traje azul, su estiloso parche, el coche volador, su sexy amante y una infinidad de modernos artefactos de todo tipo, sintonizaban mejor con los gustos de los lectores de superhéroes que el soldado andrajoso y mal afeitado que había sido durante la guerra.

Y, desde luego, la etapa clásica de “Sargento Furia y sus Comandos Aulladores” es un producto de su tiempo que hay que abordar con la mente puesta en su contexto. Los comics bélicos ya no tienen ni la sombra de popularidad que una vez disfrutaron, lo cual, por otra parte, quizá sea una buena señal. Es un comic que hay que leer como lo que es y sus autores pretendieron: puro entretenimiento sin pretensiones.


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