10 nov 2017

1948- BUCK DANNY – Charlier y Hubinon (2)


(Viene de la entrada anterior)

Es muy conocido el caso del Comics Code Authority, el organismo de censura que vigilaba el contenido de los comic-books americanos y decidía si estampar o no su sello en las cubiertas de los mismos, condicionando de esta manera su distribución y venta. Fue una institución vergonzante que limitó el crecimiento del medio y aplicó con arbitrariedad y estrechez de miras unos criterios casposos y pasados de moda. Pero lo que sabe menos gente es que Estados Unidos no fue ni mucho menos el único lugar donde las autoridades vigilaban los productos destinados a los niños. Quizá por primera y única vez en la Historia, en 1949, la Iglesia Católica y el Partido Comunista Francés se ponen de acuerdo en la firma de una ley destinada a tal fin, emitiendo unas directrices castradoras y tan absurdas como las del órgano censor americano. Se vigilaban los vestuarios y actitudes de las féminas (“Evitaremos (…) situaciones confusas entre hombres y mujeres y las mujeres con actitudes o atuendos provocativos o que se presten a equívocos”), no se admitían tibiezas morales en los personajes, se limitaba el uso de armas, se fijaban estereotipos a los que tenían que amoldarse los protagonistas (“El héroe (…) será siempre leal, incluso frente a adversarios desleales. Se comportará siempre con caballerosidad con sus adversarios heridos o que se encuentren en la imposibilidad de defenderse, y albergará siempre el mayor respeto por la vida humana”)… Pero, además, a esas reglas se añadía el chauvinismo francés, que, por ejemplo, ¡prohibía utilizar onomatopeyas que no se consideraran francesas!


La editorial Dupuis publica la revista “Spirou”, en la que se serializan las aventuras de “Buck Danny”. Y para los franceses, esa publicación es tan extranjera y digna de desconfianza como una americana. Someten al semanario a un meticuloso escrutinio y aunque nunca llegaron a prohibirlo, sí “regañaban” al editor recomendándole modificaciones en el enfoque y temas tratados. De todas maneras, podían pasar por alto ciertos “pecadillos” en tanto en cuanto vinieran serializados en la revista, pero cuando las historias eran recopiladas en álbum y presentadas para su autorización…la cosa cambiaba. Nada menos que tres álbumes de “Buck Danny” tuvieron prohibida su importación en Francia.

Las recomendaciones que recibió Dupuis del organismo correspondiente en relación a Buck Danny fueron: “Suprimir toda alusión política. Prohibir las escenas de guerra, orientar la historia hacia actividades pacifistas”).

Y es que los dos últimos álbumes del personaje: “El Cielo sobre Corea” (1954) y “Aviones sin Piloto” (1954) transcurrían durante la Guerra de Corea, conflicto que había estallado en 1950 cuando las fuerzas comunistas de Corea del Norte
invadieron Corea del Sur y una fuerza aliada bajo el mando de la ONU acudió a la península para expulsar al invasor y restablecer la frontera fijada tras la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto, había combates aéreos con pilotos comunistas y la muerte, aunque no explícita, estaba presente. Para colmo, había intereses espurios implicados en todo el asunto. Los miembros de la comisión censora francesa eran secretos, pero se sabía que había varios editores franceses de publicaciones infantiles, que veían a “Spirou” como una amenaza a sus respectivos negocios. Si Dupuis quería que sus álbumes se vendieran en Francia, las instrucciones eran muy claras: “Deben ustedes cambiar completamente el curso de esta historia. La guerra de Corea ha terminado. Es un tema tabú”. Sí, el conflicto había terminado con la firma de un armisticio en 1953, pero las autoridades francesas se sentían incómodas con las posibles implicaciones políticas de las historias puesto que el gobierno galo seguía manteniendo colonias en Indochina en las que las fuerzas comunistas ganaban cada vez más poder.

Charlier intentó defender su causa, pero fue totalmente inútil: “Sostenían que Buck Danny en
Corea era político y que ver algo así en un periódico para jóvenes era indecente. Por aquella época, “Fils de Chine” (Hijo de China), de Paul Gillon, se publicaba en Vaillant, que era un órgano comunista. Yo repliqué que no hacía más política que en “Fils de Chine”, una aventura que relataba la historia de Mao Zedong, de su “Gran Salto Adelante” y de su lucha contra el malvado Chiang Kai-shek. A lo que me respondieron que “Spirou” era una publicación belga y que a una publicación belga no se le iba a permitir lo que se permitía a un periódico francés. Ante este tipo de argumentos, sólo se podía tragar. Esta es la razón de que en uno de mis álbumes haya un avión ruso o chino que llega y después no se vuelva a saber nada de él”.

Charlier hacía referencia al álbum “Un avión se ha quedado en el camino” (1954), que comenzaba con los tres protagonistas embarcados a bordo del portaaviones Valley Forge en misión de patrullaje por el Mar de la China Meridional tras la firma del armisticio. Los radares del navío detectan un avión de modelo desconocido que viola el acuerdo de tregua y sus aeronaves, comandadas por Danny, salen a buscarlo, metiéndose en un inesperado combate aéreo.

Pues bien, algo antes de ese punto fue más o menos cuando llegó el aviso de los censores franceses: o cambiaban la orientación de la trama o tampoco aceptarían en su territorio la publicación de esa historia en formato álbum. Charlier y Dupuis se rindieron. No había forma
racional de combatir la estulticia. Lo habían probado todo y era la hora de ceder. Al fin y al cabo, buena parte de los beneficios de la editorial dependían de las ventas en Francia, un mercado mucho más amplio que el belga. La continuidad de editorial y personaje dependían de ello.

Así que a mitad de álbum, se produce un giro brusco del guión. Nada más aterrizar tras su encuentro con el misterioso avión hostil y en tan solo cuatro viñetas, el comandante del portaaviones comunica a Buck, Tumbler y Sonny que han sido transferidos a una base aérea de Pearl Harbor, donde enseñarán a un grupo de aviadores bisoños las técnicas de volar embarcados en ese tipo de navíos. Y de eso va el resto del álbum (alrededor de los dos tercios finales). No es que sea muy emocionante desde el punto de vista de la aventura pura, aunque Charlier intentó inyectar algo de calor humano haciendo que uno de los pilotos, a causa de un trauma, tenga algunos problemas para afrontar ciertas situaciones de vuelo y, dado que pone en peligro a sus compañeros de escuadrilla, sea rechazado por éstos. Buck se empeña, enfrentándose a todo el mundo, mandos incluidos, no sólo en ayudarlo, sino en demostrar que en realidad es el mejor piloto de todo el grupo. Naturalmente, lo consigue.

Para el siguiente álbum, “Patrulla al Alba” (1955), Charlier había aprendido la lección y
planteó una aventura mucho más convencional, aunque su oficio le permitía hacerlo sin aburrir al lector. A bordo del Valley Forge se detecta la señal de un misterioso avión que no responde a las señales que se le lanzan. Cuando Danny y sus amigos salen a investigar en un helicóptero, encuentran el aparato estrellado en un islote. Allí son tomados prisioneros –y su aparato destruido y ocultado- por los hombres de un tal Wangler, antiguo comandante de submarino alemán que en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial recibió la misión de transportar parte de los tesoros del Reich para ocultarlos en un lugar apartado y seguro. El submarino resultó hundido y ahora, tras años de buscar los recursos necesarios para localizar y rescatar el contenido del pecio, se ve interrumpido –el avión misterioso era suyo- por la presencia de los pilotos americanos. Éstos, viendo su vida amenazada, no tienen más remedio que colaborar, aunque como es de esperar acabarán encontrando la forma de volver la situación en su favor.

Es, como decía, una historia de aventuras muy clásica, con un malo y sus secuaces, un tesoro, los héroes prisioneros y diferentes momentos de peligro. Charlier consigue disfrazar los tópicos y la falta de profundidad de los personajes gracias a una trama ágil y con pocos puntos flacos en cuanto a coherencia. Fue, además, un bienvenido desvío a las historias de ambiente militar
en las que la acción se concentraba principalmente en los combates entre cazas o arriesgadas misiones aéreas, demostrando que Danny, gracias precisamente a responder al estereotipo de aventurero perfecto, podía desenvolverse en entornos muy diferentes.

En 1957 empieza lo que puede denominarse, el “Ciclo Polar” de Buck Danny compuesto por tres álbumes. En “NC-22654 no contesta” nos encontramos al trío protagonista todavía embarcado en el portaaviones Valley Forge, patrullando al norte del Círculo Polar Ártico. ¿Para qué realizar esas misiones en un lugar tan aparentemente alejado de todos los centros habitados? Parte de la Guerra Fría de los cincuenta y sesenta se libró, precisamente, en el Ártico, el lugar del globo donde más se acercaban los territorios de ambas superpotencias, especialmente en las inmediaciones del estrecho de Bering. Pero también se temía que en caso de guerra total uno u otro país lanzara contra el adversario sus bombarderos nucleares a través de la ruta polar, la más corta. Por ello, Estados Unidos estableció una extensa red de bases militares, aeródromos y estaciones de radar desde Alaska hasta Islandia, dedicada a vigilar continuamente los cielos. Ésa era, implícitamente, la función del portaaviones Valley Forge en esas gélidas regiones del mundo.

Y digo implícitamente porque en ningún momento del álbum se menciona tal cosa. El navío y
sus aviones están allí, y punto. Y es que la censura francesa impedía que en las publicaciones destinadas a un público infantil se incluyeran referencias políticas, incluyendo, claro está, los comunistas. Por tanto, no se podía explicar de forma coherente qué hacían los americanos por esa zona ni apuntar a los soviéticos como los malos de la función. Así que Charlier se sacó de la manga para la ocasión a unos piratas aéreos que pretendían derribar un avión de carga que transportaba oro por la ruta polar y hacerse con el botín. Buck Danny se entera del inminente robo a través de un antiguo colega y él y sus inseparables amigos se presentarán como cebo de una trampa que frustre el crimen…aunque, por supuesto, las cosas se complican más de lo previsto.

Buck, Sonny y Tumbler continúan en las aguas del Ártico en el siguiente álbum, “Amenaza en el Norte” (1957), en el que en lugar de más verosímiles espías rusos, Charlier se inventa en esta ocasión un grupo de mercenarios de élite liderados por una mujer, Lady X, que se dedican a sobrevolar a baja altura bases ultrasecretas de todas las potencias, fotografiar las instalaciones y luego vender la información al mejor postor. Cuando se filtra que el próximo objetivo de Lady X es la base de Target Zero, en algún lugar del Ártico, envían allí a un equipo de pilotos
de primera línea al mando de Buck para que intercepten y derriben al avión mercenario en cuanto aparezca. Allí tendrán que luchar contra las dificultades que suponen las condiciones meteorológicas extremas y una pista de aterrizaje tan corta que los pilotos se juegan la vida cada vez que aterrizan. Al final, Buck y sus amigos serán engañados por el enemigo y a punto estarán de perecer en el test de una prueba nuclear. Y aunque parezca mentira que a alguien se le ocurriera probar ingenios atómicos en el hielo ártico –y, en el comic, ése era el propósito de la base Target Zero- lo cierto es que durante casi cuarenta años los rusos detonaron más de cien bombas en la isla siberiana de Nueva Zemla…

Aunque la manera en que los héroes salvan el pellejo in extremis se me antoja bastante cogida por los pelos, Charlier y Hubinon vuelven a dar un auténtico recital teórico y gráfico en lo que se refiere a plasmar con precisión las maniobras, los procedimientos, las tácticas y la utilización de la última tecnología aeronáutica.

La saga termina en “Buck Danny contra Lady X” (1958), una aventura que transcurre, esta sí,
casi toda en tierra. Desde Target Zero, Danny, Tuckson y Tumbler son enviados a la ciudad de Fairbanks (Alaska) para adiestrarse en el pilotaje de los nuevos jets F-100 Supersabre y volar con tres de ellos de vuelta a la base, incrementando así exponencialmente sus posibilidades de hacer frente a los aviones de Lady X. Pero he aquí que su presencia en Fairbanks es detectada por los mercenarios y Danny secuestrado para que revele información clave sobre Target Zero. Mientras se le agota el tiempo antes de que Lady X en persona lo asesine por negarse a colaborar, sus amigos lo buscan desesperadamente.

Este álbum marcó la presentación de la némesis de Danny, la supervillana recurrente que todo héroe clásico necesita. A pesar de su aparente muerte al final del álbum, Lady X (modelada a partir de la excepcional aviadora nazi Hanna Reitsch) volverá una y otra vez a cruzar su camino con el protagonista. Independiente, fría, astuta y hermosa, Lady X podría recordar a la Dragon Lady de “Terry y los Piratas” de no ser porque los autores no demuestran la menor intención de prender una chispa de atracción entre Danny y ella. En ningún momento se apunta a que pueda haber entre ambos algún tipo de tensión sexual, algo
que enriquezca la relación entre ambos. De hecho, Lady X bien podría haber sido un canalla masculino y nada habría cambiado en la historia... excepto quizá el machismo que exhiben los protagonistas. Cuando ya ha quedado bien establecido que la dama es una criminal fría, calculadora, desleal con sus hombres, carente de toda compasión, sin escrúpulos y codiciosa, Danny y sus amigos no son capaces de derribar su avión declarando que “¡No podemos hacer eso! No podemos disparar a una mujer, y además tres contra uno es deshonroso! “. “Matar a una mujer…¡Es una infamia!”. En fin… se trata de un comic escrito en los años cincuenta por dos autores varones, en el seno de una una sociedad machista y para una revista infantil supervisada por la censura. No se podía esperar ni exigir mucho más y, de hecho, ya fue bastante el que apareciera una mujer con un papel de peso en un comic de aventuras “masculinas”, tradicionalmente misóginos.



(Continúa en el siguiente post)

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