8 sept 2017

1979- DAREDEVIL - Frank Miller (3)


(Continúa de la anterior entrada)

Miller mezclaba en su dibujo el naturalismo y el expresionismo. Sus figuras exhibían proporciones, poses y aspecto realistas según el canon establecido por su admirado Neal Adams –especialmente en las escenas de lucha-, pero se movían en entornos teñidos de surrealismo extraídos de los comics del “Spirit” de Will Eisner o las historias de la EC firmadas por Bernie Krigstein o Harvey Kurtzman: habitaciones que parecían prolongarse hasta el infinito, celdas con techos y suelos cubiertos de barrotes, despachos con una iluminación imposible… La luz fue otro de los puntos fuertes de este comic, jugando con el claroscuro para construir una atmósfera claramente deudora del género negro y distanciada del mucho más luminoso mundo de los superhéroes. Las labores de iluminación las compartieron la colorista Glynis Wein y el entintador Klaus Janson (quien en 1982 pasó también a ocuparse de los colores). El resultado fue una colección que mezcla el género negro en su vertiente hard-boiled, las artes marciales y las fantasías superheroicas sobre el decorado de un Nueva York a mitad de camino entre lo realista y lo abstracto.


Más que un dibujante sobresaliente, Miller ha sido un gran narrador. En un comic no basta con tener una buena historia y talento a la hora de representar figuras, fondos y ambientes, sino saber imprimir el adecuado tempo narrativo. Es la función equivalente a la que en una película desarrollan el director y el montador: determinar qué escenas y qué viñetas son las que hacen falta para contar la historia, las que harán que la trama se acelere o se detenga en el momento preciso. Y, en este sentido, con independencia de que la historia que tenga entre manos sea mejor o peor, Miller siempre ha sabido cómo contarlas sin que resulten aburridas, una habilidad –conseguida tras absorber el trabajo de grandes maestros del comic y el cine- que ya demostró en esta su primera obra como autor. Ocultando sus deficiencias como dibujante, sus viñetas y sus encuadres están perfectamente pensados para destacar lo que el autor considera más importante en la escena. Hay viñetas horizontales y verticales, encuadres tradicionales o difuminados, raccords, pagiñas-viñeta y viñetas-detalle, alternancia de angulaciones extremas… pero siempre sin caer en el divismo. Por muy espectaculares que resulten sus páginas, no pretenden simplemente sorprender sino que responden al propósito de utilizar el lenguaje del comic para darle la mayor energía a la historia que se cuenta.

En muchos sentidos, “Daredevil” no se ajustaba a la línea de comics Marvel de entonces. Miller creó un universo de ficción prácticamente disociado de la continuidad del resto de colecciones. El protagonista no se asociaba con los Vengadores o Spiderman ni se enfrentaba al Doctor Muerte o el Cráneo Rojo. En cambio, utilizando una mezcla de personajes clásicos de la serie y otros creados por él, Miller dio forma a un mundo autocontenido que no necesitaba del resto del catálogo Marvel: el mercenario loco Bullseye; el reportero del Daily Bugle Ben Urich; el Castigador; la Viuda Negra; el matón de poca monta Turk; el maestro ciego de artes marciales Stick; la organización de ninjas místicos conocida como La Mano…y Elektra.

Presentada por Miller en su primer número como autor completo (el mencionado 168), Elektra rápidamente se convirtió en uno de los personajes secundarios más populares de toda la editorial. Su origen se narró ya en ese capítulo: Matt
Murdock y ella se conocieron en la universidad y se hicieron amantes hasta que el padre de ella, un diplomático griego, fue asesinado por unos terroristas. Incapaz de hallar consuelo, Elektra se separó de Matt y durante dieciséis años se dedicó en cuerpo y alma a las artes marciales hasta que fue captada por la organización de ninjas La Mano, que la adiestró como asesina y le lavó el cerebro. Cuando en este punto regresa a la vida de Matt –e ignorando todo sobre su alter ego-, lo hace por tanto como su opuesto aun cuando sus respectivos uniformes compartan el color rojo. La muerte de su propio padre hizo que Matt Murdock dedicara su vida a defender la ley y el orden; en cambio y tras el asesinato del suyo, Elektra perdió la fe en la capacidad del hombre para el bien, abandonándose al crimen y la violencia. En sus principios vitales, motivaciones y acciones, Daredevil y Elektra eran polos opuestos.

Pero, además, Miller utilizó a Elektra para dotar de contenido al pasado de Matt Murdock, un pasado del que sólo se conocían breves pinceladas de su infancia, cómo adquirió sus poderes y la forma en que vengó la muerte de su padre. Ningún otro guionista se había molestado en preguntarse en qué ocupó Murdock sus años de formación como abogado, ese periodo en el que ya tenía sus poderes pero todavía no sabía qué hacer con ellos. En este temprano ejercicio de retrocontinuidad, Miller nos presenta su primer y apasionado amor y la tragedia que le puso fin, aportando más al personaje en un puñado de páginas que todos los guionistas anteriores en quince años.

Elektra tenía el físico de la culturista Lisa Lyon, pero estaba inspirada en una de las mujeres fatales del “Spirit” de Will Eisner, Sand Saref, si bien Miller la pasó por el tamiz de su propia fascinación por las artes marciales japonesas y la bautizó (inicialmente se había llamado “Indigo”) como un claro guiño al mito griego del mismo nombre, cuya tragedia vital adoptó para su origen. La mujer mercenaria de los sais no sólo encandiló a todos los lectores desde el primer momento con su mezcla de erotismo, agresividad y feroz independencia sino que marcó en buena medida el camino a seguir por Miller. Su declarada intención inicial al hacerse cargo de la serie había sido la de adoptar un tono más ligero que el de su antecesor Roger McKenzie, pero lo que acabó haciendo fue todo lo contrario. No podía ser de otra manera con personajes como Elektra.

Que la serie había experimentado un cambio radical volvió a ponerlo de manifiesto el siguiente
número, el 169 (marzo 81), donde Miller no solo continuó explorando los rincones menos agradecidos de la ciudad, sino también los de las mentes de sus personajes, a menudo más siniestros que el peor callejón de La Cocina del Infierno neoyorquina. Bullseye había sido creado para la colección por el guionista Marv Wolfman (quien dijo en su momento que encontraba “Daredevil” poco inspirador, dejando la serie ante la falta de ideas) y el dibujante Bob Brown. En realidad, nunca se había hecho nada verdaderamente impactante con este villano. Era un segundón cuyo único talento era una puntería infalible con cualquier objeto que cayera en sus manos. Miller y McKenzie empezaron su conversión en psicópata letal en los números 160 y 161, y aquí Miller en solitario completa dicha transformación de villano de relleno a némesis inolvidable. Tal y como se ve en la notable portada de este episodio y en las páginas 2 y 3, Bullseye sufre alucinaciones a causa de un tumor cerebral. El intermitente delirio consiste en ver a Daredevil en todas y cada una de las personas que le rodean, lo que unido a un intenso dolor, agrava todavía más su psicopatía. La situación empeora hasta tal punto que Bullseye empieza a asesinar inocentes a diestro y siniestro por las calles y cines de Nueva York antes de que Daredevil lo encuentre y a duras penas lo derrote en los túneles del metro.

Por un momento, con su enemigo tendido en las vías a punto de ser arrollado por un tren, el héroe duda de si salvarlo o no: “Morirá…no puedo hacer nada. Estoy muy débil…no podré levantarlo. No podré…Mereces morir, Bullseye. Sé que volverás a matar…Te odio”. Finalmente, su sentido de la justicia se impone sobre su vertiente justiciera e intenta convencer al inspector de policía –y a sí mismo- de su decisión con un discurso de altos vuelos sobre la ética y el sistema legal. El detective, sin embargo, tiene menos remilgos: “Va a salir libre. Va a volver a matar. La próxima vez será culpa tuya”. En la última viñeta, desde la sala donde están operando a Bullseye para extraerle el tumor, llegan las palabras: “Caballeros, la operación ha sido un éxito. El paciente vivirá”. En muchos dramas médicos esas frases siempre sonaban como un triunfo sobre la muerte, una nota de esperanza en el futuro; pero aquí, con Daredevil regresando a las sombras mientras Manolis lo mira y esas palabras resuenan en la mente del lector, el resultado es el opuesto.

Este episodio y su desenlace es otro ejemplo de cómo Miller podía escribir historias y modelar personajes para hacerlos mucho más interesantes de lo que otros guionistas del género podían jamás soñar. Veamos otro ejemplo.

Wilson Fisk, alias Kingpin, había sido creado para ser un villano de Spiderman (apareció por
primera vez en “Amazing Spider-Man 50, julio 67). Stan Lee y John Romita lo habían presentado como un jefe mafioso, pero no tardó en declinar hasta verse reducido a poco más que una caricatura de sí mismo, un enemigo gordinflón y absurdamente elegante al que el héroe arácnido vapuleaba sin demasiados problemas. Sin duda, necesitaba una actualización radical y Miller se la proporcionó en el nº 170 (mayo 81) de “Daredevil”. En el arco argumental que aquí comienza (y que se extiende hasta el nº 172), titulado “Guerra de Bandas”, la colección se transforma de manera clara en una historia de género negro –salvo por una digresión con unos ninjas y el regreso de Elektra en el episodio final-. Daredevil se ve inmerso en una despiadada lucha por el control del mundo criminal de Nueva York en la que habrá asesinos a sueldo, palizas, atentados con bomba, ejecuciones, peleas en bares, traiciones, engaños…Kingpin, que había estado residiendo en el extranjero tras hacer caso a su mujer Vanessa y renunciar a la vida de señor del crimen, se ve obligado a regresar a Nueva York cuando los hombres a los que legó su imperio se ponen nerviosos al enterarse de que su antiguo jefe podría entregar al fiscal pruebas que los enviarían a todos a la cárcel. Secuestran a Vanessa con el fin de atraerle a la ciudad y contratan a Bullseye, ya recuperado de su operación, para que lo asesine. Pero estos mafiosos no cuentan con la inteligencia y experiencia de Kingpin, que vuelve su plan contra ellos y se convierte en su peor pesadilla.

Miller renueva completamente a Kingpin, transformándolo de estrambótico villano a frío hombre de negocios, respetable e influyente, integrado socialmente y reconocido como un importante empresario mientras en la sombra mantiene una extensa red de negocios ilegales y ocultos tras empresas pantalla, sicarios y hombres de paja. Kingpin es un superviviente nato, un individuo con un físico imponente –aunque rara vez recurra a la fuerza bruta- y una mente y voluntad todavía más poderosas. Seguro de sí mismo y magistral estratega, Kingpin no sólo pasó a formar parte de la galería de secundarios permanentes de la colección, sino que, en último término, fue el catalizador del viaje a la oscuridad que emprende el propio protagonista. Es Kinping quien acosará desde la sombra tanto a Matt Murdock como a Daredevil, permaneciendo intocable tras su pantalla de respetabilidad, enfrentándolo a dilemas morales que harán tambalear sus principios y, al final, destruyendo todo lo que le importa. Pero eso será más adelante.

La reconversión de Kinping fue un movimiento acertado que precedería a lo que Marv
Wolfman y John Byrne harían años más tarde con Lex Luthor en Superman. Tan poderosa fue esta nueva versión del villano que permanecería inalterada durante décadas, siendo la adoptada por las series de animación o la película del personaje.

Los tres episodios que narran el regreso de Kingpin al crimen tienen un final no muy intenso en el 172 (julio 81). Sí, tenemos un enfrentamiento entre DD y Bullseye y un epílogo que nos promete que Kingpin volverá en el futuro, pero la verdadera conclusión de este arco reposa sobre el dilema moral al que debe enfrentarse DD: Kingpin le proporciona las pruebas que necesita para derribar a las organizaciones mafiosas, pero al aceptarlas deja la puerta abierta a que Kingpin llene ese hueco. Es el tipo de final agridulce que corresponde al mundo moralmente gris de Frank Miller, un mundo parecido al nuestro en el sentido de que la victoria del héroe no siempre es limpia y rotunda.

A tal fin, Miller narra la historia desde diferentes niveles, empezando por el punto de vista del propio Daredevil cuando escapa de la trampa acuática en la que ha caído, descubriendo los grotescos habitantes del subsuelo neoyorquino que más tarde retomaría para otro intenso episodio con Kingpin –y que Chris Claremont adoptaría también para los X-Men: Los Morlocks). Luego, tenemos a Daredevil buscando información sobre Kingpin en lugares como el bar de Josie y a continuación el narrador pasa a ser una tercera persona muy al estilo de la voz en off en una película de serie negra, con frases como “Para amar a Nueva York tienes que conocerla. Y para conocerla debes aceptar lo bueno y lo malo que tiene…”. Son cuadros de texto que inserta en estrechas viñetas verticales que separan cada escena, guiando al lector en su viaje desde los brillantes rascacielos del centro hasta los tejados de los edificios de ladrillo de Brooklyn.

En la página siete, las torres de cristal iluminadas y de aspecto etéreo contrastan con los sucios tratos que se cierran en su interior: los jefes de las familias contratan a Bullseye para encontrar a Kingpin. Siguen tres viñetas que muestran lo lejos que está dispuesto a llegar el psicópata asesino para
cumplir su misión antes de saltar a otra localización, otra torre, ésta a oscuras y cuyas formas sólo quedan sugeridas por el contraste que produce la luz de la luna sobre sus superficies: es el cuartel secreto de Kingpin. Sin embargo, Bullseye no finaliza su encargo, cambiando de amo en el último momento y Kingpin vuelve el juego contra sus enemigos, incluido Lynch, su ayudante más cercano y al que encuentra responsable de la supuesta muerte de su esposa. Es entonces cuando Kingpin, en una explosión de violencia, se desprende de sus maneras tranquilas y educadas, deja emerger su lado más bestial, la persona que empezó siendo en las calles, y apalea a Lynch hasta matarlo.

En otro paso de gigante hacia los planos más oscuros del género, Miller continuó su trilogía de “Guerra de Bandas” –ya con cadencia mensual desde el 171- con una exploración de la mente de un agresor sexual en el número 173 (agosto 81). Que este número pasara la censura del Comics Code Authority es indicativo de la rápida erosión que estaba experimentando esa institución. Así, un formato y género todavía mayoritariamente considerado como infantil, se convertía en vehículo para adentrarse en temas como la violación y la violencia contra las mujeres. Por primera vez en los comics generalistas,
los lectores se encontraban con un villano ataviado con vestuario y complementos sadomasoquistas, máscara y correajes incluidos. En cualquier otra circunstancia, esto hubiera causado un escándalo o, al menos, sorpresa entre los seguidores de la colección, pero a estas alturas y tal y como Miller desarrollaba sus historias, casi era de esperar.

Michael Reese es un misógino que persigue a la psiquiatra que trata a Melvin Potter alias Gladiador. En una escena quizá inspirada en la película “Sola en la Oscuridad” (1967), Reese ataca a la doctora en su apartamento a oscuras, pero consigue escapar cuando los vecinos acuden alarmados. Naturalmente, DD lo persigue y lo captura, pero entonces le llega el turno de prestar testimonio a la secretaria de Matt Murdock, Becky Blake. Resulta que ella fue víctima del propio Reese años atrás, un ataque que la dejó paralítica (de hecho, Becky hubiera sido la pareja natural de Matt, en lugar de la maniática Heather Glenn, que había sido introducida en la colección para sustituir a Karen Page). A pesar del espinoso y adulto tema que constituía el núcleo de este episodio, Miller volvió a ofrecer una narración interesante y bien escrita sobre los aspectos menos ejemplares de nuestra especie.



(Continúa en la siguiente entrada)

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