11 ago 2017
1993- STRANGERS IN PARADISE – Terry Moore
Hasta la década de los ochenta y noventa del siglo pasado, los comics independientes americanos habían estado confinados en editoriales pequeñas y, consecuentemente, tenían una distribución muy limitada. Pero a partir de ese momento y gracias a la proliferación de tiendas de comics, poco a poco fueron alcanzando una mayor repercusión. Nunca llegaron a ser grandes éxitos –con excepciones, claro está, como las “Tortugas Ninja Mutantes Adolescentes” o “El Cuervo”- pero no fueron pocos títulos los que disfrutaron de un fiel y estable núcleo de seguidores que aseguraron su supervivencia más allá de lo que podría esperarse de un comic minoritario como “Elfquest” o “Cerebus”.
En 1992, tras desarrollar sus dotes creativas en el mundo de la publicidad, la música y la animación, Terry Moore estaba buscando la forma de entrar en la industria del comic bien a través de los comic books, bien a través del formato de tiras de prensa. Escribió y dibujó el primer número de “Strangers in Paradise”, el primer comic book que hizo, como carta de presentación ante los grandes editores del medio. No pretendía publicar su propio comic sino llamar la atención para obtener un trabajo en una editorial. Sin embargo, fue precisamente tras ver ese episodio de presentación que Antarctic Press, una editorial de San Antonio, Texas, especializada sobre todo en manga americano, le ofreció publicar una miniserie de tres números que expandiera la trama y permitiera un desarrollo de los personajes.
Aunque más tarde admitiría que no sabía en lo que se estaba metiendo y que fue arreglándoselas sobre la marcha y sin plan establecido, Moore aceptó la oferta de Antarctic y en noviembre de 1993 apareció el primer número de la miniserie. El autor pensaba que al finalizar la misma volvería a estar en el casillero de salida y que tendría que seguir probando a interesar alguna de las grandes editoriales, pero el caso es que SiP recibió tan buena acogida tanto por parte de los lectores como de los críticos que Moore se animó a continuarla. Era consciente, sin embargo, de que no era el tipo de comic que encajara en Marvel o DC ni tampoco era tan “alternativo” como para interesar a otras editoriales especializadas en material underground. Así que, animado por otros colegas de profesión, decidió autopublicar trece episodios más.
En este punto, el buen resultado de ventas que está cosechando la serie, llama la atención de Image, editorial destacada por su apoyo al comic independiente y permitir a sus dibujantes conservar los derechos sobre su obra. Moore edita los siguientes ocho números bajo el subsello de Image Homage Comics. A partir de aquí y hasta el cierre de la colección en su número 90, en 2007, fue el propio Moore quien se hizo cargo de la edición a través de su sello Abstract Studio, con base en Houston, relanzando la serie con un nuevo número 1 en 1994. Dos años después, la serie ganó un prestigioso premio Eisner y en 2003 un Reuben Award.
SiP fue una excepción dentro del mercado editorial estadounidense. Durante catorce años, Moore acudió puntualmente a la cita con sus seguidores cada seis u ocho semanas, escribiendo, dibujando, entintando y rotulando cada página de la serie (con la excepción de un puñado de planchas firmadas por Jim Lee para un número especial). Para poner esto en perspectiva, digamos que el también muy popular “Bone” de Jeff Smith acumuló 55 episodios en trece años. Cuando SiP terminó en 2007, algunos críticos afirmaron que era el final del movimiento de autoedición iniciado en los setenta por Dave Sim. En 2004 habían terminado “Cerebus” y “Bone” y SiP era probablemente el título más leído de aquellos surgidos en el mercado independiente de mediados de los noventa. Cuando apareció su número final, seguía siendo muy popular y su cancelación obedeció sobre todo al agotamiento del autor y su deseo de pasar a otros proyectos de temáticas distintas.
La trama sufrió varios desvíos y altibajos, quizá en parte debido a los cambios de editorial, pero aún así y globalmente, sigue siendo una historia muy sólida. La serie sigue las peripecias de dos compañeras veinteañeras de piso, Katina Marie Choovanski (“Katchoo”) y Francine Peters, y su amigo común, David Qin, pero lo que comenzó como un simple triángulo amoroso de enfoque humorístico y cotidiano, deriva en un thriller oscuro y violento que involucra a una organización de criminales femeninos lideradas por la millonaria Darcy Parker, hermana de David y antigua jefa y amante de Katchoo. Esta mafia se dedica a ofrecer prostitutas de lujo a hombres clave del gobierno con el fin de controlarlos ya fuera a través de la simple seducción y manipulación o mediante el chantaje. Tal y como se desvela no muy avanzada la trama, Katchoo había sido una de esas prostitutas –de hecho, la preferida de Darcy- hasta que huyó robando una importante cantidad de dinero. Es entonces cuando, escondiéndose, empieza a compartir piso con su antigua compañera del instituto, Francine, enamorándose de ella.
La serie se puede encontrar hoy recopilada y dividida en tres volúmenes. El primero comprende la historia inicial de tres números y en el que básicamente se presentan los tres personajes principales en forma de comedia romántica. Cuando Katchoo es arrestada por agresión al estúpido novio de Francine, Freddie Femurs, aparece el avance de lo que constituirá la trama criminal, ya que se desvela que el FBI tiene un dossier clasificado del a muchacha. A partir de este momento y hasta prácticamente el final de la serie, ambos desarrollos argumentales, el romántico y el criminal, avanzan a veces paralelamente, a veces entrecruzándose y afectándose el uno al otro. Pero durante todo este largo desarrollo, la espina dorsal de la colección permanece invariable: la relación entre Francine y Katchoo, una relación que oscila entre la tragedia, el costumbrismo y la comedia.
Tres años después, apareció el segundo volumen, de trece episodios de duración, que retoma la historia donde la dejó el primero. David sigue empeñado en conquistar el corazón de Katchoo mientras que ésta se niega a abandonar la esperanza de que un día Francine le devolverá el amor que siente por ella. Por otra parte, el turbio pasado de Katchoo regresa para atraparla de nuevo. David no es ajeno a ello y también tiene sus propios secretos que esconder.
El volumen 3 consta de noventa números y trata principalmente de los intentos de Katchoo de librarse de los fantasmas (literal y figuradamente) de su pasado y los esfuerzos de Francine por labrarse un futuro alejada de Katchoo. Es una etapa muy densa en la que encontramos de todo, desde intrigas políticas de altos vuelos a asesinatos, accidentes de aviación, matrimonios, adulterios, secuestros, separaciones, embarazos, enfermedades y muertes. Y, sobre todo, encuentros y desencuentros entre Francine y Katchoo, dejando siempre sin resolver el enigma de si acabarán o no juntas.
Leer de tirón toda la colección es una experiencia muy diferente que hacerlo como originalmente apareció, cada dos meses a lo largo de catorce años. Es ahora cuando se hacen evidentes cosas que no lo eran tanto entonces, como los desvíos innecesarios del guión, repetición de situaciones y cierto titubeo a la hora de decidir hacia dónde dirigir la trama y los personajes. Resulta obvio que Moore no lo tenía todo pensado desde el comienzo, pero también que supo ir hilando todos los cabos sueltos –a veces de una forma un tanto forzada, como en el caso de Casey- para llevar la historia a buen puerto.
Estas pocas líneas no hacen justicia a la densidad argumental y emocional de esta serie –por no hablar de que extenderme en exceso acabaría desvelando bastantes sorpresas y giros-. Es una historia narrada sin ostentación, pero que introduce golpes de efecto cuando es necesario y acelera su ritmo en los momentos precisos. Tiene una cualidad que podríamos calificar de “serena intensidad”. Además, hay pocos comics que ofrezcan mezclas tan equilibradas de humor y drama, de diálogos y escenas hilarantes y momentos que rompen el corazón. Mezcla que, por otra parte, constituye la esencia de la propia vida. Y es precisamente el realismo y complejidad de las caracterizaciones uno de los puntos fuertes de Moore y sin duda una de las razones de su éxito entre un público amplísimo en el que se cuentan muchas lectoras. Sobre todo el trío protagonista está tan bien definido que resulta fácil involucrarse en su carrusel emocional, entender sus diferentes puntos de vista y, en resumen, encariñarse con ellos. Pero hay otros personajes que registran su propia evolución y que acaban conquistando al lector, como Casey Femur, una atolondrada y superficial muchacha que va cobrando importancia conforme avanza la serie y que resulta ser mucho más compleja e interesante de lo que inicialmente parecía; o Tambi, la despiadada asesina que, después de todo, demuestra tener un corazón que romper. Moore infunde a todos sus personajes ingenio, vulnerabilidad y fuerza a partes iguales. Todos ellos toman decisiones erróneas, han de enfrentarse a sus miedos y luchar por encontrar su camino en la vida.
Francine es tímida, conservadora, heterosexual e insegura. Su mayor aspiración es encontrar un marido y formar una familia ideal en un hogar ideal. Katchoo, en cambio, es una artista pasional, leal con sus amigos, algo bipolar, ex alcoholica, claramente bisexual y atormentada por un violento pasado que condiciona fuertemente su manera de entender el mundo y las relaciones interpersonales. También está enamorada de Francine, un amor que, como he dicho, no es correspondido. La situación entre ambas se complica desde el principio de la serie cuando aparece David, un muchacho de ascendencia oriental que se enamora de Katchoo, amor que tampoco es reconocido. Francine es consciente de que alberga sentimientos profundos por su amiga pero no está segura de cuál es su naturaleza. Su convencional educación le impide aceptarlos por lo que son, a lo que se suma su crónica inseguridad. No puede hacerse a la idea de llevar su relación con Katchoo a un plano físico pero, al mismo tiempo, todas sus relaciones con los hombres resultan un desastre y cuando aquélla no está cerca, no puede alejarla de su pensamiento. Katchoo, por su parte, también siente algo más allá de la mera amistad por David, pero tanto su traumático pasado como sus sentimientos por Francine le impiden ir más allá.
Este triángulo crea una continua tensión entre sus vértices. Ninguno de ellos puede alcanzar la felicidad separado del resto pero cuando están juntos la insatisfacción por no poder alcanzar lo que cada uno desea de los demás acaba dominando la convivencia y corrompiéndola. Francine encuentra en Katchoo la seguridad en ella misma de la que carece; Katchoo abraza la paz espiritual, la sencillez y la dulzura de Francine; y ambas beben de la generosidad, tenacidad y entrega de David. Éste, por su parte, encuentra en las chicas la familia y la armonía –puntual, eso sí- que no ha podido encontrar en su disfuncional entorno.
A pesar de que no he podido evitar la tentación de ofrecer un breve perfil de cada personaje, como sucede en la vida real sus personalidades no pueden resumirse en un puñado de palabras. Las relaciones que se establecen entre ellos son cambiantes, transformándose con las circunstancias y el paso del tiempo (ya que Moore inserta flashes en los que vemos momentos del futuro lejano de los personajes, futuro que bien puede ser el que acabará llegando, el de una realidad alternativa o simples ensoñaciones de uno u otro personaje. Sólo la lectura integral de la obra nos dirá si todo termina como una tragedia o como una bella historia de amor.
El talento de Moore con los diálogos y la narración queda igualado por su pericia gráfica. Aunque sus inicios son algo inseguros, con una inclinación poco acertada por la caricatura, en pocos números mejora de forma impresionante hacia la perfección. Su línea combina elasticidad, elegancia, realismo, precisión y simplicidad. Trabajando con pincel y plumilla, sus figuras están llenas de vida y emoción gracias a su capacidad para retratar la gestualidad corporal y facial. Los ojos y bocas de sus personajes transmiten perfectamente los sentimientos asociados a cada escena. Sus composiciones de página son claras y muy cinematográficas. Dependiendo de las necesidades dramáticas de cada segmento, Moore puede o bien introducir gran cantidad de texto –aunque nunca hasta el punto de arrinconar el dibujo- o prescindir totalmente de él. Atención especial merecen las portadas, con montajes inteligentes y elegantes ilustraciones a menudo más alegóricas que naturalistas.
Otra de las cualidades de Moore que merece la pena destacar es su habilidad para dibujar mujeres con proporciones realistas, algo que mereció abundantes elogios en los noventa, una época en la que los comic-books de superhéroes estaba dominada por representaciones hipersexualizadas de los cuerpos femeninos. Por supuesto que Moore puede dibujar mujeres hermosas y seductoras –y así lo demuestra más de una vez a lo largo de la colección- pero Katchoo, Francine y compañía son féminas más convencionales que la superheroína media, de grandes pechos, caderas imposibles y vestuario escaso. Katchoo es bajita y desgarbada mientras que Francine tiene una clara tendencia a echarse encima unos kilos de más o encorvar la espalda cuando se sienta. Y, aún así, ambas tienen una innegable belleza y frescura naturales aun cuando sean visibles las patas de gallo, los michelines o las arrugas y bultos propias de cualquier cuerpo normal. No sólo en este aspecto Moore evita la mirada típicamente masculina. Otro ejemplo es en el tratamiento de los desnudos. Cuando algún personaje aparece desnudo se retrata como algo normal, cotidiano –como la escena en la que Francine contesta al teléfono a medio vestir-. Como sucede en la realidad, en SiP la desnudez no sugiere automáticamente sexo, una obviedad que, sin embargo, no contemplan muchísimos otros comics.
Y hablando de sexualidad, su tratamiento de este aspecto en la serie mereció otra vez, como no podía ser de otra forma, tantos elogios como ataques. El romance entre Francine y Katchoo es el motor emocional de la historia, aunque ninguna de ellas declare abiertamente su identidad sexual. Podemos inferir, como he dicho más arriba, que Francine es heterosexual y Katchoo más bien bisexual. Pero en realidad –y esto es algo que la propia Francine acaba comprendiendo- lo que importa es la relación que se establece entre dos personas y no tanto sus preferencias sexuales. Fue uno de los primeros comics en abordar el tema de la homosexualidad con naturalidad y sin necesidad de erigirse en el típico cruzado de la causa gay. Moore fue educado en Texas, en el seno de una iglesia cristiana de corte conservador, pero decidió explorar los temas relacionados con la sexualidad desde el comienzo de SiP y a raíz de la muerte de un primo suyo víctima del sida. Cuando feligreses de su iglesia leyeron la serie y consideraron que en ella se ofrecía una representación favorable de la homosexualidad, le pidieron que dejara el comic o abandonara la iglesia. Moore optó por lo segundo.
Otro aspecto muy interesante de la serie es cómo Moore se sirvió de ella para incluir sus otros intereses artísticos. Desde el principio, decidió que SiP sería un escaparate de sus diferentes pasiones creativas, incluidas aquéllas que normalmente no encuentran salida en el mundo de las viñetas. Así, hay muchos números que incluyen poemas, segmentos novelados, ilustraciones, pinturas, canciones… Todos esos elementos tienen una función tanto narrativa como de exploración de los propios personajes (por ejemplo, Katchoo es pintora; David es estudiante de arte; otro de los secundarios, Griffin Silver, es un veterano cantante de rock, y Molly Lane –aunque sólo parcialmente conectada con la trama principal- es una escritora frustrada).
La serie, con todas sus numerosas virtudes, no está exenta de defectos. En primer lugar, su extensión. Un centenar de números son excesivos para contar la historia que al final se pretende. De dan demasiados desvíos, marchas atrás y titubeos. Hay varios puntos en los que la historia pudo cerrarse de manera satisfactoria, pero Moore decidió continuar. En ningún momento puede decirse que el comic devenga aburrido o que la narrativa flaquee, pero sí que el autor perdió el norte durante algún tiempo, repitiéndose, introduciendo líneas narrativas que luego se abandonaban, reinicios imaginarios y alargando de forma absurda el asunto de las “chicas Parker” o ex compañeras criminales de Katchoo.
El propio Moore declaró posteriormente que cuando empezó la serie en 1993, su intención era la de poner un punto final trágico pero poético a la historia de Katchoo y Francine. Desde luego, eso era lo que pareció durante bastante tiempo: aunque el desarrollo de la trama jugaba continuamente con la idea de unir definitivamente y para siempre a las dos protagonistas femeninas, siempre ocurría algo que las separaba. Sí, Katchoo estaba profundamente enamorada de Francine; y sí, Francine quería a Katchoo. Pero siempre que intentaban vivir juntas, Francine no podía decidirse a dar el salto definitivo y se producía una nueva discusión y posterior ruptura, agrandando cada vez más la brecha entre ambas.
(ATENCIÓN: SPOILER) Pero entonces, los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 cambiaron su manera de ver no sólo el mundo, sino su trabajo. Moore llegó a la conclusión de que ya había suficientes cosas tristes y finales desgraciados para la gente real –especialmente entre la comunidad gay- y en los siguientes meses decidió que daría a sus dos protagonistas femeninas el desenlace que merecían y que esperaban los lectores. Así, aunque en un punto determinado de la historia (con Katchoo estableciéndose como pintora de éxito y directora de una escuela de arte, David aceptando su estatus de simple amigo y Francine casada con Brad), Moore podría haber fijado el final –no particularmente feliz para todos, pero un final realista al fin y al cabo-, decidió en cambio volver a agitar el drama, sacar a los personajes de sus ahora cómodas vidas, hacerles pasar por una nueva ordalía e introducir algunos giros verdaderamente inconsistentes con lo narrado en arcos anteriores. Y todo ello para alcanzar una conclusión propia del cuento de hadas con la que dejar satisfechos a los fans tras seguir durante década y media las desventuras de sus personajes favoritos: Katchoo y Francine viviendo juntas y en perfecta armonía, millonarias y felices criando a sus respectivos hijos. Demasiado fácil y demasiado forzado para que, al final - y gracias a una inexplicable epifanía de Francine- las vidas de ambas culminen en una placidez utópica (FIN SPOILER).
Por otra parte, tenemos el personaje de Katchoo. Es, desde luego, el motor de la colección, una mujer fuerte y carismática a su particular manera. Pero también reprobable en muchos sentidos. Es una persona inestable cuyo comportamiento hacia los que le rodean raya el abuso y el maltrato. Sus explosiones de ira contra Francine y David son ciertamente desagradables (como cuando David pone reparos a posar desnudo para ella) y en ningún momento se la recrimina por ello ni se la marca como lo que es: una persona tóxica. En el mejor de los casos, esos episodios de violencia podrían explicarse por algún tipo de desorden postraumático debido a los abusos que sufrió en su infancia y adolescencia; en el peor, es un personaje que sólo sirve para atizar el drama en la historia sin que a la hora de la verdad evolucione. Sólo hacia el final de la colección su temperamento se suaviza y parece alcanzar la serenidad interior que tanto necesitaba, pero esa transformación es tardía e insuficientemente explicada.
“Strangers in Paradise” es una obra personal que gustará a los amantes de la comedia romántica y el culebrón: contiene todos los elementos propios del serial clásico: relaciones amorosas imposibles, triángulos románticos, tramas larguísimas repletas de confusiones y giros inconsistentes con todo lo anterior, revelaciones sorpresa… Pero la inclusión de la trama criminal, aunque a veces rice el rizo y caiga en lo inverosímil, evita caer en el melodrama puro y la sobrecarga emotiva. Es una historia que salta sin solución de continuidad de pasajes extraídos de la vida cotidiana al drama policiaco, de lo romántico a lo trágico, de las reflexiones sobre la propia identidad a los gags de las comedias de situación. Pero, sobre todo, es una exploración del amor a través de personajes vivos y en permanente evolución, con relaciones sentimentales bien perfiladas, que supieron conectar a un nivel muy íntimo con muchos lectores.
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