21 jun 2017
1982- LOS NUEVOS MUTANTES - Chris Claremont y Bill Sienkiewicz (3)
(Viene de la entrada anterior)
Tras su triunfante debut en el número anterior, el dibujo de Sienkiewicz en el 19 (septiembre 84) se antoja un paso atrás, con composiciones de página más tradicionales y viñetas de estilo más realista; lo que no quiere decir, ni muchísimo menos, que el arte sea mediocre. Sigue siendo extraordinario, simplemente, la influencia de Neal Adams vuelve a tomar prevalencia. Por otra parte, él y Claremont hacen un excelente trabajo a la hora de ir aumentando la tensión conforme progresa la historia, aislando a los personajes en espacios progresivamente más reducidos. Comienzan la historia sin apoyo alguno y se encuentran sitiados en un hospital azotado por una tormenta de nieve que, además, corta la energía eléctrica. Al final, los héroes terminan luchando por sus vidas primero en la sala de operaciones donde se encuentra Dani y de la que tratan de mantener fuera al Oso; y luego, en un plano extradimensional en el que deberán enfrentarse a esa criatura demoniaca. Es una forma muy efectiva de impulsar la historia y, al mismo tiempo, aumentar el suspense sin salir del mismo espacio físico.
La Saga del Oso Místico termina en el número 20 (octubre 84) de forma algo decepcionante, ya que Claremont reemplaza la atmósfera claustrofóbica del capítulo anterior y la sensación de suspense por la dinámica más tradicional, directa y plana del comic de superhéroes. Además, todo el concepto del Oso-Demonio acaba pareciendo un tanto vago e incoherente, apoyándose sobre todo en una jerga pseudomística que poco hace para aclarar el asunto. Por fortuna, Sienkiewicz consigue elevar muchos enteros el resultado final gracias a sus montajes de página, la fuerza de sus líneas y manchas , el sentido del espacio y varias ideas originales, como representar a dos humanos poseídos demoniacamente no como las típicas criaturas reptilianas, sino como figuras verdaderamente extrañas y grotescas que sólo pueden funcionar en el comic. Y aunque las secuencias de acción son bastante planas desde el punto de vista del guión, el dibujante las narra con una energía que las hace parecer frescas y emocionantes.
En tan sólo tres números, Claremont y Sienkiewicz le habían impreso un giro radical a la colección en todos los aspectos. El artista había creado un tono más oscuro y mágico al tiempo que había redefinido el aspecto de los protagonistas. Por su parte, inspirado por el talento de su compañero, Claremont elevó la calidad de los guiones, que pasaron a ser más atrevidos conceptualmente y complejos en su desarrollo de lo que lo habían sido desde el inicio de la colección.
Como era de esperar, una propuesta tan ecléctica polarizó a los lectores. El correo que llegaba a la redacción de la editorial mostraba una gran brecha en cuanto a su apreciación de la nueva etapa: a algunos les fascinaba, a otros les horrorizaba, pero nadie quedaba indiferente y, a pesar de sus detractores, la serie seguía vendiéndose muy bien, por lo que Shooter permitió que el extraño dibujo de Sienkiewicz prolongara su estancia en ella bastante más allá de lo inicialmente esperado. Las reacciones encontradas que suscitaba su trabajo no molestaron a Sienkiewicz, que consideraba la creación de una obra controvertida pero muy personal un desafío más gratificante y valioso que limitarse a replicar los éxitos del pasado.
Es cierto que los lectores más jóvenes encontraron a Sienkiewicz impenetrable y su estilo confuso. Realmente, había que hacer un esfuerzo para desentrañar lo que ocurría en cada página y seguir la historia. Pero son unos números que ganan con cada nueva lectura conforme el lector vuelve sobre ellos una y otra vez y que, además, no han perdido un ápice de su intensidad. En cada revisión pueden encontrarse detalles nuevos o interpretaciones diferentes a ciertas secuencias.
En contraste con los inmediatamente anteriores, el número 21 (noviembre 84) es un capítulo autoconclusivo relativamente tranquilo que sirve para contarnos la llegada de Warlock a la mansión de Xavier mientras las chicas celebran allí una fiesta de pijamas. Es un buen ejemplo de la capacidad de Claremont para escribir personajes adolescentes y una prueba de que Sienkiewicz podía ser tan original y sorprendente en las historias con desarrollo de personajes como en las de pura acción. Pero, sobre todo, se trata del episodio en el que se reúne lo que será la alineación clásica de los Nuevos Mutantes. Tras quitar de en medio a Karma, presentar a Magma e integrar a Illyana, Claremont añade al grupo a Warlock y Doug Ramsey. Claremont y Sienkiewicz aún tendrían en el futuro de la serie muchos momentos para brillar con fuerza, pero este episodio, con unos adolescentes que se comportan como tales, algunas excelentes escenas de caracterización, tono ligero y un dibujo sobresaliente, puede considerarse la quintaesencia de Los Nuevos Mutantes.
A continuación puede situarse el Anual nº 1 de la colección, un número especial en el que puntualmente regresa Bob McLeod como dibujante y que anuncia lo que será el tono de Los Nuevos Mutantes en el futuro. Aunque Xavier subraya al comienzo de la historia que ellos no se entrenan con los X-Men porque su papel no es el de luchar contra grandes amenazas, lo cierto es que a continuación se nos narra su aventura más fantástica hasta ese momento. Los Centinelas, aunque son robots gigantes, están asentados en las convenciones más tradicionales del Universo Marvel; Nueva Roma y Limbo bebían de la literatura pulp clásica. Pero aquí, tras presentar a Warlock como nuevo miembro del grupo en el número 21, Claremont se lanza a la ciencia ficción más desaforada enfrentando a los protagonistas contra una banda de alienígenas que quieren usar una gigantesca Esfera Dyson para robar el planeta Tierra. Por si esto fuera poco, Sam acaba la aventura con una novia, Lila Cheney, nada menos que una famosísima y bella estrella del rock que, secretamente, es también una ladrona intergaláctica con poderes de teleportación.
Nada de todo lo cual acaba siendo del todo malo a pesar de la estupidez subyacente en el argumento. Al fin y al cabo estos personajes siempre han funcionado bien tocando un poco todos los géneros; además, esta desviación hacia la space opera cobra mayor sentido si tenemos en cuenta la afición de Claremont por ese subgénero, la reciente introducción de Warlock y la afinidad natural que existe entre los superhéroes y la ciencia ficción. Por otro lado, tampoco es que la participación de los Nuevos Mutantes en esta peripecia galáctica los equipare al estereotipo de justicieros protectores de nuestro mundo. Como sucede en muchas de sus aventuras, acaban involucrándose en el problema sin quererlo, sólo por hallarse en el lugar equivocado en el momento equivocado mientras se dedicaban a hacer sus cosas de adolescentes. Este Anual, a la postre, respondía a la necesidad de ampliar el universo de los Nuevos Mutantes, algo que cualquier serie debe afrontar si quiere sobrevivir; pero una vez liberado el genio de la botella es difícil volver a encerrarlo y, con la perspectiva que nos da el tiempo, podemos interpretar esta aventura como el primer paso en alejar a los personajes de sus raíces, el entorno estudiantil, que habían definido la colección desde el comienzo.
El nº 22 (diciembre 84) es otro de esos episodios de transición, que Claremont utilizaba para desarrollar ciertos aspectos de los personajes y servir de prólogo a un nuevo arco argumental, que se extendería hasta el nº 25 (marzo 85) y en el que se retomaría la historia que Bill Mantlo había narrado en el ya comentado “Marvel Team Up Annual” nº 6. Volvemos a encontrarnos con Capa y Puñal, que han perdido sus poderes a consecuencia de utilizarlos en aquel número para limpiar a Rahne y Roberto de la droga con la que habían sido intoxicados. Éstos parecen haber caído en una descontrolada espiral agresiva que sólo Capa y Puñal pueden detener, si bien ninguno se muestra dispuesto a ayudar a los Nuevos Mutantes pues ello significaría volver a cargar con unos poderes que ellos consideran como una maldición.
Se trata de una saga quizá algo alargada (probablemente podrían haberse eliminado uno o incluso dos episodios) y ha demasiada angustia y dudas existenciales en los personajes de Capa y Puñal, pero, una vez más, Sienkiewicz alivia el problema con sus imaginativos dibujos, impregnando la historia de una atmósfera a mitad de camino entre la serie negra y el terror. Resulta evidente a estas alturas que Claremont escribe sus guiones de acuerdo a las fortalezas gráficas de su colega, no sólo en lo que se refiere al contenido (como era el caso de la saga del Oso Místico) sino en la forma, alargando los argumentos con el fin de brindarle más espacio al talento artístico de Sienkiewicz.
Otro problema de estos episodios es que gran parte del peso dramático recae sobre Capa y Puñal, y esto se hace relegando a los supuestos protagonistas de la serie a un segundo plano. Esto no tendría por qué ser necesariamente un inconveniente si no fuera porque, en primer lugar, no están demasiado bien desarrollados; y, en segundo, se da por supuesto que el lector conoce ciertas características de sus poderes y detalles de su pasado, lo que dificulta la comprensión global de la historia a quien aborde la saga sin conocimiento previo de lo que estos personajes habían vivido en las colecciones de Spiderman donde habían debutado y su propia miniserie publicada en 1983. Probablemente, su aparición aquí responde al edicto editorial de promocionar a los personajes, cuya colección regular iba a lanzarse de forma inmediata.
La conclusión, en el nº 25, vuelve a resultar decepcionante por la falta de suspense. Se nos había informado de que Roberto cada vez tenía más problemas para mantener su “versión oscura” bajo control, y que si él y Rahne no eran curados, iba a suceder algo horrible. Pero ese sentimiento de urgencia y riesgo inminente nunca se materializa y el final consiste en un montón de páginas de gente hablando tranquilamente en una iglesia y luego un viaje al Limbo para poner en marcha una idea de Xavier para solucionar el problema…que tiene éxito al primer intento. Los perjudicados de todo el asunto resultan ser Capa y Puñal, pero según se nos dice, en el fondo sí deseaban recuperar sus poderes (tal y como se muestra en el epílogo de dos páginas, en el que vuelven a proteger a niños inocentes de traficantes de drogas sin escrúpulos). Al final, la saga no es gran cosa, pero tampoco un desastre, siendo su peor defecto el no estar a la altura de lo esperado y, sobre todo, prolongarse más de lo debido.
Entre los números 26 y 28 (abril a junio 85) se desarrolla la saga de Legión, donde Claremont recoge el subargumento iniciado nada menos que en el número 1 de la colección, cuando se reveló que Xavier, sin saberlo, tenía un hijo, David. También supone otro punto álgido tanto para el guionista como para el dibujante tras la relativamente sosa saga de Capa y Puñal. Es, asimismo, el canto del cisne para Sienkiewicz. Aunque continuará ejerciendo de dibujante durante cuatro números más tras este arco argumental, es en esta saga donde realiza algunas de sus páginas más espectaculares gracias a un guión que le permite dar rienda suelta a sus extravagancias.
Porque lo que deben hacer Xavier y algunos de sus alumnos es penetrar en la fragmentada mente de David y, para salvarlo a él mismo de su autismo y a los que le rodean de sus peligrosos poderes, lidiar con la multiplicidad de identidades enfrentadas que en ella se dan cita. Libre de las ataduras inherentes a la representación de algo real, Sienkiewicz brilla al retratar un Paris pesadillesco destrozado por la guerra, visto desde perspectivas forzadas y plagado de imágenes surrealistas como tanques con brazos o helicópteros con dientes. Si en la saga del Oso Místico había jugado con los espacios abiertos de la dimensión demoniaca, aquí recurre a lo contrario, creando un entorno claustrofóbico atiborrado de figuras y objetos, eso sí, sin perder en ningún momento el hilo de la narración. Contrastan los primeros planos hiperrealistas con otros momentos en los que se reducen los elementos básicos del dibujo a lo mínimo necesario para sugerir objetos y diferenciar unos personajes de otros. Llega incluso a emplear un efecto no visto desde la tira “Krazy Kat” de George Herriman cuando utiliza líneas discontinuas para mostrar la dirección en la que mira un personaje. Está claro que Sienkiewicz se divirtió de lo lindo dibujando estas páginas y la energía creativa que desprende cada número es innegable. Por su parte, Claremont, consciente de la calidad de lo que tenía delante, supo mantener al mínimo esas cartelas de texto descriptivas que caracterizan su estilo y que tan molestas e innecesarias resultan a menudo.
La saga concluye con los héroes consiguiendo liberarse a sí mismos y a sus amigos de la mente de Legión y llevando cierto grado de cordura a la misma. Con todo lo optimista y feliz que pueda resultar ese final, deja al profesor Xavier en una incómoda situación. Éste jura que su hijo no le volverá a perder, pero lo cierto es que en el futuro Legión nunca será una parte tan importante del universo mutante como de aquí podría desprenderse. Aparecerá de vez en cuando, ocasionalmente incluso como protagonista de una historia, pero sus intervenciones serán pocas y distanciadas. A pesar de su promesa, Xavier deja a Legión en la isla Muir y los acontecimientos narrados en los siguientes números de X-Men harán que el muchacho vuelva, efectivamente, a verse abandonado. Lo que en principio parecía que iba a ser una de las figuras más importantes de la colección, acaba quedándose en un tipo rarito sin relevancia alguna más allá de esta saga.
Pero todo eso pertenece al futuro y no debemos culpar a la historia de las equivocaciones de otros autores. El último número del arco argumental, el 28, supone una satisfactoria conclusión a la saga y Sienkiewicz vuelve a sorprender con su representación de un mundo no regido por nuestras reglas físicas. Junto a la Saga del Oso Místico, la de Legión es probablemente uno de los puntos álgidos no sólo de toda la colección de Los Nuevos Mutantes, sino de la Marvel de los ochenta.
En el número 29 (julio 85) comenzó otra nueva saga en tres partes que, como había sucedido con la de Capa y Puñal, se apoyaba en exceso en acontecimientos y personajes ajenos a la colección. Así, Roberto y Amara son secuestrados por los Gladiadores, una organización clandestina de Los Ángeles que utiliza a mutantes para enfrentarlos en combates para entretenimiento de los ricos, y obligados a participar en los espectáculos bajo la amenaza de asesinar a unos supuestos niños que, como ellos, habían sido raptados. Todo ese entorno venía heredado de la mediocre miniserie bimensual “La Bella y la Bestia” (diciembre 85-junio 85), protagonizada por Dazzler y la Bestia, escrita por Ann Nocenti y de cuyo dibujo apenas se salvaron las portadas dibujadas por un Bill Sienkiewicz menos inspirado que de costumbre. Por tanto, volvemos a tener el mismo problema: personajes y situaciones de otro rincón del Universo Marvel que son insertos aquí sin las suficientes explicaciones para quien sólo quiera leer la serie en cuestión.
Todo el concepto de los Gladiadores es bastante absurdo (y tampoco del todo novedoso porque en la saga de Nueva Roma ya habíamos visto a los Nuevos Mutantes en la arena de un circo) y aunque Sienkiewicz resuelve las escenas de peleas con oficio, historia y dibujo se vuelven repetitivos. No poca responsabilidad en todo ello tuvo el que Claremont se viera obligado a atar la trama entre los números 29 y 30 (agosto 85) con los acontecimientos que estaban desarrollándose en “Secret Wars II”, la horrible maxiserie que Shooter publicó interfiriendo con el trabajo de prácticamente todos los guionistas de la editorial. Perdidas las riendas del argumento por parte de Claremont, el resultado fue una saga repleta de agujeros e incoherencias e incluso incomprensible en determinados momentos. Y ello aunque el guionista se esfuerza en utilizar esa imposición para animar la historia: incluyó a Kitty y Rachel en la trama, alimentó el misterio acerca de la mente maestra tras los Gladiadores y supo sacarle partido a Dazzler y su adicción a la fama de una manera que Ann Nocenti no pudo ni apuntar en la mencionada miniserie. Todo lo cual, no consigue igualar el nivel de imaginación y pericia artística que se habían podido ver en la saga del Oso Místico o de Legión, pero al menos, al introducir varias “estrellas invitadas”, Claremont consigue mantener el pulso de la narración por encima del estándar. Al final la historia aporta poco más que mutantes peleándose entre sí en una arena circense, pero al menos los autores no llegan a aburrir del todo al lector.
Y en el número 31 (septiembre 85), la participación de Bill Sienkiewicz en Los Nuevos Mutantes llega a su fin, un final no particularmente memorable. A destacar como legado de la saga la reaparición de Karma, aunque ésta tiene lugar al final de la trama y el misterio tras todo ello será desarrollado en el siguiente arco argumental (32-34, octubre-diciembre 85).
(Finaliza en la siguiente entrada)
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