1 abr 2017

2000-BATMAN: LA MALDICIÓN QUE CAYÓ SOBRE GOTHAM – Mike Mignola, Richard Pace y Troy Nixey.


La línea Otros Mundos de DC es una invitación a los autores para que sitúen los más conocidos iconos superheroicos de la casa en épocas, situaciones y mundos alternativos, escapando de esta forma de las ataduras de la continuidad del Universo canónico de la editorial. Mike Mignola, el célebre creador de “Hellboy”, fue, de hecho, el primero que se aventuró en este tipo de historias allá por 1989, dibujando un volumen único titulado “Luz de Gas” sobre un guión de Brian Augustyn. Se trataba de una historia de misterio ambientada en una Gotham de finales del siglo XIX angustiada por los crímenes de Jack el Destripador.



Fue por entonces cuando se hizo evidente que donde mejor se movía Mignola era en las historias oscuras con elementos propios del pulp, el género fantástico y el terror, influencias todas ellas que confluyeron y florecieron en el mencionado “Hellboy”, una obra que, además, rendía continuo homenaje al siniestro universo creado por el escritor Howard Phillips Lovecraft en la década de los treinta del pasado siglo. Y es precisamente su amenazante y malsana atmósfera y sus horrendas criaturas las que Mignola y su guionista asociado Richard Pace recuperan para “La Maldición que Cayó sobre Gotham”, una miniserie de tres números que apareció entre 2000 y 2001 dentro del sello Otros Mundos. Que un maestro moderno del comic de terror como Mike Mignola juntara en un comic a dos leyendas de la cultura popular, Batman y H.P. Lovecraft, parecía una apuesta segura; un trío ganador. ¿O no?

En 1928, Bruce Wayne lleva alejado de la ciudad de Gotham veinte años, recolectando junto a su fiel mayordomo Alfred pupilos adolescentes en diferentes puertos del mundo (Dick Grayson, Tim Drake, Jason Todd) y perfeccionando sus habilidades de combate. El último de sus viajes le lleva hasta la
Antártida siguiendo los pasos de una expedición liderada por el profesor Oswald Cobblepot (El Pingüino) sólo para encontrar que un trasunto de Mr.Frío ha desenterrado del hielo una criatura primigenia y monstruosa. Wayne y sus ayudantes cargan en el barco el cuerpo de Mr.Frío y regresan, por fin, a Gotham.

Pero nada más llegar a la ciudad se ven envueltos en un misterio cuando encuentran el cadáver de un hombre en la mansión Wayne. Un demonio ancestral les pone sobre la pista de un ominoso peligro que acecha bajo la superficie, peligro que ahora empieza a manifestarse doscientos años después de que en la época colonial, los antepasados de Bruce Wayne, Oliver Queen (Flecha Verde) y Kirk Langstrom (Man-Bat) mataran a otro hombre en el curso de un rito diabólico que les aseguraría la riqueza y la inmortalidad. Sin saberlo, pusieron en marcha terribles acontecimientos que ahora amenazan con destruir mucho más que la ciudad de Gotham.

A priori, el mundo oscuro y gótico de Batman, especialmente si éste se trasladaba a los años
veinte del siglo pasado, época dorada de las revistas pulp americanas en las que nació el terror moderno, parece casar bien con los elementos recurrentes del universo creado por H.P.Lovecraft: monstruos de nombres impronunciables enterrados en las profundidades de la tierra, los hielos o los mares desde tiempos inmemoriales (“Las Montañas de la Locura”), libros malditos (el Necronomicón), criaturas tentaculares de aspecto horrendo, diarios escritos por individuos atormentados y desaparecidos en extrañas circunstancias… Al fin y al cabo, uno de los lugares emblemáticos de Gotham City, el asilo de Arkham, fue bautizado con el nombre de una ciudad imaginaria del mundo lovecraftiano.

El problema es que Mignola y su colaborador no consiguen hacer de Bruce Wayne un Batman convincente. No falta la escena en la que el Bruce niño ve morir asesinados a sus padres, pero ésta no guarda relación aparente con su decisión de convertirse en un justiciero disfrazado de murciélago. De hecho, se nos lo presenta convertido en un marinero con un viejo traje de Batman colgado en el camarote sin explicarnos mínimamente el por qué de todo ello. ¿Cuál es su motivación? ¿Qué pasa por su cabeza? En lugar de la venganza o el trauma, resulta que es “designado” por alguna fuerza
superior para enfrentarse a la amenaza sobrenatural que acecha bajo la ciudad de Gotham; vamos, una especie de “elegido”, figura sobada hasta la náusea en la literatura popular.

A la hora de la verdad, Batman/Bruce Wayne no es más que un mero peón con el que hacer avanzar la historia y llegar a la resolución del misterio. Carece de personalidad o sentimientos dado que no parecen afectarle lo más mínimo las muertes de sus seres cercanos o la locura que se desata a su alrededor. Ni siquiera sus diálogos dejan entrever que estemos ante alguien especialmente inteligente o proveniente de una familia acomodada. Hay algunos chispazos de humor al final del comic, pero llegan demasiado tarde para equilibrar el resultado final. Al no ofrecernos ninguna información acerca de la
personalidad de Bruce Wayne, lo que debería ser la lucha contra una trágica maldición y por la salvación de su alma, acaba siendo una narración tan emocionalmente plana como un videojuego.

Parte del atractivo del comic, como suele ser lo habitual en estas interpretaciones alternativas del mito batmaniano, reside en la forma en que los autores reinventan la galería de personajes del héroe. El problema, igualmente frecuente en estos comics, es que tratan de embutir muchos de los elementos de su universo en una sola historia en vez de crear algo nuevo. En este caso, Killer Croc, Hiedra Venenosa, Mr.Hielo, el Pingüino, James Gordon, Dos Caras, Flecha Verde, Demon, Talia o Ra´s al Ghul intervienen en la trama. Pero ésta, por desgracia, es errática, vaga y sobrecargada de personajes. Algunos de ellos están bien insertados, como Barbara Gordon convertida en una médium (una verdadera Oráculo), pero la mayoría no juegan papel relevante alguno y parecen más bien introducidos con calzador como guiño a los fans del héroe o peaje obligatorio de este tipo de relatos alternativos. Ello, además, aliena al lector no particularmente familiarizado con el mito de Batman, ya que no podrá entender bastantes de sus referencias. ¿Quién es, por ejemplo, ese doctor Cobblepot y porqué corretea por la
Antártida en compañía de un grupo de pingüinos? La verdad es que su presencia aporta muy poco a la historia pero los conocedores del Hombre Murciélago lo reconocerán como uno de sus villanos más clásicos.

Tampoco el final ayuda a mejorar las cosas. El principal villano, o eso quieren hacernos creer, es Ra´s Al Ghul quien, acompañado de su hija Talia, en lugar de rodearse de una secta y prolongar su vida eternamente, está ahora interesado en las artes necrománticas. Planteado por Mignola y Pace como homenaje/trasposición del árabe loco Abdul Alhazred de Lovecraft (incluso ha escrito su propio libro maldito: en lugar del Necronomicón tenemos el Testamento), es un villano unidimensional, un enemigo de maldad pura, grandilocuente y con un toque de exotismo propio de la literatura pulp. Todo en la historia parece indicar que será él quien se enfrentará a Batman en el clímax… hasta que es apartado de forma abrupta para dejar sitio a una amenaza aún mayor: la horrible criatura que ha venido mencionándose ominosamente a lo largo de toda la trama; criatura que, seamos sinceros, tampoco es para darle un premio. La Maldición a la que se refiere el siniestro título de la obra no es más que un bicho lleno de tentáculos como tantísimos otros que se habían podido ver en miles de
comics antes. No sólo aparece en el último momento, sino que es despachada con igual rapidez con la que se presenta.

Mignola sabe cómo crear atmósfera en un comic de terror, pero en este caso el argumento no resulta suficiente para llenar las 140 páginas de la historia. Hay aciertos, como la forma en que los autores utilizan a Harvey Dent/Dos Caras en el retorcido final, pero también evidentes tropiezos, como la manera en que se maneja a ese mismo Dent a lo largo de la trama: se postula como alcalde de la ciudad, una idea interesante, pero después de presentarlo de esta forma se le aparta del argumento, recogiéndolo veinte páginas después sólo para llevarlo por una dirección completamente distinta. Algo parecido ocurre con Oliver Queen, preparándose toda su vida como un gran guerrero para la batalla de su vida sólo para liquidarlo en una sola viñeta.

Es cierto que tratándose de una obra cuyo guión tiene dos padres, resulta difícil determinar quién escribió qué. Bien podría ser que Mignola sólo hubiera aportado la idea general porque, de hecho, a veces da la impresión de que alguien haya ido construyendo la trama a base de unir puntos extraídos de sus comics de Hellboy. En
general, el conjunto da la impresión de estar sobrecargado y narrado con prisas. El ritmo avanza a saltos y ninguno de los personajes cuaja lo suficiente como para que el lector pueda establecer empatía alguna con ellos. Ni siquiera se aclara bien qué es lo que está verdaderamente en juego. Nos dicen que está en peligro el alma de la ciudad de Gotham, pero eso es muy vago. ¿Por qué merece la pena salvarse esa alma y que, además, deba hacerlo Bruce Wayne, alguien que se ha pasado la mayor parte de su vida alejado de la ciudad?

Lo que en último término lastra a este comic son precisamente los tópicos propios del género superhéroico. Son sus convencionalismos los que acaban ahogando los elementos sobrenaturales y de terror, mucho más sugerentes. El horriblemente mutado Ludwig Prinn muere siete páginas después de que nos hayan dicho que no puede hacerlo; la confrontación final a puñetazos entre Bruce Wayne y un resurrecto Ra´s Al Ghul es cualquier cosa menos una imagen lovecraftiana; hombres lobo abatidos con flechas bendecidas; la hermosa y leal Talia, que ha devuelto la vida a su padre, se enamora de Wayne, ayudándole a salvarse en dos ocasiones… Todo esto puede ser hasta cierto punto aceptable en el ámbito del
comic-book mainstream, pero está fuera de lugar en el mito terrorífico imaginado por Lovecraft. En este caso, la unión de ambas tradiciones, literaria e historietística, no da como resultado un híbrido vigoroso, sino todo lo contrario.

Otra decepción para los fans fue que Mignola sólo se encargara de dibujar las portadas, estando encargado del comic propiamente dicho Troy Nixey, quien intenta acercar su estilo al de aquél, llegando incluso al abierto homenaje en varias ocasiones, por ejemplo dibujando al Bruce Wayne del comienzo, en la Antártida, como Langosta Johnson, Ra´s Al-Ghul como Rasputin o Killer Croc como un monstruo-rana. Nixey tiene algunos aciertos, como su versión de Etrigan-Demon, más terrorífico de lo acostumbrado; o su Batman, dibujado al estilo realista muy en la línea de lo que luego haría Paul Pope en “Año Cien”.

Pero en general, el resultado gráfico es muy irregular. Por cada viñeta de factura correcta o escena bizarra bien diseñada –no hay que olvidar la buena labor del entintador Dennis Janke a la hora de
perfilar y dar consistencia y relieve a las figuras- encontramos tres o cuatro muy torpes, entre otras cosas porque la incapacidad de Nixey para dibujar bien la anatomía y expresividad facial sumado a su gusto por lo feísta, da como resultado personajes no ya fachosos, sino directamente deformes. Tim Drake, por ejemplo, parece más un grotesco Quasimodo que un niño.

“La Maldición que Cayó sobre Gotham” arranca de manera prometedora, pero, de alguna forma, la combinación de la narrativa propia del comic-book más convencional, un pastiche de los elementos lovecraftianos más tópicos y un ocultismo de andar por casa estropea el resultado final. Lo que debería haberse limitado a un volumen único de 64 páginas acaba estirándose en exceso y derrumbándose bajo su propio peso. Los elementos sobrenaturales no son lo suficientemente inquietantes, ninguno de los personajes es especialmente memorable y el apresurado desenlace es más tonto que aterrador. De no haber sido por Batman, estaríamos ante un comic de terror bastante olvidable y ni siquiera su presencia lo eleva mucho por encima de la media.

Dicho todo lo cual, la lectura de “La Maldición que Cayó sobre Gotham” no será una total
pérdida de tiempo para ciertos fans, especialmente aquellos que disfruten tanto con Batman como con el terror lovecraftiano. Estamos ante uno de esos casos en los que las expectativas depositadas en el comic a tenor de la calidad de su autor principal resultan ser excesivas. Al fin y al cabo, los mitos funcionan muchas veces mejor como ideas que como realidades concretas. La mayoría de las historias de Batman son peores que las premisas que las sustentan y los relatos de Lovecraft, seamos sinceros, no eran un ejemplo de excelencia literaria, diversidad temática o personajes memorables. Tampoco la mayoría de los comics mainstream más o menos basados en sus cuentos o ideas ofrecen resultados a la altura de lo que inicialmente podría pensarse. Pero con todo y con eso, los mundos de Batman y de Lovecraft tienen suficientes puntos en común como para satisfacer a los seguidores de ambos.

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