1982- V DE VENDETTA - Alan Moore y David Lloyd (1)
Totalizando
menos de treinta números en sus tres años de vida, la revista “Warrior”
nunca tuvo demasiado éxito entre el gran público, aunque los fans la
seguían con pasión y su influencia ha pervivido hasta nuestros días. Fue
una cabecera creada por Dez Skinn, un veterano de la industria que
venía de trabajar para Fleetway, Top Sellers y Marvel U.K. Mientras
estuvo en esta última editorial, comenzó una línea de nuevas series que
le convencieron de que Inglaterra tenía autores con el suficiente
talento como para satisfacer los gustos de un público más maduro. Así,
Skinn fundó su propia compañía, Quality Publishing y lanzó la revista en
blanco y negro “Warrior”. Desde su primer número, el título estuvo dominado por los guiones de Alan Moore, autor que había
seguido una evolución similar a la del propio Skinn. Comenzó con los
consabidos fanzines antes de publicar en 1980, con veintiocho años, una
serie de once historias protagonizadas por el Doctor Who –algunas de
ellas dibujadas por David Lloyd-. Pasó por “2000 AD”, la revista de
comics de ciencia ficción de referencia en aquellos años, y por Marvel
UK, donde realizó veinte episodios del Capitán Britania junto a Alan
Davis. Ya para “Warrior” creó los personajes Laser Eraser y Pressbutton y
The Bojeffries Saga; y escribió dos series hoy consideradas clásicas.
Por una parte, una actualización en clave realista de un antiguo
superhéroe creado en los años cincuenta por Mick Anglo, “Marvelman”,
dibujado por Garry Leach primero y por Alan Davis después. Y, en segundo
lugar, “V de Vendetta”, crítica social en forma de distopía
superheroica.
Desde el principio, “Warrior” tuvo problemas a la hora de llegar a sus
lectores potenciales. Sencillamente, los distribuidores no sabían qué
hacer con una revista claramente dirigida a lectores
más maduros de lo que ellos estaban acostumbrados. El auge de las
tiendas especializadas aún estaba por venir y no era fácil llegar al
público potencial de aquellas historias. La puntilla vino cuando Marvel
se quejó a Quality por la utilización de un personaje, Marvelman, de
igual nombre que uno suyo, por lo que Skinn se vio obligado a retirar la
serie de la revista y sustituirla por “Bogey”, una mezcla entre género
negro y ciencia ficción dibujada por el español Leopoldo Sánchez.
Privada de una de sus series más populares, la revista no sobrevivió ya
mucho tiempo. En 1985, con dos números enteros ya completados y aún
pendientes de publicación, fue cancelada. El último número en aparecer
fue el 26, con fecha de diciembre de 1984.
De todas formas, su espíritu no murió. En primer lugar, la cabecera
permitió despuntar a una nueva generación de autores; además, demostró
de qué forma los cómics podían evolucionar más allá de su tono infantil
para atender los gustos de lectores más maduros. En esta cantera
de escritores y dibujantes buscarían las editoriales americanas desde
mediados de los ochenta, iniciando toda una revolución hacia el comic
adulto en el panorama mainstream de Estados Unidos. Y, por último, Skinn
pudo asegurar la pervivencia de algunos personajes y series vendiendo
los derechos de publicación a otras compañías: por ejemplo, “Marvelman”,
ya rebautizado como “Miracleman”, fue reeditado y continuado en Eclipse
Comics, editorial que también se hizo cargo de Pressbutton.
En cuanto a “V de Vendetta”, ésta nunca había gozado del favor de los
lectores de “Warrior”. De hecho, era uno de sus series menos populares y
cuando se cerró la revista había quedado inconclusa en su capítulo doce
del segundo libro (titulado “El Veredicto”). Ahora bien, desde 1983,
Alan Moore había empezado a trabajar en “La Cosa del Pantano”,
haciéndose rápidamente un nombre en el panorama del comic-book
americano. Escribió un par de historias para El Vigilante y Superman y
en 1986 apareció “Watchmen”. Convertido en foco de todas las miradas y
símbolo del comic intelectual y maduro,
varias compañías trataron de convencerle a él y a David Lloyd para que
finalizaran “V de Vendetta”. Por fin, fue DC quien se llevó el gato al
agua. En 1988, publicó una miniserie de diez episodios, siendo nuevos
los cuatro últimos. Tony Weare dibujó material adicional para un
capítulo completo (“Vincent”) y complementario en otros dos (“Valerie” y
“Las Vacaciones”). Además, Steve Whitaker y Siobhan Dodds colorearon
las páginas de David Lloyd con una paleta de tonos pastel muy suaves
–que, en mi opinión y dicho sea de paso, no eran en absoluto
necesarios-.
Bien, una vez detallado su azaroso historial de publicación, ¿de qué va “V de Vendetta”?
La acción se sitúa en 1997, que por entonces era un futuro cercano aunque hoy sea ya un pasado cada
vez más lejano. Inglaterra ha conseguido escapar de la destrucción
nuclear global gracias a un oportuno desarme, pero su gobierno ha sido
ocupado por un partido llamado “Fuego Nórdico” de corte fascista,
xenófobo y aislacionista. El régimen ha aportado paz y estabilidad al
precio de la libertad personal, la privacidad, la monotonía y
uniformidad y la aniquilación silenciosa de los que considera
indeseables, ya sean éstos disidentes políticos o personas incluidas en
determinadas minorías como los gays. El líder Sandler y sus secuaces
mantienen al país totalmente controlado gracias a la combinación de una
potente y omnisciente computadora, una eficiente policía secreta, la
manipulación de los medios de comunicación… y el consentimiento
implícito del pueblo.
Evey Hammond es una adolescente cuyos padres desaparecieron años atrás
secuestrados por la policía. Está en apuros económicos y en un acto de
desesperación trata de vender en la calle sus servicios sexuales a
cambio de dinero. Desgraciadamente lo hace al hombre erróneo, un “Dedo”,
agente
de la policía secreta, que a punto está de violarla y asesinarla junto a
sus colegas. En el último momento es rescatada por un hombre misterioso
que esconde su rostro tras una máscara eternamente sonriente de Guy
Fawkes (un revolucionario católico del siglo XVII que trató de derrocar
mediante un atentado a la monarquía protestante que ocupaba el trono
británico) y ataviado con una capa y un curioso sombrero. Sin esfuerzo
aparente, este hombre liquida al Dedo y sus colegas, derriba el edificio
del Parlamento con explosivos y se lleva a Evey a su guarida
subterránea, la “Galería de las Sombras”. Este individuo se identifica a
sí mismo como V y habla siempre en verso recurriendo a poemas y citas.
En su escondite guarda una gran colección de arte, libros y música
prohibidos por el gobierno por considerarlos decadentes o subversivos.
Conforme Evey aprende a entender y amar a V, éste se embarca en una
implacable misión que consiste en asesinar a varias personalidades del
régimen. Pero también derriba símbolos arquitectónicos de la ciudad y se
sirve de la televisión estatal para difundir su punto de vista al
pueblo inglés. Sus espectaculares intervenciones comienzan a desestabilizar
el régimen de Fuego Nórdico mientras sus dirigentes tratan de detenerlo
por todos los medios al tiempo que luchan entre sí por el poder. El
sagaz detective Finch es designado para encargarse de llevar a cabo la
investigación que debe culminar con la captura de V. Es un policía
honesto que, en el fondo, odia el gobierno para el que trabaja y cuanto
más profundiza en el conocimiento de V, más desequilibrada se torna su
mente y más endebles sus convicciones.
¿A qué responde su venganza? ¿Cuál es el origen de esas habilidades que
parecen sobrehumanas? ¿Actúa movido por la simple venganza o hay algo
más? En un momento determinado, Evey descubre que V tiene preparada una
misión para ella como jamás podría haber imaginado: continuar su legado
en un mundo nuevo y purificado.
“V de Vendetta” es un comic muy complejo, con pasajes inolvidables, que
además plantea cuestiones muy profundas que animan a la reflexión y el
debate. Es uno de esos tebeos que echa por tierra el tópico de que el
comic no puede articular pensamientos e ideas con la misma profundidad y
matices que la literatura.
Alan
Moore comienza planteando un futuro distópico de corte totalitario cuya
plausibilidad dimana de lo familiar que nos resulta. Como buen inglés
que es, no puede sustraerse a la larga tradición distópica que los
literatos de su país han ido cultivando con el paso de las décadas y de
entre los cuales sobresale, claro está, el “1984” de George Orwell, una
de las influencias más claras en “V de Vendetta”. Como en esa famosa
novela, encontramos aquí un régimen que propaga el odio, que transmite
permanentemente un mensaje de miedo que le permite mantenerse en el
poder, que controla todos los aspectos de las vidas –incluso los
íntimos- de sus ciudadanos y cuyo líder es un individuo alienado de
aspecto ordinario.
El mecanismo de ascenso al poder de ese régimen refleja el que se vivió
en Europa en el primer tercio del siglo XX y que culminó con el triunfo
de los fascismos. En el caso hipotético de que Inglaterra hubiera podido
sustraerse a una guerra nuclear más o menos global, se habría visto con
toda probabilidad abocada a sufrir enormes penurias económicas
acompañadas de caos social; situación equivalente a la que llevaron al
poder al partido nazi en Alemania tras la Primera Guerra Mundial. El
ataque a las minorías, la persecución
de disidentes políticos y la supresión de cualquier forma de expresión y
artística que no estuviera al servicio del estado sería algo
inevitable.
Moore introduce, eso sí, un nuevo elemento, la computadora llamada
Destino, un instrumento de control absoluto que mezcla las obsesiones
paranoicas de los regímenes comunistas con el ordenador HAL de “2001”.
Abundando en ese asfixiante sistema, cada rama de la policía secreta
recibe el nombre de un órgano sensorial del cuerpo (el Ojo vigila a los
ciudadanos utilizando cámaras, la Oreja hace lo propio con micrófonos
instalados en teléfonos y domicilios, la Nariz realiza investigaciones,
el Dedo es la rama ejecutora, la Boca controla los medios de
comunicación), como si el Estado fuera una persona que fiscalizara y
dominara a todos los que viven al alcance de su tecnología.
Aunque la iconografía y su carácter descaradamente xenófobo y laudatorio
de la raza aria remiten claramente al nazismo, esta tiranía está
inspirada también en el malestar que en amplios sectores de la población
británica causó la llegada al poder de Margaret Thatcher en 1979, un
sentimiento de
alarma que hoy quizá nos pueda parecer excesivo. En un entorno de
aumento en las tensiones raciales (el derechista Frente Nacional parecía
estar aumentando su popularidad y Thatcher declaró su malestar por el a
su juicio elevado número de inmigrantes asiáticos); reducción del gasto
público e inversión en servicios sociales, educación y vivienda;
aumento de impuestos; alto desempleo; confrontación con los sindicatos;
reconversión industrial y privatizaciones, el panorama era interpretado
como desolador por muchos artistas e intelectuales, quienes en sus obras
predijeron los más negros augurios para su nación, exagerando y
proyectando hacia el futuro sus temores. Alan Moore fue uno de ellos.
Pero ni él ni ninguno de sus colegas sabía entonces que en cuestión de
algunos años el país no sólo no se hundiría irremediablemente en un
abismo de pobreza y ausencia de libertades, sino que todos los
indicadores económicos se recuperarían otorgando al país cierto nivel
general de bienestar que, a su vez, propició la reelección de Thatcher,
quien ostentaría el cargo de Primera Ministra hasta 1990. El propio Alan
Moore admitiría años después dos errores de concepto en la elaboración
de su distopía: por una parte y en caso de una guerra nuclear
generalizada, Inglaterra difícilmente podría no ya haberse mantenido al
margen, sino siquiera sobrevivir. Y, por otra, que no es necesario un
apocalipsis nuclear para que un pueblo abrace un régimen totalitario, algo que la actual coyuntura mundial está volviendo a confirmar.
Más profético fue el tratamiento que recibe en el comic el Obispo
Lilliman, un pedófilo corrupto. No es que el asunto fuera nuevo (en 1980
saltó a las noticias el desagradable caso del Hogar Juvenil de Kincora,
en Belfast), pero implicar en ello a la Iglesia y, además, convertir al
obispo en una de las víctimas de V –que se sirve de Evey como cebo- fue
desde luego un movimiento arriesgado por la potencial controversia que
encerraba. Hoy, probable y desgraciadamente, no habría sido interpretado
como algo particularmente rompedor.
Volviendo
al tema de la tiranía, Moore culpa en buena medida de ella al mismo
pueblo que la sufre, al que tacha de complaciente y reacio a aceptar
cualquier responsabilidad. La existencia continuada en nuestra Historia
de lunáticos, mentirosos, corruptos y asesinos en puestos de poder no
puede achacarse a un error puntual o desgraciado, sino a la recurrente
dejación de responsabilidades por parte de quienes les eligen o permiten
que continúen en el puesto. V se propone, por tanto, sacudir las
conciencias, demostrar no sólo que los dirigentes mienten a la población
sino que su sistema está lejos de ser invulnerable; servir, en
definitiva, de catalizador de un movimiento que derribe la tiranía para
siempre.
Moore realiza un trabajo impecable en la construcción del complejo protagonista masculino. “V de Vendetta”
se inscribe en la línea desmitificadora de la tradición superheroica
que luego continuó el escritor en otras obras publicadas por aquella
misma época. Tanto aquí como en “Miracleman” o “Watchmen”, adopta un
enfoque poco convencional del género de los luchadores disfrazados
contra el crimen, manteniendo algunas de sus convenciones pero
introduciendo temas adultos, explorando el concepto del héroe y
examinando sus motivaciones, todo ello articulado con una prosa
elaborada, incluso poética, de una calidad que difícilmente podía
encontrarse en el comic de entonces. Moore y Lloyd se negaron a
encajonar la historia dentro de los tópicos parámetros “héroe contra
villano”, optando en cambio por un personaje moralmente ambiguo que
enfrenta el anarquismo total contra la dictadura absoluta. Hacer de un
personaje tan turbio y potencialmente polémico el héroe protagonista de
un comic, fue todo un riesgo en la época y una declaración de principios
tanto de Moore como de la revista “Warrior”.
V es enigmático, inteligente, culto y carismático. Es imposible no sentir simpatía por él en su calidad
de víctima de un régimen totalitario. Pero, al mismo tiempo, su
moralidad es más que cuestionable. Los principios que le impulsan en su
lucha son, sobre todo, el de la libertad y, a bastante distancia, el de
la justicia, aunque ésta bien puede ser una simple fachada bajo la que
disfrazar una venganza personal. Ahora bien, sus métodos son bastante
violentos por no decir bárbaros e incluyen desde la sutil manipulación
hasta el asesinato a sangre fría. Puede legítimamente ser considerado un
terrorista y un homicida por mucho que quiera conectar sus actos a
ideales elevados. Ese conflicto suscita dilemas de difícil resolución:
¿Justifica el fin los medios cuando aquél es la consecución del bien
común y éstos implican asesinar a auténticos desalmados y corruptos? A
veces, V parece estar claramente desequilibrado, y otras se diría que es
el último hombre cuerdo de Inglaterra. Sus conocimientos, declaraciones
y habilidades nos sugieren que nunca ha perdido el contacto con la
realidad pero, ¿es posible hacer las cosas que él lleva a cabo y no
estar al menos algo trastornado?
Pero, en cualquier caso, el terrorismo de V adquiere aquí un brillo heroico dadas las brutalidades e indignidades
a que el Estado somete a su pueblo. Hay una emocionante escena al
comienzo en el que V “conversa” con la estatua de la Justicia colocada
en lo alto del Old Bailey (el edificio que alberga los juzgados de
Londres) y en la que afirma que la anarquía le ha enseñado que “la
justicia no tiene sentido sin libertad”… justo antes de que todo el
complejo estalle en una gran bola de fuego. Es el primero de sus muchos
golpes contra el gobierno. Secuestra y sume en la locura al actor que
encarna la Voz del régimen en la radio y televisión estatales; asesina
al mencionado obispo pedófilo; y, en fin, va ejecutando a todos aquellos
que trabajaron en un campo de concentración en el que él estuvo
prisionero y donde fue sometido a crueles experimentos que, a la postre,
le proporcionaron unas capacidades físicas –y, probablemente, mentales-
extraordinarias. Uno no puede sino aplaudir sus extraordinarios golpes
contra el aparato estatal de represión.
Tanto es así, que Moore y Lloyd han conseguido darle la vuelta a la
interpretación que de Guy Fawkes se tenía hasta ese momento en la
cultura popular: de ser una figura siniestra cuya captura y ejecución en
la hoguera se celebraba popularmente todos
los años, ha pasado a representar la resistencia heroica contra las
fuerzas opresoras de los gobiernos o las multinacionales. Como es bien
sabido, el colectivo de hackers que se hace llamar Anonymous ha adoptado
la máscara de V como símbolo. Lo mismo hicieron los movimientos de
“Ocupemos Wall Street” o los manifestantes de Bahrein durante la
Primavera Árabe, por nombrar sólo unos pocos.
La postura rebelde, contestataria y anarquista de V no fue algo aislado
dentro de la galería de personajes creados por Alan Moore. Durante su
etapa en “La Cosa del Pantano”, Moore transformó
a la criatura protagonista en algo que hoy podríamos denominar
ecoterrorista –o ecohéroe, según se mire-. De monstruo claramente
inscrito en el género del terror, la Cosa del Pantano pasó a ser un
héroe profundo y polifacético capaz de entender la relación entre el
Hombre y la Naturaleza como sólo una planta inteligente podría hacer.
Sirviéndose de él, Moore abordó temas como la contaminación, el cambio
climático o el expolio de recursos naturales.
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