17 jul 2016
1973- CONAN - Roy Thomas y John Buscema (2)
(Viene de la entrada anterior)
Los siguientes seis números, del 46 al 51 (enero a junio de 1975) forman una saga cuya historia que Thomas extrajo de la novela “Kothar and The Conjurer´s Curse”, escrita por Gardner Fox. Éste había sido uno de los principales guionistas de DC Comics desde los años cuarenta hasta los sesenta, responsable de la creación de multitud de personajes e historias que, sin embargo, no pudo adaptarse a los nuevos tiempos marcados por Marvel. Se dedicó entonces a escribir novelas, campo en el que no destacó demasiado. Su saga de libros de Kothar no era más que el intento de aprovechar la moda de la espada y brujería propiciada por Conan. Por tanto, Thomas no vio inconveniente en, previa autorización del autor, trasladar la historia al mundo hibóreo, tarea a la que a estas alturas estaba más que acostumbrado.
En la historia, Conan acepta a regañadientes la misión de entregar un amuleto al regente de una ciudad del Reino Fronterizo. Por el camino salva a Stefanya de morir en la hoguera acusada de brujería por sus conciudadanos. Ésta era la discípula de un hechicero al que los lugareños habían intentado matar, dejándolo en un estado de animación suspendida –y custodiado, como no podía ser de otra manera- por un mortífero guardián al que Conan debe enfrentarse. A partir de ese momento, se irán sucediendo aventuras que involucrarán a Conan en las intrigas de poder de la ciudad en la que debe entregar el amuleto y de las que Stefanya resulta ser una involuntaria pieza a la que proteger.
Sin tratarse de un argumento que se separe demasiado de lo que a estas alturas ya eran los tópicos de la colección, encontramos algunos puntos dignos de interés, como la introducción de personajes femeninos con cierto peso, como Stefanya –con la que, curiosamente- nunca llega a acostarse el bárbaro- o las brujas hermanas Urlsa y Lupalina; o el flashback a la juventud de Conan. Estos aciertos, sin embargo, quedan atenuados por lo estereotipados que resultan todos los villanos, desde el noble rufianesco Torkal Moh hasta los brujos conspiradores Elvriom y Thalkalides, pasando por su frankenstiniana creación, Unos. Todos ellos discurren por la historia de forma harto predecible, por lo que todos estos números no son más que mero relleno a la espera de tiempos mejores.
Fueron también la oportunidad de constatar hasta qué punto el trabajo de Buscema requería de un entintador que supiera entender y complementar sus lápices. Dado que también participaba en “La Espada Salvaje de Conan” como artista principal y que era allí donde estaba dando lo mejor de sí mismo, Buscema estaba por entonces más ocupado que nunca y su trabajo en la colección regular de Conan resultaba más apresurado, menos terminado, de lo que había empezado siendo unos meses atrás. En estos últimos números se fueron sucediendo como entintadores Joe Sinnott, Dan Adkins y Dick Giordano. Todos ellos eran excelentes profesionales que habían demostrado suficientemente su valía en otros títulos, pero aquí su estilo o bien no acababa de casar con el de Buscema o bien se trataba de trabajos puntuales de carácter alimenticio en los que no se esforzaron demasiado. Se limitaban a repasar el lápiz de Buscema, pero era necesario alguien que, además, supiera imponer su propio estilo, proporcionar verdadera solidez y entidad al dibujo y aumentar el grado de detalle bosquejado por el artista nominal.
Y ello, por fin, llegó en el número 52. Tom Palmer es un entintador de gran personalidad, alguien cuyo trabajo resulta perfectamente reconocible. Tanto es así que, hasta cierto punto, tiende a tapar el trazo del dibujante titular, pero a cambio, si éste no realiza un trabajo muy perfilado, Palmer se encarga de completarlo y añadir detalles. Así, fondos, figuras y rostros se ven ahora más acabados, con matices, y Conan luce más poderoso y bárbaro que en los números precedentes.
A la mejora del dibujo se añade un guión más inspirado de Roy Thomas, que inicia un arco argumental de cuatro números (52-55, julio-octubre 1975) en el que Conan se une al ejército mercenario de Murilo, un peculiar aristócrata corintio al que había conocido en el nº 11 (noviembre 1971), en la clásica aventura “Villanos en la Casa”. Caído en desgracia, ahora encabeza una tropa de soldados que ponen sus espadas al mejor postor. Thomas traslada el tapiz político de la Italia del Renacimiento a la era Hyboria, una época en la que las ciudades-estado italianas recurrían a los condottieri o capitanes mercenarios para librar sus luchas de poder. En esta ocasión se trata de la rivalidad comercial entre dos ciudades de Ofir, siendo contratado el ejército de Murilo –ya con Conan en sus filas- para participar en sus intrigas secuestrando a la casadera hija de uno de los príncipes adversarios.
Thomas mezcla con habilidad las maquinaciones políticas, la acción y la brujería en una historia que, además, cuenta con la incorporación de dos personajes “fijos” a la serie: Tara, una jovencita temperamental y aguerrida a la que Conan acoge como escudera; y Yusuf, uno de los mercenarios de Murilo que acaba enamorándose de Tara. La permanencia de estos personajes –Murilo incluido- no sólo proporciona a la serie un tono más coral que permite desviar de vez en cuando el foco de atención de Conan, sino que, además, éste se humaniza en su contacto con sus compañeros. Es una historia peculiar también porque Conan no realiza aquí conquista “romántico-sexual” alguna: la dama Yvonna no es más que una misión para Conan; y en cuanto a Tara, es demasiado joven y poco femenina como para despertar su interés.
Al final del número 55, previendo un periodo de paz en Ofir, Conan retoma su camino hacia Argos, en la costa. Tara, como su escudero, lo acompaña y a ellos se une el inseguro Yusuf, atraído por la muchacha. El número 56 (noviembre 1975), “La Extraña y Alta Torre en la Niebla” es un número de transición que reúne los elementos habituales: brujería, monstruo, torres malignas y peleas. Si acaso, cabe destacar que aquí el “brujo” sea en realidad toda una ciudad encantada que no permite escapar a quienes atrae a su interior.
En cuanto al dibujo, Tom Palmer es sustituido por un también muy capaz Pablo Marcos, un muy respetado y experimentado dibujante peruano que tras desarrollar una amplia carrera en su país natal se trasladó en la década de los setenta a Estados Unidos, donde empezó trabajando para editoriales especializadas en revistas de terror para adultos (Warren, Skywald) antes de entrar en Marvel –y, más tarde DC-, donde su trabajo fue muy apreciado tanto por los editores como por los fans.
En el nº 57 (diciembre 1975), Mike Ploog sustituye a John Buscema por un solo número, una intervención puntual pero bienvenida puesto que se trata de un artista de gran talento. Su estilo, sin embargo, se parece poco al de Buscema y por aquellos años aún reflejaba a las claras la influencia de su maestro Will Eisner. Ploog no era ni mucho menos un novato en el género fantástico y tras haber pasado por las revistas de terror de la Warren se ocupó en Marvel de títulos de corte sobrenatural como “El Motorista Fantasma”, “Werewolf by Night”, “Hombre-Cosa” o “El Monstruo de Frankenstein”. Podría haber sido un buen artista para “Conan el Bárbaro”, pero a estas alturas la serie ya había quedado muy identificada con John Buscema, por lo que este número parece más una intrusión que otra cosa.
Por otra parte, Roy Thomas utilizó el episodio –titulado “Incidente en Argos”- como peldaño de transición entre dos etapas de la serie. En él, Yusuf y Tara se convierten en fugitivos al matar a un soldado de la guardia de la ciudad costera de Messantia cuando éste intentaba propasarse con la muchacha. Conan, por su parte, sólo se libra de ser llevado como galeote forzado para caer en las manos de la guardia, que lo creen cómplice del asesinato de su compañero. Durante el juicio, Conan consigue escapar a caballo en dirección al puerto, no teniendo más remedio que dejar atrás a sus dos amigos. A partir de este momento, se abre una gran saga de cuarenta y dos números que unirá a Conan con la pirata Bélit y que empieza formalmente en el episodio 58 (enero 1976): “La Reina de la Costa Negra”.
Mientras Roy Thomas estuvo al frente de la colección, se propuso que ésta seguiría la vida de Conan tal y como había sido establecida en los relatos de Howard y sus sucesores. Habiendo decidido que doce números de la serie equivaldrían más o menos a un año de la vida del bárbaro, a la altura del 58 había llegado el momento de presentar a la pirata shemita Belit, un personaje que sólo había aparecido en un cuento escrito por Howard en 1934 titulado “La Reina de la Costa Negra”, en el que se narraba primero el encuentro entre ambos guerreros (que Thomas respetó escrupulosamente en este número 58) para, tras una elipsis de varios años, pasar a describir la aventura en la que Belit muere en las ponzoñosas selvas del sur a manos de un simio alado y sin que Conan pueda hacer nada.
Pues bien, a partir de ese periodo en el que ambos permanecieron juntos pero del que Howard nada contó, Roy Thomas imaginó nada menos que tres años de aventuras en lo que probablemente fue el arco argumental más largo en los comics de los setenta. En realidad sus intenciones iniciales no fueron las de escribir una saga tan extensa, sino limitarla a cuatro o cinco episodios antes de concluir con la muerte de Belit. Pero debió ver grandes posibilidades en la idea de que Conan formara equipo “profesional” y sentimental con una mujer de carácter. Ello daría estabilidad a la serie al construir alrededor de ellos un reparto fijo de secundarios e introduciría nuevos elementos que, si se disponía del tiempo suficiente, podrían desarrollarse mejor. Así que, sabiendo que no comprometía la cronología ya establecida del personaje, extendió esa etapa nada menos que hasta el número 100.
No sólo eso, sino que hizo de Belit, que no había pasado de ser un simple nombre en una novela de Conan, uno de los personajes más fascinantes, queridos y recordados por todos los fans del cimmerio. Belit resultó ser la “novia” perfecta para Conan –y, por extensión, para todos sus seguidores-: con una belleza exótica, impulsiva, carnal, vengativa, ferozmente independiente y con un destino fatal. Su carácter era tan incendiario que Conan parecía un ser manso a su lado y, de hecho, era él quien atemperaba sus arranques de furia y en más de una ocasión insuflaba en su mente la necesaria dosis de sentido común.
Y a diferencia de la casi virginal Red Sonja, que reservaba su virtud para el hombre que pudiera superarla en combate –una apuesta segura dada su habilidad como espadachina- Belit fue desde el principio una mujer carnal y apasionada que no tenía reparos en dejar claro cuál era el objeto de su deseo, ya fuera Conan, un cofre de joyas o el trono de su nativa Asgalun, usurpado por su traidor tío Nim-Karrak. Esto quedaba meridianamente claro en la última página de ese episodio de presentación, cuando se entregaba pública y lujuriosamente a Conan tras un baile de apareamiento. Una página que Buscema y Steve Gan dibujaron con espléndida sensualidad y que cuesta creer que pasara el filtro del Comics Code Authority. Buscema dibujaba a todas las mujeres con unas curvas voluptuosas, pero Belit carece de los excesivos pechos que lucían normalmente las mujeres hibóreas. Tiene las piernas largas, una cintura estrecha y los hombros cuadrados propios de alguien que hace mucho ejercicio; transmite la sensación de ser fuerte y femenina a la vez.
En el nº 59 (febrero 1976), Roy Thomas presenta el origen de Belit, una niña hija de del rey destronado y asesinado de Asgalún y a la que salvó su tutor de raza negra, N´Yaga. Ambos fueron a parar a las islas del Sur, patria de éste, donde gracias a pequeños trucos de “magia” hizo creer a los nativos que la niña era la hija de Derketa, la diosa de la Muerte local. Belit se convirtió en una bella mujer y diestra guerrera que, tras una peligrosa prueba, se gana el respeto de los hombres y los convierte en piratas con una misión: saquear tantos tesoros como sea posible y reunir un botín que algún día le permita reclutar un ejército y recuperar su herencia real.
Roy Thomas supo desde el comienzo de esta etapa establecer el tipo de relación que mediaba entre Conan y Belit y en números sucesivos habría abundantes momentos de intimidad en los que Conan debía reflexionar sobre las enfermizas obsesiones de venganza que alberga su compañera y que, en último término, atraerán sobre ella su desgracia definitiva. Así, en la última página, tras ver a Belit contar lujuriosamente sus tesoros en la privacidad de su camarote, piensa a la luz de la luna: “Ha caído la noche y el viento sopla desde la gran desembocadura del río Styx, y desde las dormidas tierras hiborias. Pero sabe que un día, pronto, los vientos de la ira soplarán hacia el norte, una última vez. Y Conan de Cimmeria cabalgará sobre esos vientos rabiosos…¡con una mujer que, después de todo, podría ser una diosa de la muerte!”.
La de Conan y Belit fue una de las relaciones más románticas que pudieron encontrarse en la historia de los comics Marvel. Esto hay que entenderlo en su contexto, claro. Estamos hablando de un comic de espada y brujería de los setenta adaptado a partir de unos relatos pulp de los años treinta, así que esa relación es melodramática, exagerada y ocasionalmente proclive al cliché. Pero también se siente auténtica, carnal, tormentosa y condenada al fracaso de una forma rara vez vista en los comics mainstream. Por primera y última vez en la colección, a lo largo de cuarenta números, los lectores se encontrarían con que la violencia y brutalidad propias de una serie de bárbaros quedaba equilibrada por una relación sentimental que tenía un poco de todo: amor a primera vista, celos, discusiones, reconciliaciones, seducción, lujuria…
Durante toda esa etapa, Conan oficiará de capitán pirata y consorte de su reina de los mares, una mujer que sigue su propio camino, que defiende su independencia y que, al mismo tiempo, ama tan intensamente a Conan que volverá de la muerte para salvarle la vida. Conan, él mismo un ser ferozmente soberano de su propia vida, decide hacer suyos los anhelos de Belit aun cuándo estos suelan rozar la imprudencia si no la insensatez. Llevarán la guerra a Estigia y recobrarán el trono para Belit –que ella no tarda en rechazar- matando por el camino al esperado ejército de monstruos y guerreros de todo tipo. Belit trata (sin mucho éxito) atar corto a Conan al tiempo que actúa de cerebro del equipo y trata de no pensar demasiado en lo mucho que cambiaría su vida si se convirtiera en reina y hubiera de mantener al bárbaro como consorte. Como criminales fugitivos, los dos viven al día, disfrutando de lo que el destino les ofrece pero sin librarse de la melancolía de saber que al final les aguarda la muerte, un sentimiento que se hace mucho más patente en el recorrido final de la saga.
Esta etapa le sirvió además a Thomas para dos cosas. Por una parte, otorgarle cierta estabilidad a la serie en lo que se refiere a sus personajes. Conan siempre había sido un vagabundo que cambiaba de lugar tan fácilmente como de mujeres y compañeros de peripecia. A partir de aquí y hasta el final de la saga, el lector se familiarizaría con el fiel contramaestre M´Gora, el paternal N´Yaga o algunos de los corsarios negros, que en la novela de Howard no pasaban de ser simple carne de cañón. Por otra parte, Thomas utilizó todos estos números para ampliar y cohesionar la trayectoria vital de Conan. Introdujo en diferentes aventuras a personajes y referencias a los que Howard había aludido vagamente tanto en novelas ambientadas en los años maduros del personaje como en su juventud: el traficante de esclavos Publio; el origen de Belit, algún corsario negro, el salvaje Amra, el sacerdote Karanthes, la incursión en la ciudad estigia de Khemi, el rey Ctesphon III, las guerras intestinas de Asgalún, el símbolo de Jhebbal Sag”…
Entre los números 60 (marzo de 1976) y 63 (junio de 1976) discurrirá el primero de los arcos argumentales de esta gran saga, aquél en el que Conan ganará su sobrenombre de Amra el León, originalmente una suerte de Tarzán pelirrojo criado por leones, de los que ahora es el rey, y por el que todos los nativos de la Costa Negra sienten pavor. Los guerreros de una tribu secuestran a Belit para ofrecerla como tributo a Amra, que queda seducido por su fiereza. Por supuesto, Conan irá a rescatarla y, tras enfrentar otros peligros por el camino, se producirá un auténtico duelo de titanes. Es un relato en el que Thomas intenta aunar el espíritu racista y machista de la literatura pulp de los años treinta que cultivaba Howard con una sensibilidad más moderna. Así, los blancos (Conan, Amra y Belit) son grandes guerreros con un fondo de nobleza que se imponen sobre unos negros que o bien son cobardes o bien traidores. Belit, por su parte, se ve obligada a asumir el papel de damisela en peligro a la que el héroe masculino debe rescatar, pero al mismo tiempo se niega a renunciar a su independencia. No sé muy bien si Thomas consigue salir airoso de ese ejercicio de equilibrismo, pero de lo que no cabe duda es que se trata de cuatro episodios repletos de aventura, acción y suspense desarrollados con un excelente ritmo.
En estos números los lápices de Buscema estuvieron entintados por el injustamente poco valorado Steve Gan, uno de los dibujantes filipinos que por entonces se introducían en el mercado norteamericano gracias a Tony de Zuñiga (Gan, por cierto, había cocreado pocos meses atrás, junto a Steve Englehart, el héroe cósmico Star-Lord). Los siguientes episodios seguirían en manos filipinas, pero esta vez algo más anónimas. La Tribu no era sino un seudónimo bajo el que se escondía una heterogénea colección de autores filipinos encabezados por Tony DeZuñiga: Alfredo Alcalá, Ernie Chan, Ricardo Villamonte, Rudy Nebres, Pablo Marcos… Este tipo de inventos no suele dar buen resultado, pero en este caso embellecieron considerablemente el trabajo de Buscema, ofreciendo un Conan adecuadamente taciturno y una Belit especialmente felina.
El número 65 (agosto 1976), titulado “Los demonios de la serpiente emplumada”, sirve de relleno entre arcos argumentales. El barco de Belit, el Tigresa, ha de huir de un navío estigio internándose en unas aguas malditas en las cuales encuentran la tópica isla donde les aguarda una tribu perdida, un malvado brujo y un monstruo. Nada que no se hubiera visto decenas de veces ya en la colección, eso sí, narrado con su habitual pulso por John Buscema.
(Continúa en la siguiente entrada)
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