8 ene 2016

1929- TINTÍN - Hergé (2)





(Viene de la entrada anterior)

1931-TINTIN EN EL CONGO

Hergé tenía 23 años cuando, gracias al inmenso éxito de “Tintín en el País de los Soviets” y seguro de la popularidad del personaje, envió de nuevo al reportero de viaje, esta vez a África.

El 29 de mayo de 1930, el “Petig Vingtieme” anunciaba a sus lectores que Tintin, recién llegado de la Unión Soviética, marcharía al Congo belga. Sin embargo, la intención original de Hergé había sido la de trasladar a su héroe a los Estados Unidos. Tras criticar el sistema bolchevique, quería mostrar las trampas del capitalismo americano. ¿Por qué?


A comienzos de la década de 1930, el mundo se hallaba ya sumido en una enorme depresión cuyo origen se situaba en las especulaciones bursátiles de Wall Street. Los desempleados se contaban por millones y las bancarrotas parecían no tener fin. Atrapados entre los dos polos políticos y económicos, los países europeos tratan de buscar su propia salida desconfiando tanto del materialismo americano como del colectivismo ruso. En esa actitud se inscribe la intención de Hergé.

Pero he aquí que el director de la publicación, el padre Norbert Wallez, decide que hay cosas más importantes, como despertar nuevas vocaciones misioneras entre los jóvenes belgas. ¿Y eso por qué?

Atraído por la repercusión que había tenido la primera aventura de Tintín, el Ministerio belga de las Colonias llamó al padre Wallez y le pidió que aprovechara esa popularidad para proyectar una visión positiva sobre la gestión que se estaba haciendo en el Congo. De hecho, el Congo había sido originalmente una propiedad privada del rey Leopoldo II de Bélgica. Incapaz de asumir las exigencias financieras que implicaba administrar un territorio tan extenso, el monarca lo cedió a Bélgica en 1908, “regalo” que la población del país recibió con escaso entusiasmo. Así, a excepción de algunos misioneros católicos y protestantes, pocos belgas se presentaron voluntarios para trabajar en la colonia, ya fuera como administradores, ingenieros, geólogos, prospectores, médicos, maestros… Naturalmente, África atraía a los comerciantes, pero
éstos eran principalmente portugueses, griegos o chinos. El gobierno belga quiere despertar el interés entre los jóvenes por hacer carrera profesional en el Congo y el padre Wallez acepta colaborar ofreciendo para ello a Tintín.

Y así, el 5 de junio, tras un viaje entre desde Bruselas a Amberes, Tintin se embarca en el Thysville, uno de los vapores que conectaban Bélgica con Matadi, el puerto de entrada a su colonia.

A Hergé este cambio de ambientación le coge desprevenido, pero a través de amigos y contactos del padre Wallez, consigue reunir cierta documentación gráfica con la que trabajar, que completa con una visita al Museo de África Central en Bruselas, en donde además de animales disecados que copiar “del natural” descubrirá la momia de un “hombre leopardo” que integrará en la trama.

“Las Aventuras de Tintín, reportero de Petit Vingtieme, en el Congo” (1931), es el reflejo de una
era colonial y paternalista, en concreto la de Bélgica hacia su colonia del Congo. Para esta aventura, Hergé improvisó la historia, tal y como había hecho para la entrega anterior en el País de los Soviets, enlazando una anécdota cómica tras otra sin un hilo argumental definido hasta la conclusión, cuando se introduce una ligera y apresurada trama que relaciona a Tintín y Milú con los siniestros planes de una banda de gangsters americanos que intentan controlar la extracción de diamantes en el país.

La elección de los adversarios de Tintín no era gratuita. Por un lado, Hergé no había perdido ni
mucho menos de vista que su objetivo era llevar al reportero a América e introducir a los matones estadounidenses en este álbum le allanaba el camino para la siguiente aventura. Por otra parte, la presencia de americanos en el Congo estaba basada en hechos reales. El rico subsuelo congoleño, especialmente el de la región de Katanga, ha despertado desde hace mucho tiempo el interés de naciones extranjeras: oro, cobre, diamantes…y uranio, que Bélgica vendió a Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y con el que se fabricaron las dos primeras bombas atómicas arrojadas respectivamente en Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945. Hergé supo ver y reflejar que, además de bienintencionados misioneros, la aventura colonial atraía a traficantes de todo tipo y aventureros sin escrúpulos.

“Tintín en el Congo” ha sido objeto de múltiples polémicas y ataques por su forma de representar al pueblo congoleño. Ya en 1946, Hergé comprendió que su aproximación de quince años atrás había quedado completamente descontextualizada y modificó la historia para su reedición, eliminando lo que consideraba ofensivo para los africanos (adelantándose mucho, por cierto, a los propios libros de texto belgas que, hasta 1960, seguían hablando de “negros” y presentándolos como adultos con mentalidad infantil).

El éxito de esta aventura fue monumental. Como ya se había hecho con “El País de los Soviets”, el padre Wallez organizó en julio de 1931 una recepción teatralizada del reportero tras sus
peripecias africanas, evento celebrado en la Estación del Norte de Bruselas y al que acudieron auténticas multitudes. El éxito de Tintín estaba más que demostrado. Solamente en 1931, se vendieron 10.000 copias del álbum, incluyendo una edición de lujo de 500 ejemplares (uno de ellos se vendió en 2009 por 72.600 euros). Posteriormente, en 1934, Casterman se haría con los derechos de edición y a mediados de los cuarenta, el cambio de gustos y la escasez de papel de posguerra lleva a una edición en color para la que Hergé tendrá que redibujar el álbum (ayudado por Edgar Pierre Jacobs), recortando la longitud de la aventura, mejorando los fondos, haciendo uso de más y mejor documentación, refinando los diálogos y, como he dicho, retirando referencias que pudieran considerarse ofensivas en el nuevo periodo histórico; por ejemplo, se eliminaron las alusiones a la condición colonial del Congo, y la clase de geografía que imparte Tintín a los niños se sustituye por una de aritmética. La nueva versión, que es la que podemos disfrutar hoy, apareció en 1946.

Ni siquiera eso fue suficiente, y en la década de los sesenta Casterman paralizó las reediciones del álbum por miedo a una reacción negativa por parte de intelectuales africanos en el delicado contexto de la descolonización. Desde comienzos de los sesenta, Hergé y su personaje habían sido centro de los ataques de críticos que lo calificaban de reaccionario, antisemita y racista. Irónicamente, puede que a ello contribuyera el coloreado y corrección del álbum en 1946, porque mientras que la versión antigua en blanco y negro dejaba muy clara la época en la que había sido realizado, la nueva ambientaba la historia en un periodo indeterminado, casi atemporal, que resultaba más acorde con el resto de las aventuras de Tintín, pero por eso mismo despertando las iras de los bienpensantes. Hergé se defendió escudándose en el contexto en que fue realizada la historieta, aduciendo que él, como todos, era cautivo de los prejuicios, la falta de información, el espíritu paternalista y las fantasías blancas que sobre África dominaban a los europeos de aquella época.

Sin embargo, lo cierto es que no sólo se habían vendido nada menos que 800.000 copias de “Tintín
en el Congo” desde su actualización en 1946, sino que Tintín era un personaje muy popular en África, especialmente en el Congo, donde el estilo de Hergé sigue siendo copiado por muchos diseñadores nativos, el álbum es alabado por los periódicos locales y ha movido a muchos jóvenes a aficionarse al mundo del comic.

Al final, tras muchos ruegos por parte de Hergé, Casterman se rinde a la evidencia y en 1970 reanuda la edición del álbum. Las controversias no han cesado –entre otras críticas está la de la indiscriminada matanza de animales, a veces con extraordinaria crueldad, como volar un rinoceronte con un cartucho de dinamita. Puede que entonces resultara surrealista y humorístico, pero hoy se antoja ofensivo- y todavía hoy hay grupos de presión y políticos que continúan haciendo campaña para que se incluyan prólogos explicativos del contexto original del álbum o, directamente, se prohíba su reedición. Al público le da lo mismo. “Tintín en el Congo” es el segundo álbum más exitoso de toda la colección y ha vendido más de diez millones de copias en todo el mundo. Sigue siendo el más querido entre los niños y el más famoso en África por mucho que les duela a los bienpensantes.



1932-TINTÍN EN AMÉRICA

La fama de Tintín ha llegado al otro extremo del Atlántico. Por eso, cuando llega a Chicago en plena época de la Prohibición, todo el crimen organizado está dispuesto a quitarlo de en medio, de grado o por la fuerza. Tintín tendrá que usar toda su inteligencia y coraje para sobrevivir a continuos intentos de asesinato y, además, atrapar a los criminales y entregarlos a la policía.

Dada esa premisa, está claro que “Tintín en América” supone la desviación de su papel como periodista hacia la de luchador por la justicia al oponerse no sólo al gángster de Chicago Al Capone y su nómina de criminales de todo pelaje, sino también a los rivales de aquél, especialmente la banda de Bobby Smiles. Hergé se basó a menudo en personalidades reales para dar forma a algunos de los personajes que pueblan las aventuras de Tintín, pero Capone fue el único villano de toda la serie que existió en realidad. De hecho, ya aparecía en el álbum anterior, “Tintín en el Congo”, como mente criminal tras los traficantes de diamantes. Por cierto, que aquí se produce la primera
aparición –aunque meramente anecdótica- de la principal y más recurrente némesis de Tintín en álbumes posteriores: Rastapopoulos. El malvado individuo del monóculo asiste como magnate de la industria del cine a una recepción junto a la explosiva Pikefort (trasunto de la actriz Mary Pickford).

Como mencioné más arriba, si en “Tintín en el País de los Soviets” se había intentado realizar una crítica al sistema comunista posrevolucionario, la intención de Hergé para la próxima aventura había sido la de fijar su atención al otro lado del Atlántico y atacar la obsesión norteamericana por el dinero y la tecnología, el consumismo, la eficiencia, la automatización, el taylorismo y la trivialización de la condición humana dentro del sistema económico. Tras el paréntesis de “Tintín en el Congo” (obligado, recordemos, por el padre Wallez, director del “Petit Vingtieme”), Hergé tiene por fin la
oportunidad de caricaturizar parte del American Way of Life en escenas como la de Sliftsont, una parodia de las auténticas plantas de procesamiento de Swift & Co, empresa cárnica sobresaliente en el campo de la automatización industrial.

Pero además de presentar una sociedad consumista dominada por gangsters despiadados e industriales sin escrúpulos, “Tintín en América” deja espacio para una visión generosa del mundo, por ejemplo dando una interpretación de los indios mucho más benigna que de los abusivos blancos. El tema nativo especialmente, era algo que Hergé había querido
tratar desde hacía mucho tiempo. Los boy scouts, movimiento juvenil al que había pertenecido Hergé de 1918 a 1930 y por el que siempre sintió un profundo afecto, habían recibido una gran influencia en su filosofía de parte de los indios americanos en lo que se refiere a su capacidad para vivir al aire libre y su respeto por la Naturaleza.

Naturalmente, dio igual que Hergé pusiera a Tintín de parte de los indios y en contra de los especuladores –blancos- petrolíferos. Dispuestos a ignorar el contexto histórico, social y cultural, han existido colectivos –algunas asociaciones indias incluidas-que han venido acusando a Hergé de racista olvidando que, de hecho, su visión del pueblo nativo resultaba mucho más progresista que la presentada por innumerables novelas, comics y películas contemporáneos.

Durante diez años, de 1932 a 1942, “Tintin en América” registró once ediciones, todas ellas en blanco y negro. Fue también la última entrega –en álbum- publicada bajo los auspicios de “Le Petit Vingtieme”; los siguientes lo harían bajo el sello de Casterman. En 1946 se presentó una nueva versión –que es la que podemos disfrutar hoy en la colección regular- no sólo coloreada, sino también redibujada para mejorar la definición de los personajes, los detalles de ambientación y el ritmo narrativo. “Tintín en América” sigue siendo hoy el álbum más vendido de la serie.


1934-LOS CIGARROS DEL FARAON

En 1922, Howard Carter descubrió la tumba de Tutankamón en el valle de los Reyes en Egipto.
Ese hallazgo reavivó la pasión por el Antiguo Egipto que periódicamente inflamaba la sociedad europea desde el primer tercio del siglo XIX. En esta ocasión y debido a una serie de desafortunadas coincidencias, esa fascinación vino aderezada por pintorescas supersticiones muy publicitadas por los medios de la época, como la de la maldición del mencionado faraón. La ambientación del nuevo álbum de Tintín, “Los Cigarros del Faraón”, bebe de esa moda (como también, años después, “Las Siete Bolas de Cristal”, aunque en esa ocasión trasladado al mundo de los incas).

Para esta tercera entrega de las aventuras de Tintín, Hergé recurrió también a su gusto por los relatos de aventuras de corte más clásico, ya fueran éstos ficticios o reales, como el peculiar Henry de Monfreid, traficante de drogas y armas, buscador de perlas y aventurero de dudosa reputación, cuyos libros, como el autobiográfico “Los Secretos del Mar Rojo” (1931) obtuvieron un gran éxito en la época. Hergé se inspiró para crear algunos de los personajes de “Los Cigarros del Faraón” en el plantel de novelescos individuos que intervinieron en la vida de Monfreid.

La aventura comienza con Tintín y Milú a bordo de un navío en Oriente. Allí conocen a un excéntrico egiptólogo llamado Filemón Ciclón, obsesionado por encontrar la tumba del faraón Kih-Oskh. Sin saber el motivo, Tintín se convierte entonces en el objetivo de un misterioso individuo que trata de ponerlo fuera de circulación denunciándolo a la policía por traficar con opio. Tras escapar en Port Said y reunirse con Ciclón, Tintín y Milú se trasladan a El Cairo y comienzan a buscar la antigua tumba faraónica sólo para encontrar en ella las recientes momias de quienes exploraron la tumba antes que ellos… y unos extraños cigarros. Las peripecias subsiguientes llevarán a Tintín a seguir la pista de unos traficantes de opio desde las pirámides de Egipto hasta los desiertos de Arabia, terminando en las junglas de la India, donde tratará de impedir un atentado contra la vida de un maharajá.

“Los Cigarros del Faraón” abre una segunda etapa para la serie e introduce varios cambios muy relevantes que aumentarán considerablemente el interés del personaje. En primer lugar, el argumento. En los álbumes previos (“Tintín en el País de
los Soviets”, “Tintín en el Congo” y “Tintín en América”) la atención del autor se centraba en recrear las fantasías de los europeos respecto a países y culturas “exóticos”, como los indígenas y fieras del Congo o los gángsters e indios americanos. Consistían básicamente en una sucesión de escenas cómicas de corte infantil que a menudo caían en lo inverosímil. Por el contrario, “Los Cigarros del Faraón” pone el foco no tanto en la ambientación y el gag como en la peripecia en sí que, de hecho y por primera vez, transcurre en tres países diferentes: Egipto, Arabia y la India.

Sí, esos países resultan muy exóticos para el lector europeo, pero ya no se trata de explotar sus tópicos, sino de servir de escenario pintoresco para una trama mucho más sólida que en las ocasiones precedentes y con un objetivo muy concreto: desenmascarar una sociedad secreta criminal que trafica con opio. Abundando en este sentido, Tintín deja de ser un reportero (como en “El País de los Soviets” o “En el Congo”) o un justiciero (“En América”) para transformarse en un detective que emprende una búsqueda para solventar un misterio. De hecho, éste no llegará a desvelarse completamente en este álbum, sino que la trama continúa en el siguiente, “El Loto Azul”.

Es cierto, no obstante, que aún quedan bastantes cosas por pulir y resulta patente cierto grado de improvisación. Por ejemplo, Tintín se involucra en pequeños episodios que poco tienen que ver con la trama principal, como la guerra civil entre jeques en Arabia y su acusación de espía. Es una parte de la aventura narrada con ritmo y bien resuelta, pero escasamente verosímil y que, si se extrae del álbum, no influye en el devenir del argumento –esto es, desenmascarar a los traficantes-. El propio Hergé admitió que quiso introducir tantos elementos propios de la literatura
popular de misterio, como las sociedades secretas, los venenos, las maldiciones o los genios criminales, que acabó viéndose ahogado por un argumento tan enmarañado que tuvo dificultades para resolverlo. En su favor hay que decir que consiguió mantener el sentido de unidad, entre otras cosas gracias a la utilización durante toda la aventura del símbolo de Kih-Oskh, inspirado en el Ying-Yang y mediante el que Hergé une tres mundos diferentes, los de Egipto, Arabia y la India.

Por otra parte, aún quedan ramalazos de esa primera etapa más irreal y fantástica, como cuando Tintín se convierte en médico de los elefantes y conversa con ellos mediante una trompeta. Milú todavía habla y se comporta mayormente como un ser humano, aunque su protagonismo ha quedado bastante menguado respecto a los álbumes anteriores.

Se presentan ya aquí algunos de los personajes claves en el éxito de la serie. Todos ellos empezarán a formar la base del amplio universo de Tintín y algunos tendrán ocasión de regresar en álbumes posteriores. De entre todos ellos destacan, claro está, Hernández y Fernández, los incompetentes detectives gemelos que originalmente aparecieron como Agentes X33 y X33bis, adquiriendo su nombre años más tarde, en 1955, con ocasión del coloreado y redibujado del álbum. Aunque Hergé afirmó que no se inspiró en ello conscientemente, cabe destacar que su padre y su tío eran ambos gemelos y que vestían de forma idéntica. Los policías actúan como una suerte de involuntarios villanos encargados de aportar el toque humorístico a la aventura, aspecto este en el que Hergé mejora ostensiblemente.

También conocemos a Oliveira de Figueira, un locuaz comerciante portugués que ayuda al héroe y
con el que se volverá a encontrar en “Tintín en el País del Oro Negro”. Y en cuanto a los enemigos, Allan, el siniestro marino mercante siempre metido en turbios negocios; y, sobre todo, el director de cine de origen griego Rastapopoulos, que había aparecido brevemente como simple cameo en “Tintín en América”, pero que aquí –y en la siguiente entrega y conclusión de la aventura, “El Loto Azul”- pasa a jugar un papel importante y mucho más definido, convirtiéndose más adelante en una suerte de némesis de Tintín.

Por su parte, el profesor Filemón Ciclón es el primero de una serie de sabios excéntricos con los que Tintín se cruzará en sus aventuras camino y que culminará con el ilustre Profesor Tornasol.

“Los Cigarros del Faraón” apareció originalmente publicado en el habitual blanco y negro en el Petit Vingtieme entre 1932 y 1934. Al finalizar la serialización, Louis Casterman envió una propuesta de colaboración a Hergé que establecía unas muy favorables condiciones financieras para la edición en álbum. Así, el cuarto episodio de la serie fue el primero en ser publicado en formato álbum exclusivamente por la editorial Casterman bajo el título “Las Aventuras de Tintín, reportero en Oriente, Los Cigarros del Faraón, en otoño de 1934. Fue el comienzo de una relación que ha llegado hasta la actualidad, muchos años después de la muerte de Hergé.

Entre 1943 y 1947, Hergé y sus colaboradores redibujaron, remontaron y colorearon todos los álbumes publicados hasta ese momento, tanto para adecuarse a las modas como debido a la carestía de papel que obligaba a editar volúmenes con menos páginas. Como hemos dicho anteriormente, Hergé aprovechó para modernizar el dibujo, ajustar el ritmo y actualizar detalles de tecnología, vestimenta y referencias culturales. En este caso, por ejemplo, se eliminó una escena de Tintín atrapado con serpientes, se bautizó a los cómicos agentes como Hernández y Fernández (DuPont y DuPont en la versión francesa original) o se cambió la silueta del actor cuya interpretación estropea Tintín en el desierto: en el momento de la publicación original era la de Rodolfo
Valentino, mientras que para su reimpresión años después, dado que el canon de belleza masculina había experimentado cambios, se transformó en una más parecida a la de Gary Cooper.

De todas formas, esa versión en color de “Los Cigarros del Faraón” experimentó un retraso importante respecto a los otros álbumes. No apareció hasta 1955, debido tanto al ingente trabajo que tenía Hergé con aventuras como “Las Siete Bolas de Cristal” como a su renuencia a recuperar trabajos muy tempranos y acometer el esfuerzo de acercarlos al tono más realista de las últimas aventuras. La edición definitiva, tal y como hoy se puede encontrar en las librerías, apareció en 1964.

En definitiva, un interesante álbum con toques de la aventura más clásica (pirámides, peripecias en el desierto, persecuciones en avión, intrigas en el mundo de la India colonial, sociedades secretas…) que marca el inicio de la etapa adulta de la serie, que se consolidará definitivamente en el siguiente, “El Loto Azul”



(Continúa en la siguiente entrada)

2 comentarios: