25 dic 2015

1984-LOS COMPAÑEROS DEL CREPÚSCULO – Francois Bourgeon


A finales de la década de los setenta del pasado siglo, François Bourgeon había alcanzado fama internacional con su serie “Los Pasajeros del Viento”, publicada por la editorial Glenat. Fue una obra que, como ya dijimos en un post anterior, supuso el pistoletazo de salida definitivo para el género histórico en el comic, que a partir de ese momento alcanzaría dimensiones desproporcionadas. Sin embargo, la relación entre autor y editorial se agrió hacia el final de la saga, cuando aquélla limitó la extensión de la última entrega obligando a Bourgeon a darle un final más apresurado del que tenía en mente. Fue entonces cuando decidió que para su próximo proyecto encontraría un nuevo hogar.



Por supuesto, dado el prestigio que había acumulado, no tuvo ningún problema para encontrarlo y éste fue la revista “(À Suivre)”, que desde 1978 había abierto un campo nuevo en la historieta francesa al dar acogida a obras firmadas por autores de renombre que o bien contaran con una extensión superior a la normal o bien ofrecieran una propuesta narrativa o conceptual poco convencional. Bourgeon, que no quería sufrir de nuevo interferencias por parte de los editores de una revista, se ajustaba al tipo de autor ideal para esa cabecera y de esta forma, en 1983, inició en sus páginas la serialización de su nueva saga histórica, “Los Compañeros del Crepúsculo” (cuyas primeras seis páginas se habían publicado inicialmente en 1981 en la revista “Géant”, que no pasó del primer número). Al finalizarla en 1990 ,la extensión de la historia totalizaba 240 páginas divididas en tres álbumes (si bien el último de ellos triplica la longitud de los dos primeros).

“El Sortilegio del Bosque Brumoso” arranca en la Francia del siglo XIV, durante uno de los frágiles periodos de tregua de la Guerra de los Cien Años en los que ambos contendientes –Francia e Inglaterra- aprovechan para lamer sus heridas y recuperarse. Pero a pesar del cese oficial de la violencia, ésta no ha desaparecido del todo porque los ejércitos de mercenarios franceses y alemanes que apoyaban a las tropas regulares de cada bando ahora se han quedado temporalmente sin trabajo y se dedican a vagar por el campo devastando las aldeas, robando las provisiones, violando y matando a sus habitantes.

En ese contexto se nos presenta un caballero con el rostro desfigurado, un guerrero sin nombre que en su juventud sobresalió en torneos y batallas. Sus hazañas le granjearon celos y enemistades, lo que le valió caer en desgracia y sumirse en la amargura. Abandonó sus nobles ideales para encabezar una compañía de mercenarios, que sembraron a su paso la muerte y el sufrimiento hasta que el odio se acabó volviendo contra el propio caballero, que hubo de ver cómo sus hombres asesinaban a su antigua amada. A partir de ese momento, ansiando la redención, se embarcó en un viaje en solitario de destino incierto.

Al atravesar una zona rural arrasada por una de esas partidas de mercenarios, se encuentra con
los jóvenes Mariotte y Anicet, únicos supervivientes de una aldea, y los acepta como siervos. La pelirroja Mariotte vivía con su abuela en las afueras del pueblo y ambas eran vistas con suspicacia por los aldeanos, quienes las acusaban de hechiceras y las hacían centro de escarnios y burlas. Aniceto, por su parte, es un muchacho cruel, cobarde y oportunista al que los soldados habían dejado a punto de morir colgando de una horca. El caballero lo rescata a cambio de que se ponga a su servicio. Mariotte, por su parte, sobrevive al ataque que acaba con su abuela. Aunque de temperamento resuelto y rebelde, se ha quedado sola en un mundo peligroso en el que difícilmente hallará acomodo por su cuenta, así que decide seguir a hurtadillas al caballero y Anicet hasta que el primero accede a tomarla también bajo su protección.

Cuando el trío se pierde en un bosque y llega la noche, se encuentran atrapados por unos pequeños duendes del bosque, que les acusan de haber destrozado inadvertidamente su aldea. Para salvar a
Anicet y Mariotte de ser devorados por estos diminutos pero feroces seres, el caballero accede a enfrentarse a una malvada criatura que los mantiene atemorizados.

Este primer álbum constituye el comienzo de una emocionante y compleja aventura que se prolongará durante un año, de la primavera al invierno, una búsqueda personal en el marco de la vieja y universal batalla entre el bien y el mal, un conflicto que llevará a los protagonistas a una tierra de leyendas, al mundo de los sueños y a la más cruda realidad.

El punto de partida de “El Sortilegio del Bosque Brumoso” está claramente enraizado en la Historia, aunque, como ya había hecho en su saga anterior, Bourgeon no está tan interesado en los grandes eventos y personajes históricos como en la gente común y su devenir cotidiano. Así, la acción arranca en una zona rural víctima de los abusos y desmanes de la soldadesca militante en uno de los bandos que participan en la contienda, da igual cuál de ellos. Las consecuencias de su paso por la aldea están retratadas breve pero muy crudamente.

Sin embargo, cuando los protagonistas se reúnen y emprenden su viaje, la narración va
enriqueciéndose gradualmente con otras referencias procedentes de la fantasía, las leyendas y el folclore popular bretón, que van sobreponiéndose al marco histórico. Así, en los dos primeros álbumes juegan un papel importante los pequeños duendes o elfos que he mencionado, unos monstruos sanguinarios conocidos como Dhuards e incluso varias facetas o encarnaciones de la Muerte. También el propio núcleo de la historia pertenece a la tradición de la fantasía épica: un pequeño grupo de personajes embarcados en una búsqueda en la que entrarán en contacto con la magia y el peligro.

El primer álbum funciona bien como introducción de la saga. Se presentan y definen claramente los personajes y la inclusión de elementos fantásticos se realiza de forma natural y fácilmente comprensible. Desgraciadamente, no puede decirse lo mismo de la segunda entrega, “Los Ojos de Estaño de la Villa Glauca”. Manteniendo el concepto de narración que discurre en el delgado filo que separa el sueño de la vigilia, se profundiza todavía más en el mundo de la fantasía. Vuelven a aparecer los duendes de la primera
parte, que piden al caballero que se enfrente a los atroces Dhuards, unas criaturas monstruosas que les violan y asesinan. Pero para triunfar en tal misión, deben conseguir una joya, el Eclipse Azul, entrar en la ciudad de los Dhuards en la que mora su reina y utilizar aquélla para matarla.

La acción se desarrolla simultáneamente en mundos y tiempos paralelos que se encuentran, entrecruzan y reflejan inadvertidamente el uno en el otro: el pasado precristiano y el medieval; el mundo onírico y el de la vigilia; la realidad y la fantasía. El personaje de Yuna ejerce como nexo de unión entre el pasado y el presente, mientras que los pequeños elfos y los Dhuards se encuentran a caballo entre el plano de los sueños y el de la vigilia o entre lo real y lo fantástico. El problema es que todas estas distinciones, las fronteras entre mundos y el propósito final de toda la peripecia resulta confuso y su desarrollo irregular. No se aclara adecuadamente quién sueña con quién, ni siquiera si es un verdadero sueño o hay en él algo de realidad, cual es la verdadera naturaleza de Yuna o de las criaturas maléficas ni qué papel juega esta fantasía dentro del conjunto de la saga (¿quizá una alegoría mística del enfrentamiento mucho más sutil que tendrá lugar en el siguiente álbum?).

A ello se suman los indigestos textos, que incluyen transcripciones fragmentadas de antiguos
cantos bretones al parecer recitados hace dos mil años durante los ritos de iniciación de los druidas. Bourgeon los utiliza para recordarnos la importancia que la canción popular tenía como medio de transmisión de conocimientos, leyendas y tradiciones en una época de analfabetismo general. Para reforzar esta idea, en esta aventura los tres protagonistas principales ven incrementado su número con la adición de un juglar itinerante y una muchachita, Yuna, última depositaria de la sabiduría tradicional celta.

Yuna y un anciano druida que vivió en tiempos de la ocupación romana son los encargados de ir recitando a lo largo del álbum estrofas de oscuro significado y simbolismo en las que destaca la repetida referencia al número tres. No es casual, por tanto, que Bourgeon estructure toda la obra alrededor de tríadas: tres álbumes, tres protagonistas, tres hermanas (en el siguiente álbum), tres fuerzas que dominan el universo. La incorporación del mundo druídico de los celtas tanto a través de esos poemas como del personaje de Yuna remite a la propia denominación genérica de la saga, porque el término “crepúsculo” hace
referencia tanto a la desaparición del legado cultural celta, sus ritos, dioses y cosmovisión a favor de los del cristianismo; como al ocaso de la propia Edad Media al término de la Guerra de los Cien Años (y también a la tenue línea que separa el sueño de la vigilia, como hemos visto algo importante en estas dos primeras historias de la serie).

“Los Ojos de Estaño de la Villa Glauca” es, como digo, un álbum difícil de interpretar pero cuya lectura merece la pena aunque solo sea por su impecable dibujo y su conseguida atmósfera a mitad de camino entre el más crudo realismo y la fantasía onírica.

Mientras que los dos primeros álbumes habían utilizado la ambientación histórica para contar un cuento esencialmente fantástico que incorporaba elementos del folclore popular, el tercero, “El Último Canto de los Malaterre” da un giro importante y se decanta por el realismo –aunque en su desenlace vuelve a internarse en el terreno de la fantasía, si bien no de manera tan abierta como al principio de la saga-. Los tres
protagonistas llegan a la villa de Montroy, dominada por la fortaleza propiedad de la familia Malaterre, cuyo último representante, la misteriosa dama Neyrelle, parece obsesionada con el caballero. Éste y sus dos sirvientes, Anicet y Mariotte, se ven atraídos a una red de mortales intrigas familiares cuyos vértices son Neyrelle, su hermana Carmine, el esposo de ésta, Noal de Torneirie y la fallecida amante del propio caballero, Blanche. Además de los principales, aparecen otros personajes que añaden riqueza al mosaico humano: un joven monje que ilumina manuscritos y que cae presa del desparpajo y los encantos de Mariotte, un grupo de comediantes itinerantes de raza judía, un peregrino cazador de hombres-lobo…

Este voluminoso álbum de 124 páginas es, sin duda, el mejor de la saga y su calidad fue reconocida con un merecido premio en el Salón del Cómic de Angoulême en 1991. Constituye el auténtico núcleo de la historia, pudiéndose considerar las dos entregas precedentes como prefacios en los que se presentaban a los personajes y se establecían las bases generales para el verdadero drama que se desarrollaría aquí. Es una narración intrincada, con profusión de personajes y desviaciones y con un clímax rebosante de tragedia, suspense e incluso épica, finalizando lo que esencialmente es una historia
bastante pesimista con un canto de esperanza gracias al único personaje, Mariotte, realmente digno de salvación.

Mariotte, el Caballero y Anicet son personajes complejos y verosímiles cuyas personalidades y metas son muy diferentes. El Caballero es un hombre producto de su tiempo, amargado, dotado de un sentido del humor cínico y cruel pero, sobre todo, atormentado por la muerte de su amada, en la cual tuvo no poca responsabilidad. Está embarcado en una cruzada personal en busca de la redención pero no tiene muy claro contra quién debe combatir ni qué debe hacer para obtenerla. Anicet es un superviviente a toda costa, un individuo cobarde, ladino e ignorante que acompaña al caballero por miedo a su ira, pero que no dudaría en traicionarlo a él o a Mariotte con tal de salvar el pellejo.

Mariotte, por su parte, es el tipo de mujer que tanto fascina a Bourgeon y que ocupa siempre el centro de sus historias (recordemos a Isa o Zabo de “Los Pasajeros del Viento”; o Cyann de “El ciclo de Cyann”: hermosa, independiente, vital, inteligente, sensual, de carácter fiero y rebelde frente a un mundo dominado por los hombres. En
el caso de Mariotte, sin embargo, Bourgeon suaviza la modernidad del personaje dado el tiempo histórico en el que vive éste. Mariotte es astuta, díscola y sensible, pero, evidentemente, tratándose de una mujer y además de clase baja, carece de formación académica y los duros tiempos que le han tocado vivir no favorecen la delicadeza de sus modales. Aunque es muy consciente de su dependencia de un protector (en este caso el caballero) y de su vulnerabilidad en un mundo violento y despiadado, siempre que tiene ocasión ejerce su independencia, ya sea de palabra o de obra –dentro de unos límites, claro-: consigue ser aceptada como criada por el caballero, se convierte en la incontestable heroína en el segundo álbum, dice siempre lo que piensa, no se deja dominar por Anicet, busca y obtiene un empleo en Malaterre, elige y consigue al hombre que desea y termina la saga ejerciendo una actividad que le satisface.

No es Mariotte la única mujer de carácter fuerte en este álbum. De hecho, son las mujeres las que dominan la trama y sin las cuales la historia no tiene sentido. En el segundo álbum, la adolescente Yuna se convierte en la guía de Mariotte hacia el mundo de los conocimientos arcanos; en “El
Último Canto de los Malaterre” tenemos a la desenvuelta y desinhibida Anais, componente de una troupe de actores y que servirá de puerta de entrada a Mariotte hacia una nueva existencia; y, desde luego, las intrigantes hermanas Malaterre, auténticas mujeres fatales que precipitarán la caída del Caballero.

Además de sobre las figuras femeninas, la saga se estructura alrededor de tres conceptos: Vida, Amor y Muerte. Cada personaje y cada acontecimiento responden a una de estas tres fuerzas de la existencia y desempeña su correspondiente función en la historia. Cada una de las tres hermanas Malaterre, por ejemplo, representa uno de esos aspectos. El tercer volumen es donde estas identificaciones quedan más patentes y ello aun cuando el tono místico-fantástico de las dos entregas anteriores deja paso, como hemos dicho, a un mayor realismo. La narración se ralentiza y se recrea en las intrigas entre las dos hermanas supervivientes por manipular las respectivas fuerzas a su favor y satisfacer sus propios deseos. El juego de poder va tomando impulso, acumulando tensión y perfilando la inevitable tragedia que concluirá en un clímax espectacular cargado de simbolismo y en el que una marea de violencia acabará con la vida de varios personajes. La obra se cierra con
las mismas palabras con las que se había iniciado, cerrando un ciclo que volverá a empezar: “Cien años, dicen, duró aquélla. Nada la distingue de la anterior ni de la que tras ella vino… Cual granizo o peste, de improviso, así cae la Guerra sobre la campiña. Casi siempre cuando los trigos encañan y hermosean las muchachas”. El final, por tanto, estaba ya escrito desde el principio.

También la guerra y la injusticia hacia determinados grupos étnicos son abordados aquí como ya lo fueron en “Los Pasajeros del Viento”. En el primer volumen asistimos a los horrendos resultados del pillaje de la aldea de Anicet y Mariotte, e imágenes similares se nos muestran cuando el caballero recuerda su sangriento pasado como capitán de mercenarios. En el tercer volumen no se aborda directamente el tema de la guerra –aunque los ejércitos de Noal de Torneiri avanzan para atacar Malaterre- pero sí abundan los hechos violentos, que ponen de manifiesto cómo la ignorancia y la pobreza derivan fácilmente en brutalidad e insensibilidad hacia el sufrimiento ajeno. Las torturas, castigos crueles (como la picota a la que encadenan a Mariotte en Montroy o las muchachas a las que cortan la lengua) y ejecuciones públicas en la hoguera son
motivo de un regocijo popular que ataca directamente nuestra sensibilidad moderna pero que Bourgeon muestra sin escrúpulos. No se regodea en ello, no cae en el efectismo violento o el morbo, simplemente establece un hecho histórico: en el siglo XIV era fácil morir sin que al prójimo le importara demasiado.

Por otra parte, si en “Los Pasajeros del Viento” Bourgeon examinaba el fenómeno del esclavismo y el racismo que lo sustentaba, aquí introduce en el tercer volumen un grupo de comediantes y titiriteros ambulantes que también son víctimas de prejuicios en virtud de su etnia judía. Son conscientes de ello y saben que cuando las cosas se pongan feas en Malaterre, el populacho no tardará en señalarles como culpables.

Gráficamente, la serie es una auténtica joya, un trabajo de filigrana como nunca antes se había visto en un comic y como no ha vuelto a verse desde entonces. Cada viñeta, ya sea un plano-detalle o una amplia panorámica, está extraordinariamente cuidada y Bourgeon lleva su atención por el detalle y la fidelidad histórica a niveles más allá incluso que en “Los Pasajeros del Viento”. El tercer volumen especialmente, con su ambientación urbana, multitud de personajes y situaciones, resulta sencillamente espectacular. No hay ningún aspecto descuidado: las calles de la ciudad y sus habitantes atareados en las más diversas actividades, la arquitectura de los edificios, el mobiliario de las estancias, la decoración
de la abadía, la estructura de la fortaleza, el armamento, los atuendos, las herramientas propias de cada oficio… todo está minuciosamente documentado y fielmente plasmado en todas y cada una de las páginas, añadiendo a lo que es básicamente una narración de intriga medieval una dimensión de costumbrismo e incluso didactismo. El trabajo de documentación de Bourgeon, admirado por muchos historiadores, le ocupó tres años y medio e incluyó la construcción de maquetas, visitas a museos, estudio de manuscritos medievales, consultas a expertos, revisión de textos especializados y recopilación de abundantes fotografías y apuntes tomados del natural de localizaciones, objetos de uso cotidiano, estatuas…

Bourgeon empezó en el mundo artístico como maestro vidriero y fue en esa disciplina donde alcanzó el dominio del color y la luz, un conocimiento que trasladó a los comics como pocos autores han sabido hacer. La paleta de colores es variada y sutil, perfectamente sintonizada con el momento del día en el que tiene lugar cada escena, la estación del año en la que transcurre cada álbum o incluso el tono emocional que requiere cada momento: los luminosos días veraniegos en el bosque, una noche de niebla, los grises días de invierno con su luz plomiza, un salón caldeado por una hoguera, las sombrías naves de una iglesia… Bourgeon es un maestro en la creación de atmósferas que, afortunadamente, no ha caído en la tentación de utilizar colores infográficos en sus obras.

La atención por el detalle de Bourgeon llega también hasta el lenguaje utilizado por los personajes. No sólo las criaturas feéricas del Bosque Brumoso tienen una particular forma de hablar en verso, sino que para los pasajes realistas se utiliza un estilo arcaico en el que se insertan expresiones y vocabulario de la época construidos con un ritmo casi musical. Los diálogos tienen una belleza formal que contrasta con la dureza del mensaje, como por ejemplo: "Si el brillo de tus
ojos se debe al ardor de tu piadoso deseo, veo que sigues un santo y hermoso camino. Sin embargo, mucho me temo que ese destello húmedo no sea sino el púdico reflejo de otras relucientes lubricidades que sabes esconder mejor”. Ello sin duda añade una capa más a la atmósfera histórica del comic, pero también requiere del lector una mayor atención e incluso una relectura de ciertos pasajes.

“Los Compañeros del Crepúsculo” ha alcanzado el rango de clásico de la historieta europea, pero también es una obra de lectura ardua: es una narración densa en fondo y forma, rica en alegorías, rebosante de detalles, con un elevado número de viñetas por página (a veces hasta 9 o 13), escenas muy recargadas en los que es fácil perder la mirada y el ritmo, y diálogos inteligentes articulados en un lenguaje añejo. El lector debe observar con atención cada página, incluso, como acabo de apuntar, volver atrás para revisar algún detalle que se le pasó por alto, ya fuera en los diálogos o en el dibujo.

A algunos todo esto les parecerá un inconveniente, pero no lo es. Todo lo contrario. Lo único que implica es que el lector debe esforzarse más de lo habitual y que cualquiera que busque un entretenimiento ligero y rápido deberá escoger otro producto. Equivalente al esfuerzo requerido por el lector es la recompensa que recibe. Segundas y sucesivas lecturas seguirán aportando disfrute y descubrimiento de nuevas facetas de esta historia en la que sobre un trasfondo histórico se mezclan el misterio, la violencia, la fantasía, la realidad y el sueño para formar un universo difícilmente olvidable.

Una obra esencial del comic europeo e imprescindible en cualquier biblioteca que se precie.




1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo con tu excelente análisis! Así como los dibujos se disfrutan sin esfuerzo, seguir la historia y los diferentes personajes requiere más atención, pero al final vale la pena.

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