La segunda entrega de la Guerra Turania, el nº 20 (noviembre de 1972), “El sabueso negro de la venganza”, fue otra de las joyas de Marvel de la década, llevando al límite todo lo que Thomas y Smith habían aprendido desde aquellos tiempos, dos años atrás, en los que nadie sabía si el mes siguiente aún continuaría la colección o sería cancelada de un plumazo.
Abundante en afilados diálogos, el guión de Thomas era evocador sin llegar a lo relamido. “Es el cabello…Demasiado largo en este maldito clima”, dice un oficial turanio que no tenía muy buena relación con Conan, “Si me lo pides te lo cortaré”. “Balthaz”, replica Conan, “No quiero que tu espada se me acerque a la garganta”. Pero lo más sorprendente fue la decisión de Thomas de eliminar los globos de diálogos en el epílogo del capítulo: las dos últimas páginas cuentan sólo con didascalias o cartelas de texto al estilo del “Príncipe Valiente” de Harold Foster. Éstas, rotuladas por John Costanza en una fuente cursiva que recordaba las marcas en una hoja de papiro, demostraban las aspiraciones de Thomas de elevar la calidad prosística del comic más allá del mero entretenimiento infantil: “La luna, en su crepúsculo, resplandecía sobre las tibias aguas como la linterna de un demente. Lentamente, con esforzadas y largas brazadas, el bárbaro nadó hacia la orgullosa nave insignia de Yezdigerd, príncipe de todo Turán”.
El detallado dibujo de Smith, coloreado principalmente en azules y grises, le dio a la secuencia de catorce dibujos una cualidad lánguida, onírica, en la que Conan descubre que un amigo herido había sido arrojado por la borda para que se ahogara, recorre la cubierta tapizada de cadáveres y se enfrenta al asesino, matándolo de una puñalada en el vientre antes de enzarzarse en una batalla, marcar de por vida la cara del príncipe Yezdigerd con una cicatriz y arrojarse al mar.
En las 18 páginas anteriores, Smith nos ofrece un magnífico festín para la vista mientras Conan invade el palacio del malvado brujo Kharam-Akkad, se encuentra con una “criada del templo” que resulta ser la reina de Makkalet, casi desvela el secreto del Tarim y termina luchando por su vida contra un monstruoso perro negro.
Todo el número es un ejemplo de las hazañas gráficas y narrativas firmadas por Thomas y Smith que tenían encandilados a los aficionados, ya fueran lectores o profesionales, un símbolo de valentía creadora que pocas veces volvería a repetirse en el medio a tal altura. “Conan el Bárbaro” era la culminación de todo lo que Marvel había estado construyendo desde la presentación de Los Cuatro Fantásticos en 1961, una nueva sofisticación en el comic book que se dirigía a los jóvenes, pero que era leído con igual o mayor placer por los lectores maduros. Los personajes de la serie eran una mezcla de blancos y negros, pero especialmente grises, ya que evolucionaban en un entorno de ambigüedad moral en el que la vida era barata y el vicio omnipresente.
Más que ver a Conan abriéndose paso a mandobles entre la enésima horda de soldados, matones o guardias, lo que mantenía a los lectores fieles a la serie era descubrir las maravillas de ese mundo y cómo los personajes sobrevivían en él. ¿Acabaría Conan comprometiendo su primitivo código de honor? ¿Conseguiría la decadencia del mundo civilizado domar su bárbara moralidad? ¿Cuánto tiempo conseguiría permanecer por encima de la vileza que le rodeaba allá donde iba? Ese era el tema subyacente que permeaba toda la colección a medida que Conan maduraba, envejecía y adquiría sabiduría. Era un viaje único a través de la vida de un personaje, algo que Marvel mantenía alejado de sus pintorescos superhéroes por exigencias del mercado y en aras de una continuidad que, paradójicamente, tendía a mantenerlos estáticos.
Por desgracia, como había apuntado más arriba, la excelencia de Barry Smith era un lujo que en esos años un autor no se podía permitir, algo de lo que el número siguiente, el 21 (diciembre de 1972), titulado “El Monstruo de los Monolitos” resultó ser una dolorosa demostración. La historia empezaba bien, con un Barry Smith entintado prometedoramente por Dan Adkins, que ya había realizado un excelente trabajo en el episodio anterior. Pero a la altura de la cuarta plancha, éste abandona por motivos personales y es sustituido a toda prisa por nada menos que otros tres profesionales, P.Craig Russell, Val Mayerik y Sal Buscema, que realizan un trabajo irregular y apresurado que va desde luego más allá del mero entintado y que estropea lo que de otro modo hubiera sido una buena historia. Ésta, basada en “La Piedra Negra”, otro relato de Howard de temática fantástico-terrorífica no protagonizada por Conan, nos narraba cómo el cimmerio, huido del bando turanio, pasaba a servir al ejército de Makkalet. La reina le encargaba la misión de avisar a una ciudad vecina y conminarle a hacer honor a sus compromisos de ayuda en caso de agresión exterior. Pero por el camino, Conan descubre que ha sido engañado y que lo que se pretendía de él que sirviera de ofrenda a un monstruo extradimensional.
El problema se repitió en el nº 22 (enero de 1973), en el que una atractiva portada de Barry Smith ocultaba un material que no se correspondía con la misma. Y es que, una vez más, no se cumplieron los plazos de entrega y Thomas hubo de recurrir a una reedición, la del nº 1 de Conan.
Una de las más exitosas extrapolaciones de Thomas a partir del mundo Hybóreo de Howard fue Red Sonja. En 1972, Marvel había presentado una línea de nuevas series protagonizadas por mujeres, como “Shanna” o “The Cat”. A pesar de las buenas intenciones –y del deseo de aprovecharse del floreciente movimiento feminista-, lo cierto es que ninguna de ellas consiguió apoyos suficientes. Por eso fue una sorpresa que tan solo un año después Marvel presentara una heroína que sedujera a los lectores. En “Conan” nº 23 (febrero 1973), Roy Thomas y Barry Smith introducían a Red Sonja. Ésta había sido creada originalmente por Robert E.Howard como personaje secundario en un relato “no hybóreo” titulado “La Sombra del Buitre”, ambientado en el asedio de Viena por los turcos en el siglo XVII. Aquella guerrera se llamaba entonces Red Sonya de Rogatino, pero Thomas la convirtió en una fiera esgrimista capaz de igualar a Conan en todo excepto en fuerza bruta.
De hecho, Thomas adaptó a Sonja para que pudiera combatir junto a Conan sin problemas al tiempo que conservar su feminidad. También esperaba que contribuyera a expandir el género de Espada y Brujería dentro de Marvel, saltando a una serie de la que fuera heroína titular. Tal y como Thomas la escribió y Barry la dibujó en la colección, Sonja es una mujer totalmente autónoma y decidida que representaba mucho mejor el combativo movimiento feminista que las tímidas féminas de la línea que Marvel había inaugurado el año anterior.
En la primera escena en la que la vemos, Sonja blande su espada contra unos guardias que tratan de mantenerla en el interior de las murallas de la ciudad. Ella les increpa con unos juramentos dignos del propio Conan, su rebelde pelo rojo brillando bajo la luz de la tarde y cubierta sólo por una camisa de cota de malla y unos shorts un tanto fuera de lugar pero muy de moda entre la juventud de los setenta.
Desgraciadamente, una vez más y a pesar de que la reedición de material antiguo del número anterior debería haber supuesto un respiro, volvemos a encontrarnos aquí con tropiezos gráficos que estropean el resultado global. Los dibujos de un cada vez más agobiado Barry Smith no mejoran en absoluto, más bien lo contrario, con la intervención de nada menos que tres entintadores de estilos dispares: Sal Buscema, Dan Adkins y Chic Stone.
Para entonces, Smith ya había decidido, ahora sí definitivamente, abandonar Marvel y, eventualmente, la industria del comic. Su integridad como artista no le permitía invertir menos esfuerzo y tiempo en cada página de lo que ya hacía, pero eso le impedía cumplir los plazos de entrega necesarios para ajustarse a lo que, esencialmente, es una producción en cadena. Además, no estaba conforme ni con las tarifas que recibía ni con la política de derechos de autor ni con el aspecto final de su trabajo una vez editado el comic. Había llegado la hora de marcharse y así se lo comunicó a Roy Thomas. Éste lo comprendió, y para el último número en el que ambos iban a colaborar, decidió que ambos iban a darlo todo. Y así fue.
De esta forma, la historia en dos partes de Red Sonja concluyó magistralmente con “La Canción de Red Sonja” (nº 24, marzo 1973). En ella, la pelirroja tienta a Conan prometiéndole sus favores a cambio de que la acompañe en su intención de irrumpir en la cámara del tesoro del palacio real para robar algo. No tarda en quedar claro que Sonja ha manipulado y utilizado a Conan, quien se da cuenta de que ha encontrado su igual. Al final de ese número, mientras arrolla a Conan con su caballo y se pierde en la distancia con su botín, Sonja le dice: “Mis labios no los tocarán los de ningún hombre, cimmerio, salvo los del que me derrote en el campo de batalla…¡Y eso no lo conseguirás ni siquiera tú!”. En sólo dos números, el personaje había quedado perfectamente definido: agresivo, valiente…y ferozmente individualista. Con toda la razón, “La Canción de Red Sonja” ganó el Shazam Award a la Mejor Historia Individual en 1973.
“La Canción de Red Sonja” fue uno de los mejores comics de la Marvel de los setenta, el clímax –y canción del cisne- de la colaboración de Roy Thomas y Barry Smith en una colección, “Conan el Bárbaro”, que no sólo cambió la editorial y le permitió sobrevivir en los malos tiempos que se avecinaban sino que, además, proyectó su sombra sobre toda la industria. Este último episodio fue la integración perfecta de genialidad técnica y éxito artístico, un logro que se realizó sin sacrificar ni la calidad de la historia ni la caracterización de los personajes. La combinación de todos esos elementos convierte a este número no sólo en el estándar por el que todos los comics deberían medirse, sino en el punto álgido de las carreras de Thomas y Smith. Aunque ambos seguirían aportando obras de calidad al medio, nunca volverían a establecer el mismo grado de empatía artística con otros colaboradores como la que ellos compartieron.
Y aunque es cierto que su trabajo en la serie de Conan en general sirvió de inspiración a toda una nueva generación de jóvenes guionistas y artistas que siguieron sus pasos en la industria, ninguno tuvo el impacto de este último episodio. Desde el punto de vista artístico, fue la culminación de la accidentada pero magnífica trayectoria de Smith en la colección. Inmerso más que nunca en la estética de los prerrafaelitas y el Art-Noveau del siglo XIX, su trabajo en este episodio –que él mismo entintó, dispuesto a que ningún otro estropeara lo que iba a ser su despedida de la colección- parecía más elaborado, mucho más detallado que nunca, con escenas espectaculares como la pelea de taberna que abre la historia, el baño nocturno de Conan y una semidesnuda Sonja, y la batalla contra la gran serpiente en la torre del tesoro, con joyas, monedas y metales preciosos esparcidos alrededor con aparente descuido.
La obsesión de Smith con el detalle y su compromiso con el realismo, hizo del mundo Hibóreo de Conan un entorno de fantasía de tal exuberancia que consiguió lo imposible: cambiar la imagen que los fans tenían de Conan, del musculoso bárbaro pintado por Frank Frazetta (que durante años había adornado las portadas de las novelas de Howard) por la de su propia interpretación. Y, sin embargo, su intención no fue nunca apabullar al lector colocando bellas instantáneas una al lado de otra, sino que todo su innegable talento gráfico quedaba supeditado al verdadero objetivo que Smith nunca perdió de vista: narrar una historia.
Pero el trabajo de Smith no hubiera sido suficiente para poner a Conan en lo más alto del podio. Tuvo una incalculable ayuda y apoyo en el buen juicio editorial y la capacidad creativa de Roy Thomas. A la altura de “La Canción de Red Sonja” estaba bien versado en el estilo, temas, ritmo y prosa de Robert E.Howard y lo demostró convirtiendo su guión para este número en una pequeña joya de la fantasía. Destacan un par de páginas sin viñetas, una sobre el brujo Kharam-Akkad: “Siempre llega, incluso para los magos, el momento del gran temor. Entonces, el trono de oro del poder se transmuta en latón y el resplandeciente cetro se cubre de escoria”; y otra sobre el difícil matrimonio del rey de Makkalet y su reina, que reproducía los problemas conyugales del propio Thomas: “Melissandra se pone en pie. Durante una eternidad, se miran el uno al otro, buscan las palabras que siempre les han costado tanto a esta reina tan joven y a su esposo que le dobla la edad. Al fin, comprenden que no les quedan palabras por decirse. Y silenciosamente, se abrazan con fuerza…en este abrazo no hay pasión, tan sólo tierno afecto… Y por un momento, no existe ya la horda turania que asedia los altos y serpentinos muros de Makkalet, ni la guerra santa en la que grandes imperios deberán alzarse y caer…Sólo queda un hombre que de repente se ha hecho mayor, y una mujer que nunca fue niña”.
Además, hizo de Red Sonja (y de su relación con un prepotente Conan) un personaje bien perfilado capaz de sostenerse por sí mismo. Recibida por los lectores con un tremendo entusiasmo, volvería a aparecer no sólo en futuros números de “Conan el Bárbaro”, sino en las páginas de las revistas para adultos “La Espada Salvaje de Conan” (1974) y en “Kull and the Barbarians” (1975) antes de obtener su propia serie bajo el título “Marvel Feature” en 1975, y ya con su propio nombre en 1977.
Nadie lo podía haber previsto entonces, pero este número de “Conan el Bárbaro”, lejos de ser un avance de la grandeza que estaba por venir, fue en realidad el clímax de una época. Sí, los aficionados aún podrían leer magníficas historias en el futuro. Al fin y al cabo, Roy Thomas permaneció en la colección y en el número 25 (abril 1973), Smith fue sustituido por aquel en quien originalmente se había pensado para dibujar al personaje tres años antes: John Buscema, quien permanecería asociado a Conan durante década y media. Pero la magia de esta primera etapa se extinguió pronto, siendo sustituida por una creciente trivialización. Con la disolución del equipo Thomas-Smith, gran parte de la inspiración necesaria para que el comic-book alcanzara todo su potencial como medio apto para todos los públicos, pareció diluirse. “La Canción de Red Sonja” parece hoy un letrero solitario señalando un camino diferente al que en ese momento prefirió una industria más proclive a abandonarse al público adolescente y los contenidos ligeros.
De todas formas, Thomas y Smith aún tendrían un último momento de gloria con Conan, aunque no en la colección mensual.
La línea de revistas en blanco y negro para adultos de Marvel estaba funcionando bien, lo que animó a Stan Lee a resucitar “Savage Tales”, la publicación de aventuras, fantasía y espada y brujería cuyo primer y único número había aparecido más de un año antes, en mayo de 1971. En ese largo intervalo, las historias preparadas para el número 2 habían ido hallando acomodo en otros títulos. Por fin, con fecha de portada de octubre de 1973, aparece el número dos, tras cuya sensacionalista cubierta de inspiración pulp firmada por John Buscema, los lectores pudieron disfrutar de cinco historias ofrecidas por gente de la talla de Bernie Wrightson, Gray Morrow… y Barry Smith. Éste firmó aquí la que está considerada su mejor historia del bárbaro: “Clavos Rojos”.
Barry Smith, disponiendo ahora de más tiempo y libertad, alcanzó un nivel estético y narrativo absolutamente magistral: su línea delicada, clasicista, capaz de reflejar tanto momentos de ternura como de brutal violencia, los intrincados fondos ya fueran naturales o urbanos, la sutileza de sus figuras y la habilidad con la que construía el suspense o la claustrofobia. Aunque el artista parecía haber alcanzado su cénit en el nº 24 de la colección regular, “La Canción de Red Sonja”, su visión de Conan carecía del toque final que aseguraría su inmortalidad. Ese toque era el salvajismo y la violencia de la Edad Hiboria tal y como los imaginó su creador, Robert E.Howard.
Aunque en la serie a color se habían hecho algunos esfuerzos para reflejar los sangrientos resultados de las batallas y enfrentamientos en los que participaba Conan, no se podía obviar la vigilancia del Comics Code Authority aun cuando sus normas se hubieran relajado tras la edición de los nº 96 y 97 de “Amazing Spiderman” (los conocidos como “números de las drogas”). Pero ahora, dado que “Savage Tales” se distribuía sin el sello del Comics Code, Smith fue por fin libre de reflejar toda la sangre que antes sólo había podido sugerir. Y para ello, él y Thomas no pudieron haber elegido mejor historia que “Clavos Rojos”, uno de los más extraños relatos largos escritos por Howard. Repleto de terror, violencia, torturas sádicas, muertos vivientes y tensión sexual, la historia era perfecta para la línea editorial de “Savage Tales”. Y, además, fue tan fiel esa adaptación que hubo que dividirla en dos entregas, aunque los lectores debieron esperar varios meses entre una y otra. Stan Lee no se sentía muy seguro respecto a las ventas y tardó en dar el visto bueno a un tercer número de la cabecera, que por fin apareció en febrero 1974, incluyendo la ansiada continuación bajo el título de “El Morador de las Catacumbas” (aunque ambas partes se suelen englobar y publicar siempre como “Clavos Rojos”).
La primera parte de la historia comienza con una elaborada secuencia mostrando cómo un vagabundo Conan une fuerzas con una de las mujeres guerreras típicas de Howard, Valeria de la Hermandad Roja, antes de que ambos acaben explorando la misteriosa ciudad de Xuchotl, una urbe amurallada y completamente techada. Pero antes de eso, el lector ya ha asistido a varios momentos maravillosos servidos por Smith, incluyendo a Conan alanceando un estegosaurio en la página 13; o golpeándolo con su espada mientras gira su cintura en la plancha 15; o, dos páginas, después, la entrada de ambos compañeros en la aparentemente desierta ciudad. Una vez dentro, ambos se verán envueltos en la cruel y silenciosa guerra que libran dos facciones enfrentadas por antiguos agravios.
Barry Smith nunca pretendió que su Conan fuera el vivo reflejo del de Howard. Siempre le interesaron más la imaginería fantástica, la atmósfera mágica y la decadencia del mundo hibóreo. Pero sin duda, fue en “Clavos Rojos” donde más se acercó al cimmerio tal y como fue originalmente concebido por su creador –aunque en la última parte se evidencien las prisas de Smith por terminar el encargo-. El blanco y negro original demuestra el cuidado depositado en la ambientación, utilizando los claroscuros para construir una atmósfera claustrofóbica en la que cada sombra parece esconder una amenaza.
El número de “Relatos Salvajes” se completaba con la bella ilustración de Smith para un poema de Howard titulado “Cimmeria”. Dejando aparte reediciones de sus historias e ilustraciones sueltas, esa fue la última incursión de Smith en el mundo de Conan. En el tintero quedaron los planes de Roy Thomas de adaptar con él la novela “La Hora del Dragón”, en la que el bárbaro se convierte en rey de Aquilonia; o posibles colaboraciones para la nueva revista en blanco y negro para adultos dedicada exclusivamente al personaje, “La Espada Salvaje de Conan”.
Frustrado con una industria del comic incompatible con sus aspiraciones e intereses, Smith abandonó el medio por completo, centrándose en su propia compañía, Gorblimey Press, donde durante quince años realizó arte comercial antes de regresar al mundo de las viñetas. Volvió a ofrecer trabajos interesantes, sobresalientes incluso. Su etapa como ilustrador en The Studio fue, de hecho, magnífica, así como algunas páginas y secuencias para posteriores cómics de Marvel en los ochenta. Por otra parte, pese a su pretendida calidad como guionista, lo cierto es que las historias que escribió nunca estuvieron a la altura de su soberbia. A mediados de los setenta ya había alcanzando una meseta de la que sólo podía descender. Aunque sus dibujos seguían siendo mucho mejores que los de la mayoría de artistas jóvenes que se iban incorporando al medio, no eran más que una versión diluida de sus antiguos logros en Conan.
En 1974, Roy Thomas abandonó las labores nominales de editor asqueado por la política de la editorial con los autores y agotado por la sobrecarga de trabajo, siendo sustituido por el dúo Len Wein-Marv Wolfman. Thomas, no obstante, consiguió mantener vivo el entusiasmo y la pasión por los personajes propios de un fan. Negoció con Marvel y mantuvo un puesto especial como guionista y editor de sus propias series, Conan incluido, lo que le aseguraba autonomía creativa independientemente de los cambios editoriales que sufriera la compañía. Ha escrito muchos comics desde entonces, pero Conan es todavía hoy aquél por el que es más recordado. Sobre su trabajo con el bárbaro cimmerio volveré a hablar en una futura entrada sobre la siguiente etapa de la colección.
A Thomas no le había resultado fácil sacar adelante su corazonada. Fue una apuesta arriesgada en su momento: Conan no era un personaje propiedad de la casa, estaba fuera de la continuidad en la que se movían el resto de sus héroes disfrazados, inserta en una temática ajena a lo que resultaba familiar para los lectores de Marvel, protagonizada por un personaje tan carente de superpoderes como de humor y escrúpulos, difícilmente integrable en los puritanos parámetros del Comics Code y dibujado por un artista prácticamente novel que se internaba en arriesgados experimentos estilísticos y narrativos que poco tenían que ver con la tradición del comic book americano.
Pero inesperadamente, la apuesta salió bien. De hecho, tan bien que se convirtió en el primer éxito de Marvel de la década de los setenta y uno de sus títulos más rentables. Desde ese momento, la editorial perdió el miedo a publicar comic books basados en personajes con orígenes ajenos a la editorial y en años siguientes aparecerían desde “Star Wars” a “Rom” pasando por “El Planeta de los Simios” o “La Fuga de Logan”.
Además, Marvel se benefició de la quiebra, en 1974, de Lancer Books, que tenía los derechos de publicación de las novelas y relatos de Conan. Esa circunstancia hizo que durante casi diez años, la única forma de acercarse al personaje de Howard fueran los comics que publicaba la editorial. “Conan el Bárbaro” vendía todos los meses la espectacular cifra de 250.000 ejemplares, a lo que había que sumar las ventas de “La Espada Salvaje de Conan”. Eventualmente, ello llevaría a Hollywood a producir una película de imagen real sobre el bárbaro, protagonizada por un joven e inexperto Arnold Schwarzenegger y sobre la que prefiero no hablar.
El éxito de la traslación de Conan a las viñetas llevó a la creación de otros personajes “bárbaros” en el mundo del comic book norteamericano, el más notable de los cuales fue el mencionado Kull, también hijo literario de Howard y también adaptado por Thomas para Marvel. Otras editoriales lanzarían sus propias series de Espada y Brujería, pero sólo el cimmerio demostró el vigor necesario para perdurar. “Conan el Bárbaro” prolongaría su vida como colección regular en Marvel hasta 1993, totalizando 275 números y saltando al formato de miniseries esporádicas hasta 1999. A ello se añadía un magazine de contenido más adulto ,“La Espada Salvaje de Conan”, una serie nueva, “Conan Rey”, novelas gráficas y tiras para la prensa.
Conan, en definitiva, cambió no sólo las vidas y carreras de Roy Thomas y Barry Smith, sino toda la industria del comic book.
Creo que Arnold Schwarzenegger estará en deuda con todos los fans de Conan hasta que haga Conan Rey de Aquilonia. Hay rumores, pero nunca se han consagrado. Por cierto, hay un magnífico podcast sobre Conan que te dejo por si interesa. Saludos: https://gabrielrosselloblog.wordpress.com/2017/03/08/la-leyenda-de-conan-el-cimmerio/
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