20 oct 2015

1970-CONAN EL BÁRBARO - Roy Thomas y Barry Smith (2)




(Viene de la entrada anterior)

A su manera tan importante como el primer número de los Cuatro Fantásticos, “Conan el Bárbaro” nº 1 trazó una línea divisoria entre una época y la siguiente en los comics. Mientras que la anterior apuntaba a un cambio en la forma en que se percibían los comics por parte de la industria, los creadores, los aficionados y la propia sociedad, la nueva marcó el punto en el que el control de la industria pasó de las manos de los profesionales más veteranos (para quien los comics eran básicamente un medio de ganarse decentemente la vida) a la generación de autores más jóvenes, que eran, a la vez, fans y que amaban profundamente el medio.


El número uno había sido publicado sin apenas publicidad, pero el titubeante dibujo de Smith fue suficientemente bueno como para que Marvel pensase que la serie podía tener continuidad. Los esfuerzos todavía algo esquemáticos continuaron en el siguiente número, “El Cubil de los Hombres Bestia” (Diciembre 1970), otra historia original de Thomas sobre unos hombres-mono que esclavizan a un pueblo de humanos. En esta ocasión, Smith contó con las tintas de Sal Buscema, y aunque supone una mejora respecto al número anterior, sigue sin encontrar una dirección del todo clara. Por otra parte, el guión se desviaba bastante de la ortodoxia howardiana, teniendo cierto aire al tipo de mundos perdidos habitados por criaturas bizarras que tanto gustaban a Jack Kirby.

El número 3 (Febrero 1971) fue, en cambio, el verdadero trampolín de la colección. Tras seis meses, los aficionados por fin pudieron sentarse y disfrutar de una buena historia y un dibujo maduro. “El Crepúsculo del Ceñudo Dios Gris” fue en realidad el quinto en escribirse y dibujarse, pero el tercero en ser publicado debido a la preocupación que la editorial albergaba hacia las ventas de un comic cuyo género era tan diferente de los consolidados superhéroes.
Thomas tuvo que estar continuamente tranquilizando a Martin Goodman y Stan Lee acerca de las posibilidades del título. Las presiones le llevaban no sólo a poner toda su atención y cuidado en el resultado tanto de su trabajo como del de Smith, sino a tomar decisiones editoriales respecto del orden en que debían publicarse los episodios ya terminados.

Consciente de los defectos de los dos primeros números y pensando que necesitaba un enlace entre lo narrado en el segundo episodio y lo que se iba a contar a continuación, Thomas decidió que el número 3 debía llenar un vacío en la vida de Conan (puesto que la colección se había planteado como un recorrido cronológico por la misma). Smith ya había dibujado los números siguientes, pero en lugar de publicarlos como 3 y 4, los pasaron al cuarto y quinto lugar respectivamente. Así, el que apareció como número 3, fue dibujado en realidad después de todos ellos, beneficiándose de la experiencia que había adquirido el dibujante en ese intervalo. Para entonces, Smith –que había resuelto el papeleo necesario y regresado a Nueva York para establecerse allí en enero de 1971- empezaba a superar sus influencias primeras para abrazar aún tímidamente el arte prerrafaelita del siglo XIX. Este movimiento, que se caracterizaba por su exquisito realismo, el
gusto por el romanticismo y la atención a los detalles, pareció fundirse inesperadamente bien con la sensibilidad artística de los sesenta.

Smith integró los principios estéticos del prerrafaelismo en su propio estilo con una rapidez inaudita y pronto estaba ofreciendo algunas de las mejores viñetas de toda la industria. Un ejemplo temprano de ello lo encontramos en la página 3 del comic, con la valkirias descendiendo sobre el campo de batalla de los hiperbóreos, o la batalla final entre Tomar y Brian.

La otra característica que hace especial a este número fue la inteligente decisión de Thomas de no limitarse a adaptar las historias de Howard o crear las suyas propias, sino imitar la prosa afectadamente poética del escritor. Thomas se había convertido en un rendido seguidor de Howard, y quería presentar su estilo al lector de comics. Así, especialmente evocadora resulta la secuencia de apertura, en la que Conan encuentra a un extraño en los páramos. “¿No sientes el olor, Conan? El perfume de la sangre en el viento…El aroma de la matanza… ¡y los gritos de la carnicería!”, le dice el hombre de pelo gris. “Es la hora de cosechar reyes, de agavillar jefes como en la siega. Cada criatura tiene un tiempo prescrito, y los propios dioses deben
morir…Comprendes muy poco de lo que has visto y oído, Conan. Pero pronto presenciaras la muerte de reyes… ¡Si, y de algo más grande que un rey. Ahora márchate, porque sombras gigantescas deambulan con las manos bermejas por el mundo y anochece sobre Hiperbórea”.

Thomas, más que en cualquier otra adaptación al comic de obras literarias, capturó perfectamente el espíritu del autor y lo hizo respetando las exigencias propias del formato y el lenguaje de los comics (además de las normas censoras del Comics Code Authority). El guionista estaba ahora tomando conciencia del verdadero potencial de la colección y, animado además por la evolución de Barry Smith, decidió permanecer como guionista de la misma, abandonando los planes de cedérsela a Gerry Conway. Este número fue, por tanto, el verdadero comienzo del fenómeno que convirtió a la Espada y Brujería en un éxito de la industria y propulsó a Conan al estatus de leyenda. Pero lo mejor estaba aún por venir.

De acuerdo con Thomas, el acuerdo original de Marvel con los albaceas literarios de Robert
E.Howard no cedía a aquélla los derechos sobre las historias de Conan, sino sólo los del propio personaje y los del material ajeno al ciclo Hibóreo escrito por el autor. Esto, por otra parte, era sólo una limitación relativa, puesto que Howard a su muerte sólo dejó escritos sobre Conan una novela –“La Hora del Dragón”- y una veintena escasa de relatos. Era obligado, por tanto, que Thomas extrapolara e inventara sus propias historias.

De cualquier forma, ambas partes no tardaron en olvidar su acuerdo original. Thomas aprovechó su nueva libertad editorial para adaptar al comic las historias del bárbaro cimmerio escritas por Howard, aunque ello supusiera pagar una cantidad adicional por recurrir a los relatos originales de Conan. Fue una magnífica inversión y, por suerte para los lectores, la primera historia que eligió fue una de las mejores y más famosas de Conan: “La Torre del Elefante” (nº 4, abril 1971). De hecho, a Thomas le gustaba tanto que la volvió a adaptar años después, en esa ocasión con lápices de John Buscema (para el nº 24 de “La Espada Salvaje de Conan”).

La aventura se desarrollaba al comienzo de la vida de Conan, cuando apenas había salido de la adolescencia y trataba de ganarse la vida como ladrón. La intriga giraba alrededor de una extraña y centelleante torre erigida en el centro de Arenjun, conocida como “la ciudad de los ladrones”. Cuando Conan escucha en una taberna que el lugar esconde una valiosa gema conocida como el Corazón del Elefante, ignora el hecho de que ningún ladrón se ha atrevido antes a robar el lugar y se dirige a intentarlo. Tras salvar varios obstáculos, penetra en la torre y descubre a Yag-Kosha, el “elefante” del título, un ser prisionero del brujo dueño del lugar, Yara.

Especialmente notable es la secuencia de dos páginas en la que Conan encuentra a Yag-Kosha. Elegantemente decorado por Smith (cuyo sentido del diseño puede disfrutarse en los delicados adornos que coloca en paredes y cortinajes) y coloreado principalmente con el verde de la piel del ser-elefante, Thomas consigue evocar simpatía y compasión hacia esa criatura: “¡Escucha, Oh, Hombre! Te parezco repugnante y monstruoso, lo sé…pero tu serías igualmente extraño para mí si pudiera verte. Pues existen muchos mundos además de esta tierra…y la vida adopta muchas formas”.

Adaptado maravillosamente y exhibiendo una especial sensibilidad hacia la historia original,
Thomas y Smith recogen perfectamente la peligrosa belleza, el rico paisaje urbano, la fascinación y el terror del mundo hibóreo imaginado por Howard. Además, el trabajo de Smith dio un nuevo salto de calidad, mejorando a un ritmo asombroso, quizá inspirado por tratarse de un relato original de Howard, con más textura y atmósfera que las sinopsis que Roy Thomas solía enviarle. Según el propio Smith, “los tres primeros comic books son sencillamente superhéroes con taparrabos. Fue el cuarto número el que lo cambió todo”. A partir de aquí hizo suyo al bárbaro brutal de Howard, interpretándolo gráficamente como una versión idealizada de sí mismo, con un palpable halo romántico, incluso poético.

Los fans que sólo meses antes lo calificaban de un dibujante de tres al cuarto, ahora lo alababan como uno de los grandes talentos de Marvel. Así fue reconocido al año siguiente por la Academy of Comic Book Artists, una organización de profesionales del medio, que nominó a este número para sus premios como mejor comic del año. Barry Smith ganó el galardón al Mejor Nuevo Talento. Fue un logro impresionante que sacudió el mundo de los comics y señaló a los artistas jóvenes el camino hacia trabajos más personales, más complejos, trabajos que cada vez en mayor medida ignoraban la vieja ley no escrita que exigía que el dibujo de los comics debía ser sencillo para que sus lectores, los niños, lo entendieran.

Tras la calidad de “La Torre del Elefante”, el número 5 (mayo 1971) supuso una cierta decepción. “La Hija de Zukala”, como indiqué anteriormente, había sido realizada como número 3 y, desgraciadamente, se nota mucho, sobre todo en el dibujo de Barry Smith, aún algo vacilante, con fondos no bien perfilados, figuras rígidas y una composición de página y viñeta poco inspirada. Tampoco ayuda en el resultado final ni el inadecuado entintado de Frank Giacoia -que apaga cualquier atisbo de elegancia en la línea de Smith y le acerca a un producto Marvel del montón- ni una historia de tono medieval bastante previsible de un Roy Thomas que aún no había captado el tono adecuado para el mundo hibóreo en el que se movía Conan.

Tras ese tropiezo, el número 6 (junio 1971), en cambio, resultó ser la demostración de que Thomas
y Smith habían por fin encontrado la inspiración. “Alas Diabólicas sobre Shadizar” era una historia imaginada por Roy Thomas, pero cualquiera diría que se trataba de la adaptación de uno de los relatos de Howard, porque su espíritu estaba ahí, sin ninguna duda. Un todavía adolescente Conan con dinero en la bolsa tras realizar un robo, conoce en una taberna de Shadizar a la joven prostituta Jenna, que resultará secuestrada por los seguidores de un siniestro culto adorador de un monstruoso dios al que pretenden sacrificarla. Naturalmente, el joven cimmerio, guiado tanto por su lujuria como por su personal sentido del honor y ciego a la naturaleza codiciosa y traicionera de Jenna, tratará de rescatarla. Es una historia sencilla que pronto se convertirá en tópica: hermosas mujeres, monstruos, brujería, luchas a espada… Pero aquí todos esos elementos aún resultaban frescos y su combinación estaba bien equilibrada. Y, sobre todo, estaba magníficamente narrado.

En ello tuvo mucho que ver, claro está, Barry Smith. Desde la escena inicial (que, por cierto, constituye un homenaje a los protagonistas de otra serie de Espada y Brujería creada por Fritz Leiber, Fafhrd y el Ratonero Gris) hasta el melancólico final
pasando por un gran clímax de cuatro páginas, Smith muestra su gran talento como dibujante y narrador. Parecía que había nacido para ilustrar estas historias, y ello aun cuando, como he dicho más arriba, su Conan distaba del inventado por Howard. Éste era un gigantón musculoso, violento y lujurioso; pero tal imagen fue filtrada no sólo por el estilo gráfico de Smith, cada vez más preocupado por la elegancia de las líneas y la composición, sino por la censura vigente en la época. Años más tarde, en los magazines en blanco y negro para adultos protagonizados por bárbaros y editados por la propia Marvel, Thomas y el dibujante John Buscema tendrían más libertad para incluir sangre y sexo en las aventuras de Conan, pero por el momento, había de buscarse un enfoque diferente que al mismo tiempo fuese respetuoso con el material original.

Y Smith lo consiguió. Su Conan es un joven esbelto pero fibroso, que sufre arranques de ira homicida cuando es provocado (como en la página 5) pero que también es capaz de tratar con ternura a una mujer (Smith hace un gran trabajo en la octava plancha, cuatro viñetas de romance y/o lujuria contenida,
ambas interpretaciones son válidas según la edad del lector). La violencia, tratándose de un comic que debía lucir en su portada el sello del Comics Code Authority, está limitada a lo esencial y Conan no mata a nadie en todo el episodio, algo con lo que seguro no hubiera estado de acuerdo Howard. Aún así, el potente dibujo de Smith, que ya daba muestras de alejarse del estilo esquemático de los superhéroes para encaminarse hacia la ilustración realista, hace que un simple puñetazo en la riña de taberna de la quinta página resulte más violento que los asesinos tajos genéricos que repartió a miles el Conan de Buscema unos años después.

Por entonces, las cifras de ventas de Conan ya eran lo suficientemente buenas como para que Marvel se convenciera de que en la Espada y Brujería había un filón por explotar. En junio apareció “Kull the Conqueror”, protagonizada por otro personaje creado por Robert E.Howard e inserto en el mismo universo de ficción que Conan aunque miles de años antes de la Era Hiboria en la que éste nació.
En mayo, la editorial había dado un paso aún más arriesgado lanzando “Savage Tales”, una revista en blanco y negro al estilo de las publicadas por Warren (“Creepy”, “Eerie”…). Su portada dejaba claro que se trataba de una publicación para adultos, no sólo por el sello “This Publication is Rated M for Mature Readers”, sino por la ilustración de John Buscema que la adornaba, con un Conan de aspecto especialmente violento sosteniendo en alto la cabeza cortada de un enemigo.

Su interior contenía cinco historias escritas por Stan Lee, Denny O´Neil y Gerry Conway, protagonizadas, entre otros, por el Hombre Cosa o Ka-zar; pero la primera de ellas, “La Hija del Gigante Helado”, venía firmada por el dúo titular de la colección regular de Conan y responsable del éxito del nuevo género viñetero. Como admite el propio Thomas, se trata de una historia menor de Conan, adaptación de un relato original de Howard que en su día fue rechazado por el editor de “Weird Tales” y que sólo vio la luz en los años sesenta. Pero Barry Smith lo convirtió en un recital de composición y técnica narrativa que empieza desde la primera página, doble: un plano general de un campo de batalla nevado que evoca maravillosamente bien el silencio después de la matanza con los planos-detalle para pasar sin solución de continuidad a una escena de combate entre los dos últimos supervivientes. Smith
entinta su propio dibujo, caracterizado por el detalle, las líneas finas, un delicado trabajo de trama y la ausencia de masas de sombra, todo lo cual evocaba el brillo cegador de la nieve en la que transcurría la aventura. Cuando se le aparece la bella joven del título y lo atrae hasta sus dominios sobrenaturales, es cuando el dibujo se oscurece algo, transmitiendo el cambio de plano de realidad que ha acontecido.

En las sólo once páginas que ocupa esta pequeña anécdota, vemos a un Conan auténticamente bárbaro que persigue a una muchacha para violarla y asesina a sus gigantescos hermanos sin dudarlo. Hay escenas con desnudo femenino y todo el tema de la historia es bastante escabroso. Son cosas que difícilmente podrían haber encontrado acomodo en la colección regular, pero que nos dan una muestra de dónde podían llegar Thomas y Smith sin las cortapisas de la censura.

Volviendo a la colección mensual, “El que acecha en el interior” (nº 7, julio 1971) sigue en la misma tónica ascendente. Se trata de una adaptación del relato de Howard “El Dios en el Cuenco” al que Thomas y Smith añadieron algo de trama para completar la paginación. De nuevo, Conan salva a una mujer –esta vez adinerada- que, de nuevo, lo manipula, esta vez para que robe algo para ella. Son los mismos elementos que en el comic anterior (guerrero, magia, mujer y monstruo), pero aquí revestidos de una atmósfera de misterio casi detectivesca. La intervención de Smith en la estructura del episodio ya se hacía patente en planchas como la séptima, en la que, al contrario de lo que solía ser habitual en los comic books de la época, se narra la intrusión de Conan en el palacio donde se custodia el objeto que ha de robar. Otras páginas del episodio aligeran también su contenido de texto, innecesario a la vista de la capacidad narrativa de Smith

La evolución de “Conan el Bárbaro” era indudablemente positiva desde el punto de vista estrictamente creativo: historias cada vez más sólidas y un dibujo que mejoraba número a número. Sin embargo, la colección distó de ser un éxito inmediato. El número uno tuvo una tirada pequeña
aunque un buen porcentaje de ventas. Pero los siguientes seis números obtuvieron resultados económicos cada vez peores, hasta al punto de que Stan Lee –después de haber presionado a Thomas para que incluyera en la serie alguna aparición de Thor-decidió cancelar el título en el número 7 argumentando que quería disponer de Barry Smith para otra colección. Thomas le contestó con cierto enfado que esa no era razón para cerrar una serie. El caso es que Lee rectificó su decisión y no sólo volvió a incluir a Conan en el catálogo de la compañía, sino que ratificó a Thomas como su guionista en lugar de reemplazarlo por otro que pudiera darle una nueva dirección.

Pero no sólo hizo eso. Meses antes de su cancelación –que sólo duró un día-Lee había aconsejado a Thomas y Smith que dejaran de utilizar monstruos y animales como enemigos de Conan y las sustituyeran por amenazas humanoides, sobre todo en las portadas. Ambos autores le hicieron caso –aunque en las portadas no inmediatamente- y, sea por esa razón o por cualquier otra, a partir de “Conan el Bárbaro” nº 8, las ventas empezaron a mejorar.

El nº 8 (agosto 1971), “Los Guardianes de la Cripta” era otra adaptación de un cuento de Howard, esta vez uno que quedó incompleto a su muerte. En esta ocasión, Conan y un sobrevenido compinche encuentran una ciudad custodiada por un lagarto gigante y se enfrentan a los cadavéricos guardianes de la cripta del tesoro. Aunque había un monstruo, Thomas y Smith siguieron la recomendación de su editor y no lo convirtieron en protagonista del clímax, liquidándolo al principio de la aventura en poco más de dos páginas.

Para el número 9 (septiembre 1971), Thomas adaptó un relato de Howard publicado en 1934 y ajeno en principio al mundo Hibóreo de Conan: “El Jardín del Miedo”. Tras su reencuentro con Jenna en el número anterior, ambos jóvenes entran en contacto con una tribu primitiva antes de que la muchacha –una vez más- sea secuestrada por un ser alado que la lleva a una aislada torre rodeada de peligros (mamuts, plantas carnívoras, ríos con cocodrilos…) que Conan deberá sortear para rescatarla. Otra historia sencilla, pero exquisitamente narrada. De hecho, sólo encontramos diálogos en la primera parte; a partir de la
sexta página la narración es exclusivamente visual, hasta el punto de que la octava plancha carece completamente de texto, algo muy inusual en los comics de la época. De hecho, los textos de apoyo de Thomas son superfluos y la historia puede entenderse perfectamente sin los mismos, tal es la habilidad de Smith. También resultó chocante en la época la ausencia de texto y onomatopeyas en la viñeta climática en la que el ser alado y Conan caen rompiendo una claraboya. Thomas había decidido ya desde el principio de la serie eliminar los globos de pensamiento y los efectos de sonido estilo “kaboom” o “craaash”, ambos recursos habituales en el cómic de superhéroes y parte del estilo Marvel creado por Stan Lee.

Como en episodios anteriores, el dibujo de Smith cuenta con un muy acertado entintado de Sal Buscema, quien supo respetar el creciente detallismo de aquél y la sensibilidad de su línea.

(Continúa en la entrada siguiente)

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