Antes de dedicarse profesionalmente al mundo de las viñetas, Mike Baron trabajó durante un tiempo como editor de un periódico en Boston. Durante su estancia allí estuvo en contacto con el mundo del crimen y, en concreto, con las bandas organizadas. La publicación de un artículo al respecto firmado por él causó un gran revuelo, incluyendo detenciones, amenazas y pleitos. De todo aquello le quedó a Baron un interés por esa oscura faceta de la vida urbana. Sin embargo, pasarían aún muchos años antes de que pudiese volcar aquellas experiencias en un cómic.
A mediados de los noventa se asistió en el mundo norteamericano del comic-book a una

Derek Cross es un expolicía que fue trasladado a asuntos internos tras participar en un tiroteo en el que, supuestamente, abandonó a su compañero. Cross investigó y destapó a nada menos que treinta y nueve policías corruptos, haciéndose acreedor de la esperada antipatía entre sus colegas, que le apodan “The Grackle” (en castellano, algo así como el estornino, un pájaro que construye su hogar en los nidos ajenos). Al final, su suerte se acaba y se las arreglan para imputarle en el curso de una investigación de corrupción policial. En el punto más bajo de su carrera, Cross es reclutado por el misterioso Coronel para trabajar en una agencia clandestina.

Es una historia que reúne elementos bastante habituales del género: guerras de bandas (en esta ocasión los bien establecidos y prósperos chinos y los vietnamitas que desean conquistar su territorio), policías corruptos y tejemanejes políticos ante las inminentes elecciones a la alcaldía. Y ello sazonado con elementos a mitad de camino entre lo fantástico y el pulp, como la droga Firefly, que provoca la combustión aleatoria del consumidor, o la misteriosa agencia encubierta para la que trabaja el protagonista. Según el

Y, en cierto sentido, es así; para bien y para mal. La historia es entretenida, la acción no decae en ningún momento y hay toques de humor negro que aligeran el tono un tanto oscuro de aquélla, pero su punto débil –y no es poca cosa- es la caracterización de los personajes. Son meros peones al servicio de la trama y cada uno cumple su cometido: el matón sádico, la asesina mujer fatal, la bella y leal novia del héroe, el político corrupto de apariencia intachable… ninguno de ellos tiene una personalidad diferenciada, no digamos ya memorable, que evolucione a lo largo de la historia o, simplemente, tenga matices.
El propio Cross, aunque un tanto “quemado” por su deprimente oficio, no llega a odiar claramente su trabajo, como es el caso de otros detectives amargados del comic, desde Merdichesky a Alack Sinner. No es el mejor trabajo de Baron, eso está claro, pero se deja leer.

Como suele ser habitual en él, Gulacy nos obsequia con lo mejor y lo peor de su arte. Su narrativa es magnífica, como lo son también esos primeros planos realistas en los que se nota que invierte mucha más atención que en el resto de viñetas –lo cual no deja de ser un truco muy obvio para desviar la atención del lector-. Baron introduce en el argumento aquello que mejor sabe ilustrar: esculturales mujeres (la novia del protagonista es una modelo) y peleas de artes marciales. Destacan también las llamativas portadas, ejecutadas en un estilo pop art sesentero que remite al que fue su gran referente en su juventud y del que nunca se ha deshecho del todo: Jim Steranko.
Sus defectos también están ahí: cierta torpeza y rigidez a la hora de representar vehículos o

“The Grackle” no es un tebeo imprescindible. Sus ingredientes no resultan novedosos y la receta que los integra tampoco. La historia, tanto en su aspecto narrativo como conceptual, promete más que ofrece, pero aún así se deja leer.
Para aficionados a los comics policiacos con abundante acción protagonizados por detectives duros y seguidores del arte de Gulacy.
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