Durante décadas, el comic en España fue, simplemente, algo para niños, personajes e historias que se disfrutaban con intensidad en la infancia y que, aunque su recuerdo perduraba toda la vida, se debían abandonar una vez llegada la adolescencia para entrar en el mundo adulto, el “de verdad”.
Las revistas de la editorial Bruguera, en particular, gozaron de una enorme popularidad y

Pero he aquí que años después, algunos de aquellos lectores que nunca renunciaron a su corazón infantil se convirtieron en estudiosos de la cultura popular y, en particular, del mundo de la historieta española. Fue entonces cuando, fruto de la nostalgia y del deseo de saber más sobre sus mitos de la niñez, pero también con la aspiración de dignificar una expresión artística y cultural frecuentemente despreciada, aquellos antiguos lectores reconvertidos en cronistas empezaron a firmar exhaustivos estudios sobre la intrahistoria de la historieta, valga el juego de palabras. Se celebraron homenajes, se escribieron artículos en prensa generalista y especializada, hubo

En “El Invierno del Dibujante”, Paco Roca hace precisamente eso: un trabajo documental; pero no en forma de sesudo ensayo, sino como narración gráfica profundamente humanista. Tras haber cimentado su carrera con trabajos realizados directamente para el mercado francés (“Arrugas”, “Las calles de arena” o “El ángel de la retirada”), Paco Roca crea para el mercado español “El Invierno del Dibujante”, un álbum muy específico y que difícilmente puede ser comprendido –y sentido- íntegramente en otro país. Porque Roca, como tantos otros –entre los que me incluyo- creció leyendo a Mortadelo, Zipi y Zape, Doña Urraca, el Inspector Dan, Carioco o la Abuelita Paz; y el recuerdo de aquellos buenos momentos le impulsa a que esta novela gráfica sea, también y sobre todo, un homenaje; no tanto a Bruguera –que, dicho sea de paso, no sale muy bien parada en esta obra- como a su verdadero corazón: los autores que la dotaron de un espectacular catálogo de personajes.
Evidentemente, era imposible acometer una historia con una mínima carga dramática que

En 1957, varios de los dibujantes estrella de Bruguera (Giner, Escobar, Cifré, Peñarroya y Conti) deciden emprender una aventura por su cuenta: fundar una nueva revista gestionada por ellos mismos. Se trataba de una iniciativa inédita en el país. Las editoriales siempre habían tenido una dirección ajena al departamento creativo que marcaba las pautas, criterios y reglas a seguir y que, de acuerdo con la censura oficial, daba su beneplácito al autor o rechazaba su trabajo. Éste no era más que un artesano casi anónimo para el que no existían ni derechos de autor ni devolución de los originales. Las tarifas por página obligaban a muchos a trabajar a destajo y, sin una competencia digna de tal nombre, su capacidad de negociación sobre salario o condiciones de trabajo era minúscula.

Fue una lucha desigual y Roca la describe perfectamente. La poderosa Bruguera, movida por una mezcla de despecho y temor a la competencia, torpedeó el proyecto desde el comienzo, chantajeando a distribuidoras y quioscos para evitar que la nueva revista llegara al lector . El cooperativismo de “Tío Vivo” nunca tuvo una auténtica oportunidad, pero el solo hecho de intentar algo semejante en aquella España fue un gran logro que sólo ahora y gracias al propio Roca, merece todo nuestro reconocimiento.
“El Invierno del Dibujante” supuso todo un desafío para su autor, porque se trataba de contar

Pero esa documentación gráfica y las entrevistas realizadas con los auténticos protagonistas no eran más que el andamiaje, el decorado. Había que ligar todas las piezas, fragmentos y recuerdos ajenos para construir una verdadera historia, algo mucho más complejo de lo que a primera vista pudiera parecer: había que presentar adecuadamente a los personajes (que son muchos más que los fundadores de Tío Vivo), establecer una trama con su planteamiento, nudo y desenlace, y dotar

El resultado es sobresaliente: una cariñosa aproximación a una parte tan importante como poco divulgada de la cultura popular española de los años cincuenta, que es, a su vez, una ventana a toda una época y una forma de hacer y pensar las cosas.
Dado que se trata de un comic sobre personas, sus viñetas están llenas de personajes conversando, caminando, reuniéndose, bromeando… No puede esperarse, por tanto, un gran despliegue gráfico entendido éste como espectacularidad artística o exhibición narrativa. Es un dibujo más dinámico de lo que puede parecer en una primera impresión, pero ello queda algo camuflado bajo un estilo deliberadamente retro que remite al comic realista español de los cincuenta, y un color de tonos apagados cuya intencionalidad es, también, expresiva: recrear el tono social imperante en la época –o al menos la perspectiva que

Ni por su fondo ni por su forma se puede recomendar “El Invierno del Dibujante” a todo el mundo. Aquellos que lo disfrutarán serán, desde luego, los interesados en conocer el mundo y la historia del comic más allá de lo que muestran viñetas de antiguas revistas y, especialmente, aquellos que compartieron su infancia con unos personajes entrañables y que ahora, ya adultos y con otros intereses y preocupaciones, deseen saber algo sobre las personas que les brindaron tantos buenos ratos y con quienes seguro encontrarán algo en común.
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