En 1992, tuvieron lugar en la ciudad de Los Ángeles los peores disturbios raciales desde 1965. Meses atrás, unas cámaras de televisión habían recogido el apaleamiento del negro Rodney King por agentes de policía blancos. Cuando un jurado –blanco- los absolvió, la indignación cundió entre la comunidad de los barrios marginales negros. Fue el catalizador que disparó una ola de violencia y saqueos en esa zona de la ciudad que amenazó con extenderse por todo el país y causar una brecha social aún mayor.
Aquel suceso llamó la atención de Altuna. No sólo es un gran admirador de la cultura norteamericana y, específicamente, negra, sino que, como observador de la conducta humana, constituía un ejemplo fascinante, real y dramático de las consecuencias de un modelo social injusto pese a la propaganda del sueño americano, un modelo en el que para muchos resulta

La primera historia marca el comienzo de ese conflicto. Dos jóvenes negros, tras convencerse de que las posibilidades de salir del mundo de drogas, delincuencia y miseria que les rodea son mínimas, deciden atracar la tienda de un coreano del barrio. Uno de ellos se aferra a la idealizada imagen de su honrado padre mientras que el otro ya ha abandonado cualquier escrúpulo. Sus deliberaciones sirven para exponer los argumentos de cada cual y coinciden con el aumento de tensión en el barrio, mientras que el asalto al establecimiento y su trágico desenlace tienen lugar cuando ya han comenzado los disturbios. Altuna nos muestra aquí la situación y el pensamiento de muchos jóvenes de los barrios marginales y el clima de violencia imperante no sólo entre los agresores, sino entre los propios agredidos.
En la segunda historia, un grupo de individuos en un bar resulta asediado por la turbamulta, revelándose en el curso de la tragedia el verdadero temple e idiosincrasia de cada cual. En sólo cuestión de unos minutos, el dueño del establecimiento, sus dos empleados y un cliente, verán

La tercera historia es quizá la más deprimente: un padre y su hijo recorren a pie el barrio asolado por la violencia y las llamas buscando a un hijo/hermano reclutado por un pandillero para un ajuste de cuentas. Ambos serán testigos del caos, la destrucción y la rabia sin sentido, de los saqueos y el racismo virulento. La última viñeta del álbum lo resume todo: el rostro de un muchacho sumido en las más profunda confusión, atrapado entre los lamentos de un padre en estado de shock, las exigencias de un pandillero y las llamadas a la violencia de los agitadores.
Esa última viñeta es un final abierto; y ha de ser así porque Altuna no tiene la solución al problema que nos ha descrito. Se puede hacer un diagnóstico, pero recetar un tratamiento está más allá de sus posibilidades. Altuna evita el maniqueísmo reconociendo que todos los personajes son perdedores; todos –negros, blancos, hispanos, asiáticos- ponen de su parte para empeorar el problema. Al fin y al cabo, quizá ya no haya solución. No hay aquí momentos que sugieran un destello de esperanza, una pista que nos apunte a la salida. Los personajes pierden a amigos y familia, ven destruida su inocencia, aniquilados sus sueños… En ese caos, sólo hay un personaje que se comporta con racionalidad al tiempo que valentía: el empleado de la cafetería de la segunda historia, que se niega a defender con su vida la propiedad de un patrón que le explota, pero que no duda en arriesgarse cuando se trata de salvarlo de una letal paliza. Es el único que demuestra un proceder noble,

“Hot L.A.” es un comic demoledor, quizá el más duro de los realizados hasta la fecha por el autor. Anteriormente, su crítica social había venido vestida de comedia cotidiana (“Las puertitas del Señor López”, “El Loco Chávez”) o peripecias futuristas (“Imaginario”, •”Chances”, “El Último Recreo”). Pero en esta ocasión y aunque encontramos elementos comunes con obras previas, el mensaje resulta mucho más brutal, más directo, más visceral, al suceder en un lugar y un momento muy concretos de nuestra propia historia. Es más, lo que nos ofrece Altuna no son sino dramatizaciones de sucesos reales extraídos del periódico “Los Ángeles Times”. En esta ocasión, parece decir Altuna, no hay forma de interpretar lo que se ve como una alegoría, una sátira social o una crítica más o menos velada. No queda más remedio que mirar de frente a la realidad, aunque no nos guste.

El dibujante opta por la técnica en la que alcanza mayor expresividad: el blanco y negro. Su color ha sido siempre muy atractivo, pero no dejaba de responder a una imposición editorial con la que nunca se sintió muy cómodo. En “Hot. L.A.” el violento contraste entre blanco y negro le permite a Altuna intensificar el plano emocional mediante el juego de luces y sombras. En este caso, además, añade un mayor grado de matices mediante la aplicación de tramas, imprimiendo a las páginas un aspecto de realismo sucio, de crudeza plástica acorde con la violencia de la narración.
En definitiva, un álbum fundamental de intensa carga emocional, profunda y sincera crítica social y un arte extraordinario.
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