(Viene de la entrada anterior)
El arco “Cambiar o Morir”, que se extiende de los números 48 a 50 y cierra el primer volumen de la colección, es bastante típico de Ellis. El británico, sin duda, sabe escribir guiones descomprimidos como el mejor, pero al final le gusta ir al grano y estos tres episodios están rebosantes de información y acontecimientos. Probablemente, si este material se hubiera publicado unos años después, cuando se pusieron de moda los guiones al estilo Bendis, lo habrían alargado al menos otros tres episodios más.
Aunque este tipo de historia se hubiera hecho ya antes y se
volvería a hacer después, Ellis consigue cautivar al lector gracias a su
habilidad para deslizarse por la delgada línea que separa el cinismo y el
optimismo, entre las facetas más oscuras y las más luminosas del género
superheroico. De hecho, escribe aquí lo que podría ser su tesis doctoral sobre
los superhéroes: una historia sobre lo que deben hacer estos seres y los
obstáculos que encuentran y les frustran en su propósito. Se suponía que estos
números pondrían fin a su participación en la colección (que fue cancelada en
el nº 50 para lanzar a continuación el volumen 2), pero lo cierto es que dejó
el escenario listo para lo que luego será “The Authority”, a su manera una
continuación de esa tesis doctoral que mencionaba.
En este arco final conocemos a un superhéroe decidido a
cambiar el mundo para mejor (John Cumberland, alias el Supremo), que reúne en
torno a sí a otros superhombres afines. Su adversario es Henry Bendix, quien,
en teoría, no está en total desacuerdo con él, pero que no admite que sea otra
persona quien lidere ese cambio. El Supremo está tan cegado por sus ideales que
ignora las maldades de sus subordinados: Blind intenta matar a Jenny Sparks y
luego va más allá de lo que el propio Cumberland hubiera autorizado al torturar
a Malcolm King; Wish, ya la mencioné antes, se dedica a activar metahumanos y disfruta
utilizando sus poderes para jugar con la gente inocente.
Además del tema del cambio y relacionado con ello, otra de las ideas recurrentes en “StormWatch” es que no se pueden separar los superhéroes de la política. Tradicionalmente y por mucho que Marvel o DC trataran de convencernos de lo contrario, los superhéroes existían en mundos que se parecían poco al nuestro. Ellis nos dice que, si aparecieran superhéroes en nuestra propia realidad, su existencia sería altamente perjudicial en todos los órdenes, no sólo en el metafísico. Cuando el supersoldado ruso Winter descubre un edificio lleno de humanos mutados muertos tras haber sido infectados por un mutágeno transmitido por vía aérea, reflexiona: "Nuestro mundo nunca debió fusionarse con el suyo". En otro episodio, un soldado queda catatónico tras mantener relaciones sexuales con un miembro del equipo. Un médico exclama: “¡Los superhumanos nos hacen daño simplemente acercándose a nosotros!”.
Y en el plano político, la presencia de unos superhombres
que se ven capaces de actuar a una escala mayor que la de detener al
delincuente de turno o al supermaniaco del mes, tendería a la instauración de
una dictadura, por muy benevolente que pretendiera ser. En "Cambiar o
Morir”, Cumberland asegura que su grupo le dará a la Humanidad las herramientas
para construir un mundo mejor y luego desaparecerá. Bendix, que es el auténtico
villano, es quien quiere instaurar una auténtica dictadura, guiando al mundo en
la dirección que él estima más conveniente. Cumberland puede ser un ingenuo
rayano en la estupidez, pero también entiende que no se puede obligar a la
gente a renunciar al odio. El único curso de acción razonable es entregarles lo
necesario para superarlo, mostrarles el camino y dejar que lo resuelvan ellos
solos. Esto es algo que Bendix no comparte así que lucha con todas sus fuerzas
contra el Supremo y su grupo. StormWatch gana y el Supremo fracasa, sí, pero no
sin que antes Jenny Sparks vea la auténtica naturaleza de Bendix y también se
deshaga de él, allanando el camino para un nuevo StormWatch (en el volumen 2) y,
finalmente, “The Authority”.
“Cambiar o Morir” es un excelente tebeo de superhéroes y no
es de extrañar que Ellis no supiera muy bien qué hacer a continuación en el
Volumen 2. Revisitó el conflicto “Naciones Unidas/Stormwatch versus Estados
Unidos” ya expuesto en su etapa anterior, pero aquí contó con la incorporación
de un dibujante maravilloso, Bryan Hitch, que pasaría a ocupar el puesto de
artista regular de la colección (aunque con bastantes insertos de otros colegas
habida cuenta del tiempo que invertía en sus meticulosas planchas y su
consecuente imposibilidad de entregarlas en las fechas previstas).
En el nº 4, Ellis presenta dos nuevos personajes, Apollo y Midnighter, trasuntos respectivamente de Superman y Batman. Y lo hace mostrándolos desnudos la primera vez que los vemos, dejando claro al lector mínimamente avispado que son pareja, relación que se confirmará explícitamente más adelante. En el nº 7, introduce otro concepto maravilloso: la Sangría, “las venas del Multiverso, las paredes celulares de Dios, la estructura de Todo”. Una idea tan genial que DC la adoptó y siguió usando cuando compró Wildstorm a finales de 1998.
Leídos estos doce números de los que consta el segundo
volumen, da la sensación de que Ellis se esfuerza por conseguir algo sin
lograrlo del todo. Tal y como estaba constituido, StormWatch no le funcionaba
para lo que tenía en mente, necesitaba despejar el camino, subir la apuesta y
liberar del todo a sus héroes, sustrayéndolos de cualquier control ajeno. En
uno de los arcos argumentales, Jackson King, el nuevo Hombre del Tiempo tras la
caída en desgracia de Bendix, tiene reticencias a la hora de intervenir
directamente en la crisis existencial que está aconteciendo en un universo
alternativo, limitándose a ayudar indirectamente. Ayuda que Winter no considera
suficiente dado que, bajo su punto de vista –y el de Ellis en este punto- los
superhéroes tienen la obligación de ayudar a cualquiera que lo necesite,
incluso en otros universos.
Y para hacer limpieza es para lo que le sirvió el proyecto
del editor de Wildstorm, Scott Dunbier: un crossover único entre Image y Dark
Horse (propietaria de los derechos para el comic del universo “Alien”). Escrito
por Warren Ellis y dibujado por Chris Sprouse y Kevin Nowlan,
"WildC.A.T.S/Aliens" nº 1 (agosto 1998) presentaba un sangriento
encuentro entre el elenco de superheroes de Jim Lee y los xenomorfos de las
películas de Sigourney Weaver. Durante su batalla a bordo del satélite orbital
de Stormwatch, los WildC.A.T.S. descubren que los alienígenas han aniquilado a
la mayoría de Stormwatch, incluyendo Winter, Fahrenheit, Fuji y Hellstrike. Al
único al que Ellis da un buen final es a Winter, mientras que Toshiro, Nigel y
Lauren mueren fuera de plano.
En cierto modo, podríamos interpretar esto como un gesto de
desprecio de Ellis a los personajes que no le interesaban, pero lo cierto es
que los había tratado excepcionalmente bien desde que tomara el control de la
colección. Probablemente, prescindió de ellos porque pensaba que no encajaban
con la nueva idea que tenía en mente y quería dejar claro que el grupo que a
continuación iba a fundar Jenny Sparks debía enfrentarse a un mundo muy
diferente. Como mencioné antes, Nikolas y Lauren eran reliquias de otro tiempo
en el que el patriotismo se veía como una virtud inmaculada y los bandos
estaban claramente definidos. Nigel y Toshiro también formaban parte de ese
legado. A pesar de su actitud cínica, Nigel, creía en la necesidad de un orden
para el mundo, y Ellis escribió a Toshiro como un pacifista. No había lugar
para ellos en el mundo moralmente ambiguo de operaciones encubiertas en el que
se habían movido Apollo y Midnighter.
Pero es que, además, la existencia de la Sangría abría la puerta a universos alternativos, y extraterrestres invencibles llegaban para reconquistar la Tierra. Estas eran amenazas que superaban con mucho las capacidades de la antigua StormWatch. Ellis subió la apuesta y, por lo tanto, hubo de crear algo nuevo a la misma altura. Eso no significa que este segundo volumen carezca de interés –todo lo contrario- pero sí podemos interpretarlo como el epílogo a la trayectoria de un equipo de superhumanos fallido abocado a su inevitable desaparición y un prólogo a su inmediata iteración.
No se puede decir que Ellis sea completamente original en
esta serie, pero sí que adopta el modelo de obras como “Miracleman” y le aporta
una buena dosis de realpolitik. Mientras que la obra maestra de Moore se
centraba en el establecimiento de una dictadura superheroica, los personajes de
StormWatch no gozan del mismo grado de poder individual y tienen enfrente
demasiados villanos como para prevalecer sin competencia. Ellis quiere explorar
cómo sería un mundo como el nuestro de existir esos superhumanos y cómo podrían
reaccionar los gobiernos más importantes ante el recorte de poder que
experimentarían. Sí, el blanco de su ataque es, sobre todo, Estados Unidos,
pero eso responde a que ese país, después de todo, era entonces la nación
militar y tecnológicamente más poderosa del planeta y no resultaba del todo una
fantasía que estuviera dispuesta a desafiar a la ONU.
Manipulación genética, grupos extremistas de ultraderecha, estados terroristas… todo eso sigue estando de actualidad y, aunque Ellis ya había escrito sobre estos temas y seguiría haciéndolo desde entonces, nunca lo había hecho para una serie de superheroes inmersos en la geopolítica planetaria, lo que en su momento le aportó un grado extra de frescura a la colección. Sí, son temas y tropos muy habituales en la ficción superheróica, pero Ellis los sirve en dosis concentradas y los utiliza para animar al lector a reflexionar sobre el uso del poder.
Llama la atención que, siendo este un comic de la escudería
Image en plenos años 90, se le asocie más con su guionista que con un dibujante
en particular. Esto quizá sea así porque Tom Raney nunca ha sido una
superestrella y Bryan Hitch no lo fue hasta “The Authority”. Tras la avalancha
inicial de colecciones con guiones catastróficos, los responsables de la
editorial cayeron en la cuenta de que necesitaban buenos escritores, y Ellis
fue el primero en dejar su huella sobre uno de aquellos títulos tal y como otros
colegas suyos lo hicieron en la DC de los 80 y 90. A pesar de la participación
de profesionales de la altura de James Robinson o Alan Moore en “Leave it to
Chance” o “WildC.A.TS”, por ejemplo, esas colecciones siguen estando dominadas
por el peso del artista. Ellis, sin embargo, se impuso a todos los dibujantes
con los que colaboró en “StormWatch”.
El estilo de Raney refleja a la perfección la estética
predominante en los comics de superheroes de mediados de los 90. Aunque no
comete los excesos anatómicos de otros artistas de la época, sus personajes siguen
estando demasiado musculados. Su diseño para el traje de Rose Tattoo es
especialmente detestable pero es que, además, dado que este personaje rara vez
habla, el dibujante debería expresar sus estados de ánimo recurriendo a las
expresiones faciales, algo que a todas luces no consigue. En otros aspectos,
sin embargo, ofrece algunos momentos muy interesantes, sobre todo los
relacionados con personajes creados por Ellis, como Jenny Sparks o Jack
Hawksmoore, de figuras más elegantes y naturalistas. También hace un buen
trabajo diseñando tanto las abundantes monstruosidades que se pasean por la
colección como el grupo de John Cumberland, anticipando la fascinación que
demostraría Ellis por otros géneros en colecciones como “Planetary”.
Desafortunadamente, Raney tropieza en algunos segmentos
cruciales del arco “Cambia o Muere”, como la batalla final entre StormWatch y
el grupo del Supremo, mal narrada y con una demasiado apresurada introducción
del arma biológica de Bendix, restando el impacto que podría haber tenido en el
lector. El último número es especialmente caótico y transmite la sensación de
que Ellis intentaba abarcar demasiado y demasiado rápido y Raney no podía
seguirle el ritmo. La muerte de Rose, por ejemplo, debería ser un momento de
mayor impacto, pero tanto Ellis como Raney le restan dramatismo.
Quizá su mejor trabajo sea el antes mencionado nº 44, aquél en el que Jenny le cuenta la historia de su vida a Jackson King. Raney va pasando de un estilo a otro para reflejar el más asociado a los cómics de cada época: el de la Edad de Oro de los superheroes, el “Spirit” de Will Eisner, Curt Swan, Robert Crumb, Jack Kirby en Marvel y Dave Gibbons en “Watchmen”. En este número, el apartado gráfico está a la altura de la historia de Ellis. En fin, que puede que Raney no tuviera el prestigio de otros artistas de Image en 1996, pero, desde luego tenía más dotes narrativas que la mayoría de sus colegas de editorial. Y eso era lo que Ellis necesitaba.
A quien más asocian los aficionados con la serie es a Bryan
Hitch, pero es sobre todo porque fue él quien preparó el camino para “The
Authority”. De hecho, no fue Hitch quien relanzó la serie en el Volumen 2, sino
Oscar Jiménez, que dibujó los tres primeros números. Ellis admitió que nunca
llegó a sintonizar bien con Jiménez, aunque el trabajo de éste sea, como
mínimo, competente. Además, hay que recordar que tuvo tres entintadores
distintos en su corto recorrido en la colección, lo que tampoco ayudó en cuanto
a coherencia visual. Algunos lo han acusado de abusar de las líneas (un vicio
muy frecuente en la Image de entonces y que yo achaco a la inseguridad que un
artista algo inmaduro siente ante el espacio vacío), aunque no creo que sea el
peor ejemplo de aquella época y, además y en este caso, añade cierta capa de
repugnancia a determinadas escenas o conceptos, como las armas implantadas en
la piel de los soldados, por ejemplo, mostrando cada inserción que conecta lo
orgánico con lo inorgánico. También convierte a Henry Bendix en un anciano
espeluznante que se parece poco a su antiguo yo, reflejando de forma aterradora
su enfermedad y su potencial para seguir siendo una amenaza (que Ellis nunca
exploró, ya fuera porque se había cansado del personaje o porque no tuvo tiempo
antes de que cancelaran la colección).
En cuanto a Bryan Hitch, podemos ver claramente aquí por
qué se convirtió desde ese mismo momento en uno de los favoritos de los
lectores: sus líneas son limpias; sus diseños impactantes; su trabajo anatómico
y expresivo de gran nivel; y su detallismo, aunque no había llegado a ser tan obsesivo
como en años posteriores, contribuye a transmitir la sensación de mundo
realista en deformado por fenómenos fantásticos. Ya en este punto de su
carrera, estaba muy por delante de cualquiera de sus contemporáneos en Image…
excepto en su capacidad de cumplir los plazos de entrega. Es por eso que, tras
dibujar sólo cuatro números consecutivos, Michael Ryan tuviera que sustituirle.
Aún no había empezado a utilizar profusamente el formato panorámico, pero ya
hay ciertos detalles que lo apuntan, sobre todo en la historia de Apollo y
Midnighter en los números 4 al 6.
Obviamente, Hitch estaba mucho más preparado que sus predecesores para la acción superheróica de escala épica, y Ellis estaba avanzando rápidamente en sus guiones para ajustarse a esa fortaleza, culminando en las historias de “The Authority”. Entre una y otra colección, Hitch no transforma demasiado su estilo, pero como en “The Authority” los arcos eran algo más extensos, pudo explayarse con mayor libertad.
La adquisición de Wildstorm por parte de DC llevó a una
breve edad dorada para ese sello, que duró más o menos de 1999 a 2004. Pero esa
etapa gloriosa empezó a gestarse y madurar antes, cuando Wildstorm aún
pertenecía a Image, y comenzó precisamente en “StormWatch”. Image había
empezado a separarse de la visión de sus creadores con comics como “Astro City”
(1995) o “Leave It To Chance” (1996), pero ninguna de esas colecciones tenían,
en puridad, la “impronta” Wildstorm. ¿Hizo el éxito de “StormWatch” más
atractivo a Wildstorm de cara a DC? No lo sé, pero parece bastante evidente que,
a finales de 1998, incluso después de que se cancelara el segundo volumen (cuyo
último número se publicó en septiembre), “StormWatch” se había convertido en la
joya de la corona del sello, lo que sin duda propició el lanzamiento de “The
Authority”.
En “StormWatch”, Warren Ellis obtuvo la libertad que
necesitaba para proponer ideas radicales, conceptos fascinantes y nociones
subversivas, todo ello sin perder jamás el ritmo ni la fluidez. Demostró que se
podía incorporar la realpolitik a un cómic de superhéroes, dotando a las aventuras
de una profundidad, intensidad, ambición y relevancia superiores a lo que
cualquier editorial se hubiera atrevido a intentar antes. Su estilo reflejaba
una sensibilidad contemporánea y su comentario político y antihéroes
sexualmente activos y moralmente ambiguos, atrajeron lectores que buscaban
historias de superhéroes más sofisticadas y afiladas de las que ofrecían otras
editoriales. Héroes y villanos morían y permanecían muertos, las conspiraciones
políticas movían el mundo entre bambalinas y los héroes escondían oscuros
secretos que iban saliendo a la luz poco a poco. Si bien estas historias no son
tan originales y subversivas como algunas de las que Ellis escribirá para obras
posteriores, ya se aprecia su voluntad de llevar el concepto de este tipo de
equipos (StormWatch no deja de ser un híbrido de la Liga de la Justicia y Los
Vengadores) a un ámbito nunca antes visto en el género.
El “StormWatch” de Warren Ellis es un clásico que cualquier aficionado al género de superhéroes debería tener. Y no por ofrecer una lectura tan entretenida e inteligente como provocadora, sino por ser una de las obras más influyentes del cambio de siglo y preparar el camino a otras muchas que estarían por venir y cuyos autores tratarían de imitarla en estilo y espíritu sin conseguirlo las más de las veces (en no pocas ocasiones, precisamente –y que se lo digan a Mark Millar en “The Authority”- por no obtener de la editorial el apoyo y la libertad que Image sí supo brindarles a sus creadores).
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