9 nov 2024

2009- EL CIELO SOBRE EL LOUVRE – Jean-Claude Carrière y Bernar Yslaire

 

A comienzos de 2009, el Museo del Louvre albergó una breve exposición titulada “El Louvre invita al Comic” y cuya provocativa frase de presentación rezaba: “¿Quién podría haber imaginado que un día el Louvre podría exhibir comics?”. Ese acontecimiento fue la culminación de un acuerdo entre esa institución y la prestigiosa editorial francesa Futurópolis en virtud del cual se publicarían una serie de álbumes en los que el museo, reinterpretado por diferentes autores, gozaría de un protagonismo especial.

 

La iniciativa la impulsó Fabrice Douar, responsable del departamento editorial del Louvre, presentándola con estas palabras: "El interés y el principio rector de esta colección se basan en el libre intercambio entre el autor, sus deseos y anhelos personales, y el museo que se pone a su disposición. Se da carta blanca a la creación y la imaginación para establecer un diálogo, un juego de miradas cruzadas entre las obras, el museo y el artista que inventa su "historia" a partir, según desee, de una obra, de una colección o de una sala del museo, o de todo el conjunto (…) Parece lógico imaginar una colección de cómics en la que diferentes sensibilidades, diferentes estilos de los autores, encontraran naturalmente su espacio".

 

Y esa fue, precisamente, una de las directrices de la colección: seleccionar autores que reunieran dos criterios: ser creadores integrales (esto es, guionistas y dibujantes al tiempo) y tener un estilo gráfico singular, un universo gráfico personal y claramente distintivo. Para cuando esa exposición se inauguró, ya habían aparecido tres álbumes a cargo, respectivamente, de Nicolas de Crécy (“Période glaciaire”, 2005), Marc-Antoine Mathieu (“Les sous-sols du révolu”, 2006) y Eric Liberge (“Aux heures impaires”, 2008). El cuarto sería “El Cielo sobre el Louvre”, firmado por Bernar Yslaire con la colaboración en el guion de Jean-Claude Carrière.

 

Desde un punto de vista puramente creativo, el experimento fue un éxito porque todos ellos resultaron ser no sólo buenos comics sino hitos importantes dentro de las respectivas carreras de sus autores. Y desde el punto de vista cultural, puede decirse que también obtuvo el resultado buscado: el Louvre pudo proyectar su historia y relevancia más allá de los círculos habituales y los amantes del comic vieron cómo esa prestigiosa institución reconocía el potencial artístico del noveno arte.

 

El criterio de selección de los autores y su invitación a formar parte de una exposición en una institución tan influyente y reconocida como el Louvre, contribuyó a acercar la identidad del autor de comic (en su faceta, ya lo he dicho, de creador integral) a la de los reconocidos pintores cuyos lienzos se exponen en las salas del museo. Ese acercamiento también vino propiciado por la ausencia de restricciones editoriales, ya que los autores gozaron de absoluta libertad en cuanto al número de páginas, el formato, la maquetación o los temas a tratar. Una libertad que se le reconoce con normalidad al artista del siglo XXI pero que, paradójicamente, no disfrutaron en su época muchos de los pintores hoy expuestos en el Louvre.

 

Esta iniciativa del Louvre por atraer a un público amante de los comics, no fue la única ni mucho menos. El prestigio del que goza el comic en el país vecino ha propiciado que instituciones culturales de todo tipo y por toda su geografía hayan albergado exposiciones desde Astérix y Burne Hogarth, de los comics belgas o Moebius a los autores de La Asociación, de Hergé a Franquin… Es una lástima que en nuestro país siga existiendo esa brecha elitista que impide a ciertas élites no ya comprender sino reconocer los méritos artísticos, narrativos y comunicativos de la narrativa secuencial.

 

Nacido en Bruselas en 1957, Yslaire empezó su carrera profesional en los comics a finales de los años 70, firmando como Barnard Hislaire sus historias publicadas en la revista “Spirou”. Entendiendo que debía dar un paso adelante de tal magnitud que su antiguo nombre ya no le representaba, en 1986 empieza una saga histórica de tintes románticos y trágicos, “Sambre”, que firmará como Yslaire y en la que demostrará poseer un talento extraordinario. En la década de los 90, probó suerte con el campo digital con la web xxeciel.com y una serie de álbumes experimentales reunidos bajo la denominación “XXe ciel”, un intento algo pretencioso de examinar con lente psicoanalítica el siglo que estaba llegando a su fin. Uno de ellos fue “El Cielo sobre Bruselas” (2006), cuyo título recicló parcialmente para el encargo del Louvre y para el que contó con la ayuda del novelista, dramaturgo y guionista cinematográfico Jean-Claude Carrière, responsable, por ejemplo, de los libretos de “El Discreto Encanto de la Burguesía”, “Ese Oscuro Objeto del Deseo”, “El Tambor de Hojalata”, “La Insoportable Levedad del Ser”, “Cyrano de Bergerac”, “Valmont” o “Sommersby”.

 

La elección de Carrière quizá respondió a su conocimiento de la época en la que iba a transcurrir el comic, la Revolución Francesa, sobre la que versó el guion de la película “Danton” (1983, Andrzej Wajda). En concreto, el terrible año 1793, interpretado desde el punto de vista del pintor Jacques-Louis David, que puso su talento al servicio de la inestable y turbulenta revolución antes de encontrar un patrocinador más fiable en la figura de Napoleón.

 

“El Cielo sobre el Louvre” nos cuenta la historia de la creación de dos lienzos: “La Muerte de Bara”, una pintura inconclusa actualmente exhibida en el Museo Calvet en Aviñón; y otra que tampoco llegó a completarse y que iba a representar al Ser Supremo, encargada a David por Robespierre. Yslaire regresa a la exaltación romántica que tan bien representó en la saga de “Sambre” y aborda, a través de los diferentes estados de ánimo de David y las turbulencias revolucionarias, la cuestión de la representación pictórica durante el período revolucionario.

 

A mediados de 1793, la Revolución está atravesando momentos muy difíciles. Las monarquías que rodean Francia amenazan con asfixiarla, estallan revueltas en diferentes ciudades y no hay suficientes tropas para sofocarlas, el pueblo está hambriento… El Comité de Seguridad Pública empieza a ver contrarrevolucionarios por todas partes, admitiendo todas las denuncias y marcando a miles de personas para la ejecución. En este contexto cambiante e incierto, Marat, el amigo del pueblo, es asesinado y en una llamarada patriótica impulsada por la pintura que de su muerte hizo David en solo tres meses, se convierte en el gran mártir de la República. Robespierre comprende entonces que el arte puede servir para enfervorizar al pueblo ofreciéndole ejemplos de patriotismo y virtud.

 

Y así, el 8 de agosto de 1793, abre sus puertas en París el primer museo de la nación, el Palacio del Louvre, un escaparate de los ideales de la nueva revolución con el que luchar contra sus enemigos. Ese mismo día llega a la ciudad Jules Stern, un joven que dice provenir de Jazaria, en Asia Central. Busca al pintor Jacques-Louis David, aunque el caos reinante sólo le permite llamar brevemente su atención. Un mes después, cuando el muchacho comparece ante el Comité de Seguridad General, realiza una afirmación chocante que no es creída pero la visión de este muchacho de aspecto angelical le causa a David, que forma parte de ese consejo, una inquietud interior.

 

Como artista reconocido y miembro de la Convención, David vivió en el ojo del huracán de la Revolución y frecuentó a los líderes de la misma. Adaptándose a la ideología jacobina, defendió la ruptura estilística con el Antiguo Régimen, propugnando que las obras de arte debían encarnar y transmitir los valores de la recién nacida República a través de trazos nerviosos y enérgicos. Las viejas pinturas fueron descolgadas de las salas del Louvre y sustituidas por cuadros modernos. Conforme el Terror se extiende, las cabezas ruedan al pie de la guillotina y las denuncias se multiplican, los fondos y líneas de las pinturas se purifican, se ensalza la figura masculina y los fondos y los cielos se vacían de contenido en nombre de la Igualdad. Cuando David está terminando el retrato de una dama y ésta le pregunta por qué no ha pintado un jardín o unos muebles de fondo, aquél le responde: “Nos dirigimos hacia la libertad y la igualdad, ciudadana. Hacia una sociedad mejor…e igual para todos (…) Si te retrato junto a una cómoda o un jardín, te distingo de los demás. Es como un privilegio”.

 

Robespierre está convencido de que el pueblo se alimenta de símbolos, pero considera que la Revolución aún no ha encontrado el suyo. Como sus colegas se oponen vehementemente a la idea de reinstaurar la libertad religiosa (“¡Proclamar la libertad de culto! ¿Acaso quieres traer de vuelta a Dios entre nosotros, Maximilien?”), Robespierre propone celebrar un festival en primavera y le encarga a David que pinte algo que represente al Ser Supremo: “Todo culto necesita sus imágenes, David. Tú deberías saberlo. Habitamos en la Tierra, somos humanos. Incluso lo invisible necesita tomar forma. Encuentra esa imagen. ¡La necesitamos!”.

 

Pero el pintor no consigue dar con el concepto y la imagen que se le exige. ¿Cómo pintar un ideal abstracto que represente la virtud y la vida cuando todo lo que le rodea le remite a la muerte? Y entonces, cuando en su estudio se presenta el joven Jules a una prueba de modelos, siente que él podría ser la solución.

 

El álbum aspira a la grandiosidad en todos los niveles. El contexto histórico de 1793 marca el tono general, un escenario sobre el que intrigan, manipulan y tratan de sobrevivir figuras como Danton, Marat, Robespierre o Saint-Just, inmortalizados por los maestros de la época (sobre todo el propio David y Girodet). Mucho más que las obras anteriores de esta colección, “El Cielo sobre el Louvre” sumerge al lector en el microcosmos del Museo haciendo uso de varios recursos: la riqueza y número de cuadros que se incorporan a las viñetas; el período histórico elegido, inteligentemente delimitado por los cuadros de dos mártires de la Revolución; la conexión espacial, narrativa y temática que se establece entre la actividad de los pintores en el propio edificio, los debates y opciones políticas y las consecuencias de las mismas.

 

El guion, dividido en diecinueve capítulos introducidos y a veces también rematados o punteados por textos que sitúan al lector en la coyuntura revolucionaria de cada uno de los meses en los que se desarrollan aquéllos, aborda cuestiones que van desde lo metafísico a lo mundano, como la posibilidad de representar una fuerza divina; la influencia que en la política puede tener el arte y la interferencia de aquélla en éste; el poder de los símbolos entre el pueblo; la amarga paradoja entre la violencia perpetrada por un movimiento revolucionario y la pureza de las imágenes con las que transmite sus ideales; la relación entre inspiración y creación o la recurrencia en el tiempo de ciertas situaciones.  

 

El característico estilo de Yslaire vuelve aquí a jugar con la alternancia de dos colores: rojo sangre y gris; deja algunas figuras o fondos acabados solo a medias para mantener la atención del lector y remitirle constante y conscientemente al trabajo de composición y las diferentes etapas de la producción artística así como a las fases de tensión y reflexión que constituyen uno de los principales temas del comic; y subraya, en fin, su propio virtuosismo artístico al vincularlo directamente con el de los grandes pintores del Louvre. Algunas de sus escenas fascinan, otras repelen, pero ninguna deja indiferente. El único problema de la historia es el personaje de Jules Stern, que, si bien es un guiño a las últimas obras de Yslaire y encarna estéticamente ciertos ideales, carece por completo de recorrido o personalidad.

 

“El Cielo sobre el Louvre” es un álbum de gran belleza gráfica que aporta una dimensión mítica a la colección Louvre/Futurópolis a la que pertenece y se ajusta en mayor medida a la idea de un museo orgulloso de sus colecciones y de su identidad histórica como institución cultural francesa de primer orden. Sus páginas narran una tragedia en la que se entrelazan de forma tan bella como amarga Historia, Ficción, Política y Arte durante un periodo muy convulso del pasado de Francia y que tiene sobradas virtudes gráficas para que la pueda disfrutar cualquier amante del comic, pero que sabrán comprender y apreciar en mayor medida aquellos que estén más familiarizados con los nombres, lugares y eventos históricos que aquí intervienen.

 


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