Los Guardianes de la Galaxia son la demostración perfecta de que en los comics no se desperdicia ninguna idea porque, en algún momento, de la mano de algún creador, puede convertirse en un triunfo fabuloso. Así, unos personajes nacidos en una oscura historia publicada en un título antológico de segunda fila en 1969, acabaría recaudando miles de millones de dólares en una saga de películas que les dieron a conocer en todo el planeta. Si, es una historia de éxito, pero también hay que hacer notar que la alineación del grupo, hoy tan popular gracias a las películas, tiene poco que ver con su encarnación original.
Los Guardianes debutaron en el nº 18 (enero 69) de una
colección titulada “Marvel Super-Heroes”, que continuaba la numeración de una cabecera
anterior, “Fantasy Masterpieces”. Se trataba de una antología de comics que
iban cambiando mes a mes y que combinaba en cada ejemplar una historia nueva
protagonizada por un personaje diferente y reediciones de viejos comics de la
casa. El objetivo era testar la aceptación entre los lectores de los personajes
allí presentados. Fue en estas páginas donde debutó el Capitán Marvel antes de
obtener serie propia, seguido de Spiderman, Medusa, el Águila Fantasma y el
Caballero Negro antes de dar paso a una historia futurista de invasiones
alienígenas y héroes de la resistencia.
La idea original había salido de la imaginación de Roy
Thomas, que propuso un futuro en el que los Estados Unidos habían sido conquistados
por los “rojos” (rusos y chinos). Un grupo de guerrilleros con poderes trataba de
liberar al país de los invasores. Sin embargo, sus labores editoriales le
impidieron desarrollar el concepto y optó por cedérselo a Arnold Drake
(guionista por entonces de los X-Men), que, tras reunirse con Stan Lee para
perfilar la historia, lo cambió notablemente.
Así, el futuro estaría aún más alejado (el año 3007) y el escenario abarcaría todo el Sistema Solar. Unos alienígenas humanoides de rasgos reptilianos, los Badoon (presentados en “Silver Surfer” nº 2, octubre 68), invaden todas las colonias humanas asentadas en el Sistema además de la propia Tierra. Un grupo de valientes guerreros, humanos modificados y cada uno originario de un planeta, se reúnen y deciden combatir a los invasores: Charlie-27, de Júpiter, de gran fuerza y resistencia; Martinex, de Plutón, capaz de disparar rayos de frío y calor; el arquero Yondu, del planeta Centauri IV; y Vance Astro, de la Tierra, con poderes psicoquinéticos. (La premisa inicial de Thomas volvería a reciclarse para dar origen a otra colección, “La Guerra de los Mundos”, en 1973, de nuevo bastante modificada).
La historia de este número es forzosamente muy escasa. En
sólo 22 páginas, había que presentar a cuatro personajes, el contexto general y
encajar varias escenas de acción. Se trata de un prólogo somero pero eficaz que
propone un escenario de rebeldes contra un malvado imperio, muy viejo en el
subgénero de la space opera literaria pero que cobraría nueva vida con el
estreno unos años más tarde de “Star Wars”. Drake, especializado en personajes
extraños y alienados (poco antes de pasar a escribir los X-Men había cocreado,
en DC, la Patrulla Condenada), consigue mantener la atención del lector hasta
el final. La labor de Colan es más discutible. Su especialidad no era la
ciencia ficción, algo que se trasluce claramente en sus pobres diseños de naves
y decorados futuristas. De hecho, en la misma colección de “Marvel
Super-Héroes”, su estilo había encajado mucho mejor en el número dedicado a
Medusa (nº 15), ambientado en el mundo moderno. Quizá por eso intentó
compensarlo con unos montajes rotos de página que distrarían hasta cierto punto
de la pobreza de los fondos.
En aquellos años 60 que tocaban a su fin, sólo existían un
puñado de comics de ciencia ficción (Magnus Robot Fighter, la Legión de
Superhéroes) en un ecosistema editorial, el norteamericano, dominado por los
superhéroes, lo que quizá explica por qué aquella entrega no llamó la atención
de casi nadie. Pero hubo algo más implicado en su posterior marginación. Tras
un par de números de “Marvel Super-Héroes” dedicados a personajes más “seguros”
como Ka-Zar o el Doctor Muerte, Roy Thomas estaba dispuesto a darle una nueva
oportunidad a la ciencia ficción y, junto al dibujante Dan Adkins, creó al
personaje de Halcón Estelar (Starhawk), otro héroe del futuro, esta vez uno
postapocalíptico del año 2137. Adkins dibujó una dinámica portada para lo que
iba a ser el número 21 de la colección y la envió al despacho del editor en
jefe, Martin Goodman. Gran error.
Porque Goodman era refractario por completo a la ciencia
ficción. No sólo pensaba que el género no tenía salida comercial, sino que
odiaba sus elementos más representativos. Y la portada de Adkins tenía unos
cuantos: naves, robots, pistolas de rayos… Así que ni corto ni perezoso, puso
el veto y ordenó que a partir de ese momento “Marvel Super-Héroes” se dedicara
exclusivamente a las reediciones de material antiguo. La portada de Adkins
acabaría publicada en “Marvelmania Monthly Magazine” nº 3 (1970) –la revista
oficial del club de fans de Marvel- y la mitad de la historia ya realizada en
el nº 6. El personaje, sin embargo, estaba muerto. Nunca volvió a utilizarse
aunque, como sí se había anunciado en el nº 20, sirvió años más tarde como
inspiración para Steve Gerber, que creó otro héroe con el mismo nombre en 1975
y que acabó incorporándose a los Guardianes de la Galaxia.
De hecho, así de efímera podría haber sido la trayectoria
de los Guardianes de la Galaxia y la Hermandad de los Badoon, de no haber sido
por Steve Gerber, uno de los jóvenes guionistas fichados por Marvel a comienzos
y mediados de los 70. Pertenecía a una generación que, a diferencia de sus
mayores, entendía los comics como algo más que una mera profesión con la que
ganarse discretamente la vida. Deseaban dignificar el medio, aprovechar todos
sus recursos y utilizarlo para canalizar sus preocupaciones y obsesiones.
Gerber fue uno de los guionistas más heterodoxos e interesantes de aquella
hornada y en su haber se encuentran hitos del comic de los 70 como “El Hombre-Cosa”,
“Howard el Pato” o “Los Defensores”.
De acuerdo con su amigo, editor y guionista Tony Isabella,
Gerber decidió recuperar a los Guardianes de la Galaxia (de quienes pocos
debían acordarse ya) para la colección que estaba escribiendo en ese momento,
“Marvel Two-In-One”. Era la serie perfecta para ello porque su objetivo y
fórmula era muy clara: utilizar la popularidad de La Cosa (el miembro de los
Cuatro Fantásticos) para presentar a los lectores otros personajes que Marvel
tenía interés en promocionar. Gerber llevó a cabo el encargo a la perfección,
conectando esos argumentos con los de otras colecciones que él ya estaba
escribiendo (“Daredevil”, “El Hombre-Cosa” o “Sub-Mariner”) o que lo iba a
hacer en breve (“Los Defensores”, “Marvel Presents”).
Y así, en los números 4 y 5 de la colección (julio y septiembre 74), Gerber vuelve a presentar a los Guardianes de la Galaxia –con algunas variaciones en los uniformes obra de Dave Cockrum- en una aventura que, utilizando la máquina del tiempo del Doctor Muerte manejada por Reed Richards, lleva a La Cosa, el Capitán América y Sharon Carter a la Tierra del siglo XXXI, dominada por los Badoon. A continuación, Gerber se los llevó consigo a Los Defensores, primero en una historia terriblemente mediocre en argumento y dibujo (a cargo de Don Heck) incluida en el “Giant-Size Defenders” nº 5 (julio 75), donde los héroes del futuro llegaban a la Nueva York contemporánea; y luego en un arco argumental de cuatro números dibujados por Sal Buscema para la colección regular del grupo (nº 26-29, agosto-octubre 75) que llevaba a los Defensores al futuro para ayudar a los Guardianes en la lucha contra los Badoon.
Aunque la historia alcanza un climax y desenlace, da la
impresión de que en este punto ya existían planes para lanzar alguna colección
protagonizada por los Guardianes de la Galaxia. En especial, en estos números
de Los Defensores, Gerber aprovecha para incorporar al equipo una creación
propia que acabo de mencionar, el enigmático Halcón Estelar, apuntando sólo
algunos indicios de su historia de fondo. Obviamente, su intención era la de
profundizar en el personaje algo más adelante pero aun cuando el grupo, como
veremos, sí obtuvo serial propio en una cabecera de la casa, Gerber se marchó
del mismo antes de explorar por completo el origen de Halcón Estelar.
El conjunto de todos estos números dispersos puede ser calificado de decente pero no particularmente notable. Como escaparate para los Guardianes, tiene el problema de que, excepto su presentación en “Marvel Super-Héroes”, siempre actúan como estrellas invitadas en comics ajenos, lo que impide profundizar en ellos y que encuentren un rumbo y tono propios. El dibujo, en su mayor parte realizado por Sal Buscema, es eficaz más que inspirado y sin duda hubiera sido más beneficioso para los personajes tener a un artista más ducho en el diseño y la atmósfera.
Por otra parte, aunque Gerber se hizo un nombre en la
industria por su talante inconformista y transgresor, y que sus mejores obras
eran provocadoras y extravagantes, sus mayores fortalezas no siempre residían
en las tramas. Así, en estos números encontramos algunos momentos originales,
incluso visionarios (como esa historia del futuro tan rica en ideas y
condensada en sólo seis páginas, en la que predice el cambio climático y el
auge de la biónica) y digresiones satíricas (la lucha de sexos, la televisión
basura), pero siempre vehiculados por un argumento bastante sencillo. La
fórmula que sigue Gerber en “Los Defensores”, dividir por equipos (un Defensor
y un Guardián) que deberán afrontar distintos desafíos, le da variedad y ritmo
a la saga pero, en el fondo, la trama sigue siendo muy simple y los héroes no
requieren de sus mejores recursos para salir de los apuros en los que el
guionista les mete. Por otra parte, los Badoon carecen de profundidad o
individualidad, limitándose a ejercer de tiránicos y crueles alienígenas de
tebeo infantil.
A pesar de estos inconvenientes, esta primera etapa no
puede tacharse de mala. Son comics del montón que carecen del nivel de
caracterización que hubiera mejorado el resultado global y de los aspectos más
netamente de ciencia ficción que se introducirían en etapas posteriores. Aunque
sentaron las bases del éxito futuro que cosecharían los personajes, los fans
menos veteranos difícilmente encontrarán aquí algo de su agrado.
En 1976, las intrigas editoriales en el seno de Marvel y el descontento de algunos autores llevaron a la deserción de profesionales como Steve Englehart o Jim Starlin. El único de los guionistas que permaneció en la editorial fue Steve Gerber. Y ello sólo fue porque ésta, preocupada por la marcha de tantos autores de valía, le ofreció un contrato laboral muy ventajoso en 1977. Antes de eso, en marzo de 1976, Gerry Conway había sustituido a Marv Wolfman como editor jefe de Marvel y parte de su contrato incluía ser editor y guionista de nada menos que ocho colecciones. Cinco de ellas ya estaban en marcha y se crearon otras dos para cumplir el acuerdo. Era inevitable que algún guionista fuera sacrificado para encajar a Conway en su lugar y ese fue Gerber. Para compensarlo, se le dieron otros títulos, más secundarios, sí, pero sobre los que tenía mayor libertad, convirtiéndolo en dueño y señor de uno de los rincones más heterodoxos del Universo Marvel de los 70. Una de esas colecciones fue “Omega el Desconocido”. La otra fue un serial de “Los Guardianes de la Galaxia” iniciado a partir del nº 3 (febrero 76) de la antología “Marvel Comics Presents”.
La historia comenzaba justo al término de lo narrado en
“Los Defensores” nº 29 unos meses antes. Gracias a la intervención del grupo
del Doctor Extraño, la rebelión humana contra el tiránico dominio de los Badoon
había estallado con éxito en la Tierra. Cabía esperar, por tanto, que lo que
albergarían estas páginas sería una space opera centrada en la batalla de los
escasos pero valientes rebeldes contra los numerosos y bien armados opresores. Pero,
inesperadamente, Gerber, que seguramente no tenía interés en acabar imitando lo
que ya había hecho Don McGregor en “Killraven”, puso abruptamente fin a la
invasión Badoon ya en el primer número y encaminó la historia por otros
derroteros.
Así, lo que podía haber sido una larga guerra, queda
rápidamente interrumpida cuando llegan a la Tierra las hembras Badoon
(presentadas en la mencionada saga de “Los Defensores”) a bordo de una flota de
naves y se llevan a sus varones hacia un destino presumiblemente peor que la muerte.
Desaparecida su razón de ser como luchadores por la libertad en una Tierra
ahora en paz y entregada a la reconstrucción, los Guardianes se encuentran cada
vez más alienados por la vertiente menos ejemplar de nuestra especie.
Yondu, de vuelta en su planeta natal, considera seriamente el suicidio pero cambia de opinión cuando, tras apuñalar a un troglodita nativo hostil, toma conciencia de que conserva el instinto de preservación y, por tanto, debe encontrar una razón para vivir. En la Tierra, Martinex debe soportar prejuicios raciales contra su especie (que no deja de ser la de unos humanos mutados para soportar las condiciones de Plutón). Charlie-27 deja su trabajo en una obra después de cansarse de soportar los abusos de su capataz. Vance Astro, atrapado en un traje hermético que impide que su cuerpo de mil años de edad se desintegre al contacto con el aire, vive atormentado por no poder disfrutar del contacto de una mujer.
Es Halcón Estelar quien, viendo la situación, los
transporta a bordo de su vieja nave, la Capitán América, y les propone un nuevo
objetivo: detener una fuerza cósmica que amenaza a toda la galaxia, un arco
narrativo que se desarrollaría en las siguientes entregas con algunas
desviaciones respecto a la trama principal.
Aunque Gerber volvió a demostrar aquí su versatilidad (podía pasar con insultante facilidad de los superhéroes a la fantasía y de ahí al terror o la CF), también resulta evidente que no sentía una especial afinidad por la ciencia ficción. Varias de estas historias para los Guardianes de la Galaxia, más que hacia lo cósmico, se inclinan por lo satírico (encajando bromas relacionadas con la vida neoyorquina de mediados de los 70) y lo extravagante: uno de los episodios, por ejemplo estaba ambientado en un planeta de locos; en otro, la amenaza consistía en una rana interestelar gigante que comía estrellas.
Como era esperable de Gerber (y, en general, en parte de la
Marvel de los 70), este conjunto de historias tiene algo de provocador y
extraño. Por ejemplo, “Marvel Presents” fue el primer comic mainstream en
presentar un superhéroe “trans”, dado que el misterioso “Halcón Estelar”
alternaba sus formas masculinas y femeninas por razones que el propio Gerber
nunca explicó. También, en el nº 4, añadió un nuevo miembro al equipo, la vivaz
y sexualmente activa Nikki, una jovencita mercuriana cuyas emociones siempre
estaban a la par de su cabello en llamas: en el nº 7, su “yo astral” mantenía
relaciones sexuales con un ser cósmico para salvar la galaxia (historia que, por
cierto, consiguió pasar por debajo del radar censor del Comics Code Authority).
Más allá de esta anécdota, la adición de Nikki –cocreada junto a su colaboradora
Mary Skrenes- al hasta entonces exclusivamente masculino equipo, cambió para
mejor su dinámica.
Pero Gerber también se caracterizaba por ser poco
disciplinado y tener problemas con los arcos narrativos prolongados. Destacaba
especialmente en las escenas cortas, los momentos intensos, los conceptos
atrevidos, los temas polémicos y la interacción entre los personajes. Pero no
siempre acertaba con la mejor forma de enlazar y mantener unido todo lo
anterior, como si la trama general fuera tan solo un lienzo sobre el que pintar
sus ideas más imaginativas.
De hecho, el propio Halcón Estelar, es básicamente una
herramienta de la que Gerber se sirve para impulsar la acción de A a C sin
preocuparse por pasar por B. Con todo, A y C pueden ser muy entretenidos. Estos
eran comics breves y rápidos, que comprimían todo lo relacionado con el
desarrollo de personajes y la explicación de puntos de la trama en el poco
espacio libre que quedaba una vez descartada la acción. Puede que esto no
satisfaga a los lectores modernos más exigentes, pero también es un antídoto a
la narración descomprimida que afecta a muchas colecciones actuales, con tramas
poco mollares que se alargan artificialmente durante meses y una
caracterización pobre que se disfraza de minimalista y profunda. Puede que
leyendo estos números uno sienta el deseo de que Gerber se hubiera tomado algo
más de tiempo para desarrollar las cosas, pero tal vez fuera mejor que,
sencillamente, se concentrara en avanzar.
Ahora bien, a medida que el primer arco alcanza su clímax, da la impresión de que las alocadas ideas de Gerber terminaron por exceder su capacidad para articularlas en algo coherente. Y no sólo desde el punto de vista narrativo, sino también visual. El dibujante a cargo de esta etapa, Al Milgrom, hace un trabajo inesperadamente mas sólido de lo que podría imaginarse, pero era irreal esperar de él que fuera capaz de transmitir en sus páginas la grandiosidad de ideas como la de ese ser gigantesco, el Hombre Topográfico, cuyos brazos se extienden años luz. Halcón Estelar no abandona su pose de hombre misterioso que lanza continuamente instrucciones crípticas y al que Gerber llama “El Que Sabe”. El problema es que nunca queda claro lo que sabe y cómo lo sabe.
A este primer arco le siguió una serie de episodios que
profundizaban en los misterios del origen de Halcón Estelar, retomando las pistas
sembradas en los números precedentes. En el número 7, Gerber se retira de la
colección y a partir del 8 (diciembre 76) le entrega las riendas a un por entonces
relativamente novato Roger Stern. Éste realiza un trabajo perfectamente digno aunque
carente de la sofisticación conceptual de Gerber y su peculiar manera de
enfocar la relación entre los personajes.
En estos casos en los que los guionistas cambian a mitad de arco argumental, uno nunca puede estar del todo seguro de cuánto se perdió en el tránsito de uno a otro, pero en este caso Stern ha afirmado en entrevistas que entró en la colección sin indicaciones de ningún tipo por parte de Gerber respecto a la dirección que tenía prevista. Es cierto que Gerber se marchó dejando mucho sin explicar tanto de la historia como de los personajes, pero también cabe dudar de si, de haber permanecido al frente de la colección, hubiera resuelto todos esos misterios porque para entonces ya estaba muy disperso y sus continuos retrasos no tardarían mucho en provocar su despido de Marvel. De hecho, admitió que había empezado a narrar el origen de Halcón Estelar en el nº 7 sin tener ni idea de cómo continuarlo.
En general, los defectos de esta etapa quedan compensados
por otras tantas fortalezas. Por cada idea algo vaga o mal explicada, hay otra
que resulta intrigante y original.
En cuanto al apartado gráfico, ya indiqué que el responsable del mismo en esta etapa fue Al Milgrom, un artista irregular, capaz de narrar razonablemente bien y resolver escenas con eficacia… pero también y más a menudo de lo que sería deseable, parecer tosco y apresurado. Se pueden encontrar tantas páginas con composiciones dinámicas como viñetas demasiado atiborradas, como si Milgrom tuviera dificultades para plasmar las ideas a menudo estrambóticas de Gerber.
Con todo y con eso, su estilo en estos años no parece
desentonar demasiado con la space opera que es “Los Guardianes de la Galaxia”,
en la que cierta anarquía visual encaja bien con una serie que rebosa de ideas
y personajes excéntricos. Su representación del espacio no es el de un limpio y
oscuro vacío sino un torbellino kirbyano de soles en llamas, nebulosas de
colores y cuerpos celestiales de todo tipo. Por otra parte, Milgrom es un
dibujante cuyo resultado final depende mucho del entintador que termine sus
viñetas. En esta etapa, cuenta con gente tan solvente como Pablo Marcos o Terry
Austin, que hacen mucho por pulir sus líneas algo toscas. El principal
entintador, sin embargo, es Bob Wiacek y, aunque no es tan brillante como los
antedichos, sí consigue elevar la calidad final.
La cancelación de esta etapa,–y de la colección “Marvel Presents” con ella debido a las malas ventas, llegó en el nº 12 (agosto 77) y no debió haber sido completamente inesperada. Ese último argumento, que transcurre en una gran nave abandonada y cuyo principal protagonista es Charlie-27, es relativamente autónomo y, aunque no aborda ninguno de los hilos ya planteados sobre los personajes, tampoco concluye con un cliffhanger sin resolver. El resultado es un conjunto más autocontenido que otras compilaciones de colecciones Marvel de aquellos años.
Esta segunda etapa de los Guardianes de la Galaxia es
recomendable por su entorno espacial poco habitual en la Marvel de entonces, su
pintoresco elenco de personajes y las ideas extravagantes de Gerber. Incluso
Milgrom hace un trabajo más satisfactorio que aquel con el que castigaría a los
aficionados en los años por venir. No se puede evitar la sensación de que los
aspectos más intrigantes y con mayor potencial de la serie no se explotan como
debieran y que esa plétora de elementos no siempre se fusiona en un todo compacto.
Con todo, ofrece un viaje divertido y asumible (son sólo diez números) que nos
descubre el origen de un grupo que hoy ha alcanzado una inmensa fama multimedia.
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