(Viene de la entrada anterior)
Pierre Christin siempre trató –a veces sin conseguirlo- de evitar el camino más obvio en las aventuras de Valerian y Laureline. Inició la serie con un álbum, “La Ciudad de las Aguas Turbulentas”, en la que presentaba un mundo postapocalíptico tras un desastre acaecido en el entonces futuro año 1986. Casi veinte años después, cuando esa fecha ya se hallaba próxima en el mundo real, se enfrentó al problema no eligiendo soluciones fáciles como ignorar aquel álbum o cambiar el año del cataclismo en las sucesivas reediciones, sino construyendo una compleja historia ambientada en el presente (y que se extendería cuatro álbumes a partir de “Metro Chatelet, Dirección Casiopea”) en la que los protagonistas quedaban atrapados en una línea temporal alternativa en cuyo futuro no existía Galaxity.
Durante varios años, Valerian y Laureline vagaron por la Tierra y el cosmos como agentes libres, a veces pasando estrecheces y penurias y otras viviendo como potentados. Sintiendo que, tras tres décadas, había llegado el momento de poner punto y final a su relación con estos personajes –el agotamiento era evidente-, Christin decide revisar su situación y, como ya dijimos en la entrada anterior, en el álbum “En Tiempos Inciertos”, enmendar el embrollo que él mismo había organizado. Al final de esa historia, Valerian y Laureline se enteran de que su Tierra aún existe, oculta en algún lugar del cosmos. Quieren dejar de ser vagabundos espaciales y volver a casa, pero el problema reside en encontrar su paradero.
Y así, al comienzo de “Al Borde de la Gran Nada” (2004), los encontramos disfrazados de chamarileros en el archipiélago de asteroides que se extiende al borde del vacío cósmico, un océano negro, sin estrellas e ignoto en el límite del espacio conocido, donde ni siquiera han llegado los Shingouz. A bordo de una destartalada nave-camión-tienda ambulante (su vieja astronave es demasiado llamativa), recorren la región tratando de obtener información discretamente.
La vigilancia de la ley y el orden en este conjunto de moles rocosas sin nombre corre a cargo del planeta Rubanis, que ha hecho todo lo posible para expulsar de su órbita económica a los rivales comerciales. Incluso aquí, lejos del centro del sistema, siguen acosados, como es el caso de una fábrica de escafandras que ha despedido a todos los operarios después de quebrar, dejando a Ky-Gai, una muchacha de apariencia y vestimenta vietnamita, sin trabajo, dinero ni futuro. Cuando se acerca a curiosear al puesto de Valerian y Laureline, ésta reconoce en ella un gran potencial y la contrata como ayudante, una decisión que demostrará ser más que acertada en las siguientes semanas.
Y justo a tiempo, porque no sólo Valerian no obtiene demasiado beneficio vendiendo a paletos animales exóticos como armas vivientes, sino que la policía de Rubanis empieza a hostigarles. Parece que el problema se arregla con un soborno, pero en realidad los están vigilando de cerca siguiendo órdenes del Triunvirato de Rubanis (integrado por tres mezquinos y ambiciosos personajes presentados años atrás en el álbum “Los Círculos del Poder”);
Y a partir de este punto, no se puede decir que ocurra gran cosa aparte de presentar a los personajes y colocarlos en el tablero de juego. Atienden a diversos clientes; encuentran alguna pista valiosa que les pone en el buen camino; conocen y se convierten en suministradores de equipo de la comandante Shingh´a Rough´a, que está organizando una expedición exploradora a la Gran Nada y pasa varias páginas tratando de encontrar candidatos válidos; Valerian es encerrado en una prisión –junto al Schniarfador, que les acompaña en el curso de toda esta aventura- por motivos poco claros; escapa y, finalmente y librando un duelo singular, se gana el derecho a integrarse en la mencionada expedición (Laury ya tenía garantizado su puesto en la misma tras haber impresionado favorablemente a su capitana). Ignorantes de la conspiración que se urde en Rubanis contra ellos y relacionada con los misteriosos habitantes de la Gran Nada, los Wolochs, Valerian y Laury parten hacia lo desconocido.
Así que lo que encontramos básicamente en “Al Borde de la Gran Nada” es una historia de transición más larga de lo que su contenido justifica, que no tiene sentido leer autónomamente y cuyo único propósito es llevar a los personajes al comienzo de su gran y última aventura que arrancará en el siguiente álbum. Un prefacio, además, no particularmente emocionante. Valerian y Laureline pasan por tres lugares diferentes y acaban metiéndose en problemas en todos ellos, pero nunca parecen demasiado preocupados, ni siquiera en los pocos momentos de acción y/o suspense: la fuga de Valerian de la prisión se desarrolla de forma ridículamente sencilla y su justa contra los dos luchadores en la nave de Shingh´a Rough´a se resuelve en una sola viñeta múltiple sin recibir ni un rasguño. El único instante auténticamente dinámico y plasmado con pulso cinematográfico es la persecución de los policías de Rubanis y la brusca entrada de la nave-camión en el hangar de Shingh´a.
La mayor parte de la historia expone los problemas a los que se enfrentan los protagonistas en su vida ambulante, saltando de roca en roca tratando de vender sus mercaderías. Como es su costumbre en la serie, aunque de forma más elegante y adecuada que en álbumes anteriores, Christin encaja un comentario económico-social referido a nuestro propio mundo y tiempo. En estos “suburbios” del espacio, las zonas alejadas de los centros culturales y económicos, la gente vive en la precariedad, adquiriendo los productos de segunda mano a vendedores ambulantes y sin despertar interés ni simpatías en los ciudadanos más favorecidos de las regiones interiores. Es este un mundo de paletos amantes de las armas, inmigrantes trabajadores en empresas explotadoras, buscavidas, carne de presidio y policías brutales y/o corruptos. Todo parece congelado en el tiempo para estas gentes, sin perspectivas de cambiar y siempre al borde –en su caso, literalmente- del vacío, un lugar sin pasado ni futuro.
Valerian sigue siendo el pragmático de la pareja y Laureline la idealista. Un personaje que destaca de manera especial es el Schniarfador. En álbumes anteriores no había sido más que un incordio, una criatura molesta cuyo iracundo temperamento combinado con sus poderes podía causar una enorme destrucción. Pero aquí, Christin lo convierte en un personaje con entidad. Se pasa la mayor parte del tiempo sentado, leyendo un libro y zahiriendo a Valerian con sus comentarios irónicos siempre que tiene oportunidad. De vez en cuando, aflora su antiguo yo caótico y violento, pero al final del libro completa su propio arco, demostrando que esas lecturas le han abierto los ojos a lo quiere que sea su futuro: ¡Director de Recursos Humanos! Por el contrario, Ky-Gai, aunque desempeña un papel importante y cuenta con potencial suficiente, éste queda sin explotar y habremos de esperar al álbum siguiente para verla intervenir de manera aún más decisiva en el devenir de esta saga.
Sin ofrecer momentos que destaquen por su espectacularidad, Meziéres, a pesar de que ya no abandona su línea gruesa y ocasional descuido en el acabado, sí parece haber mejorado algo respecto a anteriores entregas y su veteranía le permite imaginar y narrar la historia de Christin con una insultante soltura. Tanta, de hecho, que no hay apenas cartelas de texto o globos de pensamiento: no son necesarios, el dibujo de Meziéres es más que suficiente para transmitir al lector todo lo que éste debe saber. No hay ya evolución en su grafismo, pero tampoco, llegado este punto, puede exigírsele tal cosa. Eso sí, se permite un cambio de registro en las dos páginas que ilustran el encuentro del Triunvirato y los Wolochs, imitando el estilo y color directo de Bilal (además de introducir algún guiño, como ese segundo de a bordo de Shingh´a cuya vestimenta identificará perfectamente cualquier aficionado al comic, por no hablar de su nombre: Molto Cortés).
Si se ha seguido la serie hasta este punto, sería absurdo no recomendar la lectura de este álbum aun cuando no se trate más que de un prefacio para los dos siguientes que llevarán la colección a su final. Eso sí, dado el bagaje de conocimientos sobre la misma necesario para entender plenamente lo que aquí se cuenta, no es el punto por el que un recién llegado debería comenzar a leer “Valerian y Laureline”. A pesar de su falta de sustancia, “Al Borde de la Gran Nada” se lee con agrado. Si bien no ofrece nada realmente novedoso o llamativo, giros, sorpresas o siquiera demasiada acción, sigue manteniendo el espíritu tradicional de la serie. No hay que sentirse demasiado decepcionado por la insipidez de la historia porque hace ya tiempo que el aficionado debió entender y asumir que la mejor época de la colección, los hitos más imaginativos y atrevidos de Christin y Mézières, ya tuvieron lugar. Lo que nos queda, y así lo anunciaron, es un largo epílogo dominado por el reciclaje de ideas más que por la innovación, que conducirá a la conclusión de la serie tras una etapa crepuscular que no debía prolongarse más.
En 2007 se celebró el cuadragésimo aniversario de Valerian y para conmemorarlo se estrenó una serie de dibujos animados en “France 3” y se lanzó el segundo álbum de la trilogía final, “El Orden de las Piedras”, que ofreció un cambio largo tiempo esperado: en la portada, aparecía la leyenda: “Valerian y Laureline”, ambos nombres con el mismo tamaño y peso. Una modificación quizá discreta pero muy significativa y que no sólo obedecía a las nuevas sensibilidades que acompañan nuevos tiempos. Como ya hemos ido viendo en esta larga serie de artículos, Laureline siempre ha desempeñado un rol principal en las aventuras del duo y desde hace mucho tiempo, desde el mismo inicio de la colección en realidad, merecía ese reconocimiento. De hecho, es ella la que más brilla en “El Orden de las Piedras”, desplazando a su compañero por enésima vez.
Pero dicho esto, no nos encontramos ante una entrega a mi juicio mediocre. Comentaba hace un momento que a estas alturas no había por qué frustrarse ante una historia sosa o no particularmente original de “Valerian y Laureline”; pero sí cuando el guion no está bien estructurado. Da la impresión de que Christin y Mezieres, sabedores de que ya estaban llegando al final de la serie y que dispondrían de tres álbumes (que aparecieron en el curso de seis años, lo cual nos da idea el ritmo al que ambos, ya al borde de los 70 años, trabajaban llegados este punto), querían darle a los lectores lo que éstos esperaban, una gran traca final: recuperar viejos personajes extraídos de toda la larga historia de la colección, ideas de gran alcance conceptual, una amenaza de alcance cósmico, diversas subtramas que se entrecruzaran… Y lo que acabaron produciendo en esta segunda entrega es una embrollada historia en la que todo el mundo parece actuar según se le ocurre sobre la marcha y que se estira innecesariamente 48 páginas al incluir al menos cuatro subtramas irregularmente desarrolladas.
A bordo de la nave de Shingh´a Rough´a y su variopinta tripulación, Valerian y Laureline se internan en la Gran Nada. Mientras algunos fantasean con que allí encontrarán los Paraísos imaginados propios de cada civilización, aterrizan con una lanzadera en un planeta frío y árido. Apenas han dado unos pasos cuando se encuentran rodeados y atacados por unos monolitos gigantes de piedra tallada, los Wolochs, que son la raza dominante de la Gran Nada. Utilizan a un profeta para comunicarse con el Triunvirato de Rubanis, al que utilizan como secuaces e intermediarios en tareas subalternas que ellos no pueden realizar por sí mismos.
Su propósito está claro: “Los Wolochs no quieren nada que estorbe su paso. Todo cuanto les molesta debe ser destruido. Los Wolochs no necesitan nada ni a nadie. Son su propia fuente de energía. Son su propio vehículo espacial. Son su propia destrucción masiva. Los Wolochs son el futuro del Universo. No crearán una civilización, pero todas las civilizaciones que les han precedido deberán desaparecer para dejarles sitio”. Y así –en un ejercicio de retrocontinuidad por parte de Christin-, se nos dice que han sido ellos los que, en un momento u otro, insidiosamente y a través de agentes, han influido en los falsos dioses de Hypsis (“Los Rayos de Hypsis”), diplomáticos en Punto Central (“El Embajador de las Sombras”) o magnates que controlan el indispensable combustible Ultralum (“Rehenes de Ultralum”).
Sin embargo, hay una amenaza que les preocupa y que, si se combina con una intensa fuerza espiritual producto de la unidad de toda una raza, podría acabar con sus planes: el Abretiempo. Así, quieren servirse del Triunvirato de Rubanis para localizarlo y neutralizar su poder, mientras que Valerian y Laureline desean encontrarlo para encontrar la Tierra. Pero nadie sabe qué es, qué forma tiene ni quién lo posee.
Al final, resulta ser la joven Ky-Gai la que aporta la clave del misterio. Preocupada por sus antiguos jefes, ha salido a buscarlos a la Gran Nada en compañía del Schniarfador y a bordo de una maloliente nave de los Limboz, los restos de un pueblo víctima de un genocidio perpetrado mucho tiempo atrás por los Woloch y reducidos a malvivir como traperos vagabundos. La avispada muchacha descubre que el Abretiempo es un objeto sagrado de esta despreciada raza que, estimulado por el deseo de Laureline de encontrar la Tierra, les muestra que se halla cerca, en algún punto de esa región ignota de oscuridad ilimitada. Con la esperanza renovada y sabedores de que disponen de la energía espiritual necesaria para utilizar el Abretiempo contra los Wolochs y, al mismo tiempo, encontrar la Tierra, los protagonistas encaran el final de su odisea, eso sí, con Laureline al mando.
“El Orden de las Piedras” es un álbum más rico en revelaciones y acción que el anterior, Y, sobre todo, se desvela la conexión entre las aventuras que los héroes han vivido desde muchos álbumes atrás. También queda claro el propósito de los Wolochs y el papel del Triunvirato, que en la primera parte de la trilogía era ambiguo. Como álbum de transición que és, hace avanzar la trama, aporta información y dispone el escenario para el tercer y último acto.
Pero no puede evitarse la certeza de que el álbum, y esto no es nuevo, carece de la inspiración que Christin había exhibido años atrás. Lo que los exploradores encuentran en la Gran Nada es bien poco interesante: un par de planetas yermos y otro, casualmente, paradisiaco y rico en todo lo que pueda imaginarse, desde Ultralum y piedras preciosas a fauna peculiar. Puede que los Wolochs –que aparecen, se marchan y luego regresan, provocando menos destrucción de lo que uno esperaría- sean la amenaza más peligrosa que hayan encontrado Valerian y Laureline en su carrera, pero también son los que están peor definidos. Lo único que se nos dice de ellos es que en vez de crear vida como los monolitos de “2001: Una Odisea del Espacio” (1968), la destruyen. ¿Son quizá una metáfora de las transnacionales de nuestro mundo? ¿Todas las referencias a las perversas subcontratas y las ansias de expansión son una crítica a la coyuntura político-social actual? Puede ser, pero la alegoría se pierde en una trama confusa en la que cada bando persigue algo diferente por motivos distintos: los Wolochs, el Abretiempo; Valerian y Laury el mismo objeto pero por razones diferentes; el Triunvirato, enriquecimiento material; Shingh´a Rough´a, que en el álbum anterior se decía exploradora, se convierte aquí en una ambiciosa prospectora; Ky-Gai busca a sus amigos para ayudarles…
A todo esto, se añaden un par de páginas desconectadas del resto en las que se recupera el planeta Syrte y los personajes de Elmir (ambos de “El Imperio de los Mil Planetas”) y Jal (“Fronteras Cósmicas”). Otra digresión que es poco menos que mero relleno y que esconde la falta de inspiración de Christin, es la mencionada conversación inicial sobre el mundo ideal de cada especie que, al menos, permite a Mézières jugar con el estilo utilizando colores directos y a Christin aportar un toque “humanista” a su historia.
En cuanto a Mézières, ofrece viñetas algo más recargadas de lo que venía siendo habitual en esta última etapa de la colección, diferenciando gráfica y cromáticamente los momentos en los que intervienen los Wolochs, pero se nota un cierto descenso de calidad en los acabados hacia el final, como si hubiera ido cansándose de la historia conforme la dibujaba.
“El Orden de las Piedras” es un álbum que, y esto es aplicable a todas las entregas de la colección, ofrece momentos interesantes pero que, comenzando de forma prometedora acaba desplomándose víctima de un embrollo de intrigas poco explicadas y momentos autoreferenciales que sólo un lector veterano con la memoria fresca podrá entender y conectar. De nuevo, un álbum sin entidad propia que no puede recomendarse de forma autónoma y cuya mediocridad, si se ha llegado a este punto, hay que digerir si se quiere asistir al final de esta serie decana de la ciencia ficción europea.
(Finaliza en la entrada siguiente)
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