¿Quién es Josie Schuller? En apariencia, un ama de casa ideal de los años 60: atractiva y de aire inocente; hacendosa; buena esposa de Eugene y madre de dos inquietas gemelas, Jane y Jessica; siempre impecable y sin perder las formas; involucrada en causas benéficas, como ese hospicio con el que colabora acompañando a ancianos…. La familia vive en una modesta pero agradable casa unifamiliar de los suburbios de Seattle en 1962. Pero, y esto nadie más que sus jefes lo sabe, Josie es también una eficaz y despiadada asesina que trabaja para una organización anónima dirigida por el desagradable Stenholm y cuyo enlace con la misma es el seductor Peck.
A pesar del formidable currículo que ha acumulado en el
curso de sus quince años de servicio, Josie está en la mira de sus jefes,
quienes desconfían de ella básicamente por una cuestión de lo que podríamos
denominar, “dificultades de conciliación de su vida familiar y profesional” y
que es básicamente una forma de machismo. Como dice Stenholm: “Las mismas cualidades que hacen de las
mujeres un activo, al final las convierten en un problema”. Así que deciden
encargarle una última misión y luego eliminarla.
En el prefacio del volumen integral de la obra, la
novelista y guionista Chelsea Cain subraya la singularidad del proyecto de Joëlle
Jones. No es común ver a una mujer asesina en serie; pero, ¿acaso no se debe
esto a los prejuicios que nos hacen considerar a la mujer como una criatura
dulce y amable, incapaz de cometer las mismas atrocidades que los hombres? La
visión de una mujer asesinando sin piedad con objetos afilados y/o punzantes (Josie
detesta las armas de fuego por ser demasiado ruidosas y falibles) y, por tanto,
derramando abundante sangre en el proceso, es profundamente impactante. Sin
embargo, como dice Caín, la sangre y el dolor son harto familiares para las
mujeres, aunque solo sea por sus períodos menstruales y los partos. Ergo, si
seguimos la línea de este razonamiento, Josie Schuller no debería interpretarse
como una anomalía.
Para los primeros cinco episodios de “Lady Killer”, que conforman una miniserie completa (publicada originalmente por Dark Horse), Joëlle Jones, que fue quien tuvo la idea original, contó con la ayuda de su amigo, antiguo editor de Vértigo y habitual colaborador por entonces Jamie S. Rich, quien básicamente se limitó a retocar los guiones de ella y no involucrarse en las tramas y desarrollo propiamente dichos. Jones no puede disimular todavía su condición de guionista novel. No indaga en la psicología de su heroína, no se remonta a su pasado para explicar cómo y por qué se dedicó a este sangriento oficio y menos aún cómo decidió compaginarla con una vida familiar. Esto hace que al final de la miniserie el lector se encuentre con más preguntas que respuestas, aun cuando ello no obedezca a un descuido sino a una decisión deliberada. Joëlle Jones había imaginado años atrás un origen para el personaje, sí, pero decidió en este primer arco no revelarlo y colocar al lector in medias res.
Esa falta de caracterización y trasfondo queda en parte
compensada por el ágil ritmo narrativo y el humor negro que lo permea todo. Desde
la primera escena, la historia nos zambulle en el meollo cuando Josie,
haciéndose pasar por vendedora de la marca de cosméticos Avon, entra en casa de
una de sus víctimas y la mata. Queda meridianamente claro cuán ardua, caótica y
repugnante es la tarea, pero también la eficiencia y frialdad con las que Josie
la lleva a cabo. Todas sus misiones las desempeña con el mismo éxito y la misma
falta de escrúpulos… hasta que recibe la orden de asesinar a un niño, momento
en el que, in extremis, decide que ése es su límite. Su renuncia y lógica
decepción de sus jefes la enfrentará a las predecibles consecuencias.
El contraste de esta faceta “profesional” con su apacible y afectuosa vida familiar es tan inquietante como sorprendentemente divertido (si aprecias el humor negro, claro). A lo largo de los cinco episodios, la historia alterna los momentos domésticos de la vida privada de Josie con su violenta vida profesional de mercenaria. Puede parecer que estas dos subtramas son opuestas, incluso incompatibles, pero las transiciones entre una y otra son fluidas y cada una sirve para darle mayor intensidad a la otra.
Es mérito de la autora que gracias a la forma en que
presenta a su psicópata protagonista, el lector no pueda evitar simpatía por
ella. Hay algo en la decisión y actitud que demuestra Josie en los dos primeros
episodios que la hace no sólo digerible, sino incluso simpática, llegando uno a
desear que se salga con la suya y siga asesinando impunemente a espaldas de su
familia. Cuando está en su casa relacionándose con su marido y sus dos hijas,
demuestra tanta paciencia, afecto y compasión que casi hace olvidar que tan
sólo unas horas antes ha apuñalado a una mujer en el cuello.
En ese nivel puramente doméstico, el guion cuida los detalles.
Eugene es un buen tipo que no se sorprende ni sospecha cuando su esposa llega
tarde a casa y, además, habiéndose olvidado de comprar algo que él le pidió
expresamente. La situación recuerda, en un tono siniestramente criminal, a la
pareja de “Embrujada” (1964-1972), aquella serie de televisión en la que Elizabeth
Montgomery usaba secretamente la magia mientras llevaba una vida modélica y ordenada
con Dick Sargent. La similitud con aquella comedia se extiende a la
incorporación en el reparto de la suegra de Josie, que vive con la familia y
que no oculta su animadversión por su nuera. Trata de sembrar cizaña y la
observa constantemente hasta que una noche la ve con Peck, tomándolo por su
amante, lo que añade un problema más a la complicada vida de la protagonista.
De hecho, ya desde el primer episodio se empieza a
introducir cierto suspense respecto a cómo y cuándo Josie será desenmascarada y
cuáles serán las consecuencias. Sin entrar en demasiados spoilers, baste decir
que esto sucederá por fin en la segunda miniserie, porque en la primera la
heroína tiene preocupaciones más apremiantes, a saber, haberse convertido en
objetivo de su antigua organización, contactar con otros agentes descontentos
dispuestos a acabar con ésta y trazar un plan que les permita desbaratarla y
conjurar así la espada de Damocles que pende sobre sus cabezas. Todo el asunto
culmina en un explosivo episodio final en el que Josie demuestra su maestría en
el arte de matar y donde su lado más oscuro es descubierto por su suegra. La
serie muy bien podría haber terminado allí, aunque no satisfaciendo
completamente al lector, sobre todo, como ya apunté, por la pobreza de las
caracterizaciones. Afortunadamente y como veremos, un año después Joëlle Jones
continuará las aventuras de su ama de casa asesina en otra miniserie.
Es cierto que, aparte del impacto visual de ver a una hermosa mujer asesinar brutalmente a sus víctimas, la historia es bastante predecible. No hay auténtica sorpresa final ni giros imprevistos de guion que reconduzcan la trama o motiven una evolución de los personajes. Echando la vista atrás, ni siquiera la idea de esta violencia suburbana es completamente nueva dado que los comics de terror de EC ya la abordaron en los años 50 con sus intensas pastillas narrativas de ocho páginas. Jones y Rich disponen aquí de una extensión más generosa, pero no la aprovechan, como he dicho, ni para caracterizar a los personajes ni para incluir información que hubiera redondeado más la obra, como qué tipo de organización es aquella que emplea los servicios de Josie, cómo planifica ésta sus homicidios (¿cómo se las arregla para llegar impoluta a su hogar tras cada sangriento asesinato?) o qué han hecho sus víctimas para merecer su destino.
La indefinición de la protagonista hace que ciertas escenas
y decisiones carezcan de la suficiente base. Por ejemplo, cuando entra en la
casa del niño al que le han encargado asesinar, ve una foto de los fallecidos
padres de él. Eso la hace detenerse y, en un instante, reconsiderar por completo
su vida. Pero tras haberla visto matar brutalmente a hombres y mujeres en las
páginas precedentes, con total frialdad y sin haber necesitado de razones para
hacerlo, se pide al lector que crea que sus emociones maternales se sobreponen
súbitamente a su instinto hasta tal punto que decide abandonar su vida de
asesina y dedicarse devotamente a su familia. Al no habernos ilustrado
suficientemente sobre su pasado, circunstancias e incluso la auténtica
naturaleza y dinámica de su matrimonio, este giro parece forzado y artificial,
una mera excusa para justificar las subsiguientes represalias de la
organización de asesinos.
Los agujeros de guion e inconsistencias, afortunadamente,
pueden admitirse gracias tanto al dinámico ritmo narrativo como al maravilloso
trabajo gráfico. Visualmente, el trabajo de Joëlle Jones impresiona incluso sin
hallarse todavía en la cima de su arte. Josie es una mujer muy atractiva pero
su belleza reside más en su porte, su estilo y la violenta intensidad de sus
penetrantes ojos verdes que en el realce de sus formas femeninas. Además, Jones
enfatiza en varias ocasiones su reducida estatura y envergadura en relación a
sus víctimas, pero también se asegura de mostrar lo en forma que está para
llevar a cabo su trabajo.
El resto del reparto, aunque está modelado gráficamente a
partir de arquetipos, está también perfectamente dibujado y diferenciado en su
aspecto, gestos y manierismos: Stenholm es el típico jefe rancio con un rostro
agriado que refleja su corrompido interior; Peck es una especie de James Bond
imposiblemente atractivo y con un punto diabólico; Eugene es el tópico esposo
ingenuo y confiado de tantas sitcoms, de gustos sencillos y siempre con una
expresión de placidez en la cara; Mama Schuller, con sobrepeso y mirada de
amargura y desaprobación… Los figurantes no son tampoco desatendidos. Cada
personaje que desfila por las escenas más pobladas está bien delineado y
representado realizando alguna acción coherente con el lugar y el momento, como
el Kitty Cat Club o la Feria Mundial.
Las escenas más violentas están narradas con mayor profusión
de planos y perspectivas que las escenas domésticas, lo que facilita la
inmersión del lector en la situación. Es en estos momentos también donde el
entintado limpio y claro de Jones se torna deliberadamente más sucio. Se notan
aquí y allá algunos pequeños problemas de proporciones y cierta vacilación
entre la inclinación hacia un naturalismo clásico y la necesidad de exagerar y
caricaturizar ciertas escenas, probablemente con el fin de rebajar algo las
estomagantes sangrías. Pero aparte de esos pequeños tropiezos, uno no puede
sino sentirse fascinado por la riqueza y elegancia de su dibujo y la atención
obsesiva por los detalles. En este sentido, la autora ha realizado un amplio y
meticuloso trabajo de documentación para reproducir todos los elementos de la
época, desde los papeles pintados de las paredes y las cortinas (que podría
haber realizado por ordenador pero que eligió dibujar completamente a mano) a
los automóviles, la decoración y mobiliario y hasta el vestuario.
Es en este apartado, precisamente, donde más destaca Jones, que viste a su esbelta protagonista de hipnóticos ojos como una auténtica modelo o una de aquellas sublimes estrellas morenas del Hollywood clásico, como Ava Gardner o Liz Taylor. Pero no se trata solamente de realzar el glamour o el erotismo femenino (como en ese asesinato en un club para “caballeros” donde las camareras van vestidas de conejitas) sino que la autora pone la misma atención a la hora de vestir a la suegra, a Eugene o a las gemelas. Es imposible no leer estos comics sin recrearse en la densidad visual que contiene cada página.
Es obligado mencionar las impresionantes portadas de cada
número, en las que Jones homenajeó anuncios publicitarios clásicos de los años
50 pero introduciendo un giro morboso. Son ilustraciones con un concepto y
ejecución idóneos para la serie: presentan al personaje, la época y el tono,
mitigan la violencia con humor negro e irónico y están impecablemente realizadas.
También en relación con el apartado gráfico, llama la atención que la colorista Laura Allred decidiera recuperar las hacía tiempo extintas restricciones impuestas por el Comics Code Authority y renunciar a representar la sangre con el rojo a favor de un profundo negro. En el capítulo tercero, Allred parece darse cuenta de lo chocante que resulta esa elección y recurre a la sangre roja por primera y última vez en la serie cuando Josie se hiere en la cabeza en un accidente de coche. Tres páginas más tarde, la sangre vuelve al negro y seis después y todavía en la misma secuencia de huida, la herida de Josie ha desaparecido. Por otra parte, los márgenes de cada página están decorados con pequeñas salpicaduras de tinta al estilo Pollock, algunas veces incluso filtrándose al interior de las propias viñetas. ¿Quería quizá Allred darle al comic un aspecto más agresivo, más descarnado? Si esa es la explicación, ¿acaso no eran suficientes los cráneos aplastados y degüellos que aparecen en la propia historia?
(Finaliza en la siguiente entrada)
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