2 jul 2022

1985- SAMBRE – Yslaire (y 2)


(Viene de la entrada anterior)

 

El segundo volumen, “Sé Que Vendrás…” ya puede atribuírsele en solitario a Yslaire, por mucho que Balac-Yann figure en los créditos. Sólo las doce primeras páginas son aún fruto de su colaboración antes de que desacuerdos en torno a la dirección y tono que debía seguir la serie desembocaran en su separación. Además, aunque inicialmente su cooperación había dado grandes frutos, en cuanto la serie empezó a serializarse en “Circus” y ambos hubieron de trabajar con las presiones derivadas de las fechas de entrega, las tensiones afloraron. Cada plancha generaba discusiones que, a la postre, zanjaba Yslaire con el dibujo y no siempre a gusto de Balac.

 

Así, aunque en esta segunda entrega seguimos encontrando unos textos elegantes (artículados sólo como diálogos ya que no se utilizan textos de apoyo) y un dibujo mucho más sofisticado, se percibe un claro giro en el tono y la ambientación. Del drama romántico puro se pasa al folletín (formato que, como el género romántico, también tuvo su origen en la Francia del XIX) de tramas enrevesadas, personajes con pasados misteriosos y giros sorpresa; y de los ambientes cerrados y opresivos de la primera entrega se pasa al caleidoscopio social que es el París prerrevolucionario. Además, la serie adopta un perfil más coral y Bernard pierde peso en la narración –no tanto Julie, que sigue manteniendo su irresistible presencia-.  

 

Julie, acusada de asesinato, huye a la capital, donde tratará de encontrar sus raíces familiares. Bernard, desoyendo las acusaciones que recaen sobre ella, está decidido a seguirla, presa de esa maldición que parece caer sobre todos los que se cruzan con la joven. Pese a encontrarse en la misma ciudad, ambos están inicialmente condenados a no encontrarse en un momento en el que los actores que desempeñarán papeles importantes en la inminente revolución de 1848 empiezan a tomar posiciones. Mientras Bernard soluciona cuestiones relacionadas con la herencia de su padre y se presenta socialmente a miembros de la decadente aristocracia y alta burguesía, Julie encuentra al Vicario, un grimoso proxeneta de niñas, quien cree es su padre y que está atormentado por algún misterio de su pasado. Rechazada por éste, encuentra refugio en el estudio que tiene alquilado un pintor de temperamento tormentoso, Egon Valdieu, y sito nada menos que en un anexo de la mansión familiar que los Sambre mantienen en París. Así, sin saberlo, Bernard y Julie viven bajo el mismo techo. Mientras el primero cae seducido por la madura dama de la alta sociedad, Olympe de Castelbalac, la segunda cautiva involuntariamente a Valdieu. 

 

En este punto, el contexto histórico-social de la época empieza a cobrar importancia como fondo de la trágica historia de los amantes, relevancia que no hará sino aumentar en los siguientes dos volúmenes hasta el punto de que las vidas de aquéllos pasan a estar completamente imbricadas en los acontecimientos revolucionarios de aquellos días. Yslaire realiza un espectacular trabajo de documentación histórica que sumerge al lector en la Francia que, tras la caída de Napoleón, había vuelto al Antiguo Régimen, restaurando la monarquía en la figura de Luis Felipe de Orleans pero sin subsanar las profundas brechas sociales que separaban a la nueva nobleza y la alta burguesía de los más desfavorecidos. Ese contraste lo refleja perfectamente Yslaire en las páginas en las que ilustra la miseria, el hambre, la suciedad y la degeneración de los barrios más pobres. Prostitutas enfermas, indigentes, mendigos, delincuentes y borrachos viven, duermen y mueren en unas calles oscuras, sucias y húmedas que contrastan con las orgías que organizan los burgueses e intelectuales en sus salones iluminados con candelabros. Contrastes duros y reales que sintonizan con los que planteaba el arte romántico de la época en todas sus formas: el erotismo frente al sentimentalismo puritano; la inmoralidad frente a la virtud; el lujo frente a la pobreza; la fascinación por el pasado frente a la preocupación por el presente…  

 

El autor retrata con minuciosidad y fidelidad histórica una diversidad de ambientes sociales en todos sus aspectos: el vestuario, los muebles y decoración, los carruajes, los edificios… El trabajo invertido aquí por Yslaire es ingente y no sólo en documentación: las 45 planchas del álbum son el resumen final de más de 200 páginas de diálogos y producto de cuatro años de trabajo. El esfuerzo, no obstante, rinde su fruto y el álbum vuelve a triunfar entre los lectores confirmando el éxito de la serie y la dirección tomada por su ahora único responsable.

 

Tres años más hubieron de pasar hasta que en 1993 apareciera el tercer volumen, “Revolución, Revolución…” (retitulado en su posterior reedición como “Libertad, Libertad…”), que concluye las tramas iniciadas en el anterior álbum y sitúa ya a Julie como la protagonista principal de la obra. En febrero de 1848, mientras el rumor de la revolución es cada vez más ruidoso, el pintor Valdieu quiere convertir a Julie en su musa y figura central de su obra cumbre, tal y como veinte años antes hizo Delacroix con Olympe de Castelbalac en su cuadro “La Libertad Guiando al Pueblo”. Julie, en ya visible estado de gestación del hijo de Bernard, no tiene fuerzas para resistirse al pintor cuando aparece aquél. El encuentro entre los dos termina con Valdieu malherido y la policía irrumpiendo en la escena. Guizot, primo de Bernard y prefecto de la policía, arresta a Julie como culpable y la envía a prisión. Pero nunca llega a su destino porque los revolucionarios asaltan el coche y la liberan. Fascinados por su belleza y sus hipnóticos ojos, hacen de ella el símbolo del alzamiento. 

 

La tragedia llega a su conclusión en “Tal Vez Hemos de Morir Juntos” (1996), ochenta páginas (72 en su edición original, a las que treinta años después Glenat les ha añadido ocho adicionales, incluido un final modificado y ampliado) en las que asistimos al cénit y fracaso de la revolución de la cual Julie se había convertido en estandarte. Rodolphe, el líder de los agitadores, la manipula y abusa de ella. Bernard, de labios del Vicario, debe enfrentarse a la terrible verdad de su relación con Julie culminando en un terrible descubrimiento que bien podría haber salido de un cuento de Edgar Allan Poe. El final, empapado en sangre, muerte y heroísmo vacío, es tan trágico como podría esperarse.

 

Este largo folletín sobre amores imposibles y maldiciones familiares, fue en su momento un comic vanguardista en lo que se refiere a su tratamiento de las mujeres. No debería extrañarnos dado que Yslaire creció en una familia acomodada, liberal e intelectual en la que la madre, Anne-Marie Guislain, fue una alta funcionaria del Ministerio belga de Asuntos Exteriores y estuvo comprometida con la causa feminista. En “Sambre”, las mujeres son tan fuertes como los hombres, aun cuando la estructura social de la época no las dejaba demostrar su valía.

 

Dicho lo cual, es cierto que “Sambre” es un comic en el que resulta difícil encontrar personajes con los que simpatizar. Tratándose de una obra que bebe del Romanticismo literario, todos están consumidos por unas pasiones incontrolables que les llevan a actuar como auténticos lunáticos por mucho que se expresen con un lenguaje ilustrado. Bernard carece de las virtudes que suelen adornar a la figura del héroe, quizá en parte debido a su propia herencia familiar (carente de una figura paterna de referencia y con una madre cínica y nada cariñosa), pero sin duda también por su propia juventud. Sus estallidos de ira no son señal de carácter sino de inseguridad y falta de firmeza. Tras todo lo que ha de vivir en los cuatro álbumes de la serie, podemos decir que sí, que ha evolucionado, pero no necesariamente hacia una madurez sensata. Su entrega a la causa de la revolución no obedece a una convicción ideológica ni al compañerismo, sino al sentimiento de culpa por el destino de Julie.

 

Ésta, por su parte, representa el misterio y la fatalidad. A pesar de que irrumpe en la historia de forma brusca, incluso agresiva, y bien podría dudarse de su estabilidad mental, lo cierto es que es el personaje que más lástima suscita. Y ello porque, siendo una mujer fuerte, sensible e inteligente, ha sido privada de todo lo que podría haberle abierto una puerta hacia una vida mejor: familia, posición social, dinero… Intenta desesperadamente tomar las riendas de su vida pero acaba perdiendo las fuerzas y dejándose manipular y utilizar por desaprensivos como Valdieu o Rodolphe.

 

El resto de los personajes que conforman el amplio reparto resultan, como mínimo, antipáticos e incómodos. Sara es una perturbada cruel que se somete a la memoria de su padre; Guizot, el corrupto prefecto de policía, no tiene inconvenientes en reconocer que su función de agente del orden no es más que una fachada y que lo que realmente hace es proteger los privilegios de los más favorecidos. Rodolphe es el típico revolucionario profesional, manipulador de las masas a su favor y fabricante de mártires en aras de conseguir más poder. Y en cuanto al atormentado y violento Valdieu, marcado físicamente por la viruela y psicológicamente por el fracaso de sus aspiraciones; o el degenerado Vicario, rodeado de oscuros misterios y cucarachas, ¿quién podría identificarse con ellos?

 

A lo largo de los diez años que transcurrieron desde el primer al último volumen, Yslaire desarrolló un estilo original, preciosista, pictórico y elegante modelado a partir de múltiples fuentes artísticas. Domina el espacio y la luz, la expresividad facial y corporal y la recreación de época. No se permite la monotonía en las composiciones de página y viñeta y, respetando la estación del año y el ambiente y localización de la escena (en una época, recordemos, en la que no existía luz eléctrica), se sirve de los contrastes y armonías de color para subrayar simbolismos, emociones y atmósferas. De entre todos los tonos, sobresale, claro, el rojo, que se convierte en una presencia recurrente y desasosegante. Simboliza, como es habitual, el amor y la pasión, pero también lo prohibido, la revolución y la sangre derramada por la violencia. 

 

Narrativamente llama la atención tanto el uso de las elipsis y los silencios como, ya lo he mencionado, la ausencia de textos de apoyo. Todo lo cual da una muestra del virtuosismo de Yslaire, que comprende que en un medio visual como es el comic no se necesitan palabras que describan lo que puede mostrarse en imágenes. A destacar también la influencia teatral en cuanto a la narrativa. El dibujo de Yslaire, que no hace sino mejorar álbum tras álbum, tiende, quizá incluso en exceso conforme avanza la obra, a componer muchas escenas como si fueran tableaux vivants, cuadros compuestos por actores en los que se utilizan composiciones poco realistas para acentuar el dramatismo y la estética. Por lo demás, sus páginas son exquisitas.

 

Esta primera serie es sin duda la mejor de lo que, con el paso de los años y las décadas, ha acabado convertido en todo un universo edificado alrededor del árbol genealógico de la familia Sambre. Los primeros cuatro álbumes fueron una de las cumbres del comic histórico de Glenat e Yslaire bien podría haber finalizado la obra en este punto. Sin embargo, no había renunciado a la idea original que se encontraba en el origen de la serie diez años antes y decidió seguir narrando esta tragedia familiar a través del personaje de Julie y el hijo que ésta había tenido con Bernard y que fue a vivir con su tía Sara. No he tenido la oportunidad de leer más allá del primer volumen de ese nuevo ciclo, así que no puedo decir nada aparte de parece que la serie, privada de su motor romántico inicial, pierde parte de su fuerza por mucho que el dibujo siga siendo excelente. La serie parece haber finalizado en 2018 en su octavo álbum, si bien con Yslaire nunca se sabe dados los largos plazos con los que trabaja (de hecho, hay otros cinco álbumes anunciados).

 

Pero a pesar de su lento ritmo de trabajo y tendencia a diluir su atención en diversos afanes, Yslaire no estaba dispuesto, o bien a renunciar al gran proyecto que suponía ir desgranando el árbol familiar de los Sambre simultáneamente a la historia de Francia, o bien a matar a esa gallina de los huevos de oro. Tras redibujar parcialmente los álbumes de la serie principal para que encajaran coherentemente con el amplio fresco genealógico que había ido imaginando, en 2007, aparece el primer álbum de una serie derivada, “La Guerra de los Sambre”, estructurada en ciclos de trilogías y centrada en contarnos las aventuras y, sobre todo, desventuras de los antepasados de Bernard y Julie, empezando por el padre del uno y la madre de la otra, Hugo e Iris, que también estuvieron encadenados por una turbulenta relación condenada al fracaso, la muerte y la locura.

 

Cuando apareció “La Guerra de los Sambre”, no fueron pocos quienes pensaron que se trataba de un producto sin demasiado interés intrínseco, una de esas explotaciones editoriales de un comic de éxito. Sin embargo, al menos al principio, resultó ser más que eso. Guionizada por Yslaire, no sólo lo que allí se narraba ampliaba y complementaba con coherencia lo que había sido la serie central protagonizada por Bernard y Julie, sino que los artistas elegidos por aquél en un intento de no esclavizarse por completo a una sola serie, Vincent Mezil y Jean Bastide, mantuvieron el nivel gráfico a la misma altura. Encontramos aquí los mismos temas que en la tetralogía original, centrados en el amor loco que Hugo siente por Iris y que años más tarde heredarán sus hijos; se clarifican las relaciones entre ciertos personajes del primer ciclo y, sobre todo, se presenta el descubrimiento arqueológico que alumbrará en la mente de Hugo a su mitología de la Guerra de los Ojos. También puede leerse como una historia autónoma e incluso hay quien la considera al mismo nivel de calidad que la serie original.  

 

No he tenido la oportunidad de leer más que ese primer ciclo de la “La Guerra de los Sambre”, el único publicado en su día por Glenat en nuestro país, así que no puedo opinar sobre los otros dos (seis álbumes) más allá de que las páginas que de los mismos pueden verse en internet no permiten situar al dibujante Marc-Antoine Boidin a la misma altura que sus predecesores. Esos volúmenes, siempre escritos por Yslaire, detallan las historias de las estirpes de los protagonistas entre 1768 y 1794. Con todo, es cierto que Boidin mantiene cierta coherencia estética y, en cualquier caso, la serie siguió cosechando un considerable éxito en Francia.

 

“Sambre” ha cumplido ya treinta y siete años y su serie derivada, “La Guerra de los Sambre”, quince. Puede decirse ya, por tanto, que sus 22 álbumes hasta la fecha han sabido conectar con la sensibilidad de al menos dos generaciones enteras de lectores, acumulando ventas millonarias. En su momento, marcó el comic europeo de los años 80 y, con el tiempo, se ha convertido en un monumento al compromiso de su autor con la que, como él mismo ha admitido, es su obra más personal y querida. “Sambre” es un tebeo ambicioso, apasionado, sofisticado, intelectual incluso, que exige una lectura atenta y pausada. Y no tanto por sus textos, ya que abundan los silencios, como por la complejidad de su historia, sus numerosos simbolismos y el fascinante trabajo gráfico que captura y detiene la mirada en cada viñeta.

 

Recomendado para los amantes del comic histórico y las historias de amor tan clásicas como trágicas.

 

 

 


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