(Viene de la entrada anterior)
El número 35 (abril 66), “El Regreso del Hombre Ígneo” es un remake tan obvio de “La Amenaza del Hombre Ígneo” (nº 28, septiembre 65) que incluso Stan Lee no pudo resistirse a subrayarlo. Hasta el policía que encuentra al villano derrotado en la página 18 lo hace notar: “¡Parece que se está convirtiendo en una costumbre, amigo!”. Si el episodio precedente había sido soso, el de este mes da la impresión de que ninguno de los creativos involucrados tenía ya interés en aportar nada nuevo. De hecho, parece como si Lee y Ditko se dedicaran a sabotear el trabajo del otro.
Uno de
los adversarios menos interesantes de Spiderman, el Hombre Ígneo, sale de la
cárcel. Trata de robar una joyería, pero el héroe lo impide. Más tarde, intenta
abrir la caja fuerte del mismo establecimiento y Spiderman lo detiene otra vez.
Pelean y Spiderman vence. Y ya está. No hay subtramas y apenas trama principal.
Tampoco participa ninguno de los personajes secundarios habituales. Se trata de
una pelea adornada con un leve andamiaje narrativo que desate la acción. Y el
combate propiamente dicho consiste en Spiderman aporreando al Hombre Ígneo, éste
devolviendo los golpes y el héroe venciendo gracias a una telaraña extrafuerte
preparada para la ocasión, exactamente igual que en su último enfrentamiento.
Lee era
consciente de que esta entrega nada tenía que ver con historias precedentes de
género negro y peso psicológico, como la saga del Planeador Maestro, por
ejemplo. En la splash-page de presentación, escribe en un globo de texto:
“¡Toca otro cambio de ritmo, así que súbete a bordo y que comience la acción!”.
Y algo más abajo, por si no había quedado claro: “¡Esto es solo para los
auténticos fanáticos de Spidey, los de la vieja escuela, a quienes les gusta
ver al cabeza de red luchar como sólo él sabe!”. En resumen, que el comic había
experimentado cambios recientemente pero que este número retrocedía a lo que la
colección había sido en sus inicios.
El número anterior, en el que Spiderman se enfrentó con Kraven, tenía la ya familiar estructura 9-9-2: nueve páginas de trama y subtrama, nueve páginas de peleas y dos páginas de desenlace y epílogo. Peter Parker no se ponía el disfraz de Spiderman hasta la décima plancha. De hecho, el propio Lee había sentido la necesidad de disculparse dos veces y en la misma página, la 7: “Reconocemos que ha sido una introducción bastante larga. ¡Pero una vez empiece la acción, quedará compensada!”. Y dos viñetas después: “¡Vale lanzarredes! ¡Habéis tenido paciencia hasta ahora y os toca recoger los frutos!”.
En este
número 35, curiosamente, se sigue la misma estructura. Las primeras nueve
páginas son la introducción; Spidey se enfrenta al villano en la página 10,
pelea que dura hasta la plancha 18; y las páginas 19 y 20 se centran en Peter
Parker una vez ha terminado su combate.
Entonces,
¿de qué se estaba disculpando Stan Lee en el número anterior? Allí, la
introducción de nueve páginas contaba cómo Kraven daba forma a su plan pero
también veíamos a Peter Parker visitando a Tía May en el hospital; luego
tratando de suavizar algo las cosas con sus compañeros de estudios; Betty Brant
tenía una pesadilla y decidía marcharse de la ciudad; Peter se preocupaba por
la aparición del falso Spiderman y Tía May invitaba a la señora Watson a tomar
el té. Pero en este número 35, lo único que vemos es a Raxton planeando el
robo, Raxton robando, Peter Parker sospechando que el ladrón debe ser Raxton,
luego colocándole un rastreador en el traje, siguiendo varias pistas falsas…
Stan Lee no se disculpaba en el nº 34 por la falta de escenas de acción, sino
por la inclusión de todo lo que no era acción. Para él, el auténtico fan de
Spiderman no era el que encontraba apasionantes las escenas con Tía May, Gwen
Stacy o J.Jonah Jameson, sino el que ansiaba verlo pelear con el pintoresco
adversario de turno sin distracciones de ningún tipo. En definitiva, más
puñetazos y saltos y menos culebrón, drama, misterio y romance.
Y en el nº 35, Ditko y Lee les dieron a esos fans “de línea dura” lo que pedían. El resultado es una lectura aburrida donde los dos personajes se pegan el uno al otro durante páginas y páginas verbalizando innecesariamente lo que ya se ve en la imagen: “¡Primero, utilizando el poder metálico de mi cuerpo fundido, te aplastaré con un abrazo de oso irrompible!”. A lo que Spiderman responde: “¡Intentas convencerte a ti mismo!¡Así no puedes vencerme! ¡Ningún abrazo de oso puede impedir que lance mi red al techo y que se quede allí pegada!”.
Son
unos intercambios verbales tan ridículos que uno desea que se los contendientes
se callen y se limiten a zurrarse en silencio… tal y como habían hecho en la
página anterior, la 11. El Hombre Ígneo golpea a Spiderman en el pecho y, en
vez del esperable globo de diálogo (algo así como “¡Te estoy golpeando el
pecho!”), sólo encontramos un efecto de sonido: “Thwop”. Luego, atiza a
Spiderman en la mandíbula y suena “Puh-Twee” y a continuación el héroe se la
devuelve con un “Brrakkk”, etc. Algún lector avispado puede recordar que este
episodio se publicó el mismo mes en el que se estrenó en televisión la serie de
“Batman” protagonizada por Adam West y en la que se usaba y abusaba de esas
llamativas cartelas con “kapows” y “zaps”. Sin embargo, dado que los comics se
realizaban con dos o tres meses de antelación, este recurso solo puede deberse
a una coincidencia.
Eso sí,
para Stan Lee no era suficiente “escribir” dos páginas con nada más que dibujo
y efectos de sonido. Nos lo tenía que subrayar rompiendo la cuarta pared: “Y
ahora, prometimos a Artie Simek, el rotulista, que le dejaríamos deleitarse con
los efectos de sonido un par de páginas, así que…”.
Art Simek era el rotulista de la mayoría de los comics que publicaba Marvel por entonces y Stan Lee tenía cierta inclinación a bromear sobre su labor en las páginas de créditos. Héroe y villano están en el momento álgido de su enfrentamiento y Lee elige precisamente este instante para sacarnos de la historia y recordarnos que hay alguien, un profesional específico, que se dedica a escribir los efectos sonoros en las viñetas. No debería estar distrayendo la atención del lector hacia este aspecto porque aquéllos funcionan mejor cuando apenas se los percibe.
Incluso
el dibujo de Ditko parece algo diferente y no para mejor. Y ello no porque
cambie su estructura de plancha, que sigue siendo de unas seis viñetas por
página, sino por el pobre entintado que aplica a sus dibujos. La expresividad
está menos trabajada y hay más espacios vacíos en las viñetas. Está claro que
la colección perdía gas.
La desconexión entre Lee y Kirby vuelve a aflorar en el dibujo publicitario que cierra el número y que anuncia al villano del siguiente. Hay un dibujo de Ditko en el que se muestra su rostro y figura y un texto que demuestra a las claras que Lee no tenía ni idea de lo que aquél le iba a entregar: “¡Un Supervillano tan diferente y tan nuevo que todavía no podemos deciros su nombre! ¡Recibámosle juntos en el próximo capítulo! ¡Nuff Said!”.
Pero,
desgraciadamente, el villano que nos encontramos en el número 36 (mayo 66)
dista mucho de ser original. Lee afirmaría posteriormente que hubo desacuerdo
–o un cambio de última hora- sobre cómo llamarlo. Posiblemente, Lee quería
llamarlo Meteor Man (de hecho, tituló el episodio “Cuando Cae el Meteoro”),
pero Ditko insistió en “Looter” (el saqueador), una palabra utilizada prominentemente
por su musa, Ayn Rand en el libro “La rebelión de Atlas”. Y así se quedó
–aunque Gerry Conway recuperaría para el villano el alias “Meteor Man” en su
segunda aparición, en el “Marvel Team-Up” 33 (mayo 75). Pero lo del nombre era
lo de menos, porque el personaje no podía ser más soso y genérico.
Un
senderista encuentra un fragmento de meteorito. De vuelta en su laboratorio, lo
quiebra con un martillo y libera una bolsa de gas alienígena que, al
respirarlo, le dota de superfuerza y superagilidad. Por supuesto, sólo tiene
dos alternativas: robar bancos o impedir que otros lo hagan. Y este individuo,
Norton G.Fester, opta por la primera. Se hace un estúpido traje, adopta un
alias y empieza su carrera criminal. Como cree que sus poderes pueden disiparse
sin una nueva dosis de gas, trata de robar otro meteorito de un museo, crimen
frustrado por Spiderman aunque aquél logra escapar. En su segundo golpe, como
ya era habitual, el héroe lo derrota y lo entrega a la policía.
Es una trama tan escuálida que apenas merece tal nombre. Spiderman se limita a reaccionar a lo que ocurre: el saqueador intenta delinquir, y él lo detiene. La elaborada secuencia de origen no hace más que montar un McGuffin: el saqueador necesita mantener sus poderes con otro meteorito, pero bien podría haber sido la joya ancestral de un ídolo pagano. La escena del museo no es más que una excusa para que Ditko exhiba a Spiderman saltando por el interior de una reproducción a escala del Sistema Solar. La pelea propiamente dicha es sólo moderamente divertida y los diálogos tienen una calidad acorde.
Y es
que, desde el principio, el lector no puede sino ver al Saqueador como un
fracasado por mucho que tenga superpoderes. Desde su estúpido nombre (Norton
G.Fester) a su actitud egoísta, egomaniaca (está convencido de que gracias al
meteoro descubrirá “el misterio del Universo”, nada menos), victimista y rencorosa.
Sus nobles aspiraciones científicas quedan inmediatamente marginadas por su
codicia; y su habilidad en ambos campos es patética: su idea de experimentar
con el meteoro es quebrarlo con un martillo y sin protección; y cuando quiere
probar su agilidad, Ditko lo dibuja sacando el culo y meneándose como un pollo
antes de saltar. Una vez que adquiere
superpoderes, recurre a las más tópicas frases imaginables del manual del
supervillano: “¡Deberiais haber comprendido que toda resistencia sería fútil
contra alguien tan poderoso como yo!”. Y encima, mientras que otros adversarios
tratan de estar a la altura del sarcasmo de Spiderman, el Saqueador parece
olvidarse siempre de sus líneas de diálogo: “¿Eh? ¿Quién dijo eso? ¡Fuera de mi
camino! ¡Digo que fuera!”.
Es una
pena que este episodio acabe siendo involuntariamente una parodia de la propia
colección. Si ya en el número 34 se había renunciado a lo de “Un Gran Poder
Conlleva una Gran Responsabilidad” y en el 35 Spiderman soltaba bromas que solo
Stan Lee podía comprender (relativas a Irving Forbush, un oscuro personaje
creado por él en 1955 para una revista de efímera vida), ahora se arremete
contra el concepto de “historia de origen” de un supervillano. Y eso aun cuando
podría haberse utilizado al Saqueador de una manera mucho más inteligente, por
ejemplo, presentándolo como una versión “oscura” del propio Peter Parker. Éste
es un genio científico; Norton G.Fester cree que lo es o, al menos, desea
serlo. Como Parker, Fester tiene pocos amigos y nadie le toma en serio. Cuando
trata de pedir un préstamo en el banco o solicitar financiación para sus
experimentos en un laboratorio, poco menos que se ríen de él. Cuando
despotrica: “¡Se burlan de mi porque soy demasiado listo para trabajar,
demasiado astuto para aferrarme a un empleo!”, bien podría ser un eco de la
mente del joven Peter. Cuando el banquero le deniega el préstamo, se revuelve:
“¡Se arrepentirán! ¡Todos se arrepentirán!”, el mismo
sentimiento que había
tenido Peter cuando años atrás sus compañeros le habían dejado de lado.
Esta interpretación del Saqueador como versión oscura de Spiderman podría haber dado juego como historia dramática, pero aunque Lee tenía muchas virtudes como escritor, la sutileza no era una de ellas y, para colmo, la comunicación con Ditko que podría haber facilitado esta orientación, era nula a estas alturas. Así que el origen del Saqueador se parece al de Spiderman porque los orígenes de todos los personajes se parecen unos a otros: extracción social modesta, burlas y alienación, accidente inesperado, adquisición de poderes y toma de postura respecto a ellos. No es el origen lo que define el personaje, sino lo que viene después. Peter fue picado por una araña radioactiva y se convirtió en un héroe; Fester fue “picado” por un meterorito radioactivo, y decidió canalizar su rabia y frustración hacia el crimen.
Hay un
leve intento de insertar una subtrama cuando Gwen Stacy (cuyo peinado le crea
unos curiosos cuernos diabólicos y que Ditko retrata como una bruja
temperamental muy alejada de la dulce chica que más tarde ofrecería Romita) se
encuentra con Peter en el museo y trata de contactar con él. Pero cuando lo ve
alejarse corriendo para cambiarse a Spiderman, naturalmente asume que es un
cobarde. Empieza así a cuajar una nueva dinámica romántica que podía alargarse
muchísimo: Peter desprecia a Gwen por la animadversión que demuestra hacia él
(desde su punto de vista, sin razón justificada); y Gwen desprecia a Peter por
considerarle un cobarde y un esnob. Pero debajo de todo ello se adivina una
atracción mutua y no creo que hubiera un solo lector que no se imaginara desde
este momento que ambos acabarían juntos.
A estas
alturas, la paciencia de Stan Lee había rebosado el límite. Ditko se permitió
modificar alguna figura sobre la página ya dialogada para ajustarla a lo que él
deseaba y Lee hizo que otro colaborador de la casa redibujara el asunto. Para
colmo, el dibujo de Ditko se había hecho tan esquemático, tan descuidado, que
costaba diferenciar quién era quien en una pelea. Para Lee, había llegado el
momento de que Ditko se marchara.
Por ello, es una sorpresa encontrarnos en el número 37 (junio 66) un auténtico argumento con persecuciones de coches, edificios en llamas, robots, conspiraciones… Hay gente persiguiéndose, siendo capturada y escapando, tres giros importantes y más peleas de lo habitual. No sólo el episodio discurre a buen ritmo, sino que coloca las piezas en el tablero para un nuevo arco argumental de importancia que –es de suponer- se iría desarrollando a lo largo de los siguientes meses.
Un
científico, el profesor Stromm, sale de la cárcel. No está claro por qué había
cumplido sentencia, pero el caso es que ahora quiere vengarse de la persona que
lo envió allí y que le arrebató sus invenciones (¿por qué idearía Ditko una
historia sobre alguien que roba las ideas de otro y se lleva el crédito por
ellas?). En menos tiempo que canta un gallo ya tiene dispuesto un robot
gelatinoso con forma de pulpo y lo envía a destruir la fábrica de su
adversario. Spiderman interviene y detiene el ingenio pero no puede impedir la
ruina de las instalaciones.
Y aquí es donde entra el primer gran giro argumental. En los últimos dos números, Stan Lee había cercenado con sus textos cualquier intento de plantear un desarrollo a largo plazo, así que resulta muy significativo que ahora se moleste en apuntar al lector lo orgulloso que está de este giro. El texto de la sexta viñeta de la página 10 dice: “¡Y ahora, tenemos una pequeña sorpresa para vosotros!”. Y la sorpresa consiste en, primero, que el traicionero socio de Stromm es nada menos que el importante amigo de Jameson y miembro de su club de hombres de negocios. Aunque lo vemos vestir un traje verde, no hay todavía razones para pensar que ese color tenga un significado concreto. Y, en segundo lugar, ese individuo de cabello rojizo y rizado resulta ser el padre de Harry Osborn, compañero de Peter en la universidad.
Leído
este episodio cincuenta y cinco años después, es difícil que este giro
constituya una sorpresa para nadie porque cualquier fan de segunda división
sabe que Norman Osborn es el padre de Harry y que esconde un oscuro secreto. Y
hay que recordar, además, que entonces Harry Osborn no era un personaje
relevante, ni siquiera amigo de Peter Parker. En la página seis aparece en una
breve escena diciéndole a Gwen que “Peter Parker me tiene frito”, pero cuatro
páginas después, Stan Lee cree que es necesario recordarnos quién es: “¿Os
acordáis de Harry Osborn, el desagradable compañero de clase de Peter Parker?”.
Es más que posible que Lee no tuviera idea de lo que estaba por venir.
Las
pesquisas de Peter conducen a un interesante callejón sin salida. Se nos dice
que Stromm compartió celda con Foswell durante la breve condena de éste por sus
actividades criminales. Esta conexión permite a Peter acceder a información
relevante y le coloca a Foswell uno de sus rastreadores arácnidos en el
sombrero (esta es la primera vez que utilizará estos artilugios para seguir a
un individuo) esperando que le conduzca a Stromm. Pero, de hecho, lo que ocurre
es que el reportero se quita todo su atuendo, sombrero incluido, y se disfraza
de Parche, el confidente de los bajos fondos y conveniente recurso narrativo.
Soborna a algunos delicuentes para que le revelen el escondrijo de Stromm y
Spiderman lo sigue. Sin embargo, en todo esto el rastreador arácnido era
innecesario porque Spiderman se topa con Parche de forma casual en el momento
apropiado.
No hay comparación posible entre las tediosas y alargadas escenas de peleas de los tres números precedentes y la condensada trama que en esta ocasión nos ofrece Ditko. En sólo tres páginas, Spiderman sigue a Parche hasta la base de Stromm, ambos son capturados, Spiderman escapa por un respiradero y coloca un rastreador en el nuevo robot de Stromm; el científico envía al androide a asesinar a Norman Osborn y Spiderman irrumpe en las oficinas de éste en el momento preciso y lo protege.
Sin
embargo, hay algo raro, porque Osborn no quiere ser rescatado y mientras
Spiderman lo defiende, piensa: “¡Spiderman debería haber sabido que no le
convenía meterse donde no le llaman! ¡Espero que el robot acabe con él! ¡Se
está volviendo peligroso para mis planes!”. Es este un siniestro misterio que va
a quedar pendiente de aclaración.
En los números anteriores, Lee había tratado desesperadamente de exprimir su verborrea para complementar un dibujo que no la necesitaba en absoluto. Pero este episodio está mucho mejor equilibrado y los globos de pensamiento y cartelas de texto ayudan a desarrollar y seguir lo que es una trama más densa de lo acostumbrado.
El caso
es que Spiderman machaca al robot y cuando todo parecía preparado para terminar
la aventura, Ditko inserta un nuevo giro. Stromm, dándose cuenta de que está
perdido, lanza una de esas típicas bravatas villanescas: “¡Aunque me hayas
cogido, todavía puedo vengarme! ¡Hay algo que debo decirte! Algo que nadie sabe
sobre…” y entonces, Spiderman detecta con su sentido arácnido un fusil
preparado para disparar sobre el científico, empuja a éste para apartarle de la
línea de fuego y el shock le provoca un paro cardiaco. Stromm, muy
convenientemente, muere antes de poder revelar el secreto. Y en la última
página todavía hay tiempo para otro giro más cuando se revela que el
francotirador es nada menos que Norman Osborn. ¿En qué consiste su
conspiración? ¿Cuál es el secreto que oculta? ¿Alguien lo adivina?
Aunque esta historia no tiene la intensidad emocional de las del Amo del Crimen o el Regreso del Duende Verde, sí supone una recuperación al formato y calidad anteriores que tan bien habían funcionado. En lugar de una simple pelea alargada artificialmente, encontramos una historia compacta en la que pasan muchas cosas y donde tampoco falta la acción. Spiderman se ve atrapado en un conflicto a tres bandas al que es ajeno y del que no es capaz de ver la imagen global. Hay líneas de diálogo chistosas pero sin resultar cargantes ni saturar.
¿Quizá
sucedía que cuando Ditko entregaba un trabajo mediocre Stan Lee flaqueaba
también en sus textos, pero cuando el episodio tenía fuerza, Lee sabía estar a
la altura? ¿O sería más justo decir que cuando Ditko producía una historia sin
demasiada sustancia Lee trataba de disfrazarla con florituras verbales, pero
cuando el dibujante ofrecía algo de calidad, Lee se contentaba con pasar más
desapercibido y poner las palabras al mejor servicio de su colega? Sea como
fuere, este número parecía augurar una nueva saga clásica.
Sin embargo, en la carta del correo de los lectores, donde éstos siempre se habían dirigido a la redacción como “Queridos Stan y Steve…”, las cartas, de repente, pasan a estar encabezadas como “Querido Stan…”, “Querido Stan…”, “Querido Stan…”. Nadie se dio cuenta en aquel momento, pero aquella etapa dorada había llegado a su fin.
(Continúa en la siguiente entrada)
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