Desde mediados de los ochenta del pasado siglo, DC fue alimentando sus filas y cimentando su reputación con la incorporación de una serie de guionistas británicos que, al ser hijos de un legado cultural, intelectual y social distinto al norteamericano, fueron capaces de ofrecer ideas nuevas, romper moldes y atreverse a transitar por territorios hasta entonces incómodos. De hecho, se puede decir que el prestigio de la línea Vértigo de DC se sustentó de forma fundamental sobre el trabajo de guionistas como Alan Moore, Neil Gaiman, Grant Morrison, Peter Milligan, Garth Ennis o Warren Ellis.
Jamie Delano no es quizá el más conocido de todos ellos, pero desde luego es uno de los mejores. Su etapa en “Animal Man” empezó y terminó con la muerte del protagonista; y aunque muchos la criticaron negativamente, es importante subrayar que el deterioro de sus historias, si es que puede llamárselo así, fue progresivo y que su arranque tuvo una intensidad y calidad que no tenían nada que envidiar a las que exhibió Grant Morrisoncuando revitalizó el personaje unos años antes.
Cuando Delano tomó las riendas de la serie, Animal Man necesitaba urgentemente savia nueva. Sí, Morrison había hecho algo original y fresco, pero los dos años siguientes a su marcha no habían supuesto para el personaje sino una lenta decadencia que lo sumió en la mediocridad. Peter Milligan escribió tres números poblados de personajes surrealistas y en los que quiso encajar la física cuántica; le sucedió Tom Veitch que durante dieciocho episodios hizo que Buddy encontrara trabajo como especialista cinematográfico mientras descubría nuevas facetas de sus poderes.
Delano, como sus predecesores, contaba en su haber con un notable currículo como guionista de comics y su logro más reciente había sido el de coger a un personaje secundario de “La Cosa del Pantano” de Alan Moore, John Constantine, y convertirlo en protagonista de su propia serie de éxito: “Hellblazer”. Es verdad que su trayectoria allí fue un tanto irregular, pero probablemente se contabilicen en ella más aciertos que tropiezos y, desde luego, fue él quien redondeó al carismático mago y fijó su peculiar tono terrorífico.
Su entrada en “Animal Man” no fue por iniciativa propia. El editor de la serie, Tom Peyer, había tenido desacuerdos con el guionista anterior, Tom Veitch, que llevaron al abandono de éste y, siendo Delano su amigo, le pidió que se encargara de la colección durante un tiempo hasta que pudiera reclutar a otro escritor con carácter de permanencia. En ese punto, Delano prefería dedicarse a proyectos especiales y autocontenidos en vez de a series regulares, pero no pudo decir que no a la petición de su amigo.
Delano tuvo la osadía de comenzar su a priori breve participación en “Animal Man”, en el nº 51 (sept 92), nada menos que matando al protagonista y, además, de una forma gráficamente violenta. En ese episodio, que transcurre algún tiempo después de lo narrado por Tom Veitch, encontramos a la familia Baker asentada en la granja que la madre de Ellen tiene en Vermont… excepto al hijo adolescente, Cliff, que ha sido secuestrado por el tío de Ellen, Dudley, un survivalista desequilibrado amante de las armas y la muerte. De hecho, obliga al muchacho a presenciar y participar de la brutal matanza de los mismos animales que su padre representa y defiende. Buscando a su hijo, Animal Man es literalmente atropellado por el vehículo de Dudley y abandonado aplastado en el asfalto para que muera.
Conforme avanzaba la trama de este arco argumental, titulado “Carne y Sangre” y dibujado espléndidamente por el también británico Steve Pugh (con quien Delano ya había colaborado en “Hellblazer”), se descubre que la fuerza vital de Buddy ha sobrevivido para comenzar un proceso de “reencarnación” escalonada en los cuerpos de animales progresivamente más sofisticados, empezando por un ácaro alojado en las pestañas de su esposa Ellen.
En ese proceso, Animal Man toma conciencia de El Rojo, un equivalente “animal” al Verde “vegetal” que Alan Moore había creado para “La Cosa del Pantano”, a saber, una especie de plano dimensional o fuerza vital que conecta toda la fauna y a la que ciertos individuos, como Animal Man, pueden acceder para, por ejemplo, tomar de ella sus poderes o hacer que su conciencia salte de criatura en criatura. Este concepto fue quizá la principal contribución de Delano a la mitología del personaje que, además, adopta y al mismo tiempo arrincona, el concepto de Campo Morfogenético imaginado por Grant Morrison. Mientras que éste lo asociaba a la actuación de unos extraterrestres sobre las células del cuerpo de Buddy, aquél opta por un sesgo más místico que no sólo hace que el héroe obtenga capacidades y habilidades de los animales sino que experimente una transformación física y/o psicológica acorde con los mismos.
Delano se llevó al héroe a su terreno también en otros aspectos. Por ejemplo y anticipándose a la inclusión de la colección en la línea Vértigo a partir del número 57 (marzo 93), aísla a Animal Man del resto del universo DC y prescinde de los tradicionales elementos superheroicos. Animal Man ya no es un justiciero disfrazado que se enfrenta a supervillanos. Delano no sólo prescinde enseguida de su uniforme oficial, sino que tampoco aparecen ya por sus páginas otros superhéroes o siquiera se menciona su pertenencia a la Liga de la Justicia. Su aislamiento respecto a otras colecciones, incluso del sello Vértigo, llega al punto de que en ningún momento se hace la obvia conexión entre el Rojo con el Verde, algo que acometería años más tarde el guionista Jeff Lemire.
Además, Delano le dio a la serie un tono más inclinado hacia el terror. Así, una de las vigas temáticas de su etapa fue la violencia del mundo natural, un contrapunto a la amable y naif descripción de la Naturaleza como fuerza bondadosa que habían descrito sus antecesores -o el propio Alan Moore en "La Cosa del Pantano”-. En estas historias, sin abandonar la defensa del medioambiente, abundan los animales mutilados o muertos y al lector se le bombardea con brutales retratos de hombres llevados por sus instintos animales. Con “Carne y Sangre”, Delano convirtió a “Animal Man” en una serie de terror.
Desde el primer número y a pesar de que su estilo es claramente literario y tiende a ralentizar la lectura con una densidad prosística a veces innecesaria, Delano atrapa la atención del lector con su enfoque, la dosificación de giros sorpresa, conceptos originales y un tono violento sin llegar a lo gráficamente grotesco. La saga concluyó en el número 56 (feb. 93) un número doble con el que se preparó la ya mencionada entrada de “Animal Man” a la recién creada línea Vértigo de DC, liberándole de las continuidades generales del Universo de la editorial y de las censuras que habitualmente se imponían a sus colecciones. En este cierre al primer arco de la saga, Buddy Baker, renacido como un monstruoso híbrido animal, rescata a Cliff de su psicópata tío y descubre la habilidad de recrear su antigua forma humana.
Así, Delano hizo suyo al personaje utilizando la misma estrategia de Alan Moore para “La Cosa del Pantano”: matarlo y luego resucitarlo modificado a su propia conveniencia gracias a un viaje iniciático delirante y vigoroso en el que se reflexiona sobre la evolución, la vida, la carne y el amor.
Ya he comentado la cualidad oscura y algo espesa de Delano, un rasgo de su estilo que podría haber lastrado la lectura de no haber contado con el apoyo gráfico de Steve Pugh, capaz de aportar atmósfera y textura al ambiente y expresividad, personalidades gráficas diferenciadas y vitalidad a todos los personajes, reflejando con eficacia los sentimientos que experimentan tanto adultos como niños en las distintas situaciones en las que se ven inmersos: la soledad angustiosa de Ellen, la sabia inocencia de Maxine, la depravación de Dudley…
Hay que resaltar, por supuesto, las portadas de Brian Bolland en la primera parte de esta etapa, aportando ilustraciones impactantes que impelían a comprar el comic. Por desgracia, fue reemplazado por una serie de artistas que no estuvieron ni de lejos a su altura. A comienzos de los noventa, el sello Vértigo se convirtió en un refugio para quienes desearan huir de músculos, pistolones y uniformes de licra ridículamente reveladores, pero también y a tenor del éxito que obtuvo Dave McKean con sus portadas para “Sandman”, artistas con menos talento que él trataron de imitar sus extrañas e inquietantes composiciones. Es el caso aquí de Tom Taggert, que ofende el buen gusto con algunas cubiertas verdaderamente feas.
En el nº 57, el primero, como ya he dicho, en ser incluido dentro de la línea Vértigo, Buddy comienza una nueva vida como ser elemental de la vida animal. Ahora legalmente muerto, se siente satisfecho de llevar una vida tranquila con su familia en la granja de su suegra. Temiendo que el mundo natural acabará reaccionando contra las agresiones que sufre y exterminando a la especie humana, intentará convencer a sus congéneres de las consecuencias de sus irresponsables actos. La granja se convertirá en una especie de comuna, un santuario para marginados conservacionistas, incluyendo a Annie Cassidy, una cínica mujer que también puede conectar con la Red Vital, y su hija Lucy, enferma de leucemia y que inicia una relación sentimental con Cliff.
Pero, sobre todo, Delano explora la Red Vital y la relación que Buddy mantiene con ella, cómo le afectan los nuevos desarrollos de sus poderes no sólo a él sino a la relación con su familia. De hecho, Ellen, Cliff y Maxine reciben mucha más atención que antes y pasan a ser personajes con entidad propia a los que incluso se dedican capítulos enteros. Ellen ha de soportar mucho y quizá sea la que más cambie de toda la familia. Las transformaciones de Buddy la afectan profundamente porque siente que no puede compartir con él una parte importante de su vida. El amor que sienten mutuamente no puede impedir que cada vez se sienta más alienada de una familia que incluye un marido que vive entre dos mundos, un adolescente rebelde y una niña que comparte con su padre la extraña conexión con el mundo natural.
Cliff siempre había sido un personaje difícil de desarrollar, un adolescente irritante y hasta superfluo para la colección que Morrison hizo parecer una suerte de Bart Simpson, pero Delano sabe sacarle partido más allá de utilizarlo como alivio cómico. En muchos aspectos, es la antítesis de aquello que representa su padre. Maltrata a los animales y se mete en líos, pero aún así y a pesar de las cicatrices dejadas por los abusos psicológicos infligidos por su tío en “Carne y Sangre”, ama a su familia más que a nada en el mundo.
Maxine, por su parte, continúa desarrollando los poderes ya manifestados en las etapas de Morrison y Veitch, lo que le causará problemas y suscitará incomprensión por parte no sólo de su familia sino de los niños y profesores de la escuela a la que asiste. Delano se vio obligado a plegarse a las exigencias editoriales y hacerla participar en el crossover de “La Cruzada de los Niños” (1993-1994), en la que Maxine interactuaba con jovencitos de otras colecciones de la línea Vértigo, pero fue capaz de utilizar esa imposición a su favor para impulsar la trama de “Animal Man” gracias a la introducción de la Bebé Gemelo que, en último término, provocará el hundimiento emocional y psicológico de Ellen.
También supo el guionista hacer de Mary, la madre de Ellen, un personaje entrañable que poco a poco y en contacto con la extraña familia formada por su hija y Buddy, va saliendo de su cascarón físico, mental y emocional hasta convertirse en firme protectora de todo aquel que llegue a su casa buscando consuelo o ayuda.
La etapa de Delano da un giro importante en su segunda mitad, cuando el plantel de personajes principales se amplía con la llegada a la granja de Annie y Lucy y un par de lesbianas activistas a las que Ellen había conocido en Nueva York y que la habían ayudado a escapar de las garras de un peligroso mafioso. A ellos se une Evelyn Patterson, esposa de un policía local bendecida con un milagroso poder de curación. El componente terrorífico se diluye para dejar espacio al drama familiar, el enfoque costumbrista y la crítica política.
Un giro sorpresa –aunque, en mi opinión, no de la suficiente duración como para tener el calado dramático deseable- llegó con la muerte de Maxine en el número 69, cuando en pleno invierno sale de la casa por razones desconocidas y empieza a caminar en mitad de un temporal de nieve hasta que fallece congelada. Aún peor, Ellen la ve salir al exterior y no hace nada, afectada por una depresión y un sentimiento de absoluta alienación respecto a su hija. La tragedia acabará por romper su matrimonio y tras el funeral, se marcha con las activistas lesbianas a curar sus heridas psicológicas. Buddy sucumbe al Rojo y se transforma en una especie de Quimera sin desear ni poder revertir a su forma humana aun después de descubrir que Maxine ha vuelto a la vida.
Bajo esa forma monstruosa, dirige un ataque contra Washington por parte de un ejército de criaturas para presionar a la Humanidad y que cambie su relación con la naturaleza. Aunque es atrapado por las autoridades, han de liberarlo en parte por la simpatía que ha despertado en la opinión pública. Aprovechando ese auge de popularidad, Annie sugiere crear una nueva religión, la Iglesia de la Vida, con Buddy como avatar del Rojo y Maxine como suma sacerdotisa.
En estos dos últimos arcos argumentales, “La Última Cena” y “Tierra Prometida”, cobra una gran relevancia el personaje de Annie, otro hallazgo de Delano, una mujer compleja e impredecible pero al mismo tiempo consistente. Su lugar en el entorno de Animal Man va haciéndose cada vez más importante hasta llegar a desplazar a Ellen. Inspira la creación de la Iglesia y la mantiene viva y en marcha pero al mismo tiempo no cree en lo que predica. Su cinismo y lengua corrosiva hace que su relación con el resto de personajes sea a menudo complicada.
A lo largo de toda su etapa, Delano hizo de las mujeres los personajes más importantes y en este epílogo, además de Annie, cobran peso otros dos: Sarah, la amiga lesbiana de Ellen; y, sobre todo, Ray Dillinger, que empieza como una suerte de Nick Furia femenina, una agente encubierta del gobierno que se une a la Iglesia para asesinar a Buddy y/o Maxine y termina convirtiéndose en el foco narrativo del último arco al servir como punto de vista ajeno al círculo interno de personajes al mismo tiempo que registrando una interesante evolución.
A pesar de la oposición de las autoridades, el culto va creciendo, sobre todo entre los más jóvenes. Cuando su número empieza a ser una molestia para el Estado que les acoge, comienza una larga peregrinación a través del país siguiendo la Ruta 66 para llegar a unas tierras que han comprado en Montana y donde esperan fundar una nueva utopía. Y si Delano había abierto su etapa matando a Animal Man para luego resucitarlo, la concluye en el número 79 (enero 95), convirtiéndolo en un mártir de ese movimiento conservacionista que había fundado.
Cuando vio que sus ideas ya no daban para más, Delano tuvo la honestidad profesional y artística de marcharse, rematando su trayectoria en la colección de forma algo más satisfactoria que su predecesor, Tom Veitch, con todos los elementos presentados a lo largo de su etapa bien perfilados y conectados entre sí y con un final abierto para que el siguiente guionista pudiera seguir explorando el camino iniciado sin tener que dar un giro brusco (como sí había ocurrido, por ejemplo, con Grant Morrison). Sus sucesores fueron Jerry Prosser y Fred Harper, que llevaron la colección sin pena ni gloria hasta su cierre por falta de ventas en el número 89 (noviembre 95).
El periodo inicial de la línea Vértigo aportó una gran creatividad al comic mainstream y ayudó al aficionado a descubrir nuevos talentos y versiones de antiguos personajes. Animal Man nunca recibió la misma atención que, por ejemplo, Sandman, Hellblazer o La Cosa del Pantano, pero siempre estuvo entre los títulos más destacables de ese sello. La sección de correo de los lectores durante la residencia de Delano como guionista puso de manifiesto una brecha entre aquellos que reaccionaron positivamente a la nueva orientación que le imprimió a la serie y aquellos más conservadores que añoraban una mayor épica superheroica y unos textos más livianos.
Sea como fuere, Jamie Delano supo imprimir a Animal Man, la serie y el personaje, un sello muy personal. Siendo en el fondo un encargo que él nunca solicitó y en el que él mismo declaró no haberse involucrado emocionalmente, supo narrar historias intensas y maduras que no se dejaban llevar por nostalgias de lecturas de juventud ni trataban de epatar con piruetas conceptuales o metalingüísticas. Su etapa, la primera en superar en extensión la de Morrison, comenzó con una saga brillante en la que creó el Rojo y orientó la colección hacia un terror en la línea de lo que Alan Moore había hecho en “La Cosa del Pantano”. Pero a partir de ahí no consiguió mantener la misma intensidad y suspense, optando por dar mayor peso a la caracterización e introducir temas como la religión y la persecución gubernamental. Esto no terminó de gustar a muchos lectores, pero fue precisamente el estudio de personajes lo que hizo diferente a esta colección respecto a otras protagonizadas por superhéroes. Por otra parte, Delano supo ir engranando historias que mantenían el interés, cuyo desenlace no era fácil de predecir y que aprovechaban de forma inteligente y comedida la libertad que le ofrecía el sello Vértigo a la hora de abordar temas complejos y utilizar la violencia y el sexo explícitos.
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