7 ene 2018
1977-BATMAN – Steve Englehart y Marshall Rogers (y 2)
(Viene de la entrada anterior)
Abordar el tema de la corrupción política en Gotham supuso una diferencia con respecto al material de Batman anterior y contemporáneo. Era en principio un tema más adulto que el tradicional y simplón choque “héroe-villano”. Pero por desgracia, aunque Englehart parecía saber qué quería, no supo cómo llevarlo a cabo.
Y es que a la postre, este asunto se trata de una forma bastante superficial. El plan de Thorne para expulsar a Batman de la ciudad haciendo que el ayuntamiento lo declare persona non grata nunca va más allá de eso; de hecho, hay una escena en la que los compinches de Thorne discuten sobre su conveniencia y éste se limita a pegar un puñetazo y decir que lo van a llevar a cabo de todas formas, como si Englehart no diera con la forma de que su personaje pudiera argumentar sus propias decisiones. La conclusión de todo ese asunto es asimismo insatisfactoria. Batman y Thorne evolucionan casi en historias separadas, sin que los actos de uno impacten verdaderamente en el otro. Thorne, a la postre, es derrotado por acontecimientos en los que Batman no interviene y el arco argumental finaliza sin dar respuesta a la gran pregunta: ¿es el fantasma de Strange real o no? (sería el guionista Gerry Conway quien diera solución al enigma en una etapa posterior).
Englehart no consigue que la trama de corrupción política tenga un auténtico peso renovador en la ecuación tradicional “héroe contra villano”. Ya en el número 471, da la impresión de que Batman, el infalible campeón de la justicia, ha sabido de la naturaleza corrupta de Thorne desde hace años sin hacer ningún intento verdaderamente decidido de ponerle freno. ¿No le hace esto responsable al menos en parte de los problemas de la ciudad? Unos años antes, Englehart había escrito una saga para el Capitán América, “El Imperio Secreto”, en la que el héroe abanderado destapaba una trama de corrupción política en el gobierno americano y, desilusionado, perdía la fe en el sistema y abandonaba su identidad. Esta etapa de Batman parece por momentos intentar recuperar esa idea, pero sin la pasión o convicción de sus historias en Marvel.
Algo parecido ocurre con el personaje de Silver St.Cloud, quien, a pesar de su corta estancia en la colección, es aún hoy considerada por muchos fans como la mujer ideal para Bruce Wayne/Batman: bella, inteligente, miembro de la alta sociedad, comprensiva, conocedora de su identidad secreta… Ahora bien, cabe preguntarse sobre el por qué de esa preferencia. Y es que el romance del protagonista con Silver St.Cloud no resulta muy convincente. Puede entenderse que un guionista al cargo de un comic de 17 páginas publicado con cadencia bimensual (a partir de julio de 1977) se vea obligado a narrar las cosas de manera un tanto apresurada, pero es que aquí Bruce Wayne apenas intercambia un par de frases con Silver en un episodio antes de que Alfred se pregunte si ella podría ser “la elegida”. Se da a entender en un diálogo que ambos han mantenido relaciones íntimas y que Bruce Wayne le ha dado las llaves de su ático en la ciudad… Tan solo unas horas después, cuando Hugo Strange disfrazado de Bruce Wayne rompe con ella, reflexiona: “Ese no era el Bruce Wayne que conozco”. Y todo ello aun cuando, tal y como se nos dice en otro momento, sólo ha pasado una semana desde que se conocieron.
Más tarde, en uno de los puntos cruciales de la trama, Silver sospecha que Bruce es Batman … sin razones sólidas para ello. En ese punto ni siquiera ha visto a Batman ni Bruce se ha excusado torpemente en mitad de un momento de crisis para, inmediatamente, reaparecer como su alter ego. De acuerdo, se fija en detalles como que el cabello de Bruce está húmedo cuando debería estar seco (Batman, sin que nadie lo supiera, había estado en el agua) y más tarde ingresa en una clínica para tratarse de envenenamiento radioactivo. Todo ello sospechoso pero no tanto como para concluir inmediatamente que él, de los ocho millones de habitantes de Gotham, es Batman, especialmente cuando no la hemos visto dudar o especular acerca de ello.
¿Eligieron quizá los fans a Silver como la mejor pareja para Bruce-Batman porque fue la primera vez que se mostraba al héroe involucrado en una relación madura y en evolución? ¿O fue Englehart el que los convenció simplemente afirmando que ella era la mejor candidata? Los créditos de estos comics ya incluían afirmaciones como “Una Bat-historia como ninguna otra antes” o “el Batman que has estado esperando”. El autobombo hiperbólico ha venido siendo una constante en los comics desde los tiempos de Stan Lee en Marvel, pero hoy día los editores ya deberían saber que no basta con que ellos digan que una historia es un clásico para que efectivamente sea así; deben ser los lectores y el tiempo quienes decidan.
De todas formas, no todo lo que rodea a Silver St.Cloud es un fracaso. Para empezar, Englehart fue el primer guionista en introducir –o al menos intentarlo- un auténtico romance en la serie, y además uno maduro y no del tipo platónico. Esquivando las limitaciones censoras del Comics Code, ya lo he dicho, se entiende perfectamente que Bruce y Silver mantuvieron relaciones sexuales. En una conversación telefónica en el nº 471, ella, recostada en la cama con poca ropa, dice: “¡Bien, después de la última noche, cariño, esperaba que como mínimo estuvieras exhausto! ¡Yo sí lo estoy!”. Por otra parte e independientemente de cómo Silver ha llegado a saber que Batman y Bruce Wayne son la misma persona, esa situación da lugar a una dinámica nueva e interesante, como cuando ambos se encuentran en el dormitorio de ella, una escena de gran tensión –por cierto, muy bien narrada por Marshall Rogers- y choque de voluntades. Los dos esconden algo. Batman, su identidad secreta; Silver, que sabe quién es en realidad. Aunque Batman sabe esconder sus secretos mucho mejor que Silver (él, escondido tras su disfraz, no revela nada pero a ella la delata su mano temblorosa) ambos acaban dándose cuenta de lo que ocurre. Silver es una mujer lo suficientemente madura, inteligente y sensata como para romper con Bruce, sabiendo que no podrá soportar la convivencia con su otro yo, aquél que continuamente se juega la vida: “Hace un momento he visto a Batman en acción. No como una noticia en la tele. No como el héroe misterioso al que siempre he admirado. Yo he visto…al hombre por dentro. El hombre que amo (…) Te amo, ¡Pero no podría vivir con eso! ¡Sin saber nunca qué nos depararía cada noche!”.
Si los logros de Englehart no están exentos de algunos baches, algo parecido puede decirse respecto al equipo gráfico, Marshall Rogers y Terry Austin. Rogers había empezado en “Detective Comics” antes de la llegada de Englehart, en su número 466 (diciembre 76), ilustrando durante tres episodios historias de complemento escritas por Bob Rozakis. Eran relatos bastante estúpidos que enfrentaban a Batman con el Calculador, responsable de una serie de extraños robos, como la vida de un científico, toda una ciudad (Star City), la fama del Hombre Elástico o la final del Mundial de Fútbol. Con todo, Marshall Rogers solventó su parte con una inventiva y elegancia que esos guiones no merecían.
Tras el horrible interludio dibujado por Walter Simonson y que supuso la entrada de Englehart en la colección, Rogers y Austin se reincorporan a la misma. Los fondos están maravillosamente diseñados, consiguen dar forma a un Batman moderno y al tiempo dramático con esa ondeante capa imposiblemente grande, las composiciones de página, las atrevidas angulaciones e inusuales puntos de vista, una narrativa fluida y con recursos, el uso original de las onomatopeyas, la hábil combinación de tramas mecánicas y manuales, la construcción de atmósferas de misterio y claustrofobia… Rogers y Austin replicaron el aspecto nocturno y siniestro de las primeras aventuras de Batman en los años cuarenta; incluso los bordes de las viñetas eran más gruesos de lo usual, algo que también podía encontrarse en los comics de Bob Kane. Pero al mismo tiempo y junto a estos aciertos, nos encontramos con otras viñetas poco trabajadas, figuras demasiado rígidas e incluso, de vez en cuando, cierta tendencia a la caricatura (que se acentuaría más adelante en la carrera de Rogers) que no funciona nada bien.
La última historia se divide en dos episodios (478-479, agosto-octubre 78) y está escrita por Len Wein y dibujada por Marshall Rogers, en esta ocasión entintado por Dick Giordano. Son dos números oscuros, muy atmosféricos y teñidos de melancolía, en los que se presenta a un villano trágico: Clayface III. El Batman de Wein es más sombrío que el de Englehart y el argumento más complejo emocionalmente que los anteriores: Clayface es un villano, sí, pero el lector no puede evitar sentir cierta simpatía o pena por él. Las tintas de Giordano suavizan las nítidas líneas de Rogers aportando un toque más orgánico, más siniestro.
Hay otras ideas de esta etapa que no perduraron. Aunque antes y después que él la mayoría de los guionistas han retratado a Bruce Wayne como un playboy holgazán, Englehart lo presenta como un duro ejecutivo que toma parte activa en la dirección de su imperio empresarial. En las palabras de Hugo Strange: “Gobernaba la ciudad de Gotham tanto de día como de noche”. Englehart y Rogers pusieron imágenes a esa nueva versión. En un intento de alejarse del periodo “camp” propiciado por la serie de televisión, el editor Julius Schwartz había trasladado a Bruce Wayne desde su mansión familiar al corazón de Gotham City, ocupando el ático de un rascacielos que servía como cuartel general de las empresas Wayne. Englehart se tenía que mover en ese nuevo escenario pero al mismo tiempo echaba de menos el caserón de las afueras, así que propuso una solución de compromiso: creó una Batcueva en una estación de metro abandonada bajo ese rascacielos. Así, Bruce Wayne, señor de Gotham por el día, vivía en el ático; por la noche, bajaba en ascensor a las profundidades de la nueva Batcueva para transformarse en Batman, el señor de Gotham por la noche. Sin embargo, la imagen de Wayne Manor resultó ser tan icónica que, al final, el héroe acabaría regresando a su mansión familiar y abandonando ese enfoque moderno de ejecutivo agresivo.
El reencuentro de ambos autores en 2005 para la miniserie “Detective Oscuro” no dio los mismos resultados que treinta años antes, sobre todo por culpa de Marshall Rogers, cuyo dibujo había decaído de forma alarmante aun cuando mantenía buenas ideas en cuanto a composición y narrativa (moriría tan solo dos años después, de un ataque al corazón, a la temprana edad de 57 años). Igualmente, el guión de Englehart, a pesar de incluir ideas interesantes como las ya comentadas, se antoja disperso. La subtrama de Dos Caras y sus clones es rebuscada, inverosímil e inútil. Tampoco la relación entre Silver y Bruce avanza demasiado aparte de mostrar explícitamente las intimidades que en los episodios de los setenta sólo se debían imaginar. Hay también un extraño recuerdo de tono pesadillesco que Bruce recupera y que se diría que Englehart quería incorporar al canon de Batman, pero que en realidad no tiene demasiado interés.
El estilo de Englehart también adolece de falta de sutileza en lo que se refiere a sus comentarios políticos. El Joker le espeta a Dos Caras: “¡Intentar manipular unas elecciones! ¡Esto no es Florida!” (en referencia a lo sucedido en ese Estado en 2000); y más tarde se burla otra vez del sistema político: “Hay actores y luchadores ganando elecciones…¿Y la gente retrocede ante un criminal profesional? ¡Es un error se mire por donde se mire!” (aludiendo a casos como los de Ronald Reagan, Arnold Schwarzenegger o Jesse Ventura). Comprendo que Englehart quiera hacer una reflexión irónica acerca de la política (“El miedo es lo que mueve a la gente. Los políticos medran gracias a él”, afirma el Joker), pero lo hace de una forma algo forzada y melodramática.
Otro de los problemas de esta miniserie es el propio estilo de Englehart, cursi y forzado para los estándares actuales, con globos de pensamiento y diálogos en los que se insertan exposiciones o reflexiones bastante torpes. “Batman no tiene superpoderes”, subraya Bruce a Silver, “así que siempre tengo que estar al máximo. Siempre” La principal subtrama versa sobre los problemas sentimentales de Bruce, insertando de paso algunos comentarios acerca del sistema político, pero ese enfoque casa mal con otro hilo ene l que Dos Caras se clona a sí mismo…dos veces y sin que ello tenga demasiado sentido. No soy experto en genética pero no veo cómo empaparse en ácido puede provocar una alteración en el ADN.
Dicho esto y además de lo ya apuntado arriba, hay otros detalles interesantes. Aunque no hay razón de peso para que Dos Caras participe en la historia ni que lo haga de la forma en que está expuesto, Englehart incluye una reflexión sobre la naturaleza de su característica moneda y la idea de que abdica en ella –y, por tanto, a algún nebuloso destino- cualquier tipo de responsabilidad. Esto se relaciona con la incapacidad de Bruce Wayne para abandonar su rol de Batman. La participación del Espantapájaros, dados los temas que se exploran en la historia, es un acierto aun cuando su ejecución carezca del merecido lustre. Englehart vuelve también aquí a hacer sus guiños a la etapa clásica, como ese cameo de Julius Schwartz, antiguo editor de los títulos de Batman, en el primer número. Muy intencionadamente, Bruce Wayne le dice “Hola Julius, tienes buen aspecto. Pero parece que llego tarde, ¿eh?” (Schwartz había muerto unos meses antes, en 2004).
Sin ambos autores, Batman probablemente no existiría tal y como hoy lo conocemos y su influencia en el mito del héroe puede rastrearse en múltiples interpretaciones del mismo. Michael Uslan, productor ejecutivo de todas las películas de Batman producidas por la Warner desde 1989, afirmó hace ya muchos años en una convención que el film que deseaba hacer estaría inspirado por el Batman de Denny O´Neil y Neal Adams y el de Englehart y Rogers. El borrador del primer guión de la película del 89, escrito por Tom Mankiewicz estaba, efectivamente, basado en las historias de Englehart e incorporaba a personajes como Rupert Thorne o Silver St.Cloud. El propio Englehart trabajó en diferentes tratamientos de guión para el film y aunque no sobrevivieron intactos, puede detectarse su espíritu en ideas como el intento del Joker de asesinar a la población de Gotham: “Es una parte de un compuesto binario”, se nos dice en el comic acerca de un gas diseñado por el villano. “Cada parte inofensiva en sí misma…¡Pero cuando se mezclan, forman un veneno!”, diálogo que también pudimos escuchar en la película. El Joker al que dio vida Jack Nicholson remedaba en buena medida el escrito por Englehart para el comic; y aunque el papel femenino recibió el nombre y ocupación profesional de otro personaje del mito, Vicki Vale, en realidad el papel que desempeña en la historia es el de Silver. Incluso la actriz elegida, Kim Basinger, se parecía más a Silver que a la pelirroja Vale de los comics.
También los creadores de la serie animada de Batman de los noventa se inspiraron en los comics de Englehart y Rogers. Hicieron de Thorne un villano recurrente –si bien lo transformaron de político corrupto a gangster-. También adaptaron la historia en la que el profesor Hugo Strange trata de subastar el secreto de la identidad civil de Batman, aunque prefirieron dejar de lado la trama que el comic desarrollaba para el villano. También adaptaron el arco de dos episodios “Los Peces Burlones”, añadiendo elementos de otra historia ya mencionada en este artículo y firmada por O´Neil y Adams, “Las Cinco Venganzas del Joker”, e insertando a la Harley Quinn dibujada por Paul Dini.
Se ha llegado a decir también que el director Christopher Nolan y los guionistas Jonathan Nolan y David S.Goyer copiaron elementos de la miniserie de 2005 para su película “Batman: El Caballero Oscuro” (2008). Ciertamente, hay puntos en común entre el film y el comic, pero cada una de estas obras es tan diferente entre sí que dudo que haya sido intencionado o que pueda sostenerse una acusación de plagio. Tenemos, por ejemplo, una antigua amante de Bruce que conoce su identidad secreta y que ahora está emparejada con un personaje de la política local amenazado por el Joker; este último desfigura a un clon de Harvey Dent en una explosión y Bruce sopesa seguir con su cruzada contra el crimen o dedicarse a reconquistar el amor de ella. Pero el tratamiento y desarrollo que hacen Englehart y Nolan de estas similitudes es, como digo, muy distinto.
La etapa de Englehart y Rogers al frente de Batman ha sido a menudo alabada por comentaristas más entusiastas que objetivos como aquella que presentó la versión definitiva del personaje. Personalmente, no apuntaría tan alto. Ciertamente, para la época supuso una bocanada de aire fresco y tanto en guión como en dibujo estaba por encima tanto de muchos comics de DC como de Marvel. Pero la afirmación del propio Englehart atribuyéndose más o menos la invención del Batman moderno es exagerada. A día de hoy, probablemente haya que rebajar algo su consideración de etapa “definitiva” (¿acaso no lo fue tanto o más la versión de Frank Miller diez años después?), sin que por ello deba arrebatársele el título de clásica, título que poco tiene que ver la con la calidad intrínseca de la obra y sí con la importancia que tuvo en la época y su influencia en el futuro. Como he dicho, estos comics tienen tantas ventajas como inconvenientes pero el resultado global es interesante para cualquier fan de Batman y, desde luego, superior a muchos comics de nuestros días.
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