Entre mayo y octubre de 1985, el sello “adulto” de Marvel, Epic Comics, publicó una serie limitada de seis números, “El Dragón Negro”, firmada por dos autores por entonces muy populares. Por una parte Chris Claremont, guionista en la cresta de la ola gracias a su gran labor en las colecciones mutantes; por otra, el dibujante inglés John Bolton, quien se había hecho rápidamente un nombre en el género fantástico gracias a historias publicadas por la propia Marvel como “Kull” (en “Aventuras Bizarras”, con guión de Doug Moench) o “Marada” (en “Epic”, escrita también por Claremont).
La acción se sitúa en la Inglaterra de 1193. Un caballero escocés, James Dunreith, exiliado

Cien años después de la invasión normanda de Inglaterra, éstos y los sajones –que entonces se consideraban “nativos” del país aunque sus antepasados también fueron invasores de la misma- siguen enemistados. De hecho, la conspiración del noble de Valere pretende expulsar a los conquistadores normandos y restaurar la antigua cultura y religión sajonas. Paralelamente, la

Antes de llegar al castillo, el caballero escocés se verá enfrentado a las fuerzas de la magia negra y, acosado por unas recurrentes pesadillas en las que aparece un gran dragón negro, empezará a comprender que está vinculado de alguna forma al plano del mundo de las hadas. Ya en su destino, él y Elianne se ven arrojados al centro de un conflicto decisivo entre dos poderes que se libra tanto en el nivel físico como en el espiritual.
Esta obra, que podríamos calificar como “fantasía histórica”, fue una propuesta argumental y

“El Dragón Negro” ofrece, para empezar, una lectura autocontenida de 191 páginas, con giros inesperados, más dura de lo habitual en el comic generalista en cuanto a sus temas y tratamiento de personajes (hay sexo –incluyendo el incestuoso- y violencia explícitos bastante antes de “Juego de Tronos”); y sin ánimo de establecer ningún tipo de continuación ni franquicia rentable a largo plazo. El final cierra la obra y no da pie a una segunda parte, lo que ya en sí es algo a tener en cuenta en un mercado tan proclive a la sobreexplotación como el americano.

El dibujo de John Bolton es verdaderamente bonito y su narrativa clara y eficaz, si bien abusa demasiado de los planos medios, lo que le resta algo de dinamismo y variedad a sus páginas impidiendo que el lector “salte” a la escena y salga de su papel de mero testigo. Su estilo aquí puede encontrar un ascendiente tanto en el “Príncipe Valiente” de Hal Foster como en la obra de grandes artistas del comic británico de antaño como Frank Bellamy, Frank Hampson o Don Lawrence: clásico, elegante y con atención al detalle y la iluminación. La edición original fue en color, una opción desacertada dada la técnica de entintado adoptada por Bolton. Los horribles tonos pastel que se aplicaron entonces y las limitaciones en la técnica de

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Bolton reproduce con habilidad el entorno medieval de la Inglaterra del siglo XII, con sus castillos, combates a espada y torneos. Menos afortunada me parece su labor cuando la historia entra de lleno en el terreno fantástico, y ello aun cuando había brillado especialmente en este aspecto en sus ya mencionados Kull y Marada. Sus criaturas demoniacas no me parecen demasiado convincentes (sí los muertos putrefactos que arrastran al protagonista bajo tierra), como tampoco el dragón del título o esa representación vaporosa pero carente de fuerza de las criaturas procedentes del mundo de las hadas. Con esto también están relacionadas las oscilaciones en el entintado. Algunas veces, como el momento zombi indicado, las tintas son intensas, sucias y agresivas, apoyando el terror del momento. Pero en otras

Evidentemente, la ambientación que perseguían Claremont y Bolton era una de corte realista, basada en nuestro auténtico pasado en lugar de imaginar una fantasía medievalizante. De esta manera, la inclusión de elementos mágicos, por contraste, tendría mucha mayor fuerza. Además, la mezcla de Historia, mitos artúricos, personajes legendarios y el mundo feérico inglés presentaba un indudable potencial siempre y cuando los ingredientes se añadieran y mezclaran correctamente. El resultado no es del todo satisfactorio, quedando el conjunto algo desequilibrado. Los primeros cuatro números están bien tramados y los personajes son interesantes. Pero los dos episodios finales quedan lastrados por un número excesivo de tramas peleando entre sí por el espacio, discursos excesivamente largos, rescates y resucitaciones de lo más conveniente y un final que descansa en un forzado hechizo. Posiblemente, hubiera sido más acertado limitarse a narrar una intriga política y de aventuras, ya que esos momentos son precisamente los que

A pesar de estos defectos, no puedo calificar “El Dragón Negro” como un mal tebeo, ni siquiera como uno mediocre. Al fin y al cabo, tanto Claremont como Bolton estaban entonces en la cúspide de sus carreras y ambos nos brindan momentos muy notables engarzados con otros que no lo son tanto. Sea como fuere, es muy probable que los amantes del género fantástico hallen en él una lectura agradable y adulta que, como mínimo, se atreve a distanciarse, tanto en su dibujo como en su historia, de los ya manidos tópicos de la espada y brujería y la fantasía épica y heroica.
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