En 1985, apareció “Crisis en Tierras Infinitas”, la épica miniserie que reordenó y dio un nuevo punto de partida al sobrecargado Universo DC. Uno de los personajes que recibieron un lavado de cara fue, precisamente, Superman, del que se encargó el entonces inmensamente popular John Byrne (una etapa que ya comenté con detalle en varias entradas de este mismo blog). Las disputas y desacuerdos con los editores y el agotamiento de ideas, hizo que Byrne acabara dejando al personaje en 1988 en manos de Roger Stern. Éste continuó con el estilo y líneas argumentales abiertas por su antecesor, pero no fue capaz de mantener las ventas del personaje, que fueron bajando poco a poco a niveles de nuevo preocupantes.
En 1992, Superman protagonizaba nada menos que cuatro colecciones: “Action Comics”, “Superman: El Hombre de Acero”, “Superman” y “Aventuras de Superman”. Los cuatro títulos estaban fuertemente interconectados desarrollando una misma continuidad supervisada por el editor Mike Carlin. Alrededor de él, había reunido a un equipo de guionistas compuesto por Dan Jurgens, Roger Stern, Louise Simonson, Jerry Ordway y Karl Kesel. Al estilo de lo que suele hacerse en las series televisivas, todo el staff creativo se reunía una o dos veces al año para delimitar las líneas que irían siguiendo las cuatro colecciones durante los siguientes meses con el fin de no pisarse unas a otras y mantener la coherencia global. Era, desde luego, un trabajo encomiable y muy exigente que dio los resultados esperados, pero también un sistema que impedía que alguien con verdadero talento –y, probablemente, su correspondiente dosis de ego- y ganas de hacer algo diferente, pudiera despuntar o, como mínimo, tener el necesario control y libertad sobre su idea. Además, cada mes aparecía demasiado material como para que pudiera mantenerse un nivel de frescura y calidad medianamente alto. Los lectores se dieron cuenta de que el personaje había vuelto a estancarse y lo fueron abandonando.
En un intento de atraer nuevos lectores –y especialmente lectoras-, DC decidió resolver el tradicional triángulo amoroso entre Clark Kent, Lois Lane y Superman. Byrne ya había introducido en su etapa la idea de que Lois estaba empezando a trasladar sus afectos de Superman a Clark y los editores se aprestaron a culminar la relación celebrando una boda entre ambos. Así, en el arco argumental titulado “Krisis de la Kriptonita Karmesí”, Clark propone matrimonio a Lois y ella acepta. Pero un hecho inesperado se interpuso en los planes de la pareja.
Time Warner, propietaria de DC Comics, había cancelado la serie televisiva de Superboy producida por Alexander Salkind (productor de las primeras tres películas de Superman protagonizadas por Christopher Reeve así como de la de Supergirl) para, a continuación, crear su propia serie, “Lois & Clark”, cuya premisa central era la existencia de una relación sentimental entre Lois Lane y Clark Kent/Superman. Unas de las ideas que surgieron durante la planificación de la producción fue que en un momento dado se celebraría la boda entre ambos personajes. Y entonces, alguien les informó a los responsables de Warner que los comics de DC ya estaban inmersos en una trama con ese final.
Guste o no, la televisión tiene más espectadores que los comics lectores. Las órdenes llegaron de arriba y fueron claras: Mike Carlin y sus guionistas debían suspender los planes de boda en el comic hasta que la serie alcanzara ese punto, momento en que el evento se celebraría simultáneamente en ambos medios. La idea era que los espectadores acudieran a las tiendas a comprar comics disparando la cifra de ventas. La situación disgustó mucho a los guionistas de Carlin, cuyos planes para todo un año de historias habían acabado en agua de borrajas por una mera cuestión de intereses corporativos. El editor de Superman, Mike Carlin, se vio en la necesidad de idear otro gran evento que reemplazara la boda y que pudiera mantener la atención de los lectores en un momento, ya lo hemos dicho, de franca decadencia en las colecciones regulares.
Otra vez reunidos y sin dar con ninguna alternativa factible, el guionista Jerry Ordway sugirió en broma matar al héroe. Fue una idea surgida de la pura frustración, pero también una guasa que llevaba años apareciendo en aquellas reuniones en momentos de bloqueo creativo. Pero en esa ocasión, Carlin decidió que quizá no sería tan mala idea abordarla seriamente: “El mundo daba por sentado a Superman, así que nos dijimos, “mostremos cómo sería el mundo sin Superman”. Al fin y al cabo, parecía el momento adecuado para ello. Desde mediados de los ochenta, los comics de superhéroes habían entrado en una deriva en la que predominaba la violencia, la ambigüedad ética y el cinismo. Parecía que la pureza que encarnaba Superman y los ideales que simbolizaba desde sus inicios estaban fuera de lugar en ese entorno usurpado por los antihéroes hipermusculados de dientes rechinantes y voluminoso armamento. Matar a Superman reflejaría el espíritu de la época, pero también pondría de manifiesto lo mucho que se perdería con su desaparición y lo importante que es mantener un personaje que defiende la esencia primigenia de lo que es un héroe.
“La Muerte de Superman” se articuló como un arco narrativo que culminaba en “Superman” (volumen 2) 75, en enero de 1993, y que sirvió a su vez como punto de partida para el crossover de DC de ese año. La historia comenzaba de forma tranquila: mientras Superman se halla ocupado con una amenaza en Metrópolis, una misteriosa figura embozada y encadenada sale de un contenedor enterrado profundamente bajo la superficie de la tierra en el Medio Oeste y comienza a sembrar muerte y destrucción (Superman: The Man of Steel nº 17, noviembre 1992). La Liga de la Justicia acude a su encuentro para tratar de detenerlo. La batalla resulta desastrosa para los héroes: Blue Beetle acaba en coma, el Detective Marciano (entonces bajo la identidad de un tal Bloodwynd) casi muere, el antiguo Green Lantern Guy Gardner (ahora con un anillo de luz amarilla) resulta gravemente herido y el traje de Booster Gold termina tan dañado que tardaría años en volver a funcionar correctamente.
Superman entra en escena poco después de que la Liga haya caído derrotada. Lo que siguen son cuatro números de combate ininterrumpido entre el Hombre de Acero y el ahora bautizado como Juicio Final. Cuanto más se prolongaba la lucha, más grande, fuerte e invulnerable parecía volverse la criatura. Su piel iba cubriéndose de espolones y protuberancias óseas que, al golpear a Superman, lo herían profundamente. Mientras tanto, Juicio Final iba acercándose más y más al que parecía ser su objetivo, Metrópolis. Es en las calles de esa ciudad, frente al Daily Planet, cuando ambos tienen su último y definitivo asalto. Cada uno de ellos golpea a su oponente con todas sus fuerzas…y los dos resultan muertos a consecuencia de las heridas sufridas (“Superman” 75, enero 1993).
Aquel mismo mes, aparecería otro crossover, “Funeral por un Amigo”, en el que se mostraría la reacción del mundo, de los allegados a Superman y de la comunidad superheroica ante la pérdida de su mayor inspiración. Fue en la tercera parte de la saga, “Superman: The Man of Steel” nº 20, escrito por Louise Simonson y dibujado por Jon Bogdanove, que los héroes mostraban su dolor ante un público perplejo y desconcertado. Un una desfile funerario más impresionante que el de cualquier presidente, los héroes acompañaron al féretro con el cuerpo de Superman por las abarrotadas calles de Metrópolis, donde miles de personas mostraban su respeto y daban su último adiós al mayor héroe de la Tierra.
Matar un personaje popular no era exactamente una idea nueva, sino que los autores llevaban años haciéndolo. Sin contar los muertos en Marvel (desde Gwen Stacy al Capitán Marvel pasando por Jean Grey-Fénix), en la misma DC no hacía ni una década que habían eliminado a Flash (en su encarnación de Barry Allen) y Supergirl en el curso de “Crisis en Tierras Infinitas”. Robin (en su identidad de Jason Todd) había sido asesinado por el Joker en la saga “Una Muerte en la Familia” poco tiempo antes, en 1989. Incluso el propio Superman había pasado por el trance en una historieta de 1961, “La Muerte de Superman”, una de esas “historias imaginarias” de la etapa clásica en la que Lex Luthor, por fin, se salía con la suya.
En esta ocasión, sin embargo, el acontecimiento fue distinto, de mayor escala y más coherente con los cimientos que se habían establecido en la renovación efectuada por Byrne tras “Crisis”. Desde el principio de la misma, se había hecho hincapié en que había un límite a la invulnerabilidad de Superman, al que muchos enemigos apaleaban como ningún lector de los años cincuenta o sesenta hubiera podido imaginar. Ninguno de ellos, sin embargo, podía compararse a Juicio Final, esa criatura de inmenso poder y misterioso origen que había derrotado a la Liga de la Justicia con un brazo atado a la espalda (literalmente). Incluso la estructura de los diferentes números fue pensada para ir construyendo un crescendo que finalizara en el “Superman” nº 75. La batalla con Juicio Final se prolongó durante cuatro números, cada uno de los cuales se maquetó como si fuera parte de una cuenta atrás: el primero tenía cuatro viñetas por página, el segundo tres, el tercero dos y dos el cuarto, hasta que en el quinto y final, Dan Jurgens y Bret Breeding sólo utilizaron páginas-viñeta en las que se olvidaba toda sutileza y se subía el tono melodramático, golpeando la cara del lector con un torrente de acción brutal.
Lo cierto es que “La Muerte de Superman” era básicamente acción, acción y acción, dejando poco espacio para la caracterización. La verdadera historia se concentró en los ocho números que compusieron “Funeral por un Amigo”, más centrados en los personajes, los sentimientos y las emociones. Uno de los momentos más emotivos no era la escena del funeral propiamente dicho, sino cuando Lois Lane llama por teléfono a los Kent por primera vez tras la muerte de Superman-Clark. Dado que ambos iban a casarse, ella ya conocía su identidad secreta y también que los Kent tenían que haber visto morir a su hijo por televisión, no una sino muchas veces conforme los noticiarios repetían interminablemente las imágenes. Es un momento tanto o más conmovedor que la viñeta en la que muere Superman.
Mientras que la familia secreta de Superman tenían que llevar su duelo en secreto, los otros héroes se esforzaban en llenar el vacío dejado por su colega. Supergirl –que no era una kriptoniana sino un ser artificial que portaba el emblema con la “S” con permiso de Superman- patrullaba Metrópolis mientras varios exmiembros de la Liga de la Justicia asumían el ritual anual de Superman de ayudar a tanta gente como fuera posible el día de Nochebuena. Gangbuster regresaba de su retiro y volvía a luchar contra el crimen en los bajos fondos de Metrópolis…Eran todas ellas historias que explicaban el impacto que Superman había tenido en el mundo y que ofrecían más argumento y sentimiento que todo lo que sucedió durante la muerte del héroe.
Jonathan y Martha Kent no habían perdido a Superman sino a su único hijo. Semejante tragedia personal destrozó emocionalmente a Jonathan, que sufrió un ataque cardiaco mientras enterraba en el patio algunos recuerdos de su hijo intentando remedar el funeral al que no habían podido asistir. En el hospital, su corazón dejó de latir…y los comics de Superman dejaron de publicarse.
Esto es, durante tres meses. A partir de ese momento, las colecciones regresaron a las tiendas retomando la trama donde la habían dejado. Jonathan se encontraba en el más allá, donde “vio” el alma de Clark seducida por unos engañosos demonios. Jonathan le dio a su hijo la voluntad necesaria para luchar y los dos abandonaron juntos el umbral de la muerte. Al despertar en el hospital, Jonathan le cuenta a su esposa que ha salvado a Clark, pero Martha cree que su marido es víctima de algún tipo de alucinación producida por la falta de riego sanguíneo en su cerebro. Por eso se queda de piedra cuando poco después aparecen cuatro hombres que parecen y actúan como lo haría Superman. ¿Podría alguno de ellos ser el verdadero? A partir de “Aventuras de Superman” nº 500, (junio de 1993) se desarrollaría el arco argumental, titulado “El Reinado de los Superhombres”, que daría respuesta a esa pregunta.
“La Muerte de Superman” se ha llevado su buena dosis de críticas en los últimos veinticinco años, y no sin razón. Revisado hoy, da la impresión de ser una cadena de oportunidades perdidas y desacertadas elecciones creativas por mucho que pudieran justificarse en aquel momento. Para empezar, estamos ante uno de esos “eventos” comiqueros realizado antes de que la industria perfeccionara tal concepto, por lo que encontramos cosas que aquí no pintan nada, como el misterio del nuevo miembro de la Liga de la Justicia en un argumento en el que, además, el equipo no interviene más que para recibir golpes. O abrir la saga con un número sólo tangencialmente relacionado con el evento en cuestión y que, de hecho, lo que hacía era rematar un arco argumental anterior.
Hay otros detalles quizá menores que denotan la edad del comic, como el generoso uso y abuso de los globos de pensamiento, no sólo para observaciones fugaces sino para articular textos enteros en los que se revelan las motivaciones de los personajes. Ciertamente, cumplen su función pero también ralentizan el ritmo de lectura de una historia que debería ser todavía más frenética y directa.
Por otra parte, hubo una facción considerable de los aficionados que se mostraron disconformes con el enemigo elegido para esa batalla definitiva. No había sido un maquiavélico plan de Lex Luthor, una criatura mecánica inventada por Brainiac o un enfrentamiento apocalíptico con Darkseid lo que había acabado con Superman, sino un personaje completamente nuevo por el que los lectores veteranos no sentían ninguna conexión emocional. Aún peor, Juicio Final no parece tener misión o propósito definido algunos: su enfrentamiento con Superman es casi accidental y el que ponga rumbo a Metrópolis obedece a algo tan estúpido como ver por la tele de un centro comercial el anuncio de un campeonato de wrestling a celebrar en el estadio de esa ciudad.
Es una queja legítima. Pero también es verdad que hubo otra generación de lectores, probablemente más jóvenes y menos exigentes, que se sintió sobrecogida por el poder primario e irracional de Juicio Final. Puede que visto con los ojos de hoy, Juicio Final no parezca más que otro de esos brutos hipermusculados que tanto transitaron por los comics de superhéroes de los noventa, pero también es cierto que constituyó una amenaza como ninguna otra antes había enfrentado Superman, y eso no es decir poco. Dan Jurgens ideó un ser sin pasado, sin personalidad y sin motivaciones mínimamente racionales, una auténtica némesis a todo lo que representa Superman, que se veía obligado a dejar a un lado su ingenio y recurrir exclusivamente al poder bruto y el instinto. Juicio Final sólo vive para destruir y matar, ni siquiera tiene una mente digna de tal nombre que un telépata pueda leer o manipular.
El problema es que el personaje hubiera sido mucho más efectivo de no haberse sabido desde el principio y gracias a la maquinaria de publicidad de Warner-DC, el desenlace del drama. Si no se hubiera vendido el producto como “La Muerte de Superman”, probablemente nadie habría visto venir ese trágico final. Dicho lo cual, los últimos números consiguen sobradamente aumentar la intensidad y el tono épico. Todo lo que Superman dice o piensa a partir del cuarto número de la saga es propio de su identidad más clásica: siempre tratando de poner a salvo a los inocentes, diciéndole a Lois que la ama, tratando de hallar una forma de detener a su indestructible adversario, sacando fuerzas de sus últimas reservas… Aun cuando la larga preparación del final está sólo regularmente conseguida y cae incluso en lo estúpido, el momento climático sí ofrece toda la fuerza que podría esperarse de él.
El segundo crossover, que como decía antes tiene más contenido en cuanto a trama y caracterización, no está tampoco exento de problemas. Las mejores escenas son aquellas en las que podemos ver a Lois o los Kent sufrir la pérdida de su prometido e hijo. Incluso Batman se siente incapaz de desprenderse del aparentemente ya inútil trozo de kriptonita que Superman le confió por si alguna vez él perdía el control… Pero en cambio, toda la subtrama del robo del cadáver de Superman por parte del proyecto Cadmus está muy torpemente desarrollado, con personajes que entran y salen continuamente de la historia, Lois Lane convertida en una suerte de James Bond femenina…
Decir que DC tuvo éxito es quedarse corto. Los medios de comunicación de todo el mundo y su público no lector de comics, ignorantes de la dinámica de serial-culebrón propia del género de los superhéroes, creyeron efectivamente que el Hombre de Acero desaparecería de verdad y para siempre. No se pararon a pensar que los enormes ingresos que la compañía extrae de vender la imagen del mundialmente famoso logo de Superman y su imagen para millones de productos de merchandising, hace imposible eliminar del todo al personaje. Al detectar el interés de los medios de comunicación por lo que no iba a ser en principio más que otro arco argumental a cuyo término –todos los aficionados lo sabían- se recuperaría al héroe original, la maquinaria de promoción de DC-Warner puso toda la carne en el asador para convertirlo en un acontecimiento mundial. Por ejemplo, en la edición de lujo del nº 75 de “Superman”, además de venir embolsado en un plástico negro con el logo sangrante del héroe e incluir un poster, unos sellos conmemorativos y una necrológica “oficial”, se adjuntaron pequeños brazaletes de luto que muchos niños portaron al día siguiente en las escuelas (En una coincidencia tan conmovedora como adecuada, Joe Shuster, el creador gráfico original del personaje, murió en julio de 1992, justo cuando Dan Jurgens estaba terminando de dibujar el citado número).
El resultado fue que millones de personas acudieron a las tiendas de comics para comprar ese ejemplar. Entre ellos, por supuesto, los seguidores habituales del personaje, tanto los del momento como los nostálgicos que hacía tiempo se habían desvinculado de él; los coleccionistas-especuladores compraron muchísimos ejemplares esperando que ese histórico número multiplicaría su valor en poco tiempo; y, también, muchos no lectores de comics que, picada su curiosidad por la campaña publicitaria, decidieron hacerse con ese irrepetible episodio. De este modo, DC no sólo alcanzó cifras record de ventas (fue su mayor éxito en toda la década, con seis millones de ejemplares vendidos), sino que demostró que Superman era todavía su personaje más icónico. “La Muerte de Superman”, todavía hoy, es una de las historias más recordadas por muchos aficionados.
Superman no se limitó a morir en las páginas de los comics. La historia fue adaptada a otros medios excepto la televisión. Louise Simonson, entonces una de las guionistas regulares de “Superman: The Man of Steel”, hizo una adaptación especial para el mercado de lectores adolescentes; y Roger Stern, guionista de “Action Comics”, hizo una novelización para adultos. La última película del personaje (2016), al lado de Batman, también se basaba en parte en esta historia.
Pero claro, todo lo que sube, tiene que bajar y no sólo hay luces en esta historia. Para empezar, muchos de aquellos compradores puntuales jamás regresaron a por otro comic de Superman, con lo cual, tras toda la espuma generada, no llegó a consolidarse una nueva y más amplia base de lectores. Las espectaculares cifras de ventas no fueron indicativas de una recuperación del personaje desde el punto de vista económico. En mitad de la burbuja especulativa y como he apuntado antes, muchos ilusos compraron multitud de copias asumiendo que el paso del tiempo aumentaría exponencialmente su valor. Pero como se hicieron tiradas tan colosales, el precio de reventa de esos números acabó resultando ridículo. Una vez pasado el histerismo, a nadie le interesó ya demasiado hacerse con aquella saga y los ávidos especuladores hubieron de quedarse con un montón de papel sin valor. En un año (“La muerte de Superman” empezó en octubre de 1992 y “El Reinado de los Superhombres finalizó en octubre de 1993), las ventas no sólo de los títulos de Superman sino de toda la industria se desplomaron.
Pero es que, además, muchos de los que compraron aquellos números se sintieron decepcionados por la idea de que un evento de esas características tan publicitadamente trascendentales acabara siendo otro ejemplo de cómo la muerte no supone para los superhéroes más que una molestia de la que al final se recuperan. En el siguiente arco argumental, “El Reinado de los Superhombres”, aparecían como he mencionado, cuatro superseres que reclamaban el título de nuevo “Superman” antes de culminar con el gran regreso del kriptoniano original (“Superman” 82, octubre 1993). No sólo ninguno de los aspirantes tenía el necesario carisma, sino que todo aquel montaje había establecido un estándar imposible: si incluso la muerte de Superman, la historia más épica que podía contarse en el Universo DC, no era permanente, ¿qué lo sería? La muerte de personajes en los comics de superhéroes había dejado de tener sentido. El impacto emocional sobre los lectores derivaba de su certeza, de su permanencia, de saber que ese personaje no volvería a aparecer más y que, como sucede en la realidad, a partir de ese momento tendrían que vivir con su recuerdo. Pero cuando el lector no se lo cree, cuando sabe que ese personaje, antes o después, va a volver, matar a tal o cual superhéroe deja de importar.
De hecho, “La muerte de Superman” fue el inicio de toda una serie de “muertes-resurrecciones” dentro del Universo DC. Green Arrow, Donna Troy, el Hombre Elástico, Hal Jordan, Metamorpho o Jason Todd entre otros, experimentaron sus respectivas muertes para luego regresar de entre los muertos. Esa ridícula dinámica de puerta giratoria quiso explicarse mediante el peregrino argumento de que el pasaje entre la vida y la muerte había quedado abierto desde que Superman murió.
La valoración final de la saga está sujeta a lo que cada cual considere más importante en la misma. En mi opinión y aunque no se puede dudar que contiene épica y acción a raudales, el desarrollo de la trama principal resulta demasiado largo y el desenlace demasiado abrupto. “Funeral por un Amigo” es mejor historia, pero, como he apuntado, las secuencias supuestamente de acción e intriga tienen un interés muy inferior a las puramente emocionales, hasta el punto de que resultan superfluas e incluso aburridas. Además, hay determinadas subtramas y personajes que dejarán perplejo al lector no familiarizado con el discurrir contemporáneo del universo de Superman: la Supergirl protoplásmica que actúa como esclava de un Lex Luthor de inmensa cabellera que es pero no es el villano clásico; el proyecto Cadmus y su revoltijo de personajes (como la Newsboy Legion, adultos originales y niños clonados), o los monstruosos habitantes del subsuelo de Metrópolis, unos buenos y otros villanos…
Y en cuanto al aspecto gráfico, no se puede decir nada realmente destacable. Ni Dan Jurgens, ni Jackson Guice ni Tom Grummett son primeras espadas. Desempeñan su función con corrección, pero eso es todo. John Bogdanove tiene un estilo más personal, pero también más caricaturesco y, en lo que a mí respecta, casa mal con el tono de la serie y el trazo de sus compañeros de franquicia.
Con todos sus defectos, “La Muerte de Superman” continúa siendo una pieza importante dentro de la trayectoria del personaje. Hubo muchos lectores que se engancharon al héroe a partir de este momento. Asimismo, de esta saga y su continuación se desprendieron personajes que mantienen su estatus en el Universo DC, como el propio Juicio Final (no, tampoco él permaneció muerto mucho tiempo), Steel o Superboy.
Recomendado para fans y simpatizantes del personaje y mitómanos de la cultura popular.
Momentos favoritos de Superman en los cómics:
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