Imagina que un extraño te ofrece un maletín en cuyo interior encuentras una pistola, cien balas imposibles de rastrear y pruebas incontrovertibles acusando a la persona responsable de lo peor que te hubiera ocurrido en la vida. Imagina que ese extraño te asegura que si te cobras venganza con esa pistola y esas balas, nadie te perseguirá. ¿Lo aceptarías?
Ese misterioso individuo es el Agente Graves y él y sus maletas portadoras de muerte y dilemas morales son el arranque de uno de los mejores cómics de temática negra de comienzos del nuevo siglo.
El inicio del sello Vértigo de DC Comics, orientado a lectores adultos, puede rastrearse hasta la

El género negro hard-boiled no fue algo por lo que el comic norteamericano sintiera demasiado interés en los años noventa, y ello aun cuando aquél hubiera nacido precisamente en Estados Unidos. Incluso el “Sin City” (1991) de Frank Miller tendía más hacia la caricatura y la hipérbole que a respetar el gris realismo de cultivaban Raymond Chandler o Dashiell Hammett. Vertigo, Wildstorm o Image Comics exploraron las esquinas más oscuras del comic con diferentes colecciones, pero no prestaron interés por el género negro. Hubo excepciones, claro, como “Balas Perdidas” (1995) de David Lapham, pero éste no dejaba de ser un producto nacido en una editorial independiente y con una repercusión limitada. Lo mismo podía decirse del “Whiteout” (1998) de Greg Rucka, publicado en Oni Press. Vértigo sí dio cabida en su sello a “Sandman Teatro del Misterio”,

Durante varios años, Vértigo se nutrió del molde establecido por los autores ingleses aun cuando muchos de éstos acabaron marchándose a otras editoriales. A finales de la década de los noventa y a través de una serie de historias cortas, volúmenes unitarios y colecciones limitadas, el subsello empezó a diversificar sus temáticas, en buena medida gracias a los esfuerzos del editor Axel Alonso. Y así, en 1998, aparece la miniserie “Jonny Double”, que preparó el camino para el regreso del noir a las viñetas y de la que ya hablé en otra entrada de este blog. En ella no sólo se reinventaba un olvidado personaje del universo DC para insertarlo en una intriga sangrienta y retorcida relacionada con el dinero de Al Capone, sino que reunió por primera vez a un dúo creativo destinado a hacer historia: Brian Azzarello y Eduardo Risso.
Pero la colección que consolidó definitivamente el género negro no sólo en Vértigo sino en todo el


Dizzy es la que fija el molde para los siguientes receptores del maletín: individuos que han tocado fondo o que se hallan muy cerca de ello, moralmente ambiguos pero con potencial tanto para el bien como para el mal. Todos ellos han perdido algo: un ser querido, la familia, su patrimonio, su futuro… y la

El segundo arco argumental está protagonizado por el camarero de un bar nocturno de mala muerte que descubre quién le arruinó la vida al colarle en su ordenador pornografía infantil; en el tercero, la intriga se apoya en un jugador, su mejor amigo y un accidente de automóvil que ambos tuvieron años atrás y que no sucedió como todo el mundo cree; el siguiente se centra en un aparentemente inocente vendedor de helados…
Los primeros arcos argumentales siguen, por tanto, la misma fórmula. Se puede tener la impresión de que ésta acabará repitiéndose hasta quedar convertida en un cliché sin gracia como sucede en tantos comics o series de televisión mediocres. Ni mucho menos. Porque la maleta de Graves es sólo la excusa para contarnos una historia más amplia. Cada arco ahonda en la situación, pasado y personalidad de una de las “víctimas” de Graves. Y cada una de ellas es diferente, tiene una personalidad y entorno distintos y reacciona de forma personal al dilema que se le plantea y no siempre de la manera en que uno espera.

Dada la larga duración de la obra, no es recomendable revelar aquí mucho del por lo demás muy

“100 Balas” es, por tanto y sobre todo, una absorbente obra coral en la que se dan cita docenas de personajes importantes, desde los principales hasta los meros peones que se cruzan en su camino pero cuyas vidas también interesan. En cuanto a los principales, sus filas van engrosándose poco a poco, sus personalidades perfilándose conforme el guión añade tantos matices como secretos en el pasado de todos ellos. Cada arco argumental introduce una nueva pieza en la larga y mortal partida que narra esta larga historia, o bien un cambio de lealtad o un nuevo rumbo para alguno de ellos. Dizzy, Loop Hughes, Cole Burns, Lono y decenas de otros personajes entran y salen de la historia, ponen en marcha acontecimientos que tendrán consecuencias mucho más adelante, trazan tantos planes como los que frustran e incluso mueren

Mientras que se han citado como influencias literarias de “100 Balas” a nombres clásicos como Raymond Chandler, Jim Thompson, Elmore Leonard, Eddie Bunker o Dashiell Hammett, parece indudable que Azzarello también ha encontrado inspiración en cineastas modernos como Quentin Tarantino (“Reservoir Dogs”, “Pulp Fiction”), Francis Ford Coppola, Martin Scorsese o Bryan Singer (“Sospechosos Habituales”). “100 Balas” no tiene remilgos a la hora de mostrar el crimen y las vidas y mentalidad de quienes viven en y de él. Como sucede en los guiones de David Mamet, probablemente los delincuentes reales no hablen como los del comic, pero deberían. Hay cierto postureo posmodernista en los diálogos que escribe Azzarello y, de hecho, se le ha acusado de priorizar el estilo sobre el fondo, pero en general su prosa consigue un buen equilibrio entre la sofisticación intelectual y la vulgaridad barriobajera, la mordacidad sarcástica y el ritmo enérgico propio del género negro clásico.
Ahora bien, “100 Balas” no es una serie sórdida por el simple gusto de serlo. Sí, hay sexo



La lectura de “100 balas” es un retorcido y sangriento recorrido por la naturaleza del crimen y los criminales en Estados Unidos, desde las altas esferas hasta los ambientes más depauperados, desde los drogadictos tirados a los grandes ejecutivos, desde California a Nueva Inglaterra. Azzarello supo reunir todos los elementos del género negro (desde las mujeres fatales a los misteriosos justicieros, del detective perdedor a las poderosas familias del crimen) y actualizarlos a los tiempos modernos. Por ejemplo, en lugar de limitar la acción a los tradicionales bajos fondos de una ciudad concreta y a un reparto limitado de personajes, lo amplía al ámbito internacional, presentando un extenso y variado plantel de figurantes. Hay historias de redención y pérdida de la inocencia, de padres e hijos (algunos se odian, otros se admiran y otros compiten entre sí), relatos de justicia, venganza y retribución, jugadores compulsivos, drogadictos, pandilleros, estafadores, asesinos a sueldo, atracadores, pederastas, adúlteros, periodistas demasiado curiosos para su propio bien, contrabandistas y traficantes, músicos de jazz enamorados sin esperanza…

Las mujeres de “100 Balas” están a menudo hipersexualizadas, muy en la línea de la tradicional “representación” del sexo femenino en los comic-books, y son objeto del deseo, la misoginia, la violencia o las burdas bromas de los personajes masculinos. Dos de ellas, sin embargo, constituyen sendos ejes alrededor de los cuales gira la serie: Dizzy Cordova, con quien la serie empieza y termina; y Megan Dietrich, heredera de una de las familias del Trust.
Ambas son mujeres independientes e inteligentes pero, en muchos sentidos, cada una de ellas representa los dos extremos opuestos hacia los que convergen los personajes masculinos de “100 Balas”: una latina y una blanca, morena y rubia, vulgar y sofisticada, directa y manipuladora… Dizzy, expandillera, exconvicta, viuda y aún doliente por la muerte de su hijo, deja atrás sus orígenes y se reinventa, con la ayuda de Graves y el enigmático Señor Shepperd, en Miliciana. Megan Dietrich, en cambio, es la nueva

Sin lugar a dudas, uno de los factores del éxito de “100 Balas” fue el espectacular arte de Eduardo Risso, un arte que comprende y refleja a la perfección la prosa de Azzarello (lo cual no deja de resultar chocante porque ambos profesionales no se conocerían personalmente hasta años después de comenzada su colaboración y, además, Eduardo Risso no hablaba inglés, viéndose obligado a recurrir a un amigo bilingüe para que le tradujera los guiones que debía ilustrar). El estilo, ritmo e intensidad que el dibujante argentino aporta a la historia es colosal. Bebiendo de otros maestros del género en viñetas, como el español Jordi Bernet (“Torpedo 1936”) o su compatriota José Muñoz (“Alack Sinner”), sus planchas destilan elegancia aun cuando el mundo que retrate sea el más peligroso y decadente. Insufla en los personajes una vida extraordinaria que pocos autores pueden igualar. Cada una de sus páginas es una lección de dibujo, narrativa,

Aunque el comic cuenta con el extraordinario color de Grant Goleash y Patricia Mulvihill, éste no tapa en ningún momento el preciso trabajo de iluminación de Risso. Como todo buen cómic de género que se precie, luz y sombra se mezclan no sólo temáticamente, sino también gráficamente. Risso utiliza con maestría tanto su precisa línea como los volúmenes negros no sólo para crear la atmósfera general, sino para resaltar determinados momentos o elementos importantes desde un punto de vista narrativo: un rostro en sombras del que sólo se ve una luminosa y torva sonrisa o unos ojos aterrorizados, una figura a contraluz, una habitación en penumbra donde se está cometiendo un asesinato o una calle alumbrada por farolas en la que algo terrible va a suceder…
Risso es un artista virtuoso capaz de dibujar cualquier cosa y hacerlo bien. Y, encima, parece conseguirlo sin dificultad. Sus viñetas están repletas de

En el cambiante mundo del comic actual resulta muy raro que los equipos creativos duren demasiado. No es el caso de Brian Azzarello y Eduardo Risso, que, en una hazaña poco común, colaboraron en total sintonía mes tras mes durante diez años y cien números. Dado este largo periodo, es natural que el dibujo de Risso evolucionara. Conservando siempre sus características principales, en la primera etapa sí se percibe cierto aire cartoon casi feísta deudor del dibujo de Frank Miller en sus figuras y rostros – eso sí, sin perder nunca del todo su aire naturalista- y un afán más evidente por impactar al lector ofreciendo planos y puntos de

No es fácil abordar un comic en el que aparecen tantísimas muertes, pero Risso lo resuelve no sólo con eficacia, sino con verdadero talento. A veces, los asesinatos son explícitos y salpican al lector con toda su sangrienta crueldad; pero en otras ocasiones, los homicidios sólo se sugieren, mostrándolos bien de forma indirecta, bien ya consumados. Risso sabe que a veces causa más impacto lo que se imagina que lo que se ve, y lo aprovecha para construir secuencias de tensión creciente. Con igual pericia trata otro de los aspectos del género negro, el erotismo. No hace falta recurrir a los desnudos para que un comic sea adulto y aunque aparecen muchas mujeres (algunas fatales, otras no tanto, muchas sensuales y elegantes y

Su estilo narrativo, por otra parte, es atrevido, dinámico e impredecible. Al volver cada página uno puede encontrarse o bien con planchas compuestas de ocho o más pequeñas viñetas con planos detalle, o bien viñetas-página, viñetas ordenadamente colocadas o esparcidas por toda la página como si se trataran de fotos de crímenes arrojadas sobre la mesa de un detective.
En el apartado gráfico, resulta imposible no mencionar las espectaculares portadas de Dave Johnson, cien ilustraciones magníficas e innovadoras que constituyen una excelente introducción a la historia a la que preceden. Alejadas de la típica cubierta del comic-book mainstream, Johnson metamorfosea su arte para ajustarse a la historia del arco argumental en cuestión homenajeando de paso y de forma más o menos explícita diferentes estilos, modas, películas o colegas artistas, desde la psicodelia sesentera al cartelismo comunista, de Tim Bradstreet a Brian

Durante los diez años que estuvo apareciendo regularmente en las tiendas especializadas, “100 Balas” fue siempre uno de los tebeos más sólidos, arriesgados y mejor dibujados del panorama editorial. No sólo ganó los prestigiosos premios Eisner y Harvey en todas las categorías (serie, guionista, dibujante, colorista), sino que cambió la percepción de los lectores acerca de lo que hace adulto a un comic, confirmó la resurrección del tebeo de género negro y marcó una nueva orientación para la línea Vértigo de la que surgirían series como “Fábulas” o “The Losers”, asegurando de paso su supervivencia durante la primera década del nuevo siglo.
Han pasado ya quince años desde que “100 Balas” disparó su último cartucho, pero la serie no ha perdido un ápice de legibilidad. Azzarello y Risso, convertidos en uno de los más sólidos equipos artísticos del comic contemporáneo, seguirían colaborando en los años siguientes en obras de lectura siempre recomendable, pero “100 Balas” es aún hoy su trabajo seminal y uno de los mejores comics de serie negra jamás editados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario