23 dic 2016

1988- THE COWBOY WALLY SHOW – Kyle Baker


Kyle Baker es un autor no muy prolífico pero tremendamente inquieto y flexible. Ha hecho superhéroes (“X-Men”, “Batman”), acción pulp (“La Sombra”), espionaje (“Justice Inc”), terror (“Hellraiser”), adaptaciones de éxitos cinematográficos (“Dick Tracy”) o literarios (“A Través del Espejo”), parodias (“What The…”), comic costumbrista (“Por Qué Odio Saturno”), thriller (“You Are Here”), el humor autobiográfico (“The Bakers”) y abundantes incursiones en la ilustración o la animación. Aunque desde sus comienzos demostró tener algo diferente, al principio no le resultó fácil sacar adelante sus propios proyectos, como fue el caso de este “The Cowboy Wally Show”, una corrosiva y lúcida mirada a los peores abusos del mundo del entretenimiento americano.



Se trata de un mockumentary, esto es, un documental falso, en el que se repasa la vida y obra del individuo del título, un tipo obeso, gritón, vulgar, bebedor compulsivo y maleducado –siempre que no haya una cámara enfocándole, claro está-… Y, a pesar de todo ello, o precisamente por ello, se transforma en una estrella mediática. Desde sus inicios como presentador “cowboy” de un programa infantil (trabajo que consigue gracias a chantajear al presidente de la cadena televisiva con unas fotos comprometidas), va encadenando fracaso tras fracaso en la pequeña pantalla gracias a su completa incompetencia, estupidez, inmoralidad y falta de escrúpulos: las canciones inaguantables, las señoritas ligeras de ropa o el consumo de alcohol a mansalva no resultan ser muy bien aceptados por los padres de los telespectadores infantiles, por lo que se le traslada a la franja de máxima audiencia, culminando con un escandaloso especial navideño que le hace merecedor de una serie de comparecencias ante una comisión del Congreso (en las que no duda de servirse de huérfanos y referencias religiosas para tratar de conmover al público).

Obligado a permanecer al margen de los focos, su compañía productora empieza, contra todo pronóstico, a conseguir éxitos demostrando que era el propio Wally el responsable de sus anteriores fracasos. Así que decide dar el salto al cine, comenzando con el film de monstruos gigantes: “Ed Smith, Lagarto de la Muerte”, seguido al poco tiempo por “Arenas de Sangre”, una película sobre la Legión Extranjera. A continuación viene una adaptación de “Hamlet”, que tiene que rodar a escondidas en la cárcel tras un escabroso incidente con drogas y unas chicas. Por fin, Wally consigue su propio programa nocturno de entrevistas, donde su abominable personalidad encuentra perfecto acomodo.

A comienzos de los ochenta, mientras todavía no había terminado el instituto, Kyle Baker consiguió un empleo en Marvel como “becario”, esto es, archivando correo o haciendo fotocopias. Precisamente eran fotocopias de páginas dibujadas por John Buscema lo que se llevaba a escondidas a su casa para practicar la técnica del entintado. Mejoró lo suficiente como para meter cabeza en la industria y pagarse sus estudios en la Escuela de Arte de Manhattan (que abandonó al cabo de dos años) con diversos trabajos de entintado y portadas para las colecciones de Spiderman o “Marvel Age”.

Ahora bien, Baker no tenía un interés particular en los superhéroes. En su infancia los comics que
más disfrutaba eran los clásicos de la prensa norteamericana y las historietas humorísticas de Harvey Kurtzman y era en esa línea en la que quería desarrollar su carrera, ansioso ya por desarrollar sus propios proyectos. Pero estaba claro que, a sus veintitrés años, todavía se le consideraba un recién llegado con más energías que talento y ninguna de las grandes editoriales estaba dispuesta a darle la oportunidad de demostrar que, además de ilustrar y entintar el trabajo ajeno, podía dibujar el propio.

Y entonces, llegó Art Spiegelman y su “Maus”. Aunque llevaba publicándose en la revista “Raw” desde 1980, fue a raíz de una crítica entusiasta del New York Times que un editor se decidió a recopilarlo en un volumen y distribuirlo en librerías. El éxito que obtuvo la iniciativa –sobre todo entre un público adulto- animó a muchas otras editoriales hasta entonces reacias al medio del comic a probar suerte rápidamente con otras obras que pudieran competir con la de Spiegelman. Fue en ese contexto que a Doubleday, una de las principales editoriales de Estados Unidos, llegaron las tiras humorísticas que Baker había dibujado mientras estaba en Marvel sobre un cowboy llamado Wally. Le preguntaron si tenía suficiente material para editar un álbum completo y él les mintió asegurándoles que sí, viéndose obligado a continuación a rechazar los encargos de Marvel (y el jugoso dinero asociado a ellos) para trabajar a destajo y terminar las 128 páginas comprometidas. El volumen tiene, por tanto, una estructura un tanto
irregular: la primera parte está compuesta por las tiras iniciales pensadas para una posible publicación en prensa, mientras que la segunda, en la que se van desarrollando más extensamente las películas realizadas por Wally, fue ya dibujada expresamente para una edición en álbum, desarrollando no tanto gags concretos como situaciones más extensas.

La apuesta, al menos desde el punto de vista comercial, fue un fracaso. Baker era todavía un desconocido, el álbum salió bajo un sello pequeño y la distribución fue reducida. ¿Resultado? Apenas se vendieron copias. Eso sí, le sirvió a Baker para demostrar su capacidad para encargarse de comics más complejos: no sólo podía dibujar bien, sino que su sentido del humor era brillante. No tardó mucho en ser admitido por la puerta grande en DC, donde se encargaría de varios proyectos más ambiciosos, tanto mainstream como alternativos. Años más tarde, en 1996, cuando su nombre era ya famoso, Doubleday vendió los derechos y Marlowe & Co realizó una segunda edición. Vértigo realizó la suya propia en 2003, con mucho mejor resultado y más amplia distribución. A pesar de que para entonces la telebasura ya había sobrepasado con creces la chabacanería y excesos de los programas de Wally, el comic seguía totalmente vigente.

La historia no tiene un cierre claro y, de hecho y habida cuenta del tipo de personaje que es Wally,
podrían contarse muchos más episodios y anécdotas del mismo. La razón por la que Baker no haya continuado con él es puramente monetaria. Cuando firmó el contrato con Doubleday era un novato que hubo de renunciar a cualquier derecho sobre el personaje. Así que, obviamente, prefiere, ahora que ya tiene una reputación y una considerable fuerza sobre los editores, crear y trabajar con nuevos personajes cuyos derechos queden íntegramente en su propiedad.

Baker ha hecho trabajos considerablemente mejores que este, pero aún así, “The Cowboy Wally Show” sigue siendo un comic tremendamente divertido casi treinta años después de su primera publicación. Baker siempre ha sido un maestro del ritmo y los diálogos, y ello se hace patente en una obra que se apoya exclusivamente en las conversaciones. No resulta nada fácil mantener la atención del lector a base de páginas y páginas en las que casi lo único que se ve son cabezas parlantes, pero Baker lo consigue gracias no sólo a su divertida prosa desbordante de ingenio, sino al cuidadoso ritmo en con el que ésta es dosificada gráficamente: algunas viñetas encajan largas parrafadas, mientras que otras contienen sólo una frase o incluso ni eso. Su ascendiente más directo son los comics que
el gran Harvey Kurtzman escribió para la revista “MAD”: bromas continuas, gran agilidad narrativa, diálogos punzantes y referencias metatextuales.

La parte dedicada a la sátira del mundo de la televisión es muy divertida, con momentos de auténticas carcajadas, pero sin duda lo más gracioso son los capítulos centrados en las dos películas de Wally. El primero, “Arenas de Sangre”, es una hilarante parodia de las películas de acción militar, con los personajes obsesionados por parecer auténticos “machotes” a pesar de ser en el fondo unos llorones sensibleros; y la segunda, “Hamlet”, rodada (por motivos fiscales) en una semana en la cárcel con los recursos y actores que allí pueden encontrarse, acorta a veinte minutos la obra teatral, adaptando de paso la prosa de Shakespeare a los oídos y sensibilidades de un público menos sofisticado.

El dibujo de Baker está aquí mucho menos elaborado que en obras posteriores (a ello probablemente no fue ajena la velocidad a la que tuvo que trabajar) y apenas hay fondos o detalles más allá de los estrictamente necesarios para marcar el cambio de ambientación. Ni siquiera utiliza globos de diálogo (un detalle quizá inspirado por los comics de Jules Feiffer), lo que contribuye a despejar la viñeta. Además, ese grafismo liviano, de composiciones espaciosas, se ajusta al tono y humor de la historia, ayudando a suavizar los
momentos más bizarros. Dentro de lo que es esencialmente un estilo caricaturesco, su línea es fina pero precisa y aunque pone toda su atención en las expresiones faciales, cuando es necesario sabe mover los cuerpos con la plasticidad requerida. La exageración y caricatura es la única forma en la que puede funcionar un personaje tan excesivo como Wally. Otros personajes, en cambio, están tratados por contraste de forma más realista pero, aun así, no desentonan con aquél: incluso viéndolos juntos, todos pertenecen claramente al mismo mundo creado por Baker para este comic.

A pesar de su carácter primerizo y poco atractivo a primera vista, “The Cowboy Wally Show” es un comic extraordinariamente divertido. Tiene un humor agudo, pero no corrosivo o perverso. Wally es, qué duda cabe, un individuo nefasto que nadie querría tener cerca, pero Baker lo retrata como alguien eternamente optimista y sonriente, lo que no solo alivia el desagrado que transmite el sujeto en cuestión, sino que ha permitido que la obra mantenga su vigencia. Hoy sigue siendo más inteligente e hilarante que la mayoría de comics humorísticos que se publican cada año en el mercado.

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