13 nov 2016
1989- SANDMAN - Neil Gaiman (5)
(Viene de la entrada anterior)
Como la saga “País de Sueños”, “Fábulas y Reflejos”, el sexto volumen recopilatorio de “Sandman”, es una antología de historias independientes dibujadas por diversos artistas. Su espectro temático y gráfico es más amplio que el de “País de Sueños”, entre otras cosas porque recoge episodios que no fueron publicados originalmente en orden consecutivo dentro de la colección. Algunos, por ejemplo, aparecieron antes de “Un Juego de Ti”, otros inmediatamente después y otros, como “Ramadán”, se publicó años más tarde como nº 50 de la colección. Esto la convierte en una selección más ecléctica que “País de Sueños” y quizá menos exitosa desde el punto de vista artístico. Algunas de ellas son extraordinarias pero otras se quedan en lo correcto. No todas han envejecido bien y aunque sin duda Gaiman disfrutó explorando diferentes facetas y momentos del Sueño, no obtiene una calidad uniforme –algo que, por otra parte, suele ser habitual en todas las antologías, incluso las escritas por un único autor-.
En esa irregularidad influye también la variopinta sucesión de dibujantes que se encargaron de ilustrar estas historias, desde Shawn McManus a Kent Williams, de John Watkiss a Jill Thompson pasando por P.Craig Russell o Bryan Talbot. Aunque ese carrusel impidió darle a la antología una unidad gráfica, sí que permitió ver la forma en que Gaiman adaptaba su estilo al artista encargado de ilustrar cada historia. De esta forma, aunque todos los relatos tienen claramente su origen en Gaiman, cada uno tiene una atmósfera distinta. La historia sobre César Augusto ilustrada por Talbot en un estilo naturalista habría transmitido un mensaje completamente diferente si la hubiera dibujado el más expresivo Kent Williams. Gran parte del placer de acompañar a Morfeo en viajes por los más diversos escenarios reside precisamente en la apreciación del trabajo de sus artistas.
“Fábulas y Reflejos” no es la peor saga de la colección, pero también es verdad que la mayor parte de sus episodios pueden obviarse desde el punto de vista de su relevancia para la misma. El lector podría saltarse, por ejemplo, los capítulos “Tres septiembres y un enero”, “La Caza” o incluso “Lugares Blandos” y seguir obteniendo una visión muy completa de toda la trayectoria del personaje. Esas historias apenas añaden nada a lo que ya sabemos y su interés reside exclusivamente en ellas mismas y no en su relación con el resto de arcos argumentales.
Los relatos más flojos suelen ser aquellos en los que Gaiman relata un fragmento de la vida de un personaje histórico o narra a su manera un cuento tradicional. No es esta una regla estricta, porque aunque, por ejemplo, la peripecia de Marco Polo en “Lugares Blandos” no tiene demasiado interés, las reflexiones de Augusto en la antigua Roma imperial resultan fascinantes por su original tratamiento de acontecimientos históricos harto conocidos. Gaiman, a través del personaje de Augusto es capaz de ofrecer material sólido, mientras que su Marco Polo es tan nebuloso e insustancial como los propios sueños. Por tanto, no es siempre fácil decir cuándo el guionista resbala en estos relatos, pero sí resulta sencillo ver cuándo acierta: en aquellos momentos en los que Morfeo interactúa con su familia. Son episodios individuales que quedan grabados en la mente del lector por su viveza y originalidad.
Entonces, ¿cuál es el momento cumbre de “Fábulas y Reflejos”? Mucha gente piensa que ese honor corresponde al nº 50, “Ramadán”, ilustrado maravillosamente por P.Craig Russell. Desde luego, si no es el mejor capítulo de la serie en lo que a dibujo se refiere, está entre los más logrados. Pero aunque tiene un final tan bello como demoledor, no aporta realmente nada nuevo al devenir del personaje y se limita (no se entienda esto como algo peyorativo) a servir para que Gaiman ofrezca su propia visión del clásico de “Las Mil y Una Noches”.
No, los episodios más importantes de este arco argumental –y, de hecho, de toda la colección- son los dos en los que interviene Orfeo, el hijo del Rey del Sueño.
Orfeo no es, naturalmente, un personaje nuevo puesto que pertenece a la mitología griega. Pero la intención de Gaiman no es remedar a Virgilio u Ovidio y volver a contar la leyenda clásica. En primer lugar, en el capítulo titulado “Termidor”, narra un violento episodio en la vida de Johanna Constantine (antepasada de John Constantine y tan temperamental como él) en el marco de la Revolución Francesa. Su objetivo es infiltrarse en la jerarquía revolucionaria y robar nada menos que la cabeza de Orfeo, de la que se dice tiene terribles poderes mágicos.
Después, en un capítulo titulado precisamente “Orfeo”, Gaiman nos lleva miles de años atrás en el tiempo para contarnos en detalle la tragedia del fabuloso músico y su a la postre inútil descenso al inframundo para rescatar a su amada. Aunque originalmente no formó parte de la colección de “Sandman” sino que apareció como un especial al margen de la misma, “Orfeo” es uno de los mejores y más importantes momentos de toda la serie por varias razones. No sólo porque el hermano perdido, Destrucción, interviene en el drama de forma decisiva sino porque la trágica vida del joven Orfeo y su “no-muerte” anticipa y condensa la propia trayectoria vital que seguirá su padre Morfeo. Es como si Neil Gaiman hubiera resumido la estructura de la colección y sus principales temas en un solo número. Es más, lo que aquí ocurre jugará un papel absolutamente relevante en la colección y en el destino final de Morfeo.
Naturalmente, esto sólo se comprende una vez leída toda la serie, cuando ya se puede disfrutar de una visión de conjunto. Así que, después de todo, “Fábulas y Reflejos”, aunque algo irregular, sí resulta un volumen importante y esclarecedor dentro de la mitología de Sandman.
Los primeros cuatro años de la serie de “Sandman” siguieron una pauta bastante definida que puede resumirse de forma algo tosca con tres palabras: búsqueda-ayuda-miscelánea…y vuelta a empezar.
El primer arco argumental, “Preludios y Nocturnos”, narraba la búsqueda emprendida por Morfeo para recuperar sus objetos de poder; el segundo, “Casa de Muñecas”, se centraba básicamente en la historia de Rose Walker, siendo Morfeo quien interviene al final para ayudarla; y el tercero, “País de Sueños” consistía en una serie de cuentos independientes que ayudaban a definir el papel y la sustancia del Reino del Sueño. Ese mismo ciclo se repite en el siguiente triplete de sagas: “Estación de Nieblas” comienza con Sueño buscando a su antigua amante en el Infierno; “Un Juego de Ti” volvía a centrarse en un personaje humano aunque vinculado al Sueño al que Morfeo ayuda al final; y “Fábulas y Reflejos” ofrece de nuevo una selección de narraciones independientes sobre el universo creado por Gaiman.
Búsqueda-Ayuda-Miscelánea… por tanto, la siguiente saga, “Vidas Breves”, debe ser otra búsqueda, dando inicio a un nuevo ciclo para Sandman. Y lo es. Pero ahora que la serie ha traspasado su punto medio, ese ciclo empieza a acelerarse y comprimirse: Morfeo accede a ayudar a su hermana Delirio a buscar al hermano perdido, Destrucción. “Búsqueda” y “Ayuda” se fusionan en uno solo.
A diferencia de “Un Juego de Tí”, “Vidas Breves” ha ido perdiendo fuerza con el tiempo. Gaiman y Thompson ofrecen muchos momentos sugerentes, con las dosis precisas de emoción, humor y tragedia. Pero cuando esta saga se publicó por vez primera en la colección mensual, su auténtico interés residía en la búsqueda del hermano perdido de los Eternos, uno de los grandes misterios de la serie.
Antes de “Vidas Breves” se sabía muy poco sobre Destrucción. Ni siquiera sus hermanos sabían por qué había renunciado a sus obligaciones y desaparecido sin dejar rastro. Averiguar su identidad, su personalidad y los motivos por los que se había atrevido a hacer algo tan impensable era lo verdaderamente fascinante de este arco argumental. Pero cuando se revisita la colección –algo que prácticamente todo el que la haya leído hará tarde o temprano- ese misterio ya resulta conocido, por lo que buena parte de su fuerza se disipa.
Una proporción quizá demasiado alta de las páginas se dedican a mostrar a la hiperactiva Delirio soltando incoherencias mientas su hermano Morfeo la ignora o le responde con solemne condescendencia. Esas escenas son tan abundantes en la saga que rozan la autoparodia.
Aparte de la crecientemente tediosa relación entre Delirio y Sueño, Gaiman y Thompson introducen algunos elementos que le dan algo de brillo a la lectura. Algunos son trágicos, porque resulta que Destrucción, cuando desapareció, dejó atrás una serie de “cortafuegos” para evitar ser encontrado y ello causa algunas muertes entre los compañeros de viaje de los dos Eternos inmersos en la búsqueda de su hermano. Además de suscitar algunas interesantes cuestiones, esas muertes a punto están de hacer que Sueño decida abandonar su autoimpuesta misión.
Cuando finalmente dan con él, el lector se encuentra con un Destrucción caracterizado como trasunto de yuppie reconvertido en artista bohemio. Como si fuera el heredero de un gran imperio bancario que ha abdicado de su trono para pintar paisajes y disfrutar de la paz de una solitaria isla griega en compañía de su perro parlante. Es un personaje lleno de energía e ilusión, y a diferencia de sus hermanos Eternos –quizá con la excepción de Muerte- feliz con la vida que lleva. Es el retrato perfecto de un jubilado joven y satisfecho.
Gaiman utiliza a Destrucción y su relación con sus dos hermanos Morfeo y Delirio para articular el significado filosófico subyacente de toda la colección. Destrucción hace un comentario sobre el papel que juegan los Eternos en el orden de las cosas: “Los Eternos sólo son modelos. Los Eternos son ideas. Los Eternos son funciones de ondas. Los Eternos son motivos que se repiten”. Él quería escapar de ese papel tan rígidamente delimitado; y, en el fondo, sabía que las cosas y los seres seguirían destruyéndose y siendo sustituidas por otras nuevas incluso aunque él, el guardián de ese concepto primigenio, ya no lo supervisara. Las ideas ya se habían puesto en marcha y funcionaban por sí solas. El propio universo cuidaría de sí mismo.
Frustrado por haber sido hallado, Destrucción le echa en cara a Morfeo su propio sentido de la responsabilidad. Al leer “Sandman” en su totalidad, resulta evidente que gran parte de toda la línea narrativa principal gira alrededor de la idea de la aceptación: la aceptación de la vida, de la muerte, de la realidad, de la fantasía… y también de la responsabilidad o el rechazo de la misma. Así, Gaiman establece un fuerte contraste entre los que aceptan sus deberes aunque no les gusten y aquellos que no. Basta pensar en quienes asumen la tarea de salvaguardar la misión y el nombre de Sandman mientras él se halla prisionero; y, en la actitud opuesta, Lucifer, que abandona el inframundo que le define pasando la responsabilidad a otro. Morfeo, por su parte, se pasa toda la colección tratando de recuperar y reconstruir su Reino del Sueño y, en último término, aceptando que su destino es ser reemplazado por una nueva encarnación de la idea que representa.
Morfeo es seguramente uno de los “héroes” del cómic más pasivos de toda la historia del medio, siempre reflexionando y reaccionando a lo que le ocurre, sirviendo de centro a las peripecias de otros personajes y luego esperando su muerte. Con todo, Gaiman consigue hacer de él un personaje sólido y relevante; y como Morfeo es el señor de la Imaginación, todas las historias son, en su fundamento más básico, parte de él.
“Vidas Breves” es un arco argumental en el que Gaiman quiso hacer tres cosas: en primer lugar, poner a Delirio y Sueño en un coche y hacerlos interactuar con el mundo real (especialmente con aquellos individuos casi inmortales que aún recuerdan un tiempo en el que la magia era importante en la Tierra); segundo, revelar la naturaleza de Destrucción; y, por último, encarrilar la serie hacia lo que será su trágica conclusión. Y esto lo hace a través del personaje de Orfeo, el hijo de Sueño del que ya hablé en el arco argumental anterior, “Fábulas y Reflejos”.
Y es que en “Vidas Breves” Sandman mata a su hijo.
Cuando Eurídice murió, Orfeo suplicó a su tía, Muerte, que le otorgara la inmortalidad y poder así descender al inframundo de Hades para recuperar a su amada. Ese episodio se narra en “Orfeo”, el especial fuera de colección del que ya hablamos anteriormente. Las cosas no le fueron bien al joven, que acabó destrozado por las Furias. Incapaz de morir, todo lo que quedó de él fue su cabeza, custodiada con reverencia por generaciones de la misma familia de residentes de una olvidada isla del Egeo. Para encontrar a Destrucción, Sueño no tiene más remedio que acudir a lo que queda de su hijo –que ha conservado sus dotes de oráculo- y prometerle que acabará con su vida. Es un acto de piedad tanto como mantenerlo con vida habría supuesto uno de crueldad. Sueño acepta la responsabilidad derivada de sus actos en el pasado. Libera a su hijo, pero sabe que tal asesinato, aunque piadoso, tendrá consecuencias fatales para él.
Sueño ha madurado como personaje gracias a su interacción con el mundo y ése es el núcleo y sentido de “Vidas Breves”. Ha aprendido a relacionarse con su hermana, arrepentirse de actos pasados, asumir las consecuencias de los mismos y enmendarlos aunque ello le cueste un alto precio.
Es de destacar también que a estas alturas de la colección, concretamente en el nº 47, ésta pasó a ser el primer y más importante título de un nuevo sello editorial que daría mucho que hablar en los años venideros: Vertigo. DC derivaría hacia éste aquellas colecciones –al principio de fantasía, expandiéndose posteriormente hacia el género negro o la ciencia ficción- de tono y temas adultos cuyo acomodo en el universo superheroico tradicional se estimaba más complicado. La popularidad de “Sandman” alimentó durante largo tiempo el catálogo de Vértigo incluso después de cancelar la colección en el nº 75, gracias a toda una serie de spin-offs como “Los Libros de la Magia”, “The Dreaming”, “Lucifer”, “House of Secrets”…
(Continúa en la entrada siguiente)
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