“Arma X” fue un comic que dividió a los lectores en el momento de su aparición. Desde que se unió a los X-Men allá por mediados de los setenta, Lobezno, el irascible personaje creado por Len Wein, había ido acumulando una legión de seguidores que esperaban ansiosamente los dispersos datos que el guionista Chris Claremont iba dejando caer espaciadamente en el curso de los años sobre el misterioso pasado del héroe.
Así, cuando se anunció que el legendario Barry Windsor-Smith iba a realizar una historieta en la que se aclararía parte de ese pasado, la expectación no hizo sino aumentar. Lo cierto es que Smith estaba en horas bajas. Tras su mítica recreación gráfica del bárbaro Conan a comienzos de los setenta, se desvinculó de los comics hasta tal punto que, como él mismo admite, olvidó la técnica narrativa secuencial. Por eso, cuando tras un largo periodo dedicado a la ilustración, se reincorporó al medio en 1984 dibujando una miniserie del Hombre Máquina, hubo de pedir ayuda a Herb Trimpe. Su talento volvió a despuntar en los números que dibujó de los X-Men, pero después se sucedieron una serie de trabajos mediocres que hicieron pensar a sus admiradores que sus días de gloria ya habían pasado.
Entonces, a Marvel se le ocurrió que era el momento de exprimir todavía más a un personaje que

Cuando la tuvo en sus manos, Smith se llevó un chasco al comprobar el escaso nivel artístico de la revista y la pobreza de su formato. Pero decidió aprovechar la oportunidad… a su manera. En primer lugar, podía, por primera vez, encargarse de construir una historia en la que sólo él tendría el control –hasta la fecha se había limitado a ilustrar guiones ajenos-. Y, por otra parte, la modalidad de publicación –entregas de pocas páginas que debían tener una estructura individual definida y al mismo tiempo formar parte de una narración más amplia y compleja- suponía todo un desafío.

El cariño e interés que volcó Barry Smith en esta su primera serie de autoría completa se dejó notar no sólo en el brillante guión y el detallado dibujo (incluyendo el entintado, el color y parte del rotulado), sino en el meticuloso montaje del comic. Su perfeccionismo le llevó a controlar todos los aspectos de la creación, y su experiencia y talento a conjugarlos a la perfección.
Así, aunque el serial apareció fragmentado en una revista por lo demás mediocre y cuyo protagonista pertenecía a la vertiente más comercial del Universo Marvel, Smith consiguió crear una obra de autor que no se plegó a las presiones editoriales. De hecho, lo único que nos remite a aquél es la mención casual de expresiones como “Homo superior” o “Mutantes”, ampliamente utilizadas en las “colecciones X”. No hay cameos de otros héroes ni referencias a historias anteriores o futuras de Lobezno, monólogos descriptivos ni

Hubo quien acusó a Smith de ser deliberadamente denso, autoindulgente y disperso; se dijo que no había origen alguno de Lobezno aquí y que el personaje apenas es reconocible como tal; de hecho, la atención se centra en el experimento que unos desagradables científicos realizan sobre un melenudo individuo.
Tales críticas son injustas. En primer lugar, Smith se niega a ceñirse a lo que podría haberse esperado de lo que se publicitó como una historia “de orígenes”; no se limita a ponerle las cosas fáciles al lector ofreciéndole una historia convencional que se limitara a desvelar el misterioso pasado del héroe. Y, claro, hay lectores que dan por supuesto que un tebeo de superhéroes no debe ser complejo y exigente, consigo mismo y con el lector.

Lo que Smith nos presenta no es, desde luego, la vertiente más gloriosa del personaje. Logan, el agente secreto, el hombre de acción que vive al borde del peligro junto a leyendas como el Capitán América, no tiene cabida aquí. Lo que vemos es un individuo alienado con tendencias autodestructivas, despedido de su trabajo y obligado a vivir de la caridad. Es un vagabundo, una persona que no encaja en ninguna parte; en definitiva, alguien ideal a quien secuestrar como sujeto de experimentos ilegales: nadie lo echará de menos. Smith deja claro que

Sin embargo, a pesar de estas interesantes pinceladas sobre Lobezno, Smith presta mucha más atención al proceso y la gente que forman parte de esa fundamental etapa de la vida del personaje. La historia procura deliberadamente no revelar demasiado del programa Arma X. Nunca llegamos a saber quién es el “Profesor”, ni la identidad de sus misteriosos benefactores. Incluso Cornelius tiene dudas sobre el proyecto, preguntándose en voz alta: “¿Qué va a hacer esta cosa?¿Va a protegernos este arma contra los comunistas o algo así? ¿Cómo una especie de asesino?”. Smith nunca nos informa si es un programa gubernamental secreto o un experimento ilegal financiado de forma privada.
Y ello es, sencillamente, porque no le interesa. Que se ocupen otros de desmadejar y aclarar las incoherencias que plantea esta historia respecto de lo que hasta el momento se sabía del personaje. De hecho, aunque él conocía a Lobezno por haber

Smith demuestra una oscura ironía cuando Carol Hines, la dulce y frágil ayudante de laboratorio, protesta por los lobos que Lobezno está masacrando en una desesperada autodefensa: “Profesor…¿podemos detenerlo? ¿Salvar a los animales?” No expresa el mismo sentimiento hacia el hombre que lucha por su vida y que ha sido convertido en un brutal zombi. De hecho, buena parte del interés de la historia reside en las conversaciones cruzadas entre los tres investigadores sobre el comportamiento de Lobezno y su utilidad potencial. El Profesor es un ser amoral que disfruta infligiendo dolor al prójimo, mientras que Hines tiene un temperamento más sosegado y Cornelius trata de distanciarse de la matanza que está contemplando en las pantallas.
El Profesor, de hecho, es una especie de contrapartida maligna de Charles Xavier, el mutante

El argumento, sin embargo, tiene a mi juicio un problema: el surrealista sueño en mitad de la narración principal en la que Lobezno fantasea con la masacre brutal de sus torturadores. Parece una secuencia demasiado larga para colocarla en el centro de una historia por lo demás bastante corta, especialmente teniendo en cuenta cómo finaliza en realidad. Aporta algunas interesantes observaciones sobre la naturaleza del proyecto X, pero ralentiza e interrumpe en exceso el ritmo de la narración principal.

Eso sí, al tratarse de una obra que fue recuperando y dejando varias veces a lo largo de dieciocho meses –mediando, además, un grave accidente automovilístico durante cuya convalecencia apenas dibujó-- y que no la realizó de forma lineal de principio a fin, sí se perciben cambios algo extraños en su estilo que, de todas formas, no afectan al resultado final.
La forma de edición, como hemos dicho, fue la serialización en capítulos, lo que obligaba al autor a

Por desgracia, el final editorial de “Arma X” no fue tan feliz como Smith esperaba. Sus planes eran más ambiciosos todavía: dibujó planchas suplementarias, ilustraciones y una nueva portada con la intención de formar una novela gráfica de ciento cincuenta páginas. Sin embargo, por alguna razón, el editor en jefe del momento, Tom de Falco, decidió publicar el volumen sin la mayor parte de todo ese material, lo que ofendió a Smith y le llevó a romper sus relaciones con Marvel en 1993.

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