2 abr 2021

1983- LA ESPADA DEL ÁTOMO – Jan Strnad y Gil Kane


El primer Átomo, miembro fundador de la Sociedad de la Justicia de América, apareció en “All American Comics” nº 19, en 1940, y no era más que un hombre de corta estatura, Al Pratt, con excepcionales habilidades pugilísticas, que se enfundaba en un uniforme y una máscara y combatía el crimen (si bien ganaría superfuerza y un “puñetazo atómico” tras una pelea contra un villano radioactivo en 1948).

 

Cuando Julius Schwartz, a finales de los años cincuenta del pasado siglo, emprendió la labor de renovación de los veteranos superhéroes de la DC en lo que hoy se conoce como Edad de Plata, Átomo, ahora con la identidad de Ray Palmer, fue uno de los que pasó por el filtro de la ciencia ficción. Utilizando un fragmento de estrella enana caído a la Tierra, este científico desarrollaba una tecnología que le otorgaba el poder de reducir su tamaño, primero al de un muñeco articulado y, más adelante, hasta dimensiones subatómicas.

 

Esta nueva versión, creada por Schwartz, perfilada por el guionista Gardner Fox y dibujada por Gil Kane, debutó en “Showcase” nº 34 (octubre 61). Tras tres apariciones en ese título, obtuvo su propia serie en 1962 junto al estatus de miembro de la Liga de la Justicia (nº 14, sept. 62). En 1968 y ante el alarmante descenso de ventas, pasó a compartir su colección con Hawkman (otro héroe en dificultades), pero el intento de salvar a ambos de la cancelación fue inútil y la serie se cerró tras 45 números en 1969. Atom siguió participando en las aventuras de la Liga de la Justicia y protagonizando historias de complemento en “Detective Comics” o “Action Comics”.  

 

A comienzos de la década de los ochenta, DC cayó en la cuenta de que tenía en su catálogo un personaje importante, uno de los fundadores de su universo superheroico, pero que no había suscitado el suficiente interés entre los lectores como para sostener su propia colección, quedando en un perpetuo limbo creativo. Un personaje, en definitiva, demasiado importante en la mitología del universo DC, pero no lo suficientemente popular como para funcionar autónomamente.

 

Y entonces, en 1983, el editor Dick Giordano decide darle al personaje un giro radical en lo que quizá fue el primer ejemplo de la profunda renovación que acometería la editorial poco tiempo después tras las “Crisis en Tierras Infinitas” (1985-86). El enfoque que se eligió fue verdaderamente inusual: una mezcla de ciencia ficción y fantasía. El subgénero de Espada y Brujería, tras su eclosión en el comic durante los setenta, seguía siendo muy popular con títulos como “Conan el Bárbaro”, “Red Sonja” o “Warlord”. Se trataba, por tanto, de lanzar una miniserie de cuatro episodios (septiembre-diciembre 83), tras la cual y en base al resultado obtenido, podría abrirse una colección regular.

 

Para acometer tal misión se eligió como guionista a alguien tan versado en el género como Jan Strnad, cuya aportación más reconocida al mundo del comic fueron las historias de fantasía y ciencia ficción que escribió para Richard Corben en diferentes publicaciones y sobre las que ya hablé en otras entradas. Y como dibujante, no hubo mucho problema en convencer a Gil Kane, que no sólo había sido el creador gráfico del nuevo Átomo, dibujando 37 números de su primera colección, sino uno de los pilares de la Edad de Plata gracias a sus trabajos para el nuevo Green Lantern (en “Showcase” nº 22, sept.59), título en el que permaneció 75 números. Pero es que, además, fue un pionero en el formato de novelas gráficas (“His Name is Savage”, junio 68) y, entre muchísimos otros comics de todo género, dibujó episodios tan legendarios dentro del mundo de los superhéroes como aquel en el que moría Gwen Stacy (“Amazing Spiderman” 121, junio 73) o el que se puso a la venta por primera vez sin el sello de la censura y en el que se abordaba el tema de la drogadicción (”Amazing Spiderman” 96, mayo 71).

 

Por si fuera poco, Kane estaba muy familiarizado con el tipo de historias en los que se iba a inspirar esta nueva versión de Atom: por una parte, el género de la espada y brujería gracias a su trabajo para “La Espada Salvaje de Conan” (1974-83) o la novela gráfica “Blackmark” (1971); y por otra, la ciencia ficción en su vertiente de romance planetario, habiendo dibujado nada menos que la versión en comic de John Carter para Marvel (1977-78).

 

Esta miniserie, como ya he dicho, significó una completa reinvención de Átomo una ruptura con su trayectoria anterior y su inserción en un mundo completamente nuevo. Es una estrategia ésta la de sacar a un personaje de su entorno tradicional, que ha sido utilizada a menudo (ahí tenemos, por ejemplo, el más reciente “Planeta Hulk”) pero rara vez ha sido tan atrevida y radical como en esta ocasión.

 

El primer número plantea la profunda crisis matrimonial que experimentan Ray Palmer y su esposa, Jean Loring. Ambos se habían casado en el número 157 de la “Liga de la Justicia” (agosto 78), pero a diferencia de los felices idilios en que otros personajes parecían eternamente inmersos, a Ray y a Jean no les iban bien las cosas. El primero vive para sus investigaciones –gastando, encima, el dinero que ella gana como abogada de prestigio- y su identidad superheroica, no dedicando el suficiente tiempo a su mujer. ¿Resultado? Ella le es infiel con un socio del bufete y cuando Ray lo descubre, entristecido y decepcionado, en lugar de tratar de reconducir la situación, opta por la huida, abandona Ivy Town, la ciudad donde ambos viven, y se marcha a la selva amazónica intentando localizar más fragmentos de la estrella enana que alimenta el ingenio manipulador de tamaño.

 

Pero el avión en el que sobrevuela la zona en cuestión se estrella y aunque él sobrevive, ese ingenio se estropea, por lo que se queda atrapado en una estatura de 15 cm. Esto le deja indefenso ante la fauna local pero cuando una serpiente le ataca, es rescatado de la muerte por una tribu de alienígenas humanoides de piel amarilla tan pequeños como él y que viven en una ciudad, Morlaidh, sita en un lugar recóndito de la selva y construida alrededor de los restos de la nave en la que siglos atrás llegaron a la Tierra; nave, además, alimentada por el mismo material que permite a Átomo cambiar de tamaño.

 

Tras una serie de peripecias, Ray se ve involucrado en una rebelión contra el autoritario rey que ha sido deliberadamente mal aconsejado por su perverso consejero y cuya ambición es –cómo no- hacerse con el trono. Entretanto, Átomo se enamora de la princesa Laethwen, que se ha unido a las filas de los insurgentes contra su propio padre. Una vez que su amante y líder de la rebelión, Taren, muere, Ray se queda con la chica y, habiendo demostrado su valor y capacidad como guerrero, es nombrado líder para que encabece el asalto final contra la ciudad.

 

Todo esto, ya se habrá visto, es una sucesión de tópicos extraídos de la literatura pulp de principios del siglo XX y, concretamente, de la novela inaugural de la saga de John Carter, “Una Princesa de Marte” (1912). Así, Átomo –que prescinde totalmente del componente superheroico, conservando solo con mínimos cambios estéticos su uniforme y máscara- se convierte en el extranjero que llega a una cultura extraña en plena crisis bélica y que lo cambia todo, una especie de líder bárbaro que marcha hacia la batalla a lomos de una rana gigante y se enfrenta con los adversarios –ya sean enormes ratas o soldados enemigos- espada en mano. El planteamiento adulto de las primeras páginas, en la que se narraba la crisis conyugal del protagonista, deja paso a una dinámica aventura modelada de acuerdo con las fantasías adolescentes –masculinas- de varias generaciones. ¿Qué joven no ha soñado alguna vez en verse convertido en un admirado y capaz guerrero, con una bella y amorosa joven ligera de ropa a su vera?

 

De vez en cuando, Strnad vuelve al “mundo real” para mostrarnos cómo le va a Jean. Tras recibir la noticia del accidente de avión y obtener una prueba que parece confirmar la muerte de Ray, trata de construir una nueva vida al lado de su amante, Paul. Sin embargo y de una forma tan abrupta como injustificada, le sobreviene el presentimiento de que su esposo aún vive y viaja a Brasil para confirmarlo. Pero esos desvíos narrativos nunca llegan a distraer la atención del verdadero foco de la serie, compuesto de monstruos, duelos singulares, batallas multitudinarias, combates de gladiadores, huidas y persecuciones, intrigas cortesanas, traiciones, sacrificios heroicos, amor, tiranos y conspiradores… Todos los ingredientes básicos del folletín de aventuras ocupando el lugar que les corresponde.

 

Algunos lectores, sobre todo los que lleguen aquí esperando encontrar a un superhéroe, pueden sentirse decepcionados por la decisión de los autores de entregarse enteramente al molde de la Fantasía Heroica. Los comics se han beneficiado a menudo del mestizaje entre géneros, algo con lo que tradicionalmente los novelistas y cineastas se han sentido poco cómodos. Si Átomo hubiera conservado su capacidad para encogerse (esto es, no aumentar su tamaño por encima de los 15 cm que ahora tiene, pero sí reducirse por debajo de ese límite), la miniserie podría haber mezclado las aventuras superheroicas con la fantasía heroica. Pero en lugar de ello, Strnad y Kane escogen únicamente esta última y el resultado es una peripecia entretenida pero no original y protagonizada por un héroe que reúne todos los tópicos del género pero sin ningún rasgo distintivo.

 

Los diálogos de Strnad son buenos pero, irónicamente, destacan bastante por encima del resto los pertenecientes a los pasajes urbanos y, especialmente, los de las escenas entre Ray y Jean. Hay algunas partes del guion poco trabajadas, como la existencia de un traidor en el bando de Átomo cuya identidad, al ser revelada hacia el final, resulta ser la de un tipo al que no habíamos visto antes, por lo que la sorpresa es nula. Y, como sucede a menudo con las historias de fantasía heroica, la ética es incoherente. En un momento dado, por ejemplo, el público sediento de sangre que asiste a un combate de gladiadores se horroriza al ver que a uno de los rebeldes prisioneros le han sido arrancados los ojos antes de llevarlo a la arena.

 

Aunque totalmente predecible, el conjunto es, en general, entretenido y ligero. Ahora bien, el resultado no habría sido ni de lejos el mismo de no haber estado Gil Kane como responsable gráfico. Sus dibujos y composición de página y viñeta le dan a esta historia en el fondo poco sustanciosa una considerable solidez e intensidad. Su estilo y narrativa son dinámicos y tenía un buen ojo para la anatomía y las puestas en escena dramáticas. Utilizando escorzos y puntos de vista forzados, nunca cae en las exageraciones anatómicas ni las ridículas posturas que lastrarían el dibujo de tantos jóvenes artistas de la generación que estaba por llegar a la industria. En su contra está que podía ser algo perezoso en lo referente a los detalles, tanto en lo que se refiere a dibujar fondos como en la coherencia gráfica (por ejemplo, dibuja uñas en las manos de Átomo siendo que lleva guantes).

 

“La Espada del Átomo” no es el más sofisticado de los comics de superhéroes y se contenta con ofrecer puro escapismo, pero sí hay que reconocerle su éxito a la hora de proponer una valiente e ingeniosa reformulación de un personaje clásico que, a la vez, es un afectuoso homenaje a las grandes aventuras de antaño –de la que, por otra parte, es hijo el propio género superheroico-. A ello se añade el elegante dibujo de un Gil Kane maduro y claramente volcado en este proyecto que se adecuaba perfectamente a sus gustos.

 

A pesar de los repetidos llamamientos editoriales a los lectores para que mostraran su apoyo y escribieran pidiendo una serie regular, éste nunca se materializó. Pero, aún así, las ventas debieron ser lo suficientemente buenas como para continuar intentando atraer nuevos lectores mediante números especiales, de los cuales llegaron a hacerse tres, todos ellos continuando lo expuesto en la miniserie.

 

El primer especial (julio 84), está presentado como el largo extracto de un libro en el que se narran las aventuras de Átomo en el Amazonas. Como era el mandato editorial en la época, se dedica demasiado espacio a resumir lo ocurrido en la miniserie (catorce páginas, lo que es problemático cuando se lee como parte de un volumen recopilatorio de toda esta etapa del personaje). Al final de aquélla, Ray salva al pueblo de Morlaidh de perecer en una brutal explosión (una resolución calcada de la del primer libro de John Carter), pero cuando recupera el conocimiento, se encuentra con que ha revertido a su tamaño original y no hay ni rastro de sus amigos de piel amarilla. Vuelve a la civilización con Jean y trata de reconstruir su matrimonio, pero no puede olvidar a Laethwen y, en una escena excelentemente escrita y adulta, los dos reconocen con serenidad que su matrimonio está roto y que es mejor que cada cual siga su camino.

 

Y el de Ray pasa por regresar al Amazonas e intentar encontrar de nuevo a los Morlaidh, una búsqueda para la que contará con la ayuda del escritor Norman Brawler, que está reuniendo información para escribir un libro sobre Ray y cuyos textos de apoyo acompañan la narración. Cuando ambos se topan con un laboratorio de cocaína, son hechos prisioneros y Ray se convierte en Átomo para librar una batalla contra el ejército de narcotraficantes. Al final del episodio, Taren y Laethwen aparecen y los dos amantes, por fin, se reencuentran.

 

Este primer especial, aunque incluye quizá demasiados textos de apoyo, sigue ofreciendo una lectura ligera y agradable cuyo punto fuerte es el drama de la desintegración del matrimonio de Ray y Jean. De hecho y como ocurría en la miniserie, Strnad hace un trabajo más sólido en las partes más adultas de la historia, aquellas que transcurren en Ivy Town. 

 

En el segundo especial (julio 85) y como en el anterior, repiten Jan Strnad y Gil Kane para contar una historia algo más sustanciosa que la anterior y que comienza con una guerra entre los alienígenas de Morlaidh liderados por Átomo y una facción disidente y hostil dominada por un tirano llamado Torbul, que ha desarrollado una tecnología de control mental con la que mantiene esclavizados a sus súbditos. Ha organizado además una “fuerza aérea” que utiliza halcones (bestias enormes dado el diminuto tamaño de estas tribus) para secuestrar mujeres de Morlaidh y aterrorizar a los varones.

 

En una subtrama un tanto forzada, Jean y su novio Paul, se reencuentran con Ray en el Amazonas. Resulta que, mientras desmantelaban el laboratorio de éste, Jean quedó afectada por la radiación de la estrella enana y su tamaño disminuyó, necesitando de los conocimientos de Ray para recuperar sus dimensiones originales y la vida asociada a ellas. El caso es que Jean y Laethwen, en la mejor tradición pulp, acaban secuestradas por Torbul, y Átomo y Paul deben unir fuerzas para asaltar la fortaleza y rescatarlas.

 

Es una historia de ritmo rápido que, en esta ocasión y a diferencia de las anteriores, sí hace uso del truco de cambio de tamaño para resolver la aventura. Átomo le hace entrega a Paul de su cinturón especial y, ahora sí definitivamente, renuncia a regresar a la civilización de la que procede y a su pasado para quedarse en la selva con Laethwen. Este hubiera sido el final perfecto y coherente para el personaje en su identidad de Ray Palmer, marchando literalmente hacia el ocaso con su amada entre los brazos. Strnad incluso dejaba la puerta abierta a la posibilidad de que Paul, ahora en posesión del cinturón de Ray, pudiera convertirse en el nuevo Átomo.  

 

Pero tal posibilidad nunca llegó a concretarse, quizá debido a la remodelación del Universo DC que tuvo lugar tras las “Crisis en Tierras Infinitas” (1985-86) y de la que enseguida hablaré. Así que en mayo de 1988, aparece el tercer y último especial de “La Espada del Átomo”, de nuevo escrito por Jan Strnad pero esta vez dibujado por Pat Broderick (un dibujante del montón que aquí hace una labor razonablemente eficaz) y Dennis Janke a las tintas. A la historia le cuesta algo arrancar y tiene varias inconsistencias narrativas con las entregas anteriores, pero ello queda compensado por un clímax verdaderamente gore que recupera el espíritu tanto de los comics de terror de la EC como los de la Warren y que hubiera resultado impensable ver en un título de la DC tan solo unos pocos años antes. Empeñado en desentrañar la tecnología de Torbul, Átomo provoca un accidente en el laboratorio de éste que libera un virus terrible en la ciudad de aquél. Es una especie de peste de tal mortandad que provoca una revuelta y la situación empeora aún más cuando los muertos se reaniman convertidos en zombis asesinos.

 

“La Espada del Átomo” no consiguió nunca hacer la esperada transición a serie regular. En 1988, el panorama editorial había cambiado mucho y no parecía existir público suficiente para rentabilizar aventuras pulp de tono ligero e inspiración clásica. En aquel año, por ejemplo y sin salir de DC, arrancaron las colecciones de “Hellblazer”, “Animal Man” o el “Green Arrow” de Mike Grell; y miniseries como “Batman: El Culto”, “Blackhawk”, “Orquídea Negra” o “V de Vendetta” (en su edición americana). Eso nos da una idea de la dirección, más adulta y sofisticada, en la que se concentraban los esfuerzos de autores y editorial. “La Espada del Átomo”, por el contrario, ofrecía aventuras bastante genéricas, personajes tópicos construidos con los tintes machistas propios del pulp tradicional y mucha acción sin suficiente suspense o intriga.

 

Con todo y también en aquel 1988, la editorial hizo un esfuerzo por recuperar en formato comic book clásicos del pulp y personajes de viejo cuño, como “Flash Gordon” (9 números), “El Hombre Enmascarado” (4 números) o “Doc Savage” (24 números). Ninguno tuvo buenas ventas. La carrera de Átomo como líder guerrero de espada en mano en un mundo medieval, estaba condenada. 

 

Como parte del relanzamiento de sus personajes más importantes (aquel año se presentaron los nuevos títulos regulares de Animal Man, Doctor Fate, Manhunter, Plastic Man, Power Girl y Starman), en agosto de 1988 aparece el número inaugural de “Power of the Atom”, escrita por Roger Stern y dibujada por Dwayne Turner y Keith Wilson. Como era de esperar, en lugar de mantener la dirección establecida por Jan Strnad en “La Espada del Átomo”, Stern liquida esa etapa traumáticamente, haciendo que Ray Palmer regrese a la civilización y trate de reconstruir su vida. Colección irregular de escaso interés, arranque lento y mediocre dibujo, no sobrevivió más allá de año y medio, cerrando en el número 18. El intento de recuperar una dinámica y entorno más tradicionalmente superheroicos no había funcionado. Un nuevo fracaso en la larga trayectoria del pequeño gran héroe.

 


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