El proceso de cambio generacional que en los años setenta apartó a los creativos más veteranos de la industria del comic book norteamericano para dejar paso a quienes iban a ser los nombres estrella de los ochenta, como Chris Claremont, John Byrne o George Pérez, volvió a producirse en los noventa, desbancando a éstos del pódium de favoritos de los aficionados para encumbrar a Rob Liefeld, Jim Lee, Whilce Portaccio, Todd McFarlane o Scott Lobdell. Sin embargo, había profesionales de la “vieja” guardia que aún tenían en la recámara ideas lo suficientemente buenas como para dejar huella. Uno de ellos fue Jim Starlin.
Los ochenta habían sido una década ajetreada para Starlin.
Tras firmar la primera Novela Gráfica de Marvel, “La Muerte del Capitán Marvel”
(1982), y lanzar “Dreadstar” (1982), la primera serie de Epic, pasó a escribir
para DC la miniserie en formato Prestigio “Batman: El Culto” (1988). Su obra
estos años fue variada, provocativa y, casi siempre, muy apreciada por los
fans. Pero entonces, en 1988, siendo él guionista de la serie regular de
“Batman”, tomó la decisión de matar a Jason Todd, el segundo Robin. DC abrió
una línea telefónica para que los fans votaran si estaban o no a favor de la
propuesta y, por poco margen, el resultado fue afirmativo.
Varios meses después de la publicación de “Una Muerte en la
Familia”, en la que el joven compañero de Batman moría a manos del Joker,
Starlin declaró en una entrevista a “Comics Buyer´s Guide” (abril 1989), que si
los fans hubieran votado a favor de salvarlo, él lo habría sumido en un coma
porque su intención siempre fue retirarlo de la colección. No es de extrañar
que DC se tomara a mal semejante muestra de prepotencia pues venía a decir que
todo el sistema de participación de los fans no había sido sino un montaje para sacar
dinero a quien lo utilizara (cada llamada costaba 50 céntimos de dólar). Un
portavoz de la editorial refutó las afirmaciones de Starlin y antes de que
terminara aquel año, el autor se encontró con que DC no le hacía ningún encargo.
Había sido incluido en la lista negra.
Así que Starlin regresó a Marvel Comics, donde reconvirtió
lo que iba a ser la secuela de “Batman: El Culto” en una miniserie de cuatro
números en formato Prestigio del Castigador titulada “P.O.V.”. También se hizo
cargo de los guiones de la colección de “Silver Surfer” a partir del número 34
(febrero 1990), lo que le permitió retomar una de sus creaciones predilectas:
Thanos, el Titán Loco, que en su día modeló a partir del Darkseid de “El Cuarto Mundo” de Kirby y que había tenido un épico desarrollo en el Universo Marvel en
los setenta. En los números 34 y 35 de “Silver Surfer” se contaba cómo la
personificación de Muerte (que en Marvel adopta la forma de una mujer vestida
con una túnica oscura y con el rostro semioculto tras una capucha- había
devuelto a la vida a Thanos con el fin de reequilibrar un desajuste cósmico:
había más seres vivientes ahora de los que habían muerto en toda la historia
del universo. Tras el número 38, este arco argumental se trasladaba a una
miniserie de dos números en formato Prestigio, “Thanos Quest” (agosto-noviembre
1990), en el curso de la cual el poderoso villano se hacía con las seis Gemas
del Infinito, insertándolas en un Guantelete que resultaba ser el arma
definitiva, un objeto de poder inimaginable con el que, de facto, se había
convertido en un dios. Todo estaba preparado para lo que iba a ser el crossover
más vendido de 1991: la miniserie de seis números titulada “El Guantelete del
Infinito”.
En su número 1 (julio 91), Thanos se esfuerza por
impresionar a su amada Muerte y, entre otras cosas, le construye de la nada un
santuario dedicado a ella y donde transcurrirá buena parte de la acción; convierte
a la pirata espacial Nébula (que afirma ser su nieta) en un grotesco zombi
deformado; y, finalmente, con el poder del Guantelete y un simple chasquido de
dedos, hace que la mitad de los seres del universo desaparezcan. El Capitán
América contempla cómo sus compañeros Vengadores, Ojo de Halcón y Sersi, se
desvanecen frente a él. Entre las víctimas se incluyen los Cuatro Fantásticos,
Alpha Flight o Daredevil.
En el número 3 (septiembre 91), el resurrecto Adam Warlock –un personaje cósmico que Starlin había creado en los setenta- reúne a algunos de los superhéroes más poderosos de la Tierra para que se enfrenten a Thanos. Entre ellos se cuentan el Capitán América, Thor, Spiderman, Hulk, Iron Man, Namor, Wolverine, Cíclope, Hulka, Nova o el Doctor Muerte. Uno tras otro, sin embargo, todos caen ante un Thanos que los fulmina con insultante facilidad. A continuación, (nº 5, noviembre 91), su omnipotencia es desafiada por los seres más poderosos del Universo Marvel, como Galactus, los Celestiales, Cronos, Eon o el Extraño. Pero también ellos caen derrotados, Ni siquiera Eternidad, la encarnación de todo el Universo, es rival para él.
Thanos se ha convertido, por tanto, en el amo y señor de
toda la Realidad, trascendiendo su cuerpo físico… que es donde aún se halla el
Guantelete. Y ese es el momento en el que la decrépita y tambaleante Nébula, a
la que nadie había prestado atención, se acerca al cuerpo ahora vacío de su
abuelo y le arrebata el Guantelete. Con su poder, Nébula recobra su propia vitalidad
y restaura el universo al momento previo al que Thanos obtuviera el Guantelete
(proceso en el que la mayoría de los superhéroes pierden los recuerdos de todo
lo que había sucedido en esas épicas horas). La miniserie termina con Adam
Warlock obteniendo el control del Guantelete y asegurando que lo custodiará con
justicia y orden. Thanos, por su parte, se exilia en un remoto planeta donde
vivirá como un sencillo granjero.
Cuando se publicó originalmente, “El Guantelete del
Infinito” fue recibido con entusiasmo por los fans, quizá porque a esas alturas
no estaban hastiados de eventos editoriales. La miniserie fue uno de los comics
más vendidos de 1991 y sus seis entregas figuraron entre los Top 100 de ventas
del año. Además, aquellas colecciones regulares que enlazaron con la miniserie
(“Doctor Strange”, “Incredible Hulk”, “Quasar”, “Capa y Puñal”, “Silver Surfer”
y “Sleepwalker”) disfrutaron de un aumento de sus respectivas ventas. Ya con el
cambio de siglo, la recurrencia de crossovers a ritmo de uno al año marginaría
a muchos lectores y cansaría a otros, pero en este punto Marvel sólo había
hecho dos planteamientos editoriales parecidos en las “Secret Wars” 1 y 2
(entre 1984 y 1986). Además, y para esta ocasión, el desafío al que se veían
abocados los héroes seleccionados tenía un hálito épico-cósmico que hasta ese
momento había sido más común encontrar en los crossovers de DC (“Crisis en
Tierras Infinitas”, “Millenium”, “Invasion”, “Armageddon 2001”)
Los críticos se mostraron menos unánimes. Algunos la
calificaron hiperbólicamente como una obra maestra; otros la despreciaron como basura
absurda. ¿Quién está más cerca de la verdad? Pues probablemente ninguno de
ambos extremos. En este caso más que en otros, el disfrute que pueda extraerse
de esta historia depende de los gustos y expectativas de cada cual y de lo bien
o mal que sintonice con la cosmogonía que con los años fue creando Jim Starlin
para Marvel. Por tanto, lo que yo pueda decir aquí, no es más que una opinión
que no tiene por qué ser compartida por otros lectores.
En buena medida, Starlin ha apoyado el grueso de su carrera en los personajes, ideas y conceptos que presentó en los años setenta en las colecciones de “Capitán Marvel” y “Warlock”, auténticos clásicos del comic book de superhéroes de aquella década. “El Guantelete del Infinito” bebe directamente de aquellas historias y, en el fondo, no cuenta nada tremendamente nuevo: Thanos regresa, alcanza un gran poder, pone en apuros a un nutrido grupo de héroes y cae derrotado por su propia arrogancia y estupidez.
“El Guantelete del
Infinito” arranca con bastante brío aun cuando la costumbre editorial de la
época obliga a emplear varias páginas con las que recapitular lo sucedido hasta
el momento y cómo Thanos obtuvo el Guantelete. Inserciones que ralentizan un
poco el ritmo pero que gráficamente están espléndidamente resueltas y que son
de gran ayuda al lector, incluso al que llega a esta obra décadas después de su
publicación original sin estar muy versado en la trayectoria del villano. Por otra parte, a pesar de ser el centro de un
crossover más amplio, es perfectamente legible de forma autónoma y no hace
falta leer los diversos cruces de las colecciones regulares para entender lo
que ocurre ni grandes agujeros en la trama que se resuelvan en otros títulos.
Uno de los problemas que muchos pueden encontrar en esta
historia es que Starlin se centra en los instigadores en lugar de en los héroes,
especialmente en Thanos y su séquito por un lado, y Adam Warlock y el suyo por el
otro. Este último, además, había estado desaparecido del Universo Marvel
durante quince años y tal y como hacen notar otros personajes, su
comportamiento no parece coincidir con lo que se sabía de él. La mayoría de los
superhéroes no son más que peones que empujar a la batalla, pero sin centrarse
realmente en ellos. Por ejemplo, cuando la mitad de la población de la Tierra
se esfuma, vemos a Spiderman recorriendo la ciudad angustiado para comprobar si
Mary Jane se encuentra entre las víctimas; pero cuando lo volvemos a ver, no se
hace referencia alguna a su esposa (por no hablar de que Spiderman apenas tiene
un par de líneas de diálogo en el resto de la saga). Además, no parece que
Starlin haya comprendido bien sus diferentes personalidades porque el varias
escenas están narradas por distintos personajes, pero a menudo uno no está
seguro de quién lo cuenta o siquiera si se ha regresado al narrador
omnisciente.
A cambio, lo que se obtiene es un espectáculo de
grandiosidad cósmica muy entretenido siempre y cuando se esté dispuesto a
asumir los excesos en los que incurre Starlin y que van mucho más allá de lo
habitual en el ya de por sí poco comedido género de los superhéroes. Puede que
los superhéroes no sean aquí más que carne de cañón, pero uno de los más
intensos momentos de la saga es precisamente cuando se enfrentan a Thanos. Éste
podría eliminarlos con un parpadeo, pero Mefisto le persuade de que se deshaga
temporalmente de todas las gemas excepto la de Poder para que así su batalla
sea más meritoria y pueda impresionar a la impasible Muerte. Lo que sigue es
una carnicería masiva, pero resulta verdaderamente épico ver a los héroes
sacrificar sus vidas por conseguir algo de tiempo y que el plan de Adam Warlock
pueda tener alguna posibilidad de éxito.
Cuando ya se ha entrado en la historia, es inevitable darse
cuenta de que la trama no tarda en ralentizarse, quizá porque Starlin no tenía
contenido suficiente para llenar seis números especiales. Así, el tercer
volumen –recordemos, de una miniserie de seis- se abre con el título
“Preparativos de Guerra”. ¿Tras noventa páginas aún está cociéndose la batalla?
Aún peor, teniendo en cuenta que se trata de un concepto inmenso, con el
destino de todo el Universo en juego y que se desarrolla a lo largo de 240
páginas, casi toda la acción se desarrolla en una zona no mucho mayor que la de
un aparcamiento mediano, donde oleada tras oleada de adversarios, primero
superhéroes y luego entidades cósmicas, se lanzan contra Thanos sólo para
encontrar su muerte o derrota. Hubiera sido deseable una historia más diversa,
más compleja, que se dividiera en varios niveles y escenarios, quizá con grupos
de personajes separándose para cumplir distintas misiones o explorando sus
sentimientos y personalidades.
Y es que lo que se echa de menos en esta saga, aparte de un argumento más complejo, es un mayor énfasis en las personalidades y las emociones. Starlin liquida de un plumazo a la mitad del Universo Marvel en el primer capítulo y aquellos que sobreviven a la purga resulta que no tienen mucho que hacer, una conversación ocasional por aquí, un breve pensamiento por allá… Y como no le importa demasiado este aspecto, cuando trata de introducir unas gotas de caracterización, parece algo forzado. Es lo que ocurre, por ejemplo, con la escena del nº 3 en la que Hulk y Wolverine, comparten un momento de intimidad, sincerándose mutuamente y perdonándose sus anteriores rivalidades. Es un momento extraño que no parece casar bien con ninguno de los dos personajes y que no añade nada a la narrativa principal.
(Termina en la siguiente entrada)
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