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“Aventuras Electrónicas” (1974) es la única recopilación de historias cortas que tiene el personaje y reúne las tres entregas que se publicaron en la revista “Spirou” entre 1970 y 1973, previamente a la serialización de la primera aventura larga, “El Trío de lo Extraño”, junto a dos historias más en las que Yoko comparte protagonismo con Pol, al que había conocido en aquélla. Se trataba, por tanto, de presentar a la protagonista a los lectores y establecer la línea que iban a seguir sus aventuras. Dada su naturaleza y extensión, está claro que son historias de perfil más bajo y menor recorrido que las narraciones largas pero aun así están resueltas gráfica y narrativamente con mucha solidez y en su momento destacaron respecto al resto de material que le acompañaba en la revista.
De todas las historias, que están unidas por la presencia
de la tecnología, quizá la mejor sea la primera, “Atraco en Alta Fidelidad”
(1970), en la que Yoko resuelve un atraco bancario perpetrado por unos criminales
particularmente hábiles con la tecnología. Como sucede en todas las historias
que componen este volumen, la inteligente Yoko utiliza su conocimiento de
electrónica para llegar al fondo de cada misterio. Es aquí donde conoce también
al inspector de policía Lebrun, un arquetipo del género detectivesco: bien
intencionado pero carente de los conocimientos técnicos necesarios para
resolver los problemas a los que se enfrenta en estos casos.
Desde el punto de vista narrativo, el que Yoko esté presente en el banco justo en el momento en el que se produce el atraco con el que arranca la historia, es quizá demasiado conveniente, pero tampoco desentona con lo que era común en casi todas las series de aventuras en aquellos años. A pesar de las amenazas de los criminales, la japonesa no ceja en sus pesquisas y acaba encontrando la solución al enigma gracias a su perseverancia, inteligencia y valor. Es por ello que, ya desde el mismo origen del personaje, Roger Leloup hizo de Yoko un modelo a seguir para las lectoras infantiles y juveniles de la revista.
Es más, el autor se esfuerza por evitar cualquier representación
de la joven que pudiera caer en la vulgaridad o lo abiertamente provocativo
para la sensibilidad masculina. Yoko es bonita y se viste de acuerdo a la moda
de la época, pero tiene un carácter propio y una personalidad independiente. A
lo largo de toda la serie, mantiene una actitud mayormente estoica e incluso y
ocasionalmente, sarcástica; pero siempre sin renunciar un ápice a su humanidad,
tal y como demuestra en la historieta de dos páginas “El Ángel de la Navidad”
(1970), preparada para el número navideño de “Spirou”. Se trata de una anécdota
edulcorada en la que Yoko es reclamada por un magnate de los negocios el día de
Nochebuena para que le arregle el equipo de música estéreo que utilizará en la
fiesta que va a celebrar. La situación propiciará el encuentro de la
protagonista con una familia de extracción humilde que está atravesando un mal
momento y, en una conclusión propia de fábula navideña, aprovecha su influencia
sobre el empresario para que ayude a sus nuevos amigos. Es una historia amable
que demuestra el altruismo de Yoko al tiempo que aporta un contraste respecto
al tono de thriller que domina en el resto del álbum.
El perfil de intriga detectivesca, acción y tecnología se
recupera en “La Bella y la Bestia” (1971), con una ambientación propia de una
historia de terror centrada en un gran simio que siembra el caos en la noche de
la ciudad. Una vez más, Yoko resulta estar en el lugar correcto en el momento
justo en el que el villano ataca, pero Leloup presenta las pesquisas de la
heroína con un ritmo tan bien medido y una intriga tan eficaz que el lector no
tiene tiempo para reflexionar sobre la banalidad de los tópicos que sustentan
el misterio, concretamente el de “Doctor Jekyll y Mr.Hyde”, ni cuestionarse las
motivaciones del científico o el flojo desenlace.
La dificultad que supone alcanzar ese equilibrio en una narración corta se hace patente en “Rumbo 351”, quizá la más floja de esta recopilación. En ella, Yoko está trabajando en el equipo de prueba de un cohete experimental para transporte de correo, unos test que son interferidos por unos agentes extranjeros y que a punto están de provocar un gravísimo incidente internacional cuando desvían el cohete para estrellarlo contra el cercano centro donde están reunidos representantes de ambos bloques políticos.
En esta ocasión, Leloup se deja llevar por la
autoindulgencia y ofrece una intriga con demasiados problemas narrativos. La
atmósfera deudora de la Guerra Fría (espías, sabotajes, enfrentamiento
Este-Oeste) no es un inconveniente en sí mismo sino la excesiva presencia de
términos técnicos unida a la insuficiente paginación para una historia que
aspira a más de lo que sus límites le permiten. No es que la importancia de lo
que está en juego (la estabilidad internacional, puede que incluso una guerra
nuclear) sea un problema. Al fin y al cabo, en las aventuras de Yoko con los
vineanos, los desafíos son de alcance planetario. La diferencia es que éstas sí
tenían espacio para desarrollarse e ir acumulando el suspense. Además, la trama
de “Rumbo 351” resulta previsible y el combate físico entre Yoko y los agentes
parece ir contra el tono previamente establecido para el personaje.
Si hasta este momento las apariciones del inspector Lebrun
en los epílogos habían sido el enlace que conectaba estas primeras historias
independientes y autoconclusivas, para las dos últimas se introduce a Pol, el
amigo de Yoko, como ya dije, presentado en el primer álbum. En “Miel para
Yoko”, ambos se encuentran disfrutando de una excursión en moto por el campo
cuando se topan con una inusual colmena: las abejas portan microfilms de
información, presumiblemente datos confidenciales extraídos de un centro de
investigación cercano. Pol aporta los momentos cómicos mandatorios en los
tebeos de Dupuis de la época y que sirven para aligerar un tanto la paranoia
propia de la Guerra Fría, con ese continuo temor a la fuga de secretos industriales
hacia el bloque comunista. Aunque “Miel para Yoko” difícilmente figurará entre
los episodios favoritos de ningún seguidor del personaje, lo cierto es que
Leloup maneja aquí mejor el equilibrio entre el ritmo y la extensión
disponible, separando en dos partes bien diferenciadas el descubrimiento del
misterio y la investigación del mismo. Además, el enfrentamiento entre Yoko y
el espía (un científico con ínfulas de playboy derrochador), que incluye una
peligrosa persecución, está más en sintonía con el tono de las narraciones largas
de la serie.
El final de “Miel para Yoko” enlaza directamente con la
siguiente y última historia del álbum –y también última narración corta que
realizará Leloup-, por medio de una moto nueva que Pol adquiere gracias a los
agradecidos científicos a los que habían ayudado en la anterior peripecia. “La
Araña que Volaba” tiene también considerables problemas en su estructura.
Empieza con un desconcertado Pol, que en plena noche se topa con una araña de
buen tamaño que se desliza fuera de una joyería y que parece ser la responsable
de una cadena de recientes atracos no resueltos. El detallado dibujo de Leloup
no deja lugar a dudas de la naturaleza mecánica de la criatura, con lo cual,
parte del misterio o el terror potenciales, se diluye; y cuando trata de desarrollar
la trama a partir de esta premisa, empiezan los problemas. Pol, aterrorizado al
verse seguido, despierta a Yoko y ambos empiezan la investigación. Resulta que
un completamente olvidable y genérico grupo de criminales está utilizando ese
ingenio a control remoto para robar los establecimientos.
Intentando insuflar algo de sentido al argumento ya cuando
se halla en su mitad, Leloup salpica de detalles el plan de los villanos y
añade un rehén, pero eso solo alarga innecesariamente la trama hasta bordear lo
aburrido, sin que se tenga realmente la sensación de que haya mucho en juego
más allá de unas cuantas joyas que sin duda estarán aseguradas y relegando a la
araña del título a un mero McGuffin. Al menos, la peripecia termina con una
escena de persecución bastante intensa en la que Pol y el científico rehén, el
doctor Dubois, desde una motocicleta a toda velocidad, ayudan por control
remoto a Yoko a deshacerse de sus ataduras mientras sus secuestradores la
llevan en coche hacia un destino presumiblemente siniestro. Eso sí, el suspense
se consigue a base de recortar severamente la inteligencia de los criminales.
Otro elemento de esta historia que no funciona es Pol, un
personaje cuya existencia, uno se malicia, obedece únicamente al esquema
tradicional que la editorial imponía a sus autores. Pol no es el narrador ni el
interés romántico de Yoko sino un sidekick introducido para darle a la
protagonista alguien con quien hablar y aligerar el tono general de la historia
convirtiéndolo en el torpe sobre el que recaen todas las desgracias. Como amigo
de Yoko y miembro del grupo que éstos forman con Vic (que aquí no participa por
ser complicado manejar tres personajes en tan pocas páginas) en las aventuras
más largas, resulta tolerable, pero en este punto de la serie es un personaje
que carece de interés tanto en sí mismo como en su relación con la heroína.
Tras leer las historias que componen este “Aventuras Electrónicas” es fácil comprender por qué Leloup no trató de repetir el formato. Sencillamente, el tipo de argumentos con los que más disfrutaba requería de una mayor extensión y cierta continuidad de uno a otro. Además, y aunque el comic como medio narrativo tuvo su origen en historias cortas y tiras de prensa, a esas alturas los aficionados empezaban a desear tramas más densas que las que podían desarrollarse en una decena de páginas. Dupuis y Leloup podrían haber utilizado las historias cortas para completar ciertos álbumes, pero en última instancia decidieron no hacerlo.
Puede que “Mensaje para la Eternidad” (1975), una mezcla de
aventura a lo James Bond (al que se hace referencia explícita) e intriga
detectivesca intensamente aderezada con los ya habituales ingredientes
tecnológicos, no sea una de las aventuras más épicas de Yoko Tsuno y quizá no la
preferida de muchos fans, pero sí es una de las más sólidas, originales y
plausibles. Alejándose de los alienígenas vineanos y de los misterios del Rhin,
Leloup presenta una historia que se desarrolla en Suiza y Afganistán y que gira
alrededor de un avión desaparecido en los años treinta.
La trama comienza con Yoko pilotando su planeador sin motor
sobre el campo francés hasta que se ve obligada a aterrizar en un terreno cerca
de una avanzada instalación de telecomunicaciones. Cuando el personal de la
misma se entera de su presencia y su especialidad en ingeniería electrónica, le
hacen una intrigante oferta de trabajo. Resulta que han captado señales
continuas de SOS provenientes de un avión británico de transporte desaparecido
el 17 de noviembre de 1933 (fecha de nacimiento del propio Leloup) y que
transportaba documentos diplomáticos delicados. Un representante de los
servicios secretos de Gran Bretaña explica la misión a Yoko: se trataría de
penetrar en el espacio aéreo de una conflictiva región fronteriza entre China,
Rusia y Afganistán, aterrizar en el cráter desde el que han estado radiándose
las señales (y en el que una fotografía tomada por un avión espía
norteamericano parece sugerir la silueta de la aeronave perdida) y recuperar la
documentación.
Yoko accede incorporando a Vic y a Paul como pilotos del avión nodriza que transportará el planeador que ella manejará en la aproximación final. Los tres se trasladan a una discreta fábrica de aviones en Suiza donde se adiestrarán para la misión y deberán hacer frente a una serie de sabotajes y atentados. Cuando por fin Yoko llega a su peligroso destino, se encuentra atrapada en el terreno por un extraño fenómeno natural. Pronto averigua que no está sola en el cráter…
La primera mitad de la historia está dedicada a la explicación
de la misión, su preparación y la presentación de los personajes y tecnologías
que van a intervenir en la misma; la segunda mitad, a la realización de
aquélla. Y ambas están separadas no sólo por un giro sorpresa sino por un cambio
de estilo y tono. Mientras que la primera parte bebía del espionaje, las
conspiraciones y el mundo de la aeronáutica, la segunda nos traslada al
subgénero de Mundos Perdidos, con elementos como el “Hombre Blanco” perdido y
asilvestrado, el “Tesoro” custodiado por peligrosas bestias protohumanas y un
fenómeno natural inaudito.
Desde las primeras páginas hay acción y una atmósfera de secreto y conspiración, pero Leloup sabe cómo ir dosificando el suspense e introducir un giro sorpresa cuando es necesario. Aunque su dibujo, ya lo he apuntado, no es el más adecuado para expresar emociones y sentimientos, sí añade un componente humano en la historia y figura de John Smith, el ya anciano mecánico superviviente del vuelo original que ha aliviado su soledad rodeándose de monos a los que ha amaestrado.
La casi exclusiva protagonista de esta aventura es Yoko.
Después de todo, en su planeador sólo hay espacio para ella. Si ya sabíamos que
era una hábil piloto de motocicleta y competente artista marcial, ahora
descubrimos su talento a los mandos de planeadores con y sin motor. En este
punto, ya nos encontramos con una aventurera plenamente capaz de enfrentarse a
todo tipo de situaciones, desde alienígenas a desastres naturales pasando por
misiones de comando o misterios y casos criminales relacionados con la
tecnología. Vic y Pol han quedado relegados a meros anexos que apoyan
narrativamente a la heroína titular, pero a los que no se echa demasiado de
menos cuando desaparecen de escena.
Pol, en concreto, ni siquiera asume el rol de comparsa
cómico porque no hay espacio en el argumento para momentos de humor. Para
entonces, Leloup, que nunca se había sentido demasiado cómodo con las
inserciones cómicas, había demostrado ante el editor que su serie era lo
suficientemente popular como para disfrutar de libertad creativa y liberarse de
las directrices oficiales de la casa. Hay un par de momentos hacia el final que
amenazan con socavar la credibilidad de la historia, pero Leloup consigue no
excederse y mantiene el conjunto bajo control.
Una de las pasiones de Leloup desde su juventud fueron los
aviones teledirigidos y, de hecho, fue dos veces campeón de Bélgica en su
categoría. Además, tenía la licencia de piloto y volaba en avionetas de
aeroclubs locales. Y, por si fuera poco, era un gran aficionado, como ya apunté,
a los trenes en miniatura, reuniendo con los años una extraordinaria colección
que hacía circular a lo largo de decenas de metros por las diversas
habitaciones de su estudio e incluso, en los meses estivales, el jardín. Así
que, de alguna forma, “Yoko Tsuno” es una traslación al papel de aquellas cosas
con las que disfrutaba intensamente en la vida real. En los comics, podía
diseñar y dibujar todo tipo de máquinas prestando atención a cada pequeño
detalle de sus componentes, engarzándolos de tal forma que su funcionamiento
fuera absolutamente verosímil. Esta meticulosidad, trabajo de documentación y
mente bien organizada y apta para la mecánica puede apreciarse en los
diferentes modelos de aviones que toman parte en la historia, ya fueran reales
como los cazas MIG-21, el biplano Handley-Page 42 o el Handley-Page Victor; o
inventados como la nave nodriza que pilotan Vic y Pol (diseñada a partir del
avión espía Lockheed U-2) o el planeador de Yoko (una modificación coherente del
BD5 ACrostar). Es en los planos generales de esos aviones donde sobresale más
su talento.
Por otra parte, también se aprecia una evolución en el diseño de los personajes: el rostro de Yoko se refina y Vic y Pol exhiben unos rasgos más maduros y alejados del estilo semicaricaturesco propio de la escudería Dupuis, pero también más rígidos e inexpresivos, algo que se convertirá en uno de los principales puntos débiles del dibujo de esta serie.
Aparte de esa rigidez anatómica y expresiva, otras
debilidades que pueden achacársele a “Un Mensaje para la Eternidad” es la
tendencia a explicar demasiado profusamente ciertos aspectos técnicos, lo que
satura los globos de diálogo y espesa un tanto la lectura. Además, con un
formato de solo 44 páginas (a diferencia de, por ejemplo, las 60 de los álbumes
de Tintín), Leloup no tiene más opción que apenas esbozar los personajes de
Stevens (el expiloto militar americano al que Yoko sustituye a los mandos del
planeador) y Higgings (el inglés del servicio secreto a cargo de la misión),
cuando hubiera sido deseable haberles dedicado mayor espacio y explorar algo
más sus personalidades, motivaciones y ángulos oscuros.
Pero todo eso no empaña el interés de este thriller pleno de suspense y acción, que bebe tanto de las películas de agentes secretos como de las de conspiraciones en el marco de la geopolítica de la Guerra Fría.
(Continúa en la siguiente entrada)
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