El desplome de la industria del comic que había empezado a apuntarse en 1993, se convirtió en una catástrofe total al año siguiente. Tan rápido como las ventas se habían disparado a principios del año anterior, se hundieron a principios de 1994. Los mismos especuladores que creían que comics como "La Muerte de Superman" o los editados por Valiant e Image los harían ricos, se dieron cuenta a esas alturas de que casi todas sus inversiones no habían dado fruto alguno. A medida que esos “inversores” ponían sus miras en la siguiente moda (en este caso, los cromos no deportivos), miles de antiguos fans siguieron sus pasos.
Esa pérdida tuvo una consecuencia trágica: miles de tiendas de cómics de todo el país cerraron sus puertas para siempre. En nueve meses, 2.000 minoristas desaparecieron de la lista de clientes de la distribuidora Capital City, lo que, teniendo en cuenta su cuota de mercado, podría extrapolarse a una cifra de 4.000 puntos de venta en todo Estados Unidos. En 1993, había más de 9.000 minoristas de cómics en todo el país. Un año después, el 40 % de ellos habían desaparecido.
No parecía el mejor momento para iniciar un
nuevo proyecto editorial, pero no lo vieron así un grupo de artistas de cómics
(Arthur Adams, John Byrne, Paul Chadwick, Geof Darrow, Dave Gibbons, Mike
Mignola y Frank Miller), que se asoci
aron para fundar Legend, un nuevo sello de
Dark Horse Comics. Legend fue el subproducto de otra idea colaborativa anterior,
bautizada provisionalmente "Dinosaur", que había interesado a un
elenco de más de una docena de artistas muy prestigiosos. Cuando esos creadores
no lograron ponerse de acuerdo sobre sus objetivos, Dinosaur se disolvió. Siete
de ellos formaron Legend, mientras que el resto (entre los que se encontraban
Jim Starlin, Walter Simonson o Howard Chaykin) se mudó a Malibú para fundar
Bravura. El equipo de Legend se autodenominó "Los Siete Magníficos"
y, como explicó Miller en aquel momento, se consideraban una "alianza de
artistas": "No es una editorial
ni un universo compartido, pero los siete creemos que, si te gusta uno de
nuestros cómics, disfrutarás del resto".
Imitando el sistema de Image Comics, todos los
títulos de Legend eran propiedad de sus creadores. Las dos primeras colecciones
de Dark Horse en lucir en portada el logo del sello fueron "Next Men"
nº 19 (octubre de 1993) y el primer número de la segunda miniserie de "Sin
City" de Frank Miller, "Una Dama por la Que Matar” (noviembre de
1993). Byrne y Miller produjeron la mayor parte del material de Legend en aquel
primer año, incluyendo "Babe" y "Danger Unlimited" de
Byrne, así como la tercera miniserie de "Sin City" de Miller, "La
Gran Masacre”, y la secuela de "Give Me Liverty", "Martha
Washington va a la Guerra”, dibujada por Dave Gibbons. A estas obras se unieron
"La Sonrisa del Asesino”
, la última miniserie en ese momento de
"Concrete", de Paul Chadwick, y "Madman Comics", de Mike
Allred, reclutado para el proyecto.
La otra propuesta de Legend en 1994 acabó siendo una de las más exitosas. El hecho de que fuera producida por Mike Mignola, posiblemente el menos conocido de todos los creadores involucrados en ese joven sello, hizo aún más sorprendente el fenómeno en que acabó convertida. Mignola podría haber parecido entonces una adición extraña para Legend (cuyo logotipo, un mohai de la Isla de Pascua que evoca la idea de misterio y leyenda, la diseñó él mismo).
Lo cierto es que Mignola ya llevaba algún
tiempo llamando la atención, precisamente porque su dificultad para amoldarse
al canon naturalista superheroico le había convertido en un rara avis que
dotaba a sus dibujos de una personalidad muy especial. Sus trabajos para “Hulk”
o “Alpha Fli
ght” no fueron particularmente reseñables, pero entonces experimentó
una iluminación. Consciente de que nunca alcanzaría el talento y nivel de
destreza gráfica de artistas como Steve Rude o Mike Kaluta, dejó de aspirar a
dibujar “bien” para centrarse en la narrativa. De esta manera, desde sus
comienzos, decidió orientarse hacia un estilo de dibujo más enfocado en contar
una historia. La prioridad era que la calidad del dibujo fuera la suficiente
como para desarrollar la trama en viñetas de la forma más eficaz y depurada
posible m
ás que buscar bellas ilustraciones. Además, tras realizar varios
números consecutivos de una colección de fantasía heroica publicada por First
Comics, “Corum”, se dio cuenta de que era incapaz de mantener un ritmo de
producción mensual, así que se centró en proyectos limitados, esto es,
miniseries o números especiales, como “El Fantasma Desconocido” o “Mundo de Krypton”
Esta nueva dirección y su búsqueda de un estilo propio empezó por fin a cristalizar en el homenaje que, junto a Jim Starlin, rindió a Jack Kirby con “Odisea Cósmica”, su primer trabajo verdaderamente comercial. Después vendrían una aventura de Batman, “Luz de Gas”, un especial de Lobezno que hizo por dinero y una miniserie de fantasía heroica protagonizada por “Fafhrd y el Ratonero Gris”. Todos estos trabajos empezaron a granjearle la atención de una creciente porción de crítica y aficionados que supieron apreciar su peculiar sentido anatómico (condicionado por su incapacidad para dibujar bien los pies), la atmósfera que creaba utilizando amplias superficies negras y su potente narrativa.
A continuación, Mignola pasó un año haciendo
portadas, un especial de “Alien” para Dark Horse que no se vendió bien y el
guion de una historia de Batman para “Legends of the Dark Knight”, hasta que
llegó el punto de inflexión que había estado esperando: lo llamaron para
realizar la adaptación al comic, con guion de Roy Thomas, de la película “Drácula”
(1992), de Francis Ford Coppola, quien, además, solicitó su colaboración para
pulir el diseño o la narrativa de ciertos elementos y escenas
Su carrera se consolidó definitivamente dos años después, con la creación de un demonio de piel roja y pezuñas hendidas. Para entonces, Mignola había decidido no seguir aceptando encargos por simple interés económico. Quería hacer algo propio, en sintonía con sus propios gustos e intereses. Podría fracasar, pero al menos lo intentaría.
Mignola había creado a Hellboy en 1991 como un
boceto improvisado para el prog
rama de una convención de comics. En ese
momento, no tenía intención de hacer nada concreto con ese demonio gigante,
pero el nombre "Hellboy", que le pareció gracioso, se le quedó
grabado. Un par de años después, ante la oportunidad que se le presentó de producir
su propio cómic en Legend, Mignola optó por el género que más le interesaba:
historias de detectives ocultistas, con monstruos de por medio. Se dio cuenta
de que Hellboy encajaría a la perfección en ese género, dado que era un
personaje monstruoso cuyo trabajo era luchar contra otros como él. Como explicó
Mignola años después: “Tengo una gran
colección de historias victorianas de detectives ocultistas, que siempre son
tipos ordinarios (con barba). Sabía que, si hacía de mi detective ocultista uno
de esos personajes, me aburriría tras 20 páginas. No importaba lo especial que
fuera su barba, sencillamente me aburriría dibujando a un tipo común. Así que
hice que el protagonista fuera un monstruo para que, aunque no estuviera
luchando contra otro monstruo, yo sí estuviera dibujando uno”.
El
diseño del personaje debía mucho a Jack
Kirby, hasta tal punto, de hecho, que no es difícil ver en él rasgos de su
“Demon” o alguno de los monstruos que creó para “Thor” o “El Cuarto Mundo”. Por
otra parte, tal y como lo representó Mignola, el mundo de Hellboy estaba cubierto
de profundas y ominosas sombras que acentuaban una oscura atmósfera
lovecraftiana. En cuanto al guion y sintiéndose todavía inseguro respecto a su
capacidad al respecto, le pidió a John Byrne que escribiera el de una historia
de cuatro páginas que apareció en "San Diego Comics" nº 2, un ejemplar
gratuito que Dark Horse preparó para la Comic Con de San Diego de 1993; y luego
realizara la misma labor para "Next Men" nº 21 (diciembre 1993), en
el que se incluyeron diez páginas de dibujo de Mignola con su recién nacido
personaje como estrella invitada.
Tres meses después, apareció el primer número de Hellboy: “Semilla de Destrucción”, una miniserie de cuatro números que también contó con guion de Byrne.
En 1944, una unidad militar norteamericana, el
héroe enmascarado Anto
rcha de la Libertad y tres civiles (el profesor Malcolm
Frost, el experto paranormal Trevor Bruttenholm y la médium Lady Cynthia
Eden-Jones) se encuentran en un aislado paraje de Inglaterra con la misión de
frustrar uno de los planes apocalípticos nazis: invocar un demonio. El ritual
parece acabar en fracaso, pero en realidad no es así, porque la criatura, un
niño-demonio, aparece en el lugar donde aguardan los Aliados, quienes se hacen
cargo de él y lo ponen al cuidado de la Agencia de Investigación y Defensa
Paranormal.
Hellboy, que es el nombre que recibió, se
convirtió, con el paso de los años, en uno de los investigadores ocultistas más
experimentados de esa institución secreta. Dado que sus cuernos –siempre recortados
por él mismo-, su cola y su gran y rocosa mano derecha le recordaban
constantemente su naturaleza demoniaca y su planificado papel en la destrucción
de toda la Humanidad, Hellboy se reafirma y ejercita su libre albedrío luchando
contra las mismas fuerzas oscuras que él debería haber comandado de haber transcurrido
las cosas de otra manera cuando llegó a nuestro plano dimensional. Medio siglo
después de su a
parición en la Tierra, su mentor, Bruttenholm, siente que su fin
está cerca y le pide a su pupilo que investigue a una familia de exploradores
árticos, los Cavendish, sobre la que parece haber caído una maldición.
Con sus compañeros, la pirotécnica Liz Sherman y el anfibio Abe Sapien, Hellboy viaja a la siniestra y decrépita mansión Cavendish, emplazada en una desolada península de la costa estadounidense. Allí, descubrirá que Rasputín, el monje con poderes al que trataron de asesinar en la Rusia zarista y que estuvo al frente del equipo de estrafalarios nazis ocultistas que trajo a Hellboy, sigue vivo y se prepara para desatar fuerzas demoniacas que exterminarán toda la vida humana. Y lo peor de todo: Hellboy descubre que quizás sea él quien permita a Rasputín llevar a cabo sus siniestros planes...
Como he apuntado antes, Mike Mignola, sin ser
todavía una superestrella, ya había recibido buenas críticas como dibujante,
pero su auténtica madurez y consagració
n llega con “Hellboy”. Y no sólo por el
refinamiento de su dibujo, sino porque es su primer gran proyecto como narrador
y creador. Sí, John Byrne aparece acreditado como dialoguista, pero lo
relevante es que su influencia aquí no es detectable. Esto no es ni bueno ni
malo, simplemente que no existen grandes diferencias entre esta historia y las
que Mignola escribió en solitario, a excepción, quizá, de una estructura más
compacta y una menor presencia del humor socarrón que luego sería uno de los
rasgos de la serie. Esto último bien podría deberse a que Mignola y Byrne
quisieron darle a este debut un tono más serio. Después de todo, un demonio de
piel roja que investiga fenómenos paranormales y lucha contra monstruos podía
caer tan fácilmente en la autoparodia que, probablemente, consideraron
importante empezar con un registro más solemne.
A pesar de la desasosegante atmósfera que
inspira este comic, en general es una historia de terror limpia y divertida.
Sí, muere gente y ocurren cosas muy siniestras, pero no es una obra nihilista
que pueda dejar un mal sabor de boca, como “Hellblazer”. El enfoque
mignoliano del
terror ha sido ya tan profundamente asimilado y aceptado por el público
generalista que resulta incluso agradable, al menos a un nivel estético, una
circunstancia que podría ser contraproducente si se etiqueta a Hellboy
simplemente como un "cómic de terror". Al compararlo con un maestro
del género como Bernie Wrightson, se observa la cantidad de criaturas que éste,
dentro de unos esquemas clásicos, introducía en sus comics, tan grotescas como
carnales. Por el contrario, las criaturas en la obra de Mignola tienden a ser
más inmateriales, seres demoníacos etéreos e inaprensibles, esencias informes
nunca materializadas o bien sólo parcialmente entrevistas, como esos tentáculos
repletos de ventosas cuyo cuerpo principal nunca se revela.
El ritmo está asimismo bien medido, combinando
un desarrollo lento y una sensación de peligro vaga e insidiosa con escenas de
acción explosivas en las que Hellboy demuestra que es prácticamente un
superhéroe. La historia engancha también por su reticencia a mostrar
inmediatamente todas sus cartas, insertando sucesos extraños y co
mentarios
crípticos que solo cobrarán sentido en un contexto posterior. Dado que esta es
la historia inicial de lo que, al fin y al cabo, es una serie (aunque de
aparición irregular, compuesta no de entregas mensuales sino de miniseries y
números especiales) concluye dejando algunos cabos sueltos, incluyendo un
epílogo final que da pistas sobre lo que está por venir. Aun así, el comic
puede leerse de forma autónoma, con su propio principio, nudo y desenlace.
Para quienes a estas alturas sólo conozcan a
Hellboy por sus adaptaciones cinematográficas, hay que aclarar que los cómics
son posiblemente más ambiciosos, o al menos, más literarios. Las películas
dirigidas por Guillermo del Toro eran productos típicos de Hollywood, repletas de
escenas de acción rimbombantes, persecuciones por las calles de la gran ciudad,
efectos especiales de primer nivel y una Agencia de Investigación y Defensa
Paranormal que más parecía una organización sacada de una película de James
Bond. Pero las influencias de Mignola son claramente más literarias, desde
Edgar Allan Poe
y Lovecraft a los mitos populares y los antiguos cuentos de
hadas. Sus historias y su estilo visual están enraizados en conceptos del
terror gótico como las maldiciones familiares, los castillos en ruinas
enclavados en parajes desolados, mansiones decrépitas, estatuaria funeraria por
todos lados… De hecho, no recuerdo
ninguna historia de Hellboy que haya transcurrido en una gran ciudad.
Por supuesto, la desventaja de abrazar el tradicionalismo es que de éste han derivado muchos clichés hoy ya gastados, como que el villano principal sea el resucitado monje ruso Rasputín, un malvado que ha sido utilizado desde hace un siglo en innumerables historias de corte sobrenatural. A eso hay que añadir que a veces la historia caiga en lo superficial. Por ejemplo, el detonante de la investigación es el asesinato del mentor de Hellboy, Trevor Bruttenholm, pero aquél no parece en ningún momento demasiado afectado por la pérdida de quien consideraba un padre.
Visualmente, la historia transmite una rica y
oscura exuberancia, con viñetas en
las que abundan las sombras, la melancolía y
fondos tan minimalistas como inquietantemente evocadores. Los dibujos rezuman tanta
atmósfera que casi se puede escuchar el silbido fantasmal del viento en la
distancia. El estilo de Mignola es tosco, incluso caricaturesco; y, al mismo
tiempo, barroco y realista, una síntesis ideal para una historia que intenta
hacer que lo increíble parezca casi ordinario gracias a unos personajes,
investigadores veteranos (sobre todo Hellboy y sus camaradas) que ya lo han
visto todo y que hacen ocasionales y crípticas referencias a casos pasados.
El color de Mark Chiarello complementa a la perfección los dibujos y tintas de Mignola, utilizando tonos sombríos, pero sin llegar a ser opresivos y con un Hellboy rojo intenso que destaca en cada viñeta en la que participa como un brillante faro de esperanza.
La decisión de Mike Mignola de independizarse
de guionistas bien establecidos y de gran prestigio pudo parecer entonces y a
primera vista, un salto abrupto y arriesgado. En aquella época, Mignola carecía
de la habilidad narrativa de un guionista profesional y, como fue el caso tan
habitual en esos años con muchos dibujantes estrella, bien podría haberse
esperado de él que se limitara a exhibir su dibujo sobre historias torpemente
planteadas y desarrolladas.
Sin embargo, incluso si el desenlace de
"Semilla de Destrucción", resulta precipitado y que desmerece el
prometedor inicio, conviene recordar que este es un defecto muy común en todo
tipo de ficciones en cualquier formato: la de las premisas e ideas atractivas
que luego no se saben aprovechar. Por otra parte, esta miniserie sienta
eficazmente las bases del futuro Mignolaverso, presentando al protagonista, la
AIDP, Liz Sherman, Abe Sapien, Rasputín y el tipo de amenazas y tono que tendrá
la serie en lo sucesivo. Esta rápida presentación de los personajes y
acontecimientos lleva el sello de Byrne aun cuando el espíritu, las ideas, las
tramas y los personajes sean creación de Mignola. El resultado fue una
refrescante fusión del terror de sabor más clásico con las convenciones
de la
ficción pulp y los comics de superhéroes que cautivó inmediatamente a la
crítica y los aficionados.
Tras colaborar en “Semilla de Destrucción”, Byrne se retiró de Hellboy, dejando el personaje completamente en manos de Mignola. Éste, por su parte, no tenía planes para él porque supuso que aquélla sería la primera y única miniserie de Hellboy. Para su sorpresa, el personaje y su mundo cautivaron tanto a los fans que el siguiente serial, “Los Lobos de San Augusto”, se publicó más tarde ese mismo año en "Dark Horse Presents" n.º 88-91 (agosto-noviembre 94). Gracias a la inclusión de la historia de Hellboy, las ventas de dichos números casi se duplicaron en comparación con lo que solía ser lo normal. A partir de ahí, Hellboy y sus compañeros de la AIDP evolucionaron hacia una épica sobrenatural en constante expansión. Por su trabajo en "Semilla de Destrucción", Mignola ganó un Premio Eisner al "Mejor Guionista/Artista" y la edición recopilada ganó los Eisner y Harvey a la categoría de "Mejor Álbum Gráfico", mientras que "Los Lobos de San Augusto" fue nominado a "Mejor Historia Serializada".
(Continúa en la siguiente entrada)

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