25 ene 2015
1984 -OMAHA- Reed Waller y Kate Worley
Los “funny animals” fueron durante décadas los comic books preferidos por generaciones de niños. Las historias protagonizadas por animales antropomorfizados y con personalidades claramente humanas son un recurso que se remonta a las fábulas clásicas y que, ya en el siglo XX, explotó con talento y abundancia Walt Disney. Precisamente, sus más brillantes representantes en el mundo de las viñetas fueron los “tebeos de patos” que Carl Barks escribió y dibujó utilizando al Pato Donald como protagonista y para los que creó todo un universo de personajes que incluyó al Tío Gilito o los Sobrinitos y que luego, a su vez, fue trasplantado al cine; lo mismo se puede decir del trabajo de Floyd Gotfredson, quien realizó labor similar a la de Barks pero en tiras de prensa protagonizadas por Mickey. Eran comics ligeros de humor y aventura y, aunque dirigidos a un público infantil, fueron realizados con tanto cariño y habilidad que hoy son considerados clásicos del medio.
Hubo muchos otros, claro. Prácticamente todas las estrellas “animales” de cortos de animación para el cine o la televisión recibieron en un momento u otro su propia versión en viñetas, desde Bugs Bunny al Oso Yogui. Hubo otros autores que utilizaron este particular subgénero y su desenfadado estilo gráfico para tratar temas más adultos, incluso subversivos, como “Pogo” de Walt Kelly o “Shoe”, de Jeff McNelly.
En la década de los ochenta, el comic underground comenzó a utilizar “animalitos” con fines muy diferentes. “Cerebus”, por ejemplo, nació siendo un comic de fantasía heroica para integrar luego una fuerte carga satírica con comentarios sociales y políticos; las Tortugas Ninja Adolescentes comenzaron siendo un comic minoritario que parodiaba las películas de artes marciales antes de diluirse en la banalidad. “Maus” exploraba los dramáticos recuerdos de una familia judía… Y luego estaba “Omaha”, un comic que quizá hoy no resulte tan conocido para las nuevas generaciones de lectores, pero que en su momento acumuló tantos seguidores como “Cerebus” o “Love & Rockets”. Es más, junto a otros autores como Gilbert Shelton, los Hermanos Hernández o –más adelante- Peter Bagge, los creadores de “Omaha”, Reed Waller y Kate Worley, fueron figuras clave en el establecimiento de una nueva categoría, el “comic independiente”, a mitad de camino entre el underground y el comic generalista.
“Omaha” nació en 1978 en el marco de una revista underground de escasa circulación titulada “Vootie” y en cuyas páginas se podían encontrar historietas de calidad más bien mediocre con verduras y animales parlantes. De entre todas ellas destacaba una dibujada por Reed Waller y protagonizada por una gata bailarina de striptease y su novio Chuck, ambos residentes de la ficticia ciudad de Mipple City, en Minnesota. El sensual dibujo de Waller y la calidad de sus diálogos llamaron la atención de Dennis Kitchen, a la sazón editor de su propia compañía, Kitchen Sink Press, dedicada a un tipo de comic muy alejado del de las grandes editoriales, en general más cuidadosas y conservadoras respecto al material que publicaban.
En 1981, Kitchen le ofreció a Waller dedicar todo un número especial a su sexy gata en la revista “Bizarre Sex Comix”, concretamente en su número 9 (1981). A partir de ese momento y durante los dos años siguientes la trayectoria de publicación del personaje se limitó a tres historias cortas en “Bizarre Sex Comics” nº 10, “E-Man” nº 5 (First Comics) y “Dope Comics” nº 5. Pero Waller seguía mejorando su dibujo y los lectores escribían pidiendo más material y de mayor duración. Por razones económicas, el autor decidió abandonar Kitchen Sink a favor de otra editorial de Minneapolis, SteelDragon Press, bajo cuyo sello apareció, por fin, en 1984, el primer número de “Omaha”, título dedicado exclusivamente a ese personaje.
Aquel primer episodio nos presentaba a la protagonista, una atractiva gata que, junto a su amiga Shelley, se ganaba la vida como bailarina de striptease en los clubs de la ciudad. Convertida en celebridad local, Omaha no es del todo feliz al sentirse incapaz de encontrar a un hombre que la quiera por lo que realmente es y no por su espectacular físico. Ese hombre aparece finalmente en la figura de Chuck, un amable dibujante que, lejos de tratar de “redimirla” de su oficio, reconoce su talento, la acepta y la anima.
Por otra parte, las autoridades de la ciudad ponen en marcha una campaña por el rearme moral que pretende acabar con todos los establecimientos bohemios, incluido el Kitty Korner, donde trabaja Omaha (una situación que se vivió en realidad en Minnesota y que Waller quiso denunciar mediante este comic). Los mismos responsables de ese movimiento, entretanto, montan un club clandestino en el que disfrutar de desenfrenadas orgías y a cuya inauguración es invitada Omaha como bailarina estrella. Las cosas terminan mal, con un intento de asesinato, tumultos y la revelación de que Chuck es en realidad el hijo de un poderoso millonario involucrado en asuntos turbios.
El empuje inicial de Waller se agotó rápidamente. No veía claro cómo salir del embrollo en el que había metido a sus personajes y la serie se congeló. Pasaron dos años, durante los cuales Waller se divorció e inició una relación con la escritora Kate Worley. Sus sugerencias respecto a los personajes y la historia convencieron a Waller de que debía ser ella la que se ocupara del grueso del guión, papel que asumió ya plenamente en el número 2, aparecido en 1986.
Inmediatamente, el comic escaló posiciones en su calidad, tanto por la sensibilidad que Worley aportó a la caracterización de los personajes y sus relaciones sentimentales, como por el hecho de que Waller, liberado de la tarea de guionista, pudo concentrarse en estilizar su dibujo. A ello se sumó un nuevo cambio editorial: los problemas financieros de SteelDragon llevaron a Reed a trasladar su personaje de vuelta a Kitchen Sink, cuyo sello apareció ya en el tercer número de “Omaha”. El interés del propio Dennis Kitchen y la flexibilidad de su poco convencional editorial otorgaron a Waller y Worley unas condiciones de trabajo desahogadas: dos ejemplares anuales, cadencia que se mantendría durante una década.
“Omaha” se convirtió en un comic diferente que abrió nuevas perspectivas al medio y que podríamos denominar “culebrón hard-core con toques feministas”. Worley no sólo mantuvo la intriga iniciada por Waller, sino que la amplió hasta transformarla en una gran conspiración que marcaría el destino de todos los personajes hasta el final de la serie. Sin embargo y al mismo tiempo, la retiró del primer plano y la utilizó principalmente como catalizadora de momentos más íntimos en los que explorar las relaciones personales y la vida cotidiana de sus protagonistas.
Omaha tiene tanto de culebrón televisivo como de obra adulta. Todos los subargumentos relacionados con la conspiración política y criminal, el asesinato y la avaricia sin límites, son característicos del serial televisivo, como también la inclusión de un amplio reparto de personajes interrelacionados de forma cada vez más compleja alrededor del dúo principal, Omaha y Chuck.
El ritmo de la narración tiende a ser lento, con los personajes enfrascados en largas conversaciones (Robert Crumb hizo una parodia de este comic titulado “Wichita”, incluyendo la típica apertura “previamente…” en la que narraba acontecimientos pasados de forma incomprensible para un nuevo lector, además de imponer una cadencia tan parsimoniosa que uno se preguntaba cuándo iba a pasar algo de una vez). Personalmente, no tengo nada en contra de un desarrollo lento de la trama que favorezca la interacción de los personajes, pero sí es cierto que en el caso de Omaha la acumulación de algunos subargumentos tienden a espesar la narración principal, que solo parecd avanzar a base de súbitos empujones en forma de revelaciones sorpresa, un recurso también característico de los culebrones televisivos. “Omaha” es una serie río que sólo se puede disfrutar y entender abordándola en su totalidad. En este sentido, lecturas dispersas y parciales no permitirán entender las intrigas que se suceden una tras otra dentro de una continuidad general.
El punto fuerte de la serie y el que más contribuyó a popularizarla especialmente entre las lectoras femeninas –algo insólito por entonces, sobre todo en un comic con fuerte contenido erótico-, fue el retrato cercano, cariñoso y verosímil de los personajes. Kate sabía escribir personajes femeninos fuertes e independientes al tiempo que muy conscientes y orgullosos de su sexo. Omaha, por ejemplo, no sólo no se avergüenza de su trabajo como bailarina erótica sino que asume su vida sexual con total libertad –que no libertinaje- y sin complejos (recordemos que la serie estaba ambientada en la década de los setenta, anterior a que el SIDA apagara la euforia sexual de los años precedentes).
Obviamente, la atención de los autores se concentra en la pareja protagonista, Omaha y Chuck, cuya relación es la que más extensamente se desarrolla. Pero ello no implica que se descuide al resto del reparto. Al contrario, hay un compromiso honesto con la diversidad y la verosimilitud a la hora de caracterizar a los personajes y la mayoría de ellos despliega una complejidad que les sitúa por encima de los arquetipos héroe/villano. Consecuentemente, los acerca al lector, quien no siempre estará en total acuerdo o desacuerdo con lo que dicen, hacen u opinan. Como en la vida, aquéllos a veces aciertan y a veces se equivocan. Las únicas excepciones son las del empresario Deroc y el senador Bonner, ambos personajes desaprovechados al ser retratados como villanos tan integrales (ambiciosos, crueles, hipócritas, mentirosos) y tópicos que pierden todo interés para el lector y acercan la historia a los parámetros del folletín menos sofisticado.
Además de profundizar en las múltiples relaciones que van estableciendo entre sí los personajes (diferentes tipos de amor y odio, amistad, desconfianza, dependencia…), “Omaha” explora otros temas de corte social, como la recuperación e integración de los minusválidos, el chantaje y la ambición corporativa, la falsa moralidad, el abuso del alcohol, el sexo gay, los efectos de las enfermedades mentales sobre el individuo y su círculo, el crimen organizado, la corrupción política…. No es que estemos estrictamente ante un comic de denuncia social, pero se agradece la inserción e inteligente tratamiento de elementos que forman parte de nuestra vida en común.
Y, claro, al hablar de “Omaha” hay que hablar de sexo. Este cómic fue alabado como un melodrama inteligente y sensible que no rehuía la vertiente sexual de las relaciones sentimentales. No sólo eso, sino que en lugar de recurrir a elipsis o fundidos en negro, el comic mostraba explícita pero respetuosamente el sexo como parte fundamental y cotidiana de la vida de todo el mundo. En este sentido, no se puede decir que “Omaha” sea un comic pornográfico. Hay escenas de fuerte contenido sexual, sí, pero el propósito de las mismas no es simplemente despertar la libido del lector, sino añadir profundidad a una historia por lo demás interesante. Waller y Worley opinaban que el sexo no debía esconderse como algo pecaminoso, sucio y embarazoso, sino celebrarse con naturalidad.
Dicho esto y estando fundamentalmente de acuerdo con esa filosofía positiva, también es cierto que varias de las escenas eróticas, especialmente hacia el final de la colección, resultan exageradas o poco naturales, no siendo todas ellas realmente necesarias. Aparentemente, estaban más destinadas a satisfacer las expectativas de los seguidores veteranos y mantener su estatus de comic polémico y liberal que a cumplir un papel argumental o de caracterización de personajes. Puede que algo tuviera que ver el que para entonces Kate Worley, como veremos, ya había fallecido y el guión recayera en otras manos –masculinas-.
“Omaha”se hizo famosa por convertirse en el foco de atención de los sectores más reaccionarios de la sociedad americana, que lo acusaron de obscenidad e incluso de “zoofilia”, lo cual, si no otra cosa, demuestra la ignorancia de los demandantes y su incapacidad para comprender la esencia del estilo “funny animals” (al fin y al cabo, como apuntaba Dennis Kitchen, en el comic no aparecía ni un solo ser humano). Se hizo famoso el caso de un librero que en 1986 hubo de acudir al Fondo para la Defensa Legal del Comic Book, establecido precisamente para estas circunstancias, tras ser denunciado y arrestado por vender ese comic. Tribunales de varios países hubieron de tratar el caso (normalmente, con excepción de Estados Unidos, fallando a favor de los libreros) y, como suele suceder, al final toda esa absurda polémica no sirvió más que para aumentar la fama del tebeo.
Lo primero que llama la atención del dibujo de Waller, claro está, es el recurso a los animales como vehículos de una historia por lo demás muy humana. A diferencia del propósito habitual en este tipo de aproximaciones “animalizantes” (esto es, distanciar al lector respecto a la historia o elaborar una sátira de la condición o la acción humanas), la opción de Waller respondió principalmente a motivaciones estéticas: según sus propias declaraciones, las representaciones realistas nunca le parecían naturales en las páginas de un comic. Además, el dibujo de animales le permitía una mayor plasticidad gráfica, tanto por la elección de determinadas especies que reflejaran rasgos popularmente atribuidos a aquéllas, como por el uso de un estilo caricaturesco con el que intensificar la carga emocional. Y, además, las escenas subidas de tono parecían suavizarse si eran protagonizadas por animales en lugar de sudorosos humanos. Pero en ningún momento hemos de perder de vista que este no es ni por asomo un comic sobre animales, sino sobre gente muy real que lucha, ama, tiene miedo y se apoya en los demás tratando de vivir sus vidas de la mejor manera posible.
Tras unos titubeantes comienzos en el primer número de la serie, Waller pronto encuentra su estilo, sencillo y utilitario, pero al mismo tiempo elegante, limpio y expresivo. Da igual que estemos viendo un gato, un perro, un pájaro o un búho, el dibujo consigue siempre transmitir sin necesidad de textos adicionales ni histrionismos, las emociones y pensamientos de esos personajes. Waller sabe moverlos con naturalidad en diversos entornos, retratados estos últimos con un trazo más fino que no reste protagonismo a las figuras y decorándolos con el grado necesario de detalle. En este sentido, hay que destacar la perfecta compenetración entre guionista y dibujante, obteniendo el mejor resultado con la máxima economía de medios.
El lenguaje narrativo es igualmente funcional, con montajes de página poco atrevidos, incluso monótonos, pero que en general resultan adecuados al espíritu de una historia que se apoya principalmente en los diálogos y los sentimientos en un marco cotidiano. Además, la habilidad de Waller a la hora de combinar dibujo y texto en cada viñeta y el variado uso de recursos como los cambios de ángulo y la utilización de luces y sombras hacen que la lectura resulte más fluida de lo que a priori podría pensarse en un vistazo superficial.
La combinación de cariño, talento y osadía de “Omaha” compensó con creces su falta de pretensiones. No era un comic gráfica ni conceptualmente rompedor o novedoso, tampoco llamativo y, aún así, se granjeó el interés de la crítica y el aprecio de los suficientes aficionados como para dar el salto al lucrativo mundo del merchandising, generando tarjetas, posters, un disco, comics de homenaje, libros de ilustraciones… Todo parecía ir viento en popa… hasta que un desafortunado encadenamiento de problemas torpedeó el discurrir de la serie.
En agosto de 1988, Kate sufrió un accidente cuya convalecencia se prolongó dos años, periodo durante el cual la colección no pudo mantener su periodicidad: entre 1989 y 1991 sólo aparecieron cinco números, del 12 al 16. Reed enfermó gravemente de cáncer de colon, lo que movilizó a muchos compañeros de profesión a recaudar dinero para su tratamiento. Además, con la fusión de Kitchen Sink y Tundra y su traslado a la costa este, se produjo un distanciamiento personal que llevó a Reed y Kate a buscar una nueva editorial en Fantagraphics. La gota que colmó el vaso fue la creciente tensión sentimental entre ambos, que culminó en un violento enfrentamiento durante una convención. Kate abandonó a Reed y se casó con el escritor James Vance iniciando una nueva vida en Oklahoma. Siendo como era “Omaha” una obra fruto de la íntima colaboración de una pareja no solo creativa sino sentimental, no puede extrañar que con aquella ruptura llegara también la paralización del título en su número 20 (1994). Llegados a ese punto, los fans pensaron que nunca verían la historia terminada.
Pero Omaha demostró ser una auténtica superviviente y a pesar de que no fue una serie particularmente longeva y cuya historia había quedado inconclusa, mantuvo una inesperada popularidad. Ello animó años después a una editorial francesa a realizar una edición integral y cronológica de todo el material existente. Pero querían un final y para ello, en 2003, le pidieron a Denis Kitchen, a la sazón al frente de una agencia de representación tras la quiebra financiera de Kitchen Sink en 1999, que contactara con Waller y Worley para proponerles trabajar juntos de nuevo en su gata bailarina y poner punto final a la historia. Por entonces ambos vivían en ciudades diferentes, llevaban años sin hablarse y Worley aún seguía casada con Vance. Pero, de algún modo, todos superaron sus diferencias y se mostraron entusiasmados con la oferta, sabiendo que, al fin y al cabo, “Omaha” sería la obra de su vida, aquella por la que serían recordados. Desgraciadamente, cuando todo parecía felizmente encaminado, en uno de esos trágicos episodios en los que la vida se aproxima al culebrón, Kate recayó en el cáncer de pulmón que había padecido tiempo atrás y falleció en 2004.
Como homenaje a la mujer que ambos amaron y respetando sus últimos deseos, Waller y Vance siguieron adelante tomando como guía las notas dejadas por Kate que les permitirían cerrar las diferentes líneas argumentales y cabos sueltos, poniendo así un punto y final al melodrama iniciado una década antes. Fue finalmente NBM Publishing la que publicó la edición integral en 2004. Sin embargo, la química creativa ya no podía ser la misma. Aunque la obra sigue destilando honradez y sinceridad creativas, estos últimos números se notan apresurados y vacilantes, las escenas de sexo se antojan reiterativas y la voluntad de regalarles a los personajes un merecido final feliz fuerza y acelera en exceso la línea dramática. Por otra parte, el dibujo se encuentra muy por debajo del de la primera etapa. La suavidad y nitidez de los números iniciales se transforma en un trazo irregular e indeciso, con figuras mal acabadas y fondos borrosos.
“Omaha” resultó ser más influyente de lo que nadie entonces hubiera imaginado, aunque su único heredero verdaderamente digno fue el magnífico “Strangers in Paradise” de Terry Moore, quien admitió abiertamente haberse inspirado en el comic de Worley y Waller (así como en “Love and Rockets” de Jaime Hernández).
A pesar de contar con un final manifiestamente mejorable tanto en su apartado gráfico como literario, el resultado global es satisfactorio y su lectura recomendable… o no. Los propios creadores admitieron que Omaha no era un comic pensado para satisfacer a todo el mundo y de hecho, por sus peculiares características, despierta tantos afectos como rechazos.
¿Eres tú uno de quienes pueden apreciar el trabajo de Waller y Worley?
Si te gustan las historias-río con diferentes capas y multitud de inesperados giros de guión propios del serial (revelaciones sorprendentes, reapariciones de personajes supuestamente muertos, embrollos y secretos familiares, etc. ) y un extenso plantel de personajes entrañables, bien caracterizados e individualizados, que se esfuerzan por mantener su vida en los límites de la normalidad mientras se enfrentan a problemas y desafíos extraordinarios, esta es tu serie. En cualquier caso, puedes salir de dudas rápidamente leyendo el primer volumen de su edición integral (que consta de cuatro tomos, editados magníficamente por Astiberri). Ello te permitirá hacerte una idea ya muy sólida acerca del devenir de la colección.
Omaha no es una obra maestra, pero sí una con buena factura que algún crítico ha calificado como “basura de la buena”: un culebrón realizado con la máxima atención, el mayor cariño por sus personajes y un entorno cuidadosamente ejecutado.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Hola Manuel, te escribo para agradecerte esta exhaustiva entrada sobre Omaha the Cat Dancer. Soy traductora y acabo de hacer un curso de traducción de literatura erótica. Una de las unidades (mi favorita) trataba el cómic erótico, al que siempre he sido bastante aficionada. Me pedían hacer un trabajo de investigación sobre alguno que no se mencionara en el temario y, después de pedir recomendaciones por ahí, me topé con este que me llamó mucho la atención por ser de funny animals (que también me han gustado mucho siempre). Ya que mi trabajo al final está muy basado en esta entrada de tu blog quería escribirte y darte las gracias por haberme descubierto el universo de Waller y Worley. Tanto me prendé de la historia y sus personajes que decidí comprarme los volúmenes recopilatorios de Astiberri y debo decir que es incluso mejor de lo que esperaba. Mi enhorabuena por este blog, sospecho que volveré porque tiene muy muy buena pinta. Un saludo xx
ResponderEliminarHola Manuel, te escribo para agradecerte esta exhaustiva entrada sobre Omaha the Cat Dancer. Soy traductora y acabo de hacer un curso de traducción de literatura erótica. Una de las unidades (mi favorita) trataba el cómic erótico, al que siempre he sido bastante aficionada. Me pedían hacer un trabajo de investigación sobre alguno que no se mencionara en el temario y, después de pedir recomendaciones por ahí, me topé con este que me llamó mucho la atención por ser de funny animals (que también me han gustado mucho siempre). Ya que mi trabajo al final está muy basado en esta entrada de tu blog quería escribirte y darte las gracias por haberme descubierto el universo de Waller y Worley. Tanto me prendé de la historia y sus personajes que decidí comprarme los volúmenes recopilatorios de Astiberri y debo decir que es incluso mejor de lo que esperaba. Mi enhorabuena por este blog, sospecho que volveré porque tiene muy muy buena pinta. Un saludo xx
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras Lane. Me alegro que mi texto te haya ayudado en tu trabajo, pues precisamente esa es su intención: dar a conocer obras que yo creo merecedoras de atención. Y, por supuesto, espero que te vayas pasando por aquí cuando quieras. Seguro que acabas encontrando alguna otra cosa que pueda interesarte. Un saludo!
ResponderEliminarUno de mis comics favoritos, y uno de esos que siempre sentí que debería haber sido más conocido por el gran público. Supongo que tanto la temática como el estilo no lo hacía posible. En un tiempo de penurias económicas, en cuanto supe que Astiberri publicaba por fin los integrales, los fui comprando a medida que salían. Así pude, por fin, despedirme de Chuck y Omaha, unos personajes que el buen hacer de los autores logra que los queramos, sin olvidar a todos los secundarios, que se sienten de carne y hueso. Recuerdo, por ejemplo, cuando el fotógrafo gay explica que su pareja murió hace poco, le preguntan si fue por SIDA y él responde que no, que fue un accidente de coche y los gays también mueren por razones "normales". Realmente un comic muy refrescante a muchos niveles.
ResponderEliminar