Aunque fueron Stan Lee y Jack Kirby los que sentaron las bases de la cosmogonía de Marvel en títulos como “Los Cuatro Fantásticos” o “Thor”, el autor que ha quedado para siempre unido al concepto de “aventuras cósmicas” en el mundo del comic norteamericano ha sido el de Jim Starlin. Sus historias y personajes se convirtieron en absolutos referentes de la editorial, desde la legendaria muerte del Capitán Marvel a Thanos y su Guantelete del Infinito. Varias de sus aportaciones al Universo de DC tienen el mismo espíritu de grandiosidad épica, como “El Extraño”, “Odisea Cósmica” o “La Muerte de los Nuevos Dioses”. Pero quizá la creación más representativa de Starlin en su vertiente “cósmica” fue “La Odisea de la Metamorfosis”, escrita e ilustrada por él mismo.
Desde comienzos de la década de los 70, Starlin se había convertido en uno de los jóvenes autores más prometedores del panorama norteamericano gracias al desarrollo que hizo de personajes como “El Capitán Marvel” (1973) o “Warlock” (1975), héroe y antihéroe respectivamente involucrados en aventuras de alcance cósmico en las que se relacionaban con seres de inmenso poder. Sin embargo, sus comics eran también muy personales, con un sesgo oscuro –incluso nihilista- y metafísico. Y ello, unido a su rebeldía y creciente descontento con las limitaciones que le imponía la editorial, le hizo alejarse del comic mainstream durante un tiempo.
Buscando mayor libertad creativa recaló en la editorial Warren, especializada en el genero del Terror. Starlin produjo algunas historias autoconclusivas para esa casa pero fue el serial “Darklon el Místico”, publicada en “Eerie”, su principal aportación a la editorial. Utilizó a este personaje para seguir explorando los temas, obsesiones y estilo ya iniciados en Marvel pero con mayor autonomía al no tener esas revistas la obligación de someterse a las restricciones censoras del Comics Code Authority.
En algunos aspectos, Darklon era un personaje similar a los personajes cósmicos sobre los que había trabajado para Marvel, el guerrero kree Capitán Marvel y el atormentado paria Warlock, así como el que unos años más tarde crearía reservándose los derechos del mismo, Vanth Dreadstar. Sin embargo, éstos eran héroes cósmicos, campeones que luchaban por todo el Universo en defensa del Bien. No era el caso de Darklon el Místico. Aunque también viajaba por el espacio –en este caso en un futuro alternativo en lugar del presente del momento en que se creó la serie- era un antihéroe en el sentido más estricto del término. Darklon hacía un pacto con el Diablo Espacial, sacrificando su humanidad a cambio de obtener un inmenso poder, pero no para luchar contra el Mal sino con el único propósito de vengar a su padre, Kavar Darkhold.
Como otros anti-heroes, Darklon era capaz de amar a su familia y el hecho de que su principal antagonista fuera su propio padre, un rey destronado que buscaba su propia muerte, le atormentaba profundamente. Esta turbulenta relación entre Darklon y su padre reflejaba la de Starlin y su progenitor, en aquel momento enfermo de cáncer.
El resultado es tan glorioso como indigesto, una obra que exhibe tanto las mejores virtudes de Starlin como sus peores defectos. Es simultáneamente hipnótica y pretenciosa y hay quien la ha calificado como uno de los mejores comics malos de todos los tiempos, un tour de force enloquecido que sirvió de bisagra entre su etapa Marvel y lo que vendría inmediatamente después: “La Odisea de la Metamorfosis”.
Como todos los comics que se publicaban en la editorial Warren, “Darklon el Místico” se dibujó en una combinación de blanco y negro y aguadas de grises, técnica que Starlin supo aprovechar perfectamente para conseguir los efectos deseados. A comienzos de los 80, Pacific Comics reeditó la obra como miniserie, pero reduciendo el tamaño a formato comic-book y coloreando las páginas.
Tras este experimento y después de haber pintado algunas portadas para libros, Starlin sintió que el siguiente paso lógico era aplicar esa técnica a un comic. Tenía ganas de hacer algo parecido a un cuento de hadas de ciencia ficción, una historia dulce y amable con hadas y criaturas peludas. Decidió titularla “La Odisea de la Metamorfosis”. Pero, ¿dónde publicarla?
En 1980, la supremacía de lo que se dio en llamar “Venta Directa”, esto es, la distribución exclusiva de comics a través de librerías especializadas, empezaba a vislumbrarse claramente en el horizonte, pero el grueso de las ventas seguía concentrándose en el decreciente espacio que los supermercados y quioscos dedicaban a los comics. Y quien dominaba ese espacio era Marvel, por entonces una división de Cadence Industries. En 1977, Cadence contrató al editor de libros Jim Galton para el puesto de presidente, asignándole el encargo de hacer de Marvel una empresa rentable. Galton, a su vez, ascendió al ayudante de editor Jim Shooter al cargo de Editor en Jefe, el séptimo en la compañía desde 1970 (tras Stan Lee, Roy Thomas, Len Wein, Marv Wolfman, Gerry Conway y Archie Goodwin).
A sus 28 años, Shooter era ya un curtido veterano de la industria que había empezado en ella en 1965, a los 13 años, cuando vendió al editor de DC, Mort Weisinger, guiones para “La Legión de los Superhéroes”. Tras dejar el mundo de los comics en 1970 para trabajar en publicidad en su ciudad natal, Pittsburgh, Pennsilvania, regresó a DC en 1975 para escribir, otra vez, las aventuras de la Legión que se publicaban en “Superboy”. Un año después, el entonces Editor en Jefe de Marvel, Marv Wolfman, lo contrató como segundo al mando.
En su mejor momento durante los 70, en el catálogo de Marvel podían encontrarse 45 títulos. En 1980, la lista se había reducido a menos de tres docenas, la mayoría de los cuales eran de superhéroes. Shooter se propuso resucitar la editorial poniendo orden y buscando nuevos mercados recurriendo a nuevos productos y formatos.
Si Marvel no podía revertir la espiral descendente de ventas de los comics normales, quizá podría aumentar los ingresos con revistas más lujosas dirigidas a lectores más adultos, con más ingresos y más exigentes con el contenido. Por otra parte y como he apuntado, el mercado de Venta Directa se había multiplicado por veinte en tan solo cinco años. Las tiendas especializadas florecían por todo el país y Marvel decidió crear una línea de tebeos específica para ese mercado y que irían desde tebeos como “Micronautas” o “Caballero Luna” hasta novelas gráficas. La revista “Epic Illustrated” fue también producto de esa política.
En 1980, al comienzo de una nueva década, Marvel Comics todavía podía presumir de tener al ya legendario Stan Lee visitando sus oficinas de la avenida Madison. A punto de partir hacia Hollywood, dejando atrás el limitado corralillo de los cómics, Lee todavía soñaba con liberarse de las cadenas del Comics Code y adentrarse con mirada firme en el más amplio mundo de la publicación de revistas. Hasta cierto punto, era algo que había logrado tras la marcha de Martin Goodman, el antiguo propietario de la empresa, cuando Marvel empezó a editar revistas en blanco y negro centradas en el Terror y la Ciencia Ficción. Pero, con la única excepción de “La Espada Salvaje de Conan”, aquella fue una experiencia agridulce, porque los títulos de esa línea se abrieron y cerraron con tal rapidez que casi nadie podía seguirles la pista. Además, y a pesar de sus pretensiones, nunca tuvieron la osadía de salir de la sombra del Comics Code manteniendo una política muy conservadora respecto a la representación visual del contenido violento o erótico.
En 1974, Lee intentó otra vez escapar de esas restricciones con una revista titulada “The Comix Book”, que pretendía ofrecer material más desinhibido escrito y dibujado por creadores underground cuyo trabajo hasta entonces sólo había sido accesible a través de cómics producidos a bajo precio y vendidos en tiendas especializadas. Pero el experimento fracasó tras tan solo tres números editados en el curso de menos de un año.
El sueño de producir una revista de cómics orientada estrictamente al mercado adulto siguió atormentando a Lee hasta que a alguien en Marvel se le ocurrió la idea de hacer una revista a color, con altos valores de producción y que replicara en formato y contenido a “Heavy Metal” –que, a su vez, era la versión americana de la francesa “Metal Hurlant”, cabecera revolucionaria del comic fantástico y de ciencia ficción-.
Y así, confluyendo el viejo sueño de Stan Lee con las nuevas metas de la editorial que él ayudó a construir, el 12 de febrero de 1980, Marvel lanzaba “Epic Ilustrated”, en cuya portada inaugural se prometía: “Una nueva experiencia en el campo de la fantasía adulta y la aventura de ciencia ficción”. "Perdónadnos si parecemos presuntuosos", pregonaba Lee en el editorial del primer número, "pero Epic Illustrated" es más, mucho más, que simplemente otra nueva revista. "Epic" presagia el dramático comienzo de una nueva era en el mundo editorial".
Puede que esa fuera la idea original, pero como se puede comprobar ya en el primer número (con una espectacular portada firmada por Frank Frazzetta), ni Jim Shooter, ni Archie Goodwin (editor de la revista) ni Stan Lee parecieron dispuestos a arriesgar demasiado. El plato fuerte de aquel debut era una historia de Silver Surfer escrita por el propio Lee y dibujada por John Buscema. Seguramente, se trataba de un intento de asegurarse cierto volumen de ventas tentando a los fans más veteranos con volver a ver en acción al equipo artístico de Surfer casi diez años después de cerrar su serie original. Igualmente, esos mismos fans seguramente conocían a Jim Starlin de sus etapas en Capitán Marvel y Warlock y que aquí daba comienzo al serial que nos ocupa, “La Odisea de la Metamorfosis”, si bien aparecía acreditado como James Starlin, en línea con las elevadas aspiraciones “adultas” de la revista.
El resto del número se completó con una serie de dibujantes y guionistas en su mayoría desconocidos para los lectores tradicionales de Marvel (Wendy Pini, Leo Duranona, Bob Larkin, Ray Rue, Mirko Illic, Ernie Colon, Carl Potts, Arthur Suydam) que contribuyeron con varias historias de fantasía o ciencia ficción salpimentadas aquí y allá con un poco de picardía. La revista duró 34 números publicados entre 1980 y 1986 y aunque por sus páginas pasaron autores de la altura de John Bolton, Chris Claremont, Barry Windsor-Smith, Neal Adams o Bill Sienkiewicz, lo cierto es que los ejercicios de autocomplacencia resultarían ser la norma más que la excepción y el material realmente recomendable es menor del que las pretensiones y el prestigio de la revista nos harían pensar. A este respecto dice mucho que lo más recordado de su trayectoria sea "La Ultima historia de Galactus", escrita y dibujada por John Byrne, y que quedó inconclusa cuando el artista se marchó a DC.
Dicho esto, "Epic Illustrated" tuvo el éxito suficiente como para, en 1982, generar una línea de comic-books complementaria y en cuya creación también participó Jim Starlin. Epic Comics, lanzada en 1982 como sello que funcionaba a casi todos los efectos como una editorial autónoma dirigida por Archie Goodwin, combinó con gran eclecticismo títulos clásicos con otros efímeros y olvidables, punteado por aportaciones de autores de gran prestigio. Pero su principal reclamo en la industria y aquello por lo que más suele citársele en las enciclopedias del comic es que permitió a los creadores conservar la propiedad de sus obras. Esta enorme disparidad con la línea de comics tradicional acabaría paliándose con la concesión de incentivos a los creadores que trabajaban en ésta, como la participación en beneficios o la devolución de las páginas originales.
Pero volvamos a “La Odisea de la Metamorfosis”, un comic en el que Starlin continuó desarrollando temas ya presentes en “Capitán Marvel”, “Warlock” o “Darklon el Místico”, pero a una escala todavía mayor. Ya se habían visto en el comic antiguas especies y seres de inmenso poder enzarzados en batallas de alcance galáctico, pero aquí se nos presentaba un protagonista que, literalmente, moldeaba y/o creaba vida en otros mundos a lo largo de milenios para conformar un grupo de aliados que lo ven como su dios y creador pero que en el fondo no es más que un mortal que ya ha podido ver todo su futuro hasta el momento de su inevitable muerte. Starlin llega aquí al cúlmen de su estilo “cósmico”, tanto desde el punto de vista argumental como visual.
El primer capítulo presenta a Aknatón, el último superviviente de los Orsirosianos, la especie más antigua y poderosa de la galaxia y origen de toda la vida humanoide en la Vía Láctea. De la nada aparecieron un día los Zygoteanos, conquistadores imparables que destruían lo que no podían esclavizar y que se extendieron por toda la galaxia como un cáncer. Los orsirosianos previeron lo inevitable y utilizaron sus vastos conocimientos místicos y tecnológicos para crear el Cuerno del Infinito, un artefacto con el que un día detendrían la amenaza zygoteana. Aknatón fue elegido como guardián del Cuerno y con el fin de, en el futuro, dotarse de ayuda llegado el momento final, fue plantando semillas de vida inteligente en cuatro planetas muy diferentes.
Cien mil años después, cuando los zigoteanos consiguen por fin quebrar las defensas de los orsirosianos y destruir su mundo origen, Aknaton pone en marcha su plan, contactando con los individuos resultado de las maniobras que realizó milenios antes. El primero de ellos es Za, miembro de una especie humanoide, mamífera y carnívora que habita un planeta en el que la única carne disponible de es la de ellos mismos. Esto les llevó a una continua lucha entre sí por la supervivencia, impidiendo la cooperación y, por tanto, la simple evolución más allá de los instintos básicos. Pero Za nace sin el deseo de comer carne, una “tara” que tiene profundos efectos en su desarrollo puesto que se ve obligado a extraer su energía del consumo de unos cristales azulados que le aportan mayor sustancia y una fuerza diez veces superior a la de sus congéneres. Ello le permite mantenerse al margen de la eterna violencia que rige las vidas de su especie y experimentar compasión y alienación.
No es hasta que Za sufre la muerte de un ser querido a manos de sus caníbales congéneres -posiblemente con el propósito de establecer un paralelismo emocional con el sentimiento de pérdida que Aknaton siente por Orsiros y la amante que allí vivía- que éste se le aparece, le otorga inteligencia y le pide que se una a su difícil misión.
En este punto, empiezan a surgir preguntas incómodas sobre las habilidades precognitivas de Aknatón que apuntan a agujeros de guion. Así, ¿por qué el orsirosiano sabe que "Las estrellas necesitan un monstruo con mente y alma?" ¿Seleccionó a quienes serian sus aliados basándose en un plan que ideó, o bien lo hizo después de haber visto el futuro utilizando su poder? ¿Vio en algún tipo de trance las decisiones que había tomado y luego, en una paradoja temporal, las tomó efectivamente? ¿O tal vez usó su capacidad para ver el futuro con un enfoque de prueba y error, comprobando el efecto de varias alternativas posibles antes de llegar al número y composición exacta del grupo de camaradas? La historia que el mismo recuerda parece apuntar más a un futuro inevitable que a una miríada de posibilidades.
(Continúa en la siguiente entrada)
Qué tal Manuel. Enhorabuena por el blog. Hace ya un buen tiempo que lo sigo y se ha convertido para mi en toda una fuente de referencia. Un trabajo estupendo.
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