28 may 2020
1973- CAPITÁN MARVEL - Jim Starlin (y 3)
(Viene de la entrada anterior)
Resulta irónico que cuando Marvel estrenó su línea de Novelas Gráficas en 1982, su primera entrega fuera sobre un personaje que había sido incapaz de sostener con éxito su propio título desde su lanzamiento en 1968. Pero antes, hagamos un poco de historia…
A finales de los setenta del siglo pasado, Marvel había elaborado planes para satisfacer el mercado de Venta Directa, esto es, en lugar de a los puntos de venta más tradicionales, como supermercados o comercios minoristas, distribuir material exclusivamente a las tiendas especializadas de comic, un sector cuyo crecimiento e importancia dentro de las ventas se había incrementado muchísimo en los últimos años. Ya en 1980 se había estrenado la línea Epic, que publicaba una revista, “Epic Illustrated”, en la que los autores, además de conservar los derechos sobre sus obras, gozaban de una mayor libertad creativa. En febrero de 1982, aparecía “Star-Lord: The Special Edition” nº 1, un comic autoconclusivo que no era otra cosa que la reedición coloreada de la obra que Chris Claremont, John Byrne y Terry Austin realizaron para el Marvel Preview 11 (junio 77). Al mes siguiente llegó el primer número de “Marvel Fanfare”, ambicioso título bimensual, impreso en papel de mejor calidad y con 32 páginas sin publicidad. Su contenido era diverso –siempre dentro de los superhéroes-, realizado tanto por creadores ya bien asentados y populares como por nuevos talentos.
Y como parte de esta nueva iniciativa de publicaciones para Venta Directa, llegó también la línea de Novelas Gráficas, que fue básicamente el traslado del tradicional formato europeo al mercado americano: mayor tamaño que un comic book, mejor papel, colores más ricos y variados y un precio superior que oscilaba entre los 4,95 y los 5,95 dólares, dependiendo del número de páginas de cada volumen (los comic-books costaban por entonces 60 centavos). No era exactamente un formato nuevo para la editorial. Ya se había ensayado, por ejemplo, en el número especial de Silver Surfer realizado por Stan Lee y Jack Kirby en 1978. Pero de lo que ahora se trataba no era de un lanzamiento puntual sino de toda una colección regular de álbumes que, además, no se circunscribiría al mundo de los superhéroes, sino que tocaría otros géneros como la ciencia ficción o la fantasía.
El proyecto, sin embargo, tuvo una gestación más prolongada de lo previsto. La decisión se había tomado a finales de 1979 pero Jim Shooter, a la sazón editor en jefe, se dio cuenta de que para hacer buenos comics que atrajeran a un público más adulto, que compraba en las tiendas especializadas y que estaba dispuesto a desembolsar un mayor precio, necesitaban atraer y conservar autores de peso. Y ello pasaba por ofrecerles condiciones económicas más ventajosas que hasta la fecha, sobre todo en lo relativo a los derechos de autor. Los despachos de abogados y consultores empezaron a moverse, a recabar información acerca de cómo se gestionaba ese particular en el mundo editorial y consultar a autores comprometidos con la causa, como Neal Adams o Jim Starlin.
Jim Shooter necesitaba un arranque potente para la nueva línea, una obra que llamara la atención de los lectores y les animara a desembolsar el mayor precio de estos volúmenes unitarios. Y entonces echó mano de Starlin. Éste, tras abandonar Marvel, había firmado algunos trabajos puntuales para DC, sobre todo en Batman y “DC Comics Presents”, reuniendo a Superman con otros héroes de la casa. Allí continuó explorando los mismos temas que ya había abordado en Marvel: en el nº 36 de esa colección recicló la fórmula utilizada para el Capitán Marvel convirtiendo a Starman, un héroe espacial de segunda, en un ser con conciencia cósmica.
En 1980, la creación del mencionado sello Epic por parte de Marvel lo trajo de vuelta a esa casa. Para la revista emblema del sello, “Epic Illustrated”, creó “La Odisea de la Metamorfosis”, donde presentó a su guerrero espacial Dreadstar, que en los años siguientes desarrollaría en su propia colección, tanto en Marvel como en otras compañías.
Hay dos versiones respecto al origen de la idea para “La Muerte del Capitán Marvel”. Según la primera, cuando Shooter le propuso encargarse de la primera Novela Gráfica, fue Starlin quien sugirió matar al Capitán, que, tras su marcha en 1974, había vuelto a derivar sin rumbo por la editorial tras la cancelación de su propio título en el número 62 (mayo 79). Dos años antes, aún en Marvel, Starlin había completado una de sus obras magnas, “Warlock”, un personaje torturado al que, además, el autor dio un oscuro final al término de su saga. Ese mismo enfoque adoptó Starlin a la hora de retomar al personaje que –junto a Shang-Chi- le había dado la fama.
La segunda versión defiende que fue Shooter quien le propuso la idea de la muerte del héroe cósmico, queriendo darle al personaje un final digno. No es que Marvel estuviera dispuesta a prescindir de un personaje que, al fin y al cabo, llevaba su nombre y, tal y como estaba previsto, en octubre de 1982, en el Anual nº 16 de “Amazing Spider-Man”, se presentaría un nuevo Capitán Marvel…o, mejor dicho, Capitana y además de raza negra: Monica Rambeau. Pero eso es otra historia.
Lo de matar a un héroe podía parecer una solución en exceso dramática. Pero, ¿por qué no? Al fin y al cabo y a pesar de toda la polémica que se generó y las amenazas que recibió, a Shooter la muerte de Jean Grey/Fenix en los “X-Men” dos años antes le había salido redonda, una auténtica campanada en la historia de los comics de superhéroes.
Pero mientras tanto, seguían las negociaciones, un proceso largo y accidentado del que Starlin llegaría a retirarse en más de una ocasión, regresando sólo tras las súplicas de Shooter. Finalmente, Starlin accedió a encargarse de la autoría completa de “La Muerte del Capitán Marvel” poniendo como condición realizar a continuación otra novela gráfica protagonizada por un personaje de su exclusiva autoría, “Dreadstar”, y cuyos derechos ya poseía (aparecería aquel mismo año, 1982, como número 3 de la colección). Con los contratos firmados, Marvel esperaba lanzar esta línea en 1981, pero entonces Starlin se dislocó un dedo de la mano jugando al voleivol, lo que obligó a volver a retrasar su estreno unos meses, apareciendo en los puntos de venta en enero de 1982 (aunque, como venía siendo tradicional, la fecha de portada era la de abril de ese año).
El título de esta novela gráfica –y su portada, inspirada por la “Piedad” de Miguel Ángel- deja bien claro de qué trata y no engaña en absoluto al lector: la muerte del antiguo soldado kree y luego Protector del Universo, que el propio Starlin había convertido en una colección de éxito unos años atrás. Inicialmente, el autor contempló hasta cinco argumentos distintos. En los primeros, Marvel moría en una explosión, pero no tardó en darse cuenta de que eso era algo que ya se había visto demasiadas veces. Durante esa época, su padre enfermó de cáncer y murió. Aquello le reveló cómo debía terminar el héroe: no en una batalla épica contra algún imponente supervillano, sino luchando y rindiéndose ante un enemigo invisible.
Así, Starlin recuperó el final del último episodio de la colección regular del que se había ocupado años atrás, el 34 (sept. 74), cuando Mar-Vell se enfrentó a Nitro, deteniendo con sus manos un escape de gas nervioso. Aquella sustancia, nos cuenta ahora, le provocó un cáncer incurable que tardó años en manifestarse debido a las nega-bandas que llevaba en sus muñecas. Nega-bandas que, al mismo tiempo que le habían protegido del avance de la enfermedad, ahora bloqueaban cualquier intento de curarle.
No es esta una aventura llena de acción, giros y sorpresas. Dos breves peleas flanquean la historia principal: la primera, bastante convencional, entre Mar-Vell y sus aliados y unos fanáticos seguidores del ya fallecido Thanos; la segunda, librada en su mente, de carácter alegórico y que no termina con una victoria sino con una iluminación. Entre las dos, el Capitán Marvel descubre su enfermedad, pasa revista a su vida, vive el trance de comunicárselo a su amada, sus amigos y colegas superhéroes; pone sus asuntos en orden mientras algunas de las más brillantes mentes científicas de la comunidad superheroica luchan contrarreloj para encontrar una cura; atraviesa periodos de autocompasión, rabia y, por fin, aceptación y resignación; se despide de sus más allegados… y muere.
No hay aquí supervillano que abatir ni planes maquiavélicos para destruir el Universo… sólo una enfermedad insidiosa que corroe el cuerpo, lenta y silenciosamente y a la que cualquiera, lector o superhéroe, teme. Desde luego y como he dicho, plantear una muerte tan mundana para un superhéroe era algo que no se había hecho antes. Starlin roza la pretenciosidad cuando hace que Spiderman, uno de los superhéroes más “humanos”, parezca fuera de lugar al tener que ser aleccionado por la Bestia sobre los riesgos de su profesión: “Por si no lo has notado, bajo estos trajes de fantasía y estos llamativos poderes, se esconden hombres y mujeres mortales. Ninguno de nosotros puede decir cómo va a terminar su vida”. Pero el planteamiento, audaz entonces y hoy, fue y sigue siendo un éxito aun cuando diste de ajustarse a los cánones clásicos establecidos por Marvel y esperados por los lectores. El propio Starlin lo citaría años después, con la perspectiva que da el tiempo, como uno de sus trabajos más personales.
Como la tragedia que es, Starlin consigue captar y transmitir la esencia del concepto: la mezcla de amargura y resignación de Mar-Vell, la reacción de sus seres queridos, la negación de Rick Jones, el continuo sentimiento de inevitabilidad, de pérdida inminente y oportunidades no aprovechadas… Hay momentos de auténtica emoción y de realismo, plasmados con una maestría extraordinaria, como la página muda en la que Mar-Vell le cuenta la situación a su amante, Elysius, en un jardín de Titán; la tensa espera de los héroes mientras sus compañeros más dotados científicamente luchan desesperadamente por encontrar una cura; la petición del protagonista a su amigo Eros de que cuide de su amada; el reencuentro con Rick, ya en el lecho de muerte; el adiós final y muestras de respeto y cariño de todo el panteón de superhéroes Marvel: los Vengadores, los Cuatro Fantásticos, Spider-Man, los X-Men, los Defensores… e incluso de algunos adversrios (los Skrulls lo honran oficialmente como su principal y más noble adversario)… En otras manos, todo esto podía haber acabado siendo una trivialización de mal gusto, pero Starlin, sintiéndose muy cercano al material, consigue insuflar emoción a sus escenas sin caer en la manipulación o el sentimentalismo facilón. El resultado es una obra reflexiva que ha envejecido fantásticamente bien.
Aunque Starlin ha realizado algunos comics excelentes e incluso clásicos, no es un autor perfecto ni tiene un talento o versatilidad excepcionales. En esta ocasión y aunque, como he dicho, tiene momentos sobresalientes, hay diálogos que no pueden desprenderse del “saborcillo” a comic book. Existen también algunas inconsistencias menores, como esa escena en la que Mar-Vell le dice a Mentor que los Kree no tienen cura para el cáncer para, más adelante, decirle a Rick Jones que sin ayuda de su propio pueblo sus posibilidades son minúsculas.
Por otra parte, si bien Starlin es un artista sólido, nunca ha terminado de conseguir que sus figuras adopten posturas sueltas y naturales; un defecto del que es consciente y trata de evitar limitando los planos generales… solo para caer en planos medios y primeros planos de los personajes, que demuestran que tampoco domina bien las sutilezas de la expresión facial. Pero todo esto son pegas de menor consideración porque “La Muerte del Capitán Marvel” consigue perfectamente su propósito: entretener, mantener el interés página tras página y hacer que el lector llegue al final emocionado (especialmente si conoce al personaje, claro).
Aunque en trabajos anteriores, como el “Capitán Marvel” o “Warlock”, Starlin se había mostrado más audaz con las composiciones de página, en esta novela gráfica adopta un enfoque más clásico, probablemente porque consideró –con acierto- que el tono de la historia no exigía florituras gráficas sino una mayor austeridad. Aun así, intercala páginas-viñeta, montajes y secuencias que están dispuestas y desarrolladas con una gran intensidad. El color de Steve Oliff, en la época por encima de prácticamente todo lo que se hacía, ha envejecido peor pero aún así continúa siendo efectivo.
Marvel, la editorial, se había hecho famosa gracias a sus espectaculares comics de superhéroes repletos de acción, pero aquí supo demostrar que podía cambiar el paso y hacerlo muy bien. “La Muerte del Capitán Marvel” es una historia dominada por el intimismo y la solemnidad que, sin embargo, maravilló tanto o más a los lectores que la enésima pelea de los Vengadores contra el villano de turno. Como había hecho en los setenta, Starlin volvía a tomar por sorpresa a los lectores con una emotiva historia que narraba la tranquila muerte del héroe que él mismo había llevado a la gloria. Fue el epílogo perfecto a la saga de Thanos cerrada por él mismo años atrás –aunque luego prolongada en otros títulos- en “Capitán Marvel” nº 33 (agosto 74).
Las muertes en los comics de superhéroes ya no son lo que eran. O quizá nunca lo fueron. Y es que cuando se trata de morir, los personajes con poderes y uniforme atraviesan un ciclo casi invariable: un fogonazo de gloria y atención por parte de los fans, quizá incluso hasta de los medios de comunicación no especializados, embolse del dinero derivado de la publicidad del evento y holganza en un retiro temporal que todo el mundo sabe no durará mucho. ¿De verdad alguien se creyó que Superman o el Capitán América habían desaparecido para siempre de las páginas de los comics? Antes o después –normalmente lo primero- aquel superhéroe tan llorado en su funeral, regresa de la tumba como si la experiencia no hubiera sido peor que una visita al dentista.
Pero la muerte del Capitán Marvel fue diferente. Causó impacto y las consecuencias de su desaparición duran hasta hoy. Lo cual es aún más meritorio dado que siempre fue un personaje de segunda fila. Aunque combatió mano a mano con los Vengadores o Spiderman, jamás llegó al estatus de estrella de la casa por mucho que su nombre hiciera pensar lo contrario. Incluso en las manos de Starlin, que tejió a su alrededor toda un ala nueva del Universo Marvel, las ventas, aunque mejoraron respecto a etapas anteriores, no fueron espectaculares. Su propia colección se mantuvo en catálogo no por su aportación económica a la compañía sino para no perder el nombre y que cayera en manos de la competencia (que, recordemos, tenía ya un Capitán Marvel en nómina, aunque se veía obligado a mantenerlo en segundo plano y titular sus comics como “Shazam!”.
Y entonces, Mar-Vell murió. Y todo cambió. Starlin, el maestro de los superhéroes cósmicos, le dio un final con estilo en una historia diferente contada en un formato generoso en tamaño y calidad del que supo sacar el máximo provecho. A diferencia de lo que no tardaría mucho en ser la norma en esta colección, la historia de “La Muerte del Capitán Marvel” sí estaba a la altura del lujo con el que se editó.
La vida y la historia de Mar-Vell no termina con una línea plana en una pantalla y esfuerzos heroicos pero inútiles para recuperar el latido de su corazón, sino en un plano astral que precede al Más Allá. Allí, recuperado en su antigua gloria física, lucha una última vez contra su viejo enemigo, Thanos, y otros adversarios muertos de su pasado. No es sólo un delirio producto de la medicación sino una forma de cortar sus lazos con su yo mortal. Thanos siempre ha sido un villano que equilibraba su locura nihilista con dignidad y clase, virtudes que nunca fueron tan claras como aquí, cuando adopta el papel de guía y acompañante de Mar-Vell en su tránsito a lo que sea que le espere al otro lado de la luz brillante. Al fin y al cabo, ¿quién mejor que él conoce a la Muerte? El iconoclasta Starlin parece en este punto suavizar su pesimismo y presentar la posibilidad de que la muerte no sea exactamente el final. Thanos le dice a Mar-Vell: “Ella nos guiará en nuestro viaje. Ella nos mostrará lo que no tiene fin... ¡Sólo principio!”.
No hay últimas e insignes palabras para Mar-Vell, ninguna revelación ni misterio dejado para que otros lo resuelvan. Sólo unas escuetas y demoledoras palabras de Mentor: “He´s Gone” (“Se ha marchado”, que en las versiones españolas se ha traducido como “Ha Muerto”, perdiendo la expresión sutileza y significado). Mar-Vell muere como cualquier humano, aunque rodeado de sus amigos y sus seres queridos. En ese punto y aun cuando lo más probable es que el lector no hubiera tenido el menor interés por la colección regular del héroe, siente que lleva toda la vida conociendo a Mar-Vell y que lo ha acompañado en sus últimos meses y hasta el mismo momento de su muerte.
La muerte de Mar-Vell se dejó sentir en el Universo que lleva su nombre y todavía podía sentirse su presencia en las posteriores sagas cósmicas de Starlin en los 90 (“Silver Surfer”, “El Guantelete del Infinito”, “La Guerra del Infinito” y “La Cruzada del Infinito”). Y, sobre todo, si fue importante este comic es porque Starlin le dio un final tan hábil, tan puro, que el típico regreso es imposible. Sí, el viejo Capitán ha reaparecido de vez en cuando, ya sea como un espíritu, un clon, un impostor o incluso en carne y hueso. Pero esas reapariciones nunca han sido permanentes. Mar-Vell ha seguido muerto porque ningún guionista, dibujante, editor o iluminado ha querido ser quien lo redujera a la irrelevancia después de tan magnífico adiós.
El único otro superhéroe que murió a lo grande, y en ese caso contando tras de sí con una trayectoria mucho más dilatada, fue Flash, en DC Comics. Pero ambos casos son completamente opuestos. Flash murió gloriosamente salvando el Universo en “Crisis en Tierras Infinitas” enfrentado a un villano de primera división, el Anti-Monitor, mientras que el Capitán Marvel lo hizo en su cama abatido por una enfermedad larga y dolorosa que había vuelto su propio cuerpo contra él. Aún más, veinte años después, Barry Allen-Flash estaba otra vez echando carreras en el Universo DC. Marvel seguía muerto.
En una de las columnas de la sección Bullpen Bulletin, Jim Shooter afirmó que la novela gráfica llegó a ser el paperback (publicación en tapa blanda en contraste con el comic de grapa) más vendido del país, puesto que al comenzar el verano de aquel mismo año, es decir, en tan solo un par de meses, las ventas superaban los 50.000 ejemplares. Con los beneficios, Starlin se compró un Chrevolet y al final de su primer recorrido comercial y pese a su precio diez veces superior al de un comic book normal, “La Muerte del Capitán Marvel” había agotado nada menos que ocho ediciones con un total de 200.000 copias. En resumen, la novela gráfica entusiasmó a los fans y permitió lanzar la nueva colección por todo lo alto.
“La Muerte del Capitán Marvel”, casi cuarenta años después de su publicación original, sigue siendo un comic absolutamente vigente. Para muchos, fue la última gran obra de Starlin, el culmen de una carrera que luego se encasillaría en comics repetitivos y que explotaban una y otra vez las mismas ideas que ya había creado para “Capitán Marvel” y “Warlock”. Valiente a la hora de mezclar la fantasía con la realidad, humano, emotivo y bello en la oscuridad alrededor de la cual gira su trama, es un comic que tiene sus defectos, pero que en general y justificadamente, puede calificarse de clásica del género y de obligada lectura para cualquier aficionado que se pregunte por qué, en una industria tan escasa de ideas que continuamente recicla los viejos personajes, nadie se ha atrevido a recuperar al Capitán Marvel original.
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