14 may 2022

1975- CABALLERO LUNA – Doug Moench y Bill Sienkiewicz (3)


(Viene de la entrada anterior)

 

Pero el número 15 de la colección fue además importante por otra razón de índole editorial. El nº 1 de “Dazzler” (marzo 1981) fue el experimento con el que Jim Shooter quiso convencer a la presidencia de Marvel de que el Mercado Directo (las tiendas especializadas de comic en contraposición a los tradicionales puntos de venta en quioscos o supermercados) era un filón que merecía la pena explotar, un segmento que podía soportar una producción de comics exclusivos para él.

 

Pero, al mismo tiempo, Shooter tenía miedo de soliviantar a los lectores que compraban en los quioscos. El motivo por el que no quiso distribuir en exclusiva al Mercado Directo colecciones como “X-Men”, “Cuatro Fantásticos”, “Thor” o cualquier otra bien consolidada, es que esos personajes ya tenían un público amplio y devoto en los puntos de venta tradicionales que no se tomarían a bien que, de repente, sus series favoritas pasaran a venderse sólo en tiendas que, para muchos, estaban fuera de su alcance (estamos hablando de 1981, cuando el número de establecimientos especializados era mucho más escaso de lo que llegaría a ser unos años después).

 

“Dazzler”, en cambio, era un personaje nuevo (o casi, porque había sido presentado en el número 130 de “X-Men”, en febrero de 1980). Si conseguía venderse bien en el Mercado Directo, Shooter habría demostrado su tesis sin incurrir en la ira de los lectores de quiosco. Cuando Marvel anunció el lanzamiento de “Dazzler” nº 1, le llegaron encargos por un total de 428.000 copias, casi el doble de lo que vendían la mayor parte de los títulos Marvel en los quioscos. Fue un éxito colosal desde todos los puntos de vista y permitió vislumbrar claramente cuál iba a ser el futuro de la industria.

 

Los siguientes números de “Dazzler” ya serían distribuidos también entre los quioscos, pero mientras tanto el Mercado Directo había demostrado su viabilidad y dado argumentos a Shooter para canalizar otros títulos exclusivamente a través de esos establecimientos. A finales de 1981, las colecciones seleccionadas para dar ese paso fueron “Micronautas”, “Ka-Zar” y “Caballero Luna”, en este último caso a partir de su número 15. La razón que dio Shooter fue que se trataba de títulos que ya se vendían bien en el Mercado Directo –al que solía acudir un lector algo más adulto- pero no en los quioscos. Retirándolos de los expositores del mercado minorista tradicional se les salvaba de la cancelación.

 

Estos títulos, al cambiar su modalidad de distribución, pasaron también a tener ciertas peculiaridades. Por ejemplo, como los libreros no podían hacer devoluciones, realizaban pedidos mucho más ajustados a la realidad de las ventas y las cifras de éstas daban a la editorial una idea más precisa del éxito de cada serie. En cambio, en las colecciones, digamos, normales, las devoluciones tardaban meses en producirse, dejando a Marvel durante todo ese periodo en la ignorancia respecto a las ventas reales y la consiguiente aceptación de dichas cabeceras por parte de los lectores.

 

A cambio del mayor precio de portada, se ofrecía una mejor calidad de papel y reproducción (lo que permitiría a Sienkiewicz arriesgar más gráficamente) y, gracias a la eliminación de publicidad, más páginas disponibles para el comic propiamente dicho (aunque esa paginación extra se llenaba con historias de complemento del Caballero Luna bastante mediocres). Por último y quizá más importante, la colección dejaba de estar sometida al visto bueno del Comics Code Authority, dejando a Moench mayor libertad para explorar ciertos temas.

 

Para entonces, “Caballero Luna” era uno de los seis títulos de Marvel que vendían de media más de 200.000 copias al mes (los otros eran “Dazzler”, “Amazing Spider-Man”, “Vengadores”, “Star Wars” y “Uncanny X-Men”). Tras años de soportar injustas comparaciones con Neal Adams, Sienkiewicz eclosiona en esta colección, convirtiendo cada número en algo único e incorporando a su estilo influencias de lo más variadas, desde el pintor y caricaturista Ralph Steadman al ilustrador de posters de cine Bob Peak pasando por Gustav Klimt. Moench y Sienkiewicz, en perfecta sintonía, ofrecían historias con un fuerte componente psicológico que la alejaban del tono que el editor Denny O´Neil hubiera querido imponer, más en línea con el Batman de DC. 

 

Pero eso tendría que esperar un poco porque el número 16 contaría con un equipo creativo diferente: Jack C.Harris al guion y Denis Cowan al dibujo. Sin ser una historia mala, tampoco supera lo meramente convencional. El Caballero Luna decide investigar el caso de la muerte de un detective de la policía ante la insistencia del hijo de éste, un niño que contacta con él a través de Ben Grimm, de Los Cuatro Fantásticos. El Caballero averigua que lo que se había interpretado como un accidente fue en realidad un asesinato conectado con un delito que él mismo había frustrado poco antes. En el centro de la conspiración está un hombre llamado Blacksmith, al que una “potencia extranjera” ha pagado por enterrar una bomba nuclear en los cimientos de un edificio en construcción. Como digo, una historia del montón que carece de la magia que Moench y Sienkiewicz estaban ya destilando en otros episodios de la colección.

 

Afortunadamente ambos están de vuelta en el número 17. Marc Spector recibe la visita de un viejo amigo de sus tiempos como mercenario. Mientras éste le hace entrega de un dossier con información sobre un tal Nimrod Strange, líder de un grupo terrorista autodenominado Ejército del Tercer Mundo, su antiguo colega de los servicios de inteligencia israelíes es asesinado por el Francotirador Maestro, el cual de las arregla, además, para herir al Caballero cuando sale a su encuentro. Es el comienzo de una larga historia que se extenderá tres números más y a lo largo de la cual el Caballero, Frenchie y Marlene emprenderán un largo viaje que les llevará por Suiza, Israel, el Líbano, una isla del “Tercer Mundo” y de vuelta a Nueva York para enfrentarse a diferentes asesinos de lo más pintoresco, ejércitos de terroristas y un intento de atentado nuclear (como vemos, una de las obsesiones de la época).

 

Este arco argumental, inspirado por la preocupación general de la época por el terrorismo internacional, fue el más largo que habían realizado los autores en la colección hasta la fecha y se beneficiaba mucho de la experiencia que ya había acumulado Moench en “Shang-Chi Master of Kung Fu” con el género del thriller de espionaje. De hecho, estos cuatro episodios son como ver una antigua película de espías de los años 70 protagonizada por Lee Marvin, Clint Eastwood o Donald Sutherland y con abundante acción, misterio y suspense. Es también de agradecer que Moench decidiera sacar al personaje de su entorno urbano habitual, donde opera con las identidades civiles del millonario Steven Grant y el taxista Jake Lockley, para empujarle al mundo y devolverle a sus raíces como el mercenario Marc Spector.

 

Tras ese largo periplo internacional, en el número 21 volvemos a tener al Caballero Luna viajando fuera de Nueva York, en esta ocasión en Haití, donde une fuerzas con el Hermano Vudú para enfrentarse a un brujo resucitador de zombis. Es una entrega poco satisfactoria en todos los sentidos. Para empezar, el dibujo corre a cargo de Vicente Alcázar, un artista español que provenía de las revistas de terror de la Warren y que claramente está fuera de su terreno cuando se trata de superhéroes. Y, además, ni siquiera parece escrito por Moench. Es imposible saber qué es lo que ocurrió, pero en lugar de sus líneas de diálogo frescas y con vocabulario y expresiones modernas, tenemos textos que parecen extraídos de un comic de veinte años atrás. El resultado es que este número bien puede considerarse el peor de toda esta etapa del personaje.

 

En el número 22 tenemos de vuelta a Morfeo, el peligroso villano de aspecto monstruoso que habíamos dejado sumido en un coma al final del número 11. Sigue catatónico en un hospital y, por tanto y en teoría, incapaz de hacer daño a nadie. Pero el Caballero tiene el presentimiento de que hay algo que no va como debiera y se acerca a investigar. Peter, el hermano de Marlene y, como ya dije, responsable del origen de Morfeo, está experimentando terroríficas pesadillas. Simultáneamente, el Caballero empieza a sufrir alucinaciones en las que es atacado por una misteriosa figura de negro. Lo que sigue, ampliándose al siguiente episodio, el 23, es un intenso thriller que discurre en las neblinosas fronteras entre la vigilia y el sueño.

 

Aquí ya encontramos a un Sienkiewicz pletórico, con un dibujo rebosante de energía, personalidad y atmósfera. Las escenas de acción están coreografiadas a la perfección, como también la representación de las visiones y pesadillas que atormentan a los personajes, desde el rostro que se funde al cristal roto que refleja docenas de ojos aterrorizados, haciendo de este episodio uno de los más inquietantes de la colección. Las escenas de la nieve están tan bien dibujadas que uno casi puede sentir el frío cuando el Caballero Luna cae bajo el hielo de un lago. Sienkiewicz, además, rompe la estructura tradicional de la página y juega con la composición y los límites de las viñetas para plasmar confusión, terror, violencia o diferentes estados de consciencia.

 

Desde luego, el arte destaca de forma especial pero no podemos olvidar el trabajo de Doug Moench que, una vez más, supo sacar al protagonista de su molde de superhéroe urbano para acercarlo a un tipo de historia a mitad de camino entre lo místico y lo psicológico. El guionista ya había tratado el tema del control mental en la historia que había escrito para el Caballero Luna en “Marvel Preview” y aquí vuelve sobre ello inspirado por el entonces reciente escándalo del proyecto MKUltra de la CIA, un programa de experimentos ilegales con humanos que había empezado en los años 50 y que se destapó públicamente en 1977.

 

Si pensábamos que Moench y Sienkiewicz ya habían llegado a su cima creativa, el número 24 nos iba a sacar del error. Si en los números anteriores se había recuperado a un “antiguo” villano de la colección, aquí tenemos el regreso de otro personaje que había dejado huella en los fans del héroe: Vidriera Escarlata. Como ya apunté, era esta una mujer que difuminaba las líneas entre villano y héroe, algo que confunde al Caballero Luna, preocupado por ella quizá más de lo que debería. Así que cuando Vidriera emprende una vendetta sangrienta contra quienes destruyeron su familia y los cadáveres empiezan a amontonarse, el Caballero se muestra indeciso sobre si detenerla o dejarla continuar con sus planes.

 

Este episodio vuelve a ofrecer algunas de las mejores páginas que Sienkiewicz realizó para la colección, empezando por la mismísima portada. Con una influencia de Neal Adams cada vez más diluida, plancha tras plancha, sus figuras e iluminación expresionistas (en este punto él entintaba ya sus propios lápices) y composiciones completamente diferentes a todo lo que en ese momento se estaba haciendo en el comic mainstream, destilan una fuerza e intensidad hipnóticas. Hay muchos volúmenes negros, blancos, rojos y tonos pastel (estos últimos por cortesía de la colorista Christie Scheele, cuyo trabajo aquí es también muy notable) que le dan a esta historia de venganza y moralidad el tono gráfico que precisa. Sin duda, el número más espectacular de la colección hasta ese momento.

 

Pero una vez más, no debemos dejar de lado el trabajo de Moench, que se muestra más inspirado que de costumbre sin duda gracias a la confianza que le brindaba el talento de su colaborador y la libertad de que disfrutaba en este título. La historia de Vidriera es la que se lleva la parte del león, claro, pero también se plantan las semillas de un conflicto que no tardará en explotar entre un Caballero Luna adicto a su misión justiciera y una Marlene afectada por la reciente muerte de su hermano y privada del consuelo que necesita.

 

El número 25 fue uno especial de doble extensión en el que Moench pudo extenderse a gusto para contar una historia compleja que, como en otras ocasiones, abordaba un tema de actualidad, en este caso las dificultades de inserción de los veteranos de la guerra de Vietnam encarnados aquí por Carson Knowles. A éste no le ha ido bien tras ser desmovilizado: su mujer le ha dejado, su hijo muere en una pelea de bandas, le llaman asesino por la calle y nadie le da trabajo. ¡Y todo esto se cuenta en tan solo una docena de viñetas nada más empezar el comic! Cuando le destrozan el coche en un mal barrio y le hacen perder así el único empleo basura que había conseguido obtener, algo se rompe en su interior.

 

Lo ha perdido todo y ya no está dispuesto a conformarse con aceptar resignado lo que la vida le reserve. Va a coger lo que quiera y cuando quiera. E inspirado por una noticia sobre el Caballero Luna, decide adoptar una identidad secreta y, en lugar de convertirse en protector de la ciudad, será su destructor. Como Carson, comienza una carrera política para la alcaldía; y como el Espectro Negro, instaura un reinado del terror eliminando a sus rivales. El choque con el Caballero Luna es inevitable y el resultado inicial es negativo para éste. Es más, el justiciero va a encadenar una serie de derrotas tanto físicas como emocionales. Y es que, quizá lo peor de todo, Marlene decide por fin abandonarlo, cansada de su desatención y los cambios de identidad.

 

El Espectro Negro es un villano perfecto para el Caballero Luna porque, en muchos aspectos, es su opuesto. Todo el mundo puede simpatizar con la difícil situación en la que se encuentra Carson Knowles al comienzo de la historia. La mayoría de la gente no caería en una neurosis nihilista convirtiéndose en un criminal, pero el caso es que Moench nos presenta un villano cuyas motivaciones podemos entender aunque no las compartamos. No se trata de un megalómano con aspiraciones de conquistador del mundo sino un hombre consumido por la amargura, al que todo el mundo ha vuelto la espalda y harto de recibir golpes.

 

El número 26 es otro hito en la colección y un excelente ejemplo de ese compromiso que siempre tuvo la Marvel clásica con la actualidad y los temas sociales. Porque “¡Dale!” aborda nada menos que el espinoso asunto de los abusos infantiles. Cuando un hombre lee una necrológica en un periódico, entra en un estado de ansia febril que le impele a dejar tras de sí un rastro de violencia mientras se dirige imparable a su destino. El Caballero Luna sale a su encuentro y averigua que el hombre había sufrido maltratos continuados de su padre, ahora recién fallecido y a quien durante años buscó para castigarle.

 

Más allá de la intensidad emocional involucrada en ella, la trama es muy escasa y, de hecho, Moench la concibió como una historia corta. Sin embargo, cuando la leyó, Sienkiewicz se sintió al tiempo conmovido e inspirado y decidió por su cuenta desarrollarla en más páginas de lo previsto. Su experimentación escala un grado en estas magníficas planchas. Para empezar, incorpora en las escenas violentas viñetas dibujadas como garabatos infantiles que representan los recuerdos traumáticos del protagonista y no dejan olvidar al lector que sus actos son la consecuencia de éstos. Siendo meras caricaturas, resulta sobrecogedora la sensación de brutalidad que consiguen transmitir.

 

Pero es que, además, Sienkiewicz crea una auténtica “banda sonora” gráfica utilizando la excusa del título original, “Hit It”, que no sólo puede traducirse como “Pégale” sino, en el ámbito musical, arrancar una pieza o dar una nota en el punto exacto. Así, el artista hace que la acción comience en una zona de clubs de música en directo, incorporando montajes con grupos de jazz o rock. En esas páginas, la música, el sudor, la energía, el humo, cobran entidad física y marcan el ritmo frenético de esta historia.    

 

(Finaliza en la siguiente entrega)

 

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