1 jul 2022

1985- SAMBRE – Yslaire (1)

Jacques Glenat, aficionado a los comics desde muy pequeño en su Grenoble natal, fundó la editorial que llevó su nombre en 1969. En tan solo cinco años ya ganaba el Premio al Mejor Editor en el Festival de Angouleme y durante la década de los 80 y 90 conformó un catálogo de títulos excepcional basado sobre todo en un género que estaba muy de moda –y que nunca ha llegado a perder de todo su popularidad desde entonces-: el histórico.

 

Su buque insignia fue la revista mensual “Circus”, que desde 1975 y hasta su cierre en 1989, publicó en sus páginas series de la calidad de “Las Siete Vidas del Gavilán”, “Arno”, “Los Pasajerosdel Viento”, “El País del Fin del Mundo”, “Las Torres de Bois Maury”… o la que ahora nos ocupa, “Sambre”, cuya primera entrega fue serializada en esa cabecera a partir del 1 de junio de 1985, en su octogésimosexto número. Inmediatamente, pasó a ser una de las favoritas no sólo de los lectores de la revista sino de los aficionados al comic francés, convirtiéndose con los años en una larga saga familiar que totaliza más de veinte álbumes.

 

“Sambre” fue en su momento todo un fenómeno y en su inicio venía firmado por el guionista Balac y el dibujante Yslaire, dos seudónimos tras los que sus autores, Yann Le Pennetier y Bernard Hislaire, trataron de simbolizar el marcado desvío que esta obra supuso para ellos respecto al tipo de material que habían creado hasta aquel momento.

 

Hislaire había entrado a trabajar en la revista “Spirou” a finales de los años 70, una época de grandes cambios que exigía nuevos autores que pudieran reemplazar (o al menos intentarlo) a los grandes maestros de antaño (Peyo, Franquin, Roba…), cuya producción era cada vez más escasa. El redactor jefe de la publicación en aquel entonces, Thierry Martens, dio entrada a jóvenes talentos en un intento –a la postre infructuoso- de revertir la caída de ventas de la revista (aunque las de álbumes, por el contrario, no hacían más que aumentar). Bernard Hislaire fue uno de ellos. Poco después, entrarían, por ejemplo, Yann y Didier Conrad, autores iconoclastas de las paródicas series “Bob Marone” o “Los Innombrables”, que tanta polémica suscitaron; Frank y su serie “Cabello Loco”; o Tome y Janry, que relanzaron con absoluto acierto a “Spirou y Fantasio”.

 

Ya bajo la batuta del sucesor de Martens, Alain de Kuyssche, Hislaire publica una serie romántica de dibujo sintético, casi abstracto, “Bidouille et Violette”, sobre dos adolescentes enamorados cuyos padres se oponen a su relación. Sin embargo, el autor no está satisfecho. Para empezar, su predilección era el dibujo realista y si había adoptado un estilo más humorístico sólo había sido para encontrar un hueco en la revista “Spirou”. Además, le frustraba no poder hacer evolucionar a sus personajes en la mencionada serie al mismo ritmo que lo hacía su dibujo. Pero es que, además, había una vena algo oscura en su interior, producto de su estado de ánimo algo deprimido, que pugnaba por salir. Y así, en noviembre de 1980, acude a “(À Suivre)” con una idea para un personaje, “Lulu Chine”, con tendencias suicidas y que al final de cada historia conseguía su luctuoso objetivo.

 

Desde que se fundara dos años antes, “(À Suivre)”, publicada por Casterman, se había convertido rápidamente en el baluarte del comic de autor, intelectual, atrevido y adulto. Pero allí le rechazan su idea por considerarla inmadura, no lo suficientemente profunda para satisfacer el estándar de la cabecera. Otro proyecto de la época que naufragó y cuyas ideas acabarían también incorporadas a “Sambre” fue “Tannenberg”, ideada –aunque nunca publicada- para la efímera revista “L´Aventure”, lanzada por de Kuyssche cuando lo despidieron de “Spirou”.

 

En este punto, Hislaire ya tenía claro que quería contar una historia de amor, pero en un registro diferente al de “Bidouille et Violet”: más realista, más trágico, más romántico, en fin; deudor de sus lecturas infantiles de literatura del XIX en la biblioteca de su padre. Pero tras los tropiezos sufridos en sus anteriores propuestas y sintiéndose algo inseguro en cuanto a su capacidad de guionista, decide asociarse con uno para este proyecto. Y el elegido es Yann, al que, como he dicho, conocía desde 1981 y con el que mantenía una buena relación personal. Además, aquél se había peleado con Conrad y deseaba romper con su anterior etapa probando algo nuevo que se distanciara del humor corrosivo con el que todo el mundo le asociaba. Hislaire le propuso una historia de amor ambientada en el siglo XIX, la gran época del romanticismo y las revoluciones; Yann aporta la idea del padre y la hija obsesionados con una estrafalaria teoría antropológica.

 

Entre 1983 y 1984 ambos autores se embarcaron en un dilatado periodo de documentación, puesta en común de ideas, elección de la época concreta, esbozo de los personajes y elaboración del guion, todo ello mientras trabajaban en sus respectivos encargos para ganarse la vida. Por fin, en Glenat, le presentan a uno de sus responsables, Henri Filippini, tan solo tres planchas terminadas. A esas alturas, ni siquiera sabían cómo iban a estructurar realmente la historia, pero el entusiasmo del editor ante lo que ve les brinda un contrato jugoso y la serie empieza a publicarse por entregas en “Circus” a partir de junio de 1985 y durante un año al ritmo de ocho páginas mensuales.

 

En el primer álbum (publicado en tal formato en 1986), titulado “Ya Nada Me Importa…”, los lectores descubrieron una tragedia romántica narrada con un dibujo cautivador, abundantes metáforas visuales e inspiración directa en grandes nombres de la literatura como Balzac o Victor Hugo. Con el telón de fondo de los preparativos de la revolución de 1848 (dirigida contra el rey Luis Felipe y atizada por las hambrunas, epidemias, pobreza y descontento general incubados durante años), asistimos en la primera página al funeral de un burgués de provincias, Hugo Sambre, que ha muerto dejando inconclusa una obra literaria con la que se había obsesionado durante años, “La Guerra de los Ojos”, y en la que postulaba que aquellos con ojos rojos provocarían la desgracia de quienes los tuvieran marrones, azules o verdes salvo que éstos se unieran contra ese enemigo común.  

 

Su hijo adolescente, Bernard, idealista y rebelde, comparte la opinión general respecto a que su padre fue un lunático que pasó sus últimos años sumido en un delirio absurdo. Sin embargo, lo que ocurre aquel mismo día del funeral parece darle la razón a aquél, porque es entonces cuando conoce y se enamora de una vagabunda, Julie, hija de una prostituta de París y poseedora de unos hipnóticos ojos rojos. Por la noche, en ese cementerio y bajo la luna llena, ambos consuman su recién descubierto amor sobre la tumba del padre de Bernard, sellando con ello el fatal destino que recaerá sobre ambos. Entretanto, Sarah, la adusta primogénita de Hugo, decide continuar la obra de éste y dedica las noches a transcribir sus enloquecidas notas, empapándose de su misma obsesión con una supuesta raza maldita de ojos rojos inmersa en una venganza contra la familia Sambre.

 

A diferencia de lo que sería el resto de este primer ciclo de la serie, donde el autor se recrearía retratando un amplio fresco social en la agitada París, “Ya Nada Me Importa… transcurre en provincias, utilizando sólo un puñado de personajes y escenarios y adoptando un angustioso tono claustrofóbico, sin duda aportación de Balac. El foco de la acción en este primer álbum es el hogar familiar de los Sambre, inspirado directamente en un viejo y ruinoso caserón que la familia de la pareja de Yslaire poseía en las cercanías de Niza. Entre esas paredes se cruzan miradas y frases hirientes y suenan los ecos del destino entre todos los personajes, marcados de una u otra forma por la figura del difunto Hugo Sambre, hasta que la muerte violenta de uno de los miembros de esa familia señale el punto de no retorno para todos ellos, incluida la infeliz Julie, obligada a huir a París para salvar su vida.

 

Aunque la localización temporal del primer volumen no estaba del todo perfilada (a diferencia del segundo, “Sé Que Vendrás…”, específicamente situado en enero de 1848), el lector no tiene problema alguno en situar la acción en la primera mitad del siglo XIX. Gracias a la vestimenta de los personajes, el vocabulario y expresiones que utilizan y, de forma más general, la atmósfera de drama romántico que remite a las obras de Chateaubriand, Hugo, Dumas, Stendhal, Musset o Lartine, el lector cultivado identificará una ambientación próxima a las de los libros de Balzac también gracias al seudónimo adoptado por Yann: Balac.

 

Ya las primeras páginas transmiten perfectamente eso que el escritor francés Charles Augustin Sainte-Beuve acuñó en 1833: el “mal del siglo”, refiriéndose a la crisis de creencias y valores que aquejaba a la Europa del romanticismo y que, literariamente, se traducía en un sentimiento de decadencia y hastío. Ahí tenemos al “héroe” inadaptado a su entorno social (pese a ser un privilegiado), el deseo de estar solo y la tendencia a regodearse en los más negros sentimientos, los silencios, los cielos encapotados, el tiempo ventoso y húmedo, los colores fríos, cementerios, esculturas funerarias, habitaciones penumbrosas, árboles siniestros y amores funestos. Al mismo tiempo, la historia está teñida de reflexiones sobre el Tiempo, estudios sobre las costumbres y el determinismo sociales y teorías raciales basadas en supuestas observaciones científicas. En este contexto, los ojos (tentadores, pérfidos, lunáticos, melancólicos, celosos o viciosos) y su mirada cobran un significado intenso y fundamental para la historia. El propio título, “Ya Nada Me Importa”, es una frase del dramaturgo y escritor romántico francés Alfred de Musset y hace referencia tanto al sentimiento que evoca la pérdida de algo importante como a la imposibilidad de alcanzar lo absoluto.

 

El dibujo de Yslaire aún es deudor de su etapa en “Spirou” y, aunque aún no ha alcanzado el grado de virtuosismo que pronto le caracterizará, ya demuestra aquí una elegancia y sensibilidad especiales, bebiendo de la estética romántica para ir dando forma a un estilo y un color muy particulares y perfectamente en sintonía con el tema y la atmósfera de la historia. 

 

En especial, Yslaire realiza un ejercicio sobresaliente de narrativa visual, jugando con los silencios, las composiciones de página y viñeta, los puntos de vista, el color, la iluminación, la introducción en pequeñas viñetas de elementos que aluden a futuros acontecimientos (como la oca sacrificada para la cena), que simbolizan otra cosa (como los círculos rojos-ventanales, ojos, soles crepusculares o cerezas que aluden al amor prohibido), que subrayan el tono emocional del momento (las esculturas funerarias) o que recuerdan la maldición que pesa sobre todos ellos (la melancólica mirada del retrato de Hugo Sambre).

 

En concreto, la escena de pasión en el cementerio, que empieza en la plancha 19 y se extiende hasta la 35, es un ejemplo perfecto de sintonía entre guionista y dibujante y un auténtico recital narrativo que captura de manera impecable el zeitgeist literario y emocional del romanticismo, tomando elementos fantásticos y metafóricos propios del “Gaspar de la Noche” (1842) de Aloysius Bertrand o los cuentos de Hoffmann o Nodier. Hasta ese momento, la acción se había circunstrito a un perímetro muy limitado, compuesto por la casa solariega y el cementerio, que parecía asfixiar a todos los personajes. Bajo el fantasmagórico brillo de la luna que va iluminar la inminente transgresión, Bernard se escapa de la casa y entra en el cementerio para encontrarse con Julie en el panteón familiar. Ambos se abandonan a la pasión en el territorio donde descansan los difuntos y esa violación anuncia ya la maldición que caerá sobre ellos. Es una larga escena donde predominan los negros, grises y sepias en agudo contraste con los rojos del deseo y la pasión (adolescente y revolucionaria) que tiñen los ojos de Julie, el pelo de Bernard y la sangre de ambos. Al mismo tiempo que esto sucede, Sara, en el estudio de su padre, se afana por completar su trabajo, presa de una pasión muy diferente y animando al lector a reflexionar sobre el peso del pasado, la búsqueda de los orígenes y el curso de la Historia.

 

Cuando apareció el primer volumen de “Sambre”, fue toda una revelación, un auténtico fenómeno que nadie se esperaba y que cosechó premios y un sinfín de críticas elogiosas. Nada más salir, ya vende 100.000 copias y pronto se sitúa entre los más vendidos aquel año en Francia. Todo el mundo dio por sentado que Balac e Yslaire acababan de dar a luz una serie que aún tenía mucho que contar.

 

Y así sería, pero ya sin Balac en el equipo creativo.  

 

(Finaliza en la siguiente entrada


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