El Blanco Humano es un personaje de DC creado en diciembre de 1972 (en “Action Comics” nº 419) por Len Wein y Carmine Infantino y que durante mucho tiempo quedó a la sombra de los grandes nombres del comic de superhéroes de la casa. No tiene superpoderes y sus habilidades residen en otro ámbito más relacionado con el de la investigación de alto riesgo. Y es que su trabajo, a mitad de camino entre el de guardaespaldas y el de detective privado, consiste en ocupar el lugar de clientes que saben que están amenazados de muerte. Asume su aspecto, mimetiza su voz, forma de hablar y gestos, los sustituye en sus ocupaciones laborales y actividades familiares sin que nadie perciba el engaño y, cuando llega el ataque, finge la muerte e investiga al asesino para entregarlo a la policía. Esta premisa, obviamente, da lugar a thrillers de detective y conspiración con giros sorpresa.
Durante décadas, el personaje limitó sus apariciones a historias de complemento, miniseries y un par de series de televisión. Pero en 2022, Tom King, siguiendo su costumbre de escoger para sus proyectos personajes secundarios del Universo DC a los que poder retorcer a su antojo –dentro, además, de la línea Black Label, ajena a la continuidad oficial de la casa-, saca a Chance de las sombras y lo pone bajo el foco de elegantes líneas y colores suaves y brillantes de Greg Smallwood y Dave Stewart para ofrecernos un thriller de doce episodios absorbente de principio a fin y que, también como es habitual en King, no deja títere con cabeza. El interés y calidad de la miniserie fue refrendado por los Premios Eisner, que le concedió justificadamente en 2023 los galardones a “Mejor Serie Limitada” y “Mejor Dibujante”.
El comic se abre con Christopher Chance, El Blanco Humano, solo en la habitación de un motel. Bebe whisky para calmar una tos que no le da paz y se mira en el espejo para comprobar que el traje le queda bien. Percibe el aroma del perfume de ella impregnado en la ropa. Se sienta en la cama, vuelve a toser, coge un bolígrafo y escribe una nota que deja en la mesilla de noche antes de tumbarse mirando al techo con expresión serena. “En serio que sí. Lo juro por Dios. Pero no oigo nada. No se pueden ganar todas las batallas. Respiro. Y luego no”.
Y así, con la muerte del personaje, comienza esta historia. Pero todo arrancó, se nos dice a continuación, doce días antes cuando Chance aceptó un contrato como tantos otros: hacerse pasar por Lex Luthor, supervillano y supermillonario, para atraer la atención de un posible asesino y, cuando éste salga a la luz, neutralizarlo. Todo sale según lo previsto… o casi. Porque de forma casual, mientras hablaba con su empleador, aceptó una copa envenenada destinada a éste. De acuerdo con los análisis que le hace el superhéroe Doctor Medianoche, el líquido contenía un tipo de elemento radioactivo muy específico procedente de otra dimensión. Tanto, de hecho, que sólo una docena de personas en el mundo tendrían acceso a él. El problema es que no son unos cualesquiera sino los miembros de la Liga de la Justicia Internacional. Y todos ellos, como va a descubrir Chance, no sólo tenían razones para querer muerto a Luthor sino que no habrían perdido ni una noche de sueño de haberlo matado. Ahora bien, ¿cuál de todos fue el que cruzó la línea? ¿y con la complicidad de cuántos de sus colegas?
No hay cura. Le quedan doce días de vida y Chance decide utilizarlos para descubrir al responsable y devolverle el “favor”. Cada episodio narra un día en la carrera de Chance hacia su muerte, lo que permite al lector ver cómo afronta un proceso de declive terminal, recordar episodios de su pasado que ayudan a comprenderle mejor, seguir los pasos de su investigación y el ingenio que aplica en ella y compartir los últimos momentos de paz y dulzura que le brinda una nueva relación sentimental forzosamente condenada a ser breve.
En el curso de su investigación, Chance irá cruzándose con diversos miembros de la Liga de la Justicia. Por muy menores que sean sus papeles en el Universo DC (Fuego, Hielo, Guy Gardner, Booster Gold, Rocket Red, Gort, Blue Beetle, el Detective Marciano) King consigue insuflarles personalidades propias que les distancian por completo de las sosas versiones que de ellos han dado otros guionistas.
Tom King, como ha demostrado una y otra vez en sus comics, no es un sentimental. Siempre favorece la implacable lógica de la historia por encima de un final feliz que deje al lector emocionalmente satisfecho. Sus historias de superhéroes no son cuentos de hadas sino, como es el caso que nos ocupa, dramas y thrillers bastante oscuros producto no de la crueldad gratuita o el exhibicionismo malsano sino de la honestidad: como King no toma al lector por tonto ni infantil, no quiere decepcionarlo ni con el final ni con el tratamiento de los personajes. Y esto es algo que muchos de sus detractores o no quieren entender o no comparten.
Para empezar, muchas de las críticas, aparentemente, no tienen en cuenta la naturaleza de las historias publicadas bajo el sello Black Label: más oscuras o más maduras, reinvenciones de personajes existentes y no siempre inscritas en el canon del universo principal (aunque, como declaró el propio Geoff Johns, uno de los responsables de la editorial, sí podrían incorporarse al mismo dependiendo de la popularidad que registraran). No tienen entonces razón para quejarse aquellos que critican a King por presentarnos a un Guy Gardner acosador y partícipe de una relación tóxica con Hielo. Este Gardner no es el bufón cretino que Keith Giffen, JM DeMatteis y Kevin Maguire habían presentado para su relanzamiento de la Liga a mediados de los 80, sino una versión alternativa más indeseable. Lo mismo puede decirse de la explosiva sensualidad de una Fuego dispuesta a utilizar sus encantos para conseguir sus objetivos; un Detective Marciano atrapado en las redes sexuales de aquélla; o un Rocket Red nada remiso a torturar a sospechosos.
Y, sin embargo y aunque King ha dejado claro en "Omega Men", “Mister Milagro” o “Strange Adventures”, que no es un sentimental, “Blanco Humano” es tanto un thriller de detectives como una historia de amor imposible entre dos personas cuyos sentimientos pone a prueba la existencia de una fecha de caducidad. King narra esta historia de amor y muerte a base de capas: fragmentos del pasado de Chance se mezclan con los recuerdos de las personas a las que interroga en el curso de sus pesquisas; hay una continua alternancia entre pasado, presente y futuro así como diálogos y acciones superpuestas conforme Chance junta las piezas de un rompecabezas que solo encajan al final de cada episodio siguiendo las pautas del cine negro de los años 40. Piezas, además, que King continuamente baraja de forma ingeniosa a medida que el protagonista reduce su lista de sospechosos. Todas las pistas están a la vista, así que, si el lector avispado cuenta los días y el progresivamente menor número de sospechosos que van quedando, posiblemente averigüe la identidad del asesino antes de la gran revelación. Pero, aun así, hay ciertos pasajes y resoluciones que de seguro no será capaz de anticipar.
Tom King, bien sea por suerte o por el prestigio que ya
acumula, ha podido elegir sus
colaboradores gráficos y prácticamente siempre
han hecho con él un trabajo excelente. “Blanco Humano” no es una excepción. El
dibujo de Greg Smallwood eleva varios grados la calidad final de la obra. Sus
dinámicos montajes narrativos, sus composiciones de página, las figuras y
fondos dibujados con una elegancia y sofisticación extraordinarias utilizando
diversas técnicas de ilustración que remiten al arte publicitario de los 50 y
60 para evocar los thrillers criminales de antaño, barnizan el comic de una
cualidad atemporal que hace difícil ubicarlo en cuanto a la fecha de su
producción –aunque, al mismo tiempo, se refleja perfectamente dónde y cuándo
transcurre la acción-.
Sin el talento de Smallwood, “Blanco Humano” habría brillado mucho menos. Es uno de esos artistas al que no se le puede poner ni una sola pega: es igualmente capaz de plasmar una escena romántica dominada por la serenidad y la ternura que una de acción física contundente u otra de puro suspense a lo Hitchcock, como ese sobresaliente número en el que Chance se imagina perseguido por un implacable Batman. A King le gusta escribir y en “Blanco Humano” hay mucho texto. Los diálogos son inteligentes, incisivos y rítmicos, a veces incluso poéticos, pero el guionista sabe cuándo no son necesarios y es mejor apartarse y dejar que Smallwood narre una secuencia tan solo con imágenes, dosificando el tempo y dirigiendo la mirada del lector hacia el elemento de interés que corresponda.
Si alguna pega puede ponérsele a este comic es que no resulta demasiado accesible para aquellos que no estén ya familiarizados con los personajes implicados. Esto no se aplica al propio protagonista porque, aparte de no contar con una extensa trayectoria en el Universo DC, sí se proporciona la suficiente información sobre su profesión y métodos como para poder seguir su peripecia sin demasiadas dificultades. El problema reside más bien en los “secundarios”, los miembros de la Liga de la Justicia que van desfilando por los episodios como sospechosos. A pesar de que las portadas y la premisa sugieren que “Blanco Humano” es una historia de detectives en la línea de lo que hacen Ed Brubaker y Sean Phillips, lo cierto es que los superhéroes tienen aquí mucho peso argumental. Si se conoce poco o nada sobre las personalidades –al menos las establecidas en el canon oficial-, pasado y relaciones que mantienen entre sí Hielo, Fuego, el Detective Marciano, Guy Gardner, Gort, etc, la historia pierde gracia y puede incluso resultar confusa o indescifrable.
En un momento dado, durante uno de los flashbacks, Hielo recuerda una conversación con Chance sobre el tiempo que había durado su relación: se conocían desde hacía tan solo once días; poco para Chance, mucho para Hielo. ¿Puede uno enamorarse locamente de alguien en once días? La pregunta está sesgada por el hecho de que fue Hielo quien envenenó involuntariamente a Chance y éste lo terminó averiguando. Este juego trágico de amor y muerte ya lo padecieron Scott Free y Barda en “Mister Milagro”, y Adam y Alanna Strange en “Strange Adventures”.
Y el lector puede entonces hacerse la misma pregunta relativa al comic: ¿puede uno enamorarse de una historia en sólo doce episodios? No son muchos, aunque en realidad su publicación se prolongó más de dieciocho meses (Tom King declaró en su momento que le costó tres años de trabajo completar esta docena de números). Pero la respuesta, en ambos casos, es sencilla: sí, puedes enamorarte perdidamente de alguien y de un cómic en tan poco tiempo. No sólo por sentir remordimientos por haber acelerado el fin de un hombre tras haberlo envenenado por error, o porque el libro esté bien escrito y magníficamente dibujado. Sino, sencillamente, porque surge esa curiosa alquimia que se produce entre dos personas, o entre un lector y una historia. Es inexplicable, milagroso, incongruente, pero también cierto.
A veces las historias de amor y amistad terminan abruptamente, incluso cuando ya se sabía que ese era el final predestinado. Nunca lo superas, al menos no del todo. Restos de ello quedan en un rincón de la mente y el corazón. Porque esa relación ha pasado a ser parte de uno mismo, nos ha dado forma y nos define. Esa es la experiencia que tiene Hielo al final. Nunca olvidará a Chance y nosotros tampoco, menos aún porque el duodécimo y último episodio es realmente magistral.
“Blanco Humano” sintetiza lo mejor de la fórmula “Tom King-Black Label” en un comic original, inteligente, conmovedor, bello e intenso que comienza con la muerte del protagonista e invita a continuación al lector a sumergirse en los doce episodios que conducen a la misma.
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