(Viene de la entrada anterior)
“La Trampa de los Españoles” (1968) vuelve a poner de manifiesto (como ya había sucedido en “El Capitán sin Nombre”) que, a pesar de su genial pericia marinera y capacidad de liderazgo, Eric es un joven ingenuo y romántico en lo relativo a las mujeres. Y es que, otra vez, su facilidad para sucumbir a los encantos del bello sexo le hace convertirse en un irresponsable cuyos errores no sólo le afectan a él sino a toda su tripulación.
La historia comienza con unos comprensiblemente irritados
españoles en la ciudad de Cartagena de Indias, dispuestos a cualquier cosa para
detener los ataques de Barbarroja. Un tripulante del pirata que ha sido
capturado confiesa bajo tortura cuál es el punto débil de aquél: su hijo
adoptivo Eric, por el que arriesgaría todo y a todos. Así que el virrey da
orden de encontrar y capturar al joven para utilizarlo como cebo.
Lo cual, aún no lo sabe, no le va a hacer falta. Y es que
Eric, que navega por el Atlántico comandando una nave mercante, arriesga vida,
navío, carga y hombres por socorrer a otro barco que se está hundiendo y a
bordo del cual viaja Doña Inés, hija del Virrey de Cartagena de Indias. Eric
desoye los consejos de Tres Patas y decide hacer escala en esa ciudad portuaria
para dejar allí a la joven, donde está previsto que contraiga matrimonio con su
primo Don Enrique, el hijo del Virrey. El peligro reside en que, como algunos
años atrás Cartagena fue saqueada por Barbarroja acompañado de Eric -acción en
el curso de la cual, además, secuestraron al entonces estudiante Don Enrique-(esto
se narró en el álbum inaugural, “El Demonio del aribe”) es posible que alguien pudiera reconocer al
joven o a sus dos llamativos camaradas, Baba y Tres Patas, que también
participaron en aquella acción.
Doña Inés, seducida por el arrojo y gallardía de Eric, se deja querer por éste; y Eric se presta al juego despertando el despecho de su prometido, un individuo ya de por sí mezquino y resentido. Los consejos de Tres Patas son de nuevo ignorados, con la consecuencia de que, efectivamente, Eric acaba siendo reconocido y atraído a una trampa; sus hombres son hechos prisioneros y sólo Baba escapa para intentar encontrar a Barbarroja y contarle lo ocurrido. En resumen, que la libido de Eric le arrebata el sentido común y pone a todos en peligro sin necesidad, ya que sus hombres no son ni han sido nunca piratas sino honrados marineros mercantes. Al final, combinando su audacia, su suerte y algo de ayuda externa (brindada por una Doña Inés indignada por el trato innoble que ha recibido Eric teniendo en cuenta que no es un pirata), el joven capitán no sólo escapa con sus hombres, sino que recupera su barco y sale a alta mar burlando la vigilancia de los fortines. Por el momento, porque está claro que los españoles no dejarán impune tamaña humillación.
Españoles que, aquí sí, desempeñan el papel de villanos. En
realidad, son más bien las víctimas de los sangrientos ataques de Barbarroja,
pero Charlier utiliza los trucos más básicos de los folletines de aventuras
para que el lector enseguida los contemple como adversarios despreciables y se
alegre cuando resultan engañados por el héroe. Su presentación inicial es la de
unos hombres justificadamente irritados y preocupados por las acciones del
pirata, pero enseguida trazan un plan que, a los ojos de un lector moderno, no
puede sino rechazarse: secuestrar a un inocente para utilizarlo como cebo. A
esto se añade que Don Enrique es un individuo mezquino -aunque no estúpido-,
ladino, mimado y, como su padre, carente de honor o escrúpulos. Por no hablar
del matrimonio por intereses políticos del que Inés va a ser víctima (y Enrique
beneficiario), algo común entonces pero que hoy provoca un profundo rechazo.
La aventura continúa y finaliza en “El Fin del Halcón Negro” (1969), en la que Charlier vuelve a asombrar con su portentoso talento para desarrollar y entrelazar múltiples subtramas que se desarrollan en diferentes localizaciones sin que el lector pierda el hilo de ninguna de ellas. Es más, consigue de alguna forma y sin rebasar los límites de un álbum, narrar múltiples peripecias sin perder detalle ni recurrir a elipsis.
Es esta otra ocasión en la que los destinos de Barbarroja y
Eric vuelven a cruzarse para que uno salve el pellejo del otro. El primero, al
recibir noticias de que el segundo se encuentra preso, traza un osado plan para
liberarle sin saber que entre la tripulación acecha un espía que informa de
todos sus movimientos a su patrón, el gobernador de Cartagena de Indias. La
traición se lleva a cabo y Barbarroja y sus hombres terminan encerrados en las
mazmorras españolas de esa plaza. Mientras tanto, Eric, al que supuestamente
iba a rescatar, se había evadido por sus propios medios en el álbum anterior y
acude a avisar a Barbarroja en su isla… sólo para encontrarse un retén básico
de hombres y la noticia de que su padre adoptivo va derecho a una trampa. Media
vuelta y a urdir un plan para salvar las defensas de la ciudad y rescatar al
pirata.
Muestra del ritmo frenético al que escribía Charlier (que,
como ya dije, a estas alturas, firmaba, además de Barbarroja otras cinco series
de comic junto a otros trabajos periodísticos) es que, en esta aventura, que
involucra los mismos personajes y escenarios que la anterior, Doña Inés, que
había jugado un papel clave en las desventuras de Eric, brilla por su ausencia.
Como ya no la necesita para contar lo que ahora le ocupa, el guionista la
olvida casi por completo hasta el mismísimo final. Eric, gallardo caballero, no
puede permitir que la joven contraiga un matrimonio tan desafortunado ni viva
encerrada en el palacio después de haberle ayudado. Así que, ya infiltrado en
las estancias del gobernador, se las arregla para verla y darle instrucciones
para embarcarla secretamente en su navío, a bordo del cual la devolverá a
España.
Este álbum supone también un punto de inflexión debido a su
desenlace. Los españoles se habían hecho con el Halcón Negro y colgado de sus
vergas a toda la tripulación excepto a Barbarroja, al que esperaban extraer el
secreto de la localización de su tesoro bajo tortura. Cuando por fin Eric lo
rescata -gracias a una estratagema en la que vuelven a darse cita la osadía, el
ingenio y la suerte-, no puede evitar cañonear su propio barco para robarles a
los españoles el triunfo. Y lo hace a pesar de las advertencias que recibe,
puesto que el navío está cargado de explosivos. El resultado es una inmensa
explosión que no solo pulveriza el Halcón Negro sino los barcos en derredor y
el puerto, provocando además un incendio que arrasa la ciudad. Este acto, que
causa una inmensa mortandad, tendrá importantes e inmediatas consecuencias para
Barbarroja y Eric.
Por el momento, Barbarroja, sin barco y con toda su tripulación muerta (excepto Baba y Tres Patas) se encuentra abocado a una jubilación forzosa. Eric, que a raíz de los últimos acontecimientos ha vuelto a convertirse en un proscrito, le asegura que se reconciliará y reunirá con él en la isla que le sirve de guarida secreta si promete renunciar a su vida de pirata, algo que aquél acepta.
Las consecuencias de todo lo anterior se ponen de
manifiesto en el siguiente álbum, “Vivo o Muerto” (1970), que comienza seis
meses después, con Eric cruzando el Atlántico de vuelta a las Antillas una vez
ha dejado a Doña Inés en España. Parece que Barbarroja ha cumplido su promesa y
ha cesado sus actividades piratas. Pero la atrocidad de Cartagena no se ha
olvidado y varias naciones importantes con intereses en la zona han decidido
aunar esfuerzos y poner fin de una vez por todas a esa amenaza. Eric, que, como
he dicho, se ha convertido en un fuera de la ley, necesita recalar en un puerto
en el que efectuar reparaciones y reabastecerse, pero ha de ser uno alejado,
discreto y en el que las noticias tarden en llegar. Escogen una de las Islas
Barbados, pero cuando llegan allí se topan con una escuadra de navíos
holandeses, españoles e ingleses agrupándose para poner rumbo a la isla donde
se esconde Barbarroja y acabar con él. Su localización ha sido traicionada por
uno de sus tripulantes, animado por la ya muy sustanciosa recompensa ofrecida
por su cabeza.
Eric está dispuesto a ir al rescate de Barbarroja a
cualquier precio. Pero Tres Patas, la voz de la sensatez, le deja clara la
situación. En primer lugar, los hombres que ahora forman su tripulación no le
seguirán a una misión probablemente suicida. Recordemos que no eran piratas y
que sólo se vieron arrastrados fuera de la ley por los actos de Eric. No le
deben ninguna lealtad a Barbarroja, cuyas actividades piratas, de hecho,
condenan. Pero es que, además, no tiene ninguna posibilidad contra una escuadra
de barcos de guerra. Tres Patas le aconseja que viaje primero hasta Isla
Tortuga y cobre la deuda de honor que el pirata Stark el Negro, muy influente
entre la comunidad de filibusteros, contrajo con Barbarroja años atrás.
El álbum tiene un clímax apocalíptico en el que mueren
cientos de personas -aunque los autores, como ya he ido apuntando, eran
conscientes del público al que iban dirigidos y no se regodearon en la
violencia explícita-. De hecho, podría decirse que Charlier puso a sus
personajes en la que fue quizá la situación más apurada de todas las que habían
vivido hasta ese momento (tanto que no supo cómo salvarles la vida sin recurrir
a ese tópico tan vistoso y predecible que es la erupción de un volcán en el
momento providencial). Al final de “Vivo o Muerto”, los cuatro personajes
centrales (Barbarroja, Eric, Baba y Tres Patas) lo han perdido todo: tesoros,
tripulación, barcos… y, para colmo, náufragos en una isla desierta alejada de
las rutas comerciales,
A estas alturas, se diría que la serie se ha estancado en una fórmula recurrente que consiste en colocar en una situación de peligro a uno de los personajes principales, Eric o Barbarroja, para que el otro acuda en su rescate. Charlier sigue siendo tan imaginativo como siempre a la hora de idear tanto escenarios de riesgo (encerronas, trampas, cautiverios, emboscadas) como evasiones ingeniosas de todos ellos. La inventiva y osadía de padre e hijo no parecen tener límites y Charlier consigue que sus escapatorias siempre sean emocionantes, plausibles y bien fundamentadas náuticamente cuando aquéllas tienen lugar en el océano. Es por eso que, a pesar de los argumentos reciclados, estos álbumes sigan ofreciendo una lectura absorbente para el amante del género de aventuras.
Si la situación de los protagonistas parecía apurada al
término de “Vivo o Muerto”, las cosas empeoran aún más al poco de comenzar el
siguiente álbum, “El Tesoro de Barbarroja” (1971). Y es que los náufragos son
“rescatados” por un navío que resulta ser el de Stark el Negro, quien profesa
un intenso odio hacia su competidor… y ahora también hacia Eric, quien lo
humilló ante sus hombres en Isla Tortuga en la aventura anterior. Sin embargo,
no los asesina inmediatamente porque su codicia es mayor que su odio y lo que
pretende es que Barbarroja confiese el paradero del inmenso tesoro que ha
amasado en el curso de sus treinta años de carrera pirata. Barbarroja es duro
de pelar, pero Stark conoce su debilidad por Eric y cuando amenaza con
arrojarlo a los tiburones, se llega a un acuerdo: Barbarroja acompañará al
pirata a los pantanos de Florida donde se halla el botín y, mientras tanto, Eric,
Baba y Tres Patas quedarán abandonados en un islote arenoso con la comida y
bebida justas para sobrevivir el tiempo que razonablemente puede tardarse en
completar el recorrido.
Se sucederá el previsible encadenamiento de peligros
variopintos: sed, tifones, balsas a la deriva… y, de nuevo, Eric acudirá al
rescate de su padre adoptivo, cuya vida sin duda será segada una vez conduzca a
su captor hasta el tesoro. Charlier soluciona los problemas de Eric, como de
costumbre, recurriendo a la suerte (el mar Caribe parece más un barrio habida
cuenta de los providenciales encuentros que continuamente unos personajes tienen
con otros), pero aun así, la profesionalidad de guionista y dibujante es ya de
tal calibre que incluso con el piloto automático son capaces de tejer una
aventura entretenida y bien resulta gráfica y dramáticamente… Excepto en el
final, claramente apresurado y poco satisfactorio, con un regreso poco
justificado al antiguo status quo: Barbarroja empeñado en seguir su vida
filibustera y separado de un Eric que trata de seguir el camino recto.
No parecía que Charlier supiera o quisiera que sus
personajes evolucionaran y adquirieran mayor complejidad. En primer lugar, era
mucho más cómodo para él mantenerlos en esta especie de burbuja en la que cada
cual se ajustaba a un perfil ya claramente delimitado. Y, en segundo lugar y en
su descargo, hay que recordar que estamos todavía en una época en la que los
héroes aventureros del comic vivían una especie de “eterna juventud”: ni
envejecían físicamente, ni evolucionaban
al compás de sus experiencias. El mundo del comic europeo estaba al borde ya de
una revolución en la que este aspecto registraría un importante avance y,
aunque le costó un poco abandonar su enfoque tradicional, el propio Charlier
demostraría ser capaz de adaptarse en su serie del Teniente Blueberry.
“La Misión Secreta del Gavilán” (1971) va a ser una aventura en solitario de Eric y sus inseparables compañeros Babá y Tres Patas. Ha estallado la guerra en Europa y la contienda entre holandeses e ingleses contra los franceses se ha extendido al Caribe. La situación bélica se ha complicado para Francia, que ha sufrido importantes pérdidas navales y la paralización del comercio fruto de los bloqueos portuarios que están efectuando sus enemigos.
Eric, que ha cambiado el nombre de su navío a “Gavilán”,
languidece en uno de esos puertos, Nueva Orleans. Lo tiene todo en contra para
ganarse la vida como honrado marino mercante: la guerra ha reducido el tráfico
comercial; la desembocadura del Mississippi está patrullada por navíos
ingleses; su identidad como hijo de Barbarroja no es la mejor carta de
presentación ante un posible fletador; y, debido a su participación en la fuga
de su padre narrada en los álbumes anteriores, españoles, holandeses e ingleses
han puesto precio a su cabeza. Así las cosas, ha tenido que despedir a toda su
tripulación. De hecho, las perspectivas son tan malas que llega a proponer
vender el navío, repartir el dinero entre los tres y que cada cual siga su
camino.
Pero entonces llega una posible solución. Meses atrás
solicitó una patente de corso al rey de Francia -él, al fin y al cabo, seguía
siendo oficial de esa corona- que le permitiera navegar y atacar navíos
enemigos y quedarse con parte del botín. Ahora le llega la respuesta, aunque
con una condición. Deberá salir del delta del Mississippi -algo ya de por sí
arriesgado por la presencia de las mencionadas patrullas británicas- y navegar
con una carga de municiones y pólvora hasta Fort-de France, una plaza
estratégica para Francia cuyo puerto también sufre el bloqueo de navíos
ingleses.
Es una misión suicida por varias razones: no sólo implica sobrevivir al encuentro con bien armados barcos enemigos, sino que, dada la naturaleza de la carga, cualquier chispa haría saltar por los aires al Gavilán. Para complicar aún más las cosas, hay espías en Nueva Orleans que pueden desvelar el secreto de la misión a los ingleses. Por todo ello, ningún marinero en su sano juicio firmaría el enganche. Eric se ve obligado a reclutar la tripulación entre la chusma carcelaria con la promesa de un perdón a sus crímenes, una solución que le pone en riesgo de sufrir un motín en alta mar.
“La Misión Secreta del Gavilán” cuenta una historia repleta
de momentos apasionantes para cualquier aficionado al género de la navegación.
Charlier convierte el viaje de Eric y sus hombres en una peripecia apasionante,
planteando un desafío tras otro que el joven capitán debe sortear con su
habitual ingenio y osadía: intrigantes y espías, bajíos traicioneros,
condiciones meteorológicas adversas, una tripulación conflictiva, una carga
potencialmente letal, una flota enemiga a la que burlar… Como no podía ser de
otra manera, la misión es completada con éxito y Eric recibido como un héroe en
su destino. La plaza sitiada recibe las municiones y víveres que transporta el
Gavilán y que le permitirá seguir resistiendo el asedio inglés hasta la llegada
de refuerzos. No obstante, ahora Eric, su barco y sus hombres han quedado tan
atrapados como aquellos a quienes habían ido a auxiliar, una situación que
deberá resolverse en la siguiente aventura, “Barbarroja al Rescate” (1972).
El título del álbum ya es muy ilustrativo. Eric, su
tripulación y su navío llevan varados semanas en Fort-de-France. Los ingleses
mantienen su bloqueo y conforme pasa el tiempo los víveres y municiones vuelven
a escasear. No se espera la llegada de refuerzos y las autoridades francesas
empiezan a considerar la rendición. Eric propone una solución arriesgada:
intentará burlar el bloqueo con su barco, el Gavilán, aprovechando la mar
revuelta de una galerna que impida a los ingleses utilizar sus cañones; y a
continuación, contactar con Barbarroja para que acuda en auxilio de la plaza
con su flota pirata. Obviamente, es una solución que no acaba de convencer al
gobernador e insiste en que embarque con Eric uno de sus nobles -un individuo
ladino y arrogante-, quien se encargará de negociar en nombre del rey el precio
que exija el pirata.
Como de costumbre, Eric se saldrá con la suya, pero no sin
muchas y peligrosas tribulaciones en buena medida causadas por la presencia de
un traidor a bordo que informa a los ingleses de todos sus movimientos. Así,
deberá superar el bloqueo, sobrevivir a un tifón en alta mar -en el que morirán
varios de sus hombres-, encontrar la forma de contactar con su padre y evadir
trampas y emboscadas. La situación le obligará a tomar la difícil decisión de
dejar atrás a Tres Patas y Babá, que deberán arreglárselas en solitario para
salir de un serio apuro con las autoridades españolas de San Juan. Todo
terminará bien, no obstante. Barbarroja -que no tiene reparos en colgar de la
verga al traidor- obliga a los ingleses a levantar el bloqueo saqueando a
sangre y fuego sus colonias en el Caribe y Eric, otra vez, regresa triunfante a
Fort-de-France.
(Continúa en la siguiente entrada)
No hay comentarios:
Publicar un comentario