Son innumerables las ficciones que abordan el tema del primer amor, el amor juvenil, o el reencuentro con el amor en la madurez tras una separación o una muerte. Pero creadores y consumidores a menudo olvidan que el amor es un sentimiento que se puede experimentar a cualquier edad. Las historias de amor no tienen por qué tener lugar siempre entre gente joven, sana, atractiva, con un brillante futuro frente a sí y exudando alegría vital. Zidrou y Aimée de Jongh nos demuestran en “La Obsolescencia Programada de Nuestros Sentimientos” que el amor también puede manifestarse en las vidas de personas con edad para ser abuelos, con cuerpos gastados y asfixiadas por la sensación de hallarse en un declive inevitable dominado por la soledad, la monotonía y la falta de sentido.
Mediterráneo acaba de perder a su madre tras nueve meses de
enfermedad. El día de su funeral, no puede evitar sentir cierto alivio por
verla descansar tras sufrir tanto y durante tanto tiempo. Cuando su hermano le
recuerda que ella, a sus 62 años, soltera y sin hijos, es ahora la
representante más mayor de la familia, recibe un golpe adicional a su moral;
moral que no mejora cuando, con las mejores intenciones, una mujer obliga a su
hija a cederle el asiento en el autobús. Cuando esa noche se mira en el espejo,
lo que ve no es la bella y sexy modelo que una vez posó para revistas eróticas
sino la imagen de la bruja malvada de Blancanieves, la película que la
aterrorizó de pequeña acosándola en sus pesadillas.
Esa misma noche, Ulises termina su última mudanza. La
empresa para la que ha trabajado durante muchos años se encuentra en recesión y
decide recortar personal quedándose solo con los empleados más jóvenes. A los
59, con dinero pero sin trabajo, solo desde la muerte de su esposa años atrás y
con un hijo ginecólogo que ha decidido no tener niños, se pregunta cómo va a
llenar sus días. Las pequeñas tareas domésticas, los paseos por el parque
viendo gente joven con la que no puede relacionarse y ancianos calcificados
tomando el sol igualmente inaccesibles, los breves encuentros nostálgicos con
sus antiguos compañeros de trabajo y las regulares visitas a una prostituta no
consiguen disimular la soledad que siente.
Pero el destino va a ayudar a estas dos personas aparentemente condenadas a la soledad y la depresión, marginadas por familia y sociedad pero todavía funcionales física y mentalmente. Mientras espera en la consulta de su hijo a que éste termine su jornada, conoce a una de sus pacientes, Mediterráneo. Una conversación ligera y breve pero ingeniosa enciende una chispa que ambos deciden alimentar. Ella le invita a que se pase por la quesería que regenta y él acepta la oferta. Es el comienzo de una historia de amor que ninguno de los dos podía haber previsto.
Zidrou es un guionista extraordinariamente hábil, un
experto manipulador de emociones que sabe qué palabras utilizar, qué escenas
elegir para, apoyándose en historias que se salen de lo ordinario sin llegar a
ser fantásticas, apoderarse del corazón del lector. La vida cotidiana de
Mediterráneo y Ulises que se nos describe en la primera parte del álbum es tan
triste que resulta difícil imaginar que pueda haber esperanza para ellos.
Zidrou utiliza sobre todo los pensamientos de los dos protagonistas para
mostrarnos cómo se ven a sí mismos y su futuro. Hay pasajes maravillosamente
escritos (y magistralmente dibujados), como aquel en el que Mediterráneo
contempla los detalles de su envejecido cuerpo en el espejo: “El cuerpo se resigna más rápido que el alma.
El tiempo lo arruga, le
injuria, le humilla… las varices, la menopausia… lo
asfixia, lo caricaturiza. Con el cuerpo, es un buen jugador. El espíritu, por
su lado, es un mal perdedor. Le cuesta mucho soplar las mismas velas que el
cuerpo. No lo concibe más que a base de sacudidas, por revelaciones dolorosas,
por horrores sucesivos”.
O el pasaje que abre el comic y en el que Mediterráneo contempla el cuerpo ya exánime de su madre: “9 meses. Le costó 9 meses a la Muerte el decidirse a tomarla. A la Muerte no le gustan los viejos. Su olor acre, su piel áspera, su aspecto desgastado de haberlo soñado todo, su lomo de perro apaleado…¡eso lo detesta, la Muerte! La Muerte, por mucho que se diga, los prefiere jóvenes. La Muerte es un asaltacunas”.
Pero la intención de los autores no es la de deprimir al
lector a base de lúgubres meditaciones autocompasivas sino recordarle que sí
hay esperanza incluso cuando no se es capaz de verla. La extensión del álbum
(unas 140 páginas) permite a Zidrou y De Jongh ilustrar la evolución de ambos personajes
gracias a relación cada vez más íntima que establecen, encadenando
conversaciones ingeniosas y cercanas y momentos de creciente felicidad que
marcan la resurrección de dos vidas que se creían muertas, alejándolas
progresivamente de la amargura y desorientación iniciales para culminar en una
reflexión sobre la importancia de aprovechar cada día, siendo conscientes de
los pocos que tenemos a nuestra disposición: “Un día. Solo un día. Es lo que vive un sol. Nace por la mañana. Es
viejo por la tarde. Muere por la noche. El sol no tiene más que un día, uno
solo, para vivir y para brillar”.
Por otra parte, la relación entre ambos personajes está
retratada con sinceridad y frescura. Ulises y Mediterráneo se la toman en
serio, pero la edad les da una perspectiva especial que les lleva a tomarse las
cosas con calma, pragmatismo, sinceridad, poca vergüenza y mucho humor. Sus
conversaciones abundan en bromas, pullas y comentarios con los que también se
ríen de sí mismos. Por ejemplo, cuando Mediterráneo le cuenta a Ulises que fue
portada de una revista erótica en 1974, él responde: “¡Caray! De adolescente se los choriceaba a mi padre. ¡Con un poco de
suerte, hasta puede que me haya masturbado con su revista!”. A lo que ella,
entre risas, le reprende: “¡No hace falta
ser tan vulgar, Ulises!”. Pero él lo tiene claro: “He conducido camiones de quince toneladas toda mi vida. Las bicis de
paseo se las dejo a otros”… un comentario que, más adelante, deberá
tragarse en otra cómica escena.
Quizá la parte más discutible de la historia sea el giro encajado en la última parte, inesperado por implausible, milagroso o quizá simbólico, pero que permite al autor conducir a los personajes un paso más allá y terminar con un tono aún más luminoso.
En cuanto al dibujo, hay que decir que Aimée de Jongh es
holandesa y estudió animación en la Escuela de Artes, publicando su primer
comic a los 18 años, aunque cimentó su carrera con ilustraciones para cuentos
infantiles, tiras de comic para la prensa, videoclips y publicidad televisiva.
Su estilo, deudor tanto de los clásicos francobelgas como del manga, y su
trabajo en los campos mencionados además de en varias series de comic y cinco
películas de animación fueron muy apreciados en su país natal y acabó llamando
la atención de los editores franceses, en concreto Dargaud, que le ofreció
traducir su primer álbum, “El Regreso del Halcón Abejero”, ganadora para
entonces de numerosos premios internacionales. Su labor para “La Obsolescencia
Programada de Nuestros Sentimientos” es, sencillamente perfecta en casi todos
los ámbitos: diseño de personajes, ambientación, expresividad, uso del espacio,
la luz y el color (que, junto con la línea, va aligerándose conforme los
protagonistas emergen de su torpor para volver a disfrutar de cada día),
composición, narrativa…
De Jongh ilustra con igual pericia el ritmo de una
conversación informal que el de un momento de silencio e introspección. No es
fácil insuflar agilidad y variedad a una historia que en buena medida avanza a
base de diálogos, pero la artista da con soluciones tan brillantes como la
escena del museo, en la que parece que son las estatuas las que hablan,
eligiendo efigies y objetos que simbolizan el contenido de los diálogos.
Igualmente, no tiene miedo a mostrar con descarnada precisión y sin filtros los
cuerpos ancianos desnudos (aunque, en el caso concreto de la protagonista,
aparenta diez años más de los que tiene) pero cuando llega el momento de
consumación física de la relación entre Ulises y Mediterráneo, sabe resolverlo
con dulzura, modestia, sensualidad e incluso erotismo.
Hay quien puede no sintonizar con el tono emotivo –sentimental incluso- con el que Zidrou suele empapar sus historias. Pero hay que admitir que se nota que conoce de primera mano de lo que habla (tenía 56 años cuando escribió este comic) y que es capaz, apoyándose en al excelente dibujo de Aimée De Jongh (que sólo tenía 30), de describir con ternura y lucidez los sentimientos que acompañan a la vejez: el aburrimiento, la soledad, la falta de perspectivas, la decepción con el propio cuerpo…
“La Obsolescencia Programada de Nuestros Sentimientos” es
un álbum claramente dirigido a un lector adulto, con la edad suficiente como
para entender las emociones de los dos protagonistas. Una historia anclada en
la cotidianidad que mezcla drama, humor y poesía para transformar el desencanto
en esperanza, la tristeza de la soledad en la alegría de vivir en compañía; y
que nos recuerda que hay sentimientos que no mueren con la edad, que, aunque
nos sintamos viejos, solos y abandonados, la vida aún puede darnos sorpresas si
estamos atentos a lo que nos rodea y sabemos aprovechar las segundas
oportunidades con un poco de fe en el futuro.
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